viernes, 9 de marzo de 2018
EN LA NOCHE: CAPITULO 23
Eran las dos de la mañana cuando Pedro aparcó en el callejón. La lluvia que había empezado a caer al atardecer se había convertido en una densa llovizna que saturaba el aire. El suelo estaba lleno de charcos, junto a las paredes de ladrillo oscuro.
Estaban cerca de un mercado al por mayor, en un barrio cercano, y aquella calle estaba más limpia de lo normal. No había basura por todas las esquinas, y las paredes no estaban cubiertas de pintadas. Las puertas de acero de los almacenes estaban rotuladas y reforzadas con unos sistemas de seguridad que harían desistir al más decidido de los ladrones.
-Ha dicho que estaría esperándonos –dijo Paula, acercándose a la ventanilla-. Es una pena que me haya hecho prometer que no hablaría con Armando; se aliviaría mucho si supiera que su hijo está bien.
-Pero parece que no quiere hablar con su padre. Confía en ti.
Paula se mordió el labio inferior y frunció el ceño.
-Pobre chico. Parecía muy asustado.
Pedro se contuvo el impulso de hacer una observación despectiva. Aquel mocoso había tenido en vilo a su familia durante tres días, y todo el tiempo había estado a salvo, dibujando y pitando a voluntad en un almacén de productos para artistas.
Por lo que Paula había averiguado en la conversación, una de las amigas de Jimmy había mentido cuando le preguntaron si sabía dónde estaba. En realidad, lo tenía escondido en el almacén de su madre, y si Jimmy había decidido aparecer era sólo porque la dueña del establecimiento iba a volver por la mañana.
-No sabes lo aliviada que estoy.
-Sí. Ha tenido suerte. Las calles son peligrosas para un adolescente.
-Por eso estábamos tan preocupados.
-Aquí es –dijo Pedro, deteniéndose junto a un almacén.
-Espero que no haya cambiado de idea.
-Probablemente no. ¿Por qué iba a llamarte si no?
-¿Y si no quería esperar? ¿Y si ha vuelto a escaparse?
-No llegaría muy lejos –señaló con un gesto el final del callejón-. En cuanto has colgado he puesto este sitio bajo vigilancia.
-¿Cómo? Pero le he prometido que no se lo diría a nadie.
-Esto no es ningún juego. Sólo le estamos llevando la corriente para que no vuelva a escaparse. El hecho de que no le haya pasado nada no quiere decir que tampoco le pase nada la próxima vez.
-Tienes razón. Supongo que su bienestar es más importante que su confianza. A fin de cuentas, ¿qué importancia tiene una mentira más?
-No has roto tu palabra. He sido yo el que ha pedido refuerzos.
-Lo siento. No pretendía comportarme como una desagradecida. Todos estamos en deuda contigo por lo que has hecho.
-Vamos a llevar al chico a casa antes de nada.
En cuanto salieron del coche, la puerta trasera del almacén se entreabrió. Pedro sujetó a Paula por el brazo para evitar que saltara corriendo, pero en cuanto Jimmy los vio, abrió la puerta de par en par.
Mientras Paula se deshacía en efusiones con su sobrino, Pedro inspeccionó el lugar en el que había estado escondido. Era muy cómodo, gracias a su amiga. El quinceañero se puso sus obras de arte bajo el brazo, en un tubo de cartón, se echó la mochila al hombro y acompañó a su tía al exterior.
Todo transcurrió bastante bien hasta que los tres estuvieron en el coche y Pedro enfiló la calle. Al parecer, Jimmy no quería irse a su casa. Quería ir a casa de Paula.
-No puedes hablar en serio –le dijo su tía-. Tus padres están muertos de preocupación. No estoy dispuesta a esconderte en mi casa, y dejar que sigan…
-Me has prometido que no se lo ibas a decir a nadie. Ni siquiera sé por qué te has traído a tu novio.
-Estaba con Paula cuando has llamado –le contestó Pedro frunciendo el ceño-. ¿Es que esperabas que viniera sola a un callejón oscuro en mitad de la noche?
-De acuerdo, no quiero que se entere nadie más. No quiero irme a mi casa. Si no puedo quedarme contigo –añadió, mirando a Paula-, viviré en la calle.
Paula apretó los labios y respiró profundamente.
-Entiendo que tu padre y tú no os lleváis muy bien, pero…
Pedro daba golpecitos al volante mientras escuchaba a Paula, que intentaba razonar con su sobrino. El chico no era tonto; prefería tener otro escondite cómodo a quedarse en la calle. Y no se le daba mal apelar a la conciencia de Paula, intentando ponerla entre su padre y él. Ya lo había conseguido en cierto modo al llamarla por teléfono.
Pero Pedro no podía dejar que Paula siguiera involucrándose en los problemas de Jimmy. Si accedía a dejarlo vivir en su casa, tendrían que fingir que estaban comprometidos durante todo el día, y sospechaba que su autodominio no duraría tanto. Además, la presencia del muchacho probablemente obstaculizaría los preparativos para la boda, y probablemente ocasionaría un roce entre Paula y Armando, que era precisamente el responsable de las asignaciones de trabajo. No podían permitirse algo así tan cerca del acontecimiento crucial.
Y sólo para que un niño mimado y querido pudiera hacerse el rebelde. Jimmy no tenía idea de la suerte que había tenido al nacer en una familia como aquélla. Nunca sabría lo duras que podían ser las calles para otros chicos de su edad, menos afortunados.
De repente tuvo una idea. Llegó a una rotonda y cambió de dirección.
-¿Adónde vas? –le preguntó Paula-. Por aquí no se va a la casa de Armando.
-Y tampoco a la de Paula –añadió Jimmy-. ¿Qué haces?
-Vamos a dar una vuelta –dijo Pedro.
Cuarenta minutos después, aminoró la velocidad y se detuvo junto a un descampado. Un camión abandonado, sin ruedas, estaba volcado en una zanja.
-¿Ves esas cajas, al lado del contenedor? –preguntó Pedro, volviéndose hacia Jimmy.
-Sí, ¿por qué?
-¿Te gustaría vivir ahí?
-Sí, claro, en un montón de basura.
-Mira detenidamente ese montón de basura.
Durante diez minutos, el único sonido que se oyó en el coche fue el del limpiaparabrisas. Después, Paula contuvo la respiración.
-Hay alguien en ese camión –susurró.
Los tres guardaron silencio mientras observaban a un hombre delgado que salía de la cabina del camión y desaparecía en la lluvia. Unos minutos después, se movió una de las cajas de cartón, y una cara, muy pálida, miró en su dirección. Cuando los vio, volvió a cerrar la caja.
-Esas personas no tienen ninguna casa a la que ir –dijo Pedro, poniendo en marcha el motor-. No tienen las oportunidades que tú estás deseando abandonar.
-¿Qué es esto? ¿Una especie de lección?
-Sí, algo así.
La siguiente parada fue un albergue para jóvenes sin techo que Pedro y Javier habían ayudado a organizar cuatro años atrás. De noche estaba cerrado, pero la monja de la puerta reconoció a Pedro y lo dejó pasar. Cuando le explicó lo que quería, ella accedió y los acompañó a los tres a visitar las instalaciones. Estuvo relatando los sobrecogedores pasados de algunos de los jóvenes que vivían allí, y les dijo, desesperanzada, el futuro que los aguardaba. Cuando volvieron al coche, la expresión de Jimmy había perdido parte de su arrogancia.
Pedro dejó el hospital para el final. Cuando llegaron estaban ingresando en urgencias a varios heridos de bala, poco mayores que Jimmy. Era el resultado de un tiroteo entre bandas juveniles.
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Muy buenos los 3 caps. Pero qué caprichoso el sobrino.
ResponderBorrarExcelentes, me encantaron
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