viernes, 9 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 21





Paula se abrazó a un cojín y se sentó en la esquina del sofá, acurrucándose. La lluvia golpeaba los cristales, alumbrada por la farola de la esquina. El salón estaba lleno de sombras; la lámpara no conseguía disipar por completo la penumbra.


Por encima del sonido de la lluvia podía oír la voz de Pedro, profunda y firme, que hablaba por teléfono con otro de sus compañeros de la comisaría. Aunque hablaba en voz baja, no podía evitar que Paula oyera todas sus palabras. 


Hospital. Depósito de cadáveres.


Hacía más de dos días que la llamada de Armando había puesto fin a la fiesta de compromiso. Hacía casi tres días que nadie tenía noticias de Jimmy.



Judith estaba destrozada. Sus sonrisas rápidas, su sentido del humor y su forma de ser desenfadada habían desaparecido, sofocados por la preocupación. Siempre que Paula había ido a verla la había encontrado junto al teléfono.


Pero si aquello había afectado a Judith, el efecto sobre Armando había sido peor aún. Tenía los ojos enrojecidos por la falta de sueño, parecía que no se había afeitado en varios días, y le temblaban las manos a causa de todo el café que había bebido. No había hablado mucho sobre la discusión que había empujado a Jimmy a marcharse, pero saltaba a la vista que Armando se consideraba culpable.


Paula cerró los ojos y hundió la cara en el cojín. Conocía perfectamente el calvario que estaba atravesando su hermano, porque ella había vivido la misma angustia con Ruben. Armando estaría haciendo conjeturas, preguntándose una y otra vez qué habría pasado si hubiera actuado de otra forma.


Pedro colgó el teléfono. Unos segundos después, Paula sintió que le acariciaba el pelo.


-Es muy tarde –le dijo-. Seguiré haciendo llamadas desde mi casa, para que puedas dormir un poco.


-No, no te preocupes. ¿Has averiguada algo?


-Por ahora no. Parece que Jimmy no quiere que lo encuentren. Pero he corrido la voz, y lo busca mucha gente.


-Gracias –lo tomó de la mano-. Te agradezco mucho lo que estás haciendo.


Durante un instante, Pedro la miró con una sonrisa, pero después se apartó y se metió las manos en los bolsillos.


-No es para tanto. Sólo he hecho unas cuantas llamadas.


-¿Cómo que no es para tanto? Sé que no querías involucrarte.


Pedro se encogió de hombros.


-Era lo que se esperaba de mí. Se supone que soy tu prometido.


Paula no sabía por qué aquel hombre no quería reconocer que estaba haciendo algo bueno. Desde el momento en que ofreció su ayuda a la familia, no sólo puso sobre aviso a sus compañeros de la policía; también organizó a todos los Chaves para que buscaran ordenadamente, y sobre todo, les devolvió la esperanza.


Los hermanos de Paula estaban dispuestos a meterse en los coches y ponerse a vagar por la ciudad, pero Pedro los había convencido para que elaboraran un plan. Recogieron los restos de comida de la mesa y elaboraron listas de los amigos de Jimmy y los lugares a los que podría ir. Estuvieron observando sus fotografías recientes, para hacer observaciones sobre su forma de vestir y sus hábitos. Esther y Christian hicieron fotocopias, Geraldine y Jeronimo se encargaron del teléfono, y Agustin organizaba la información recopilada.


Durante todo el proceso, Pedro estaba allí, firme como una roca. Todo el mundo pensaba que era Armando el que había involucrado a la policía en la búsqueda, pero Paula sabía que, entre bastidores, Pedro estaba usando todos sus contactos. Para ser alguien que insistía en que sólo desempeñaba un papel, se estaba convirtiendo en un miembro muy importante de la familia.


Por otro lado, cuanto antes apareciera Jimmy, antes volverían a la normalidad los Chaves y su empresa de catering. Quizás sólo estuviera ayudándolos para asegurarse de que todo transcurriera sin problemas en la fiesta de los Fitzpatrick.


Paula se puso a dar vueltas a su anillo de compromiso. 


Sería una estúpida si pensara que entre Pedro y ella podía haber algo más que el caso Fitzpatrick. Estaba muy confundida.


Pedro se sentó en el brazo del sofá y tomó un pastel de la mesa.


-Para empezar, no entiendo por qué querría escaparse Jimmy –comentó.


-Últimamente no se llevaba muy bien con su padre.


Guardaron silencio mientras Pedro se comía el pastel. Cuando terminó, se cruzó de brazos y miró a Paula.


-¿Se ha puesto… violento con él alguna vez?


-¿Cómo? ¡Por supuesto que no!


-No te ofendas. Es una de las primeras preguntas que haría si me hubieran asignado el caso.


Paula sacudió la cabeza con vehemencia.


-Armando jamás ha levantado la mano a sus hijos. Nadie de mi familia lo haría.


-Era lo que me imaginaba, a juzgar por la forma en que trataban a los niños el día de la fiesta, pero tenía que asegurarme.


-Tal vez sea estricto, y a veces puede ser terco como una mula, pero adora a su mujer y a sus hijos. Nunca les haría ningún daño; es más, se pasa por el otro lado.


-¿Qué quieres decir?


-Probablemente se debe a que es el hermano mayor. Siempre ha sido excesivamente protector, y a Jimmy no le gusta que siga tratándolo como a un niño.


-Algunos niños maduran muy pronto.


-Jimmy está muy alto para su edad, y probablemente piensa que, con quince años, está a las puertas de los veinte, pero sigue siendo un crío. Probablemente, estará aterrorizado.


Pedro se levantó del brazo del sofá y se sentó junto a Paula.


-¿Por qué se llevaba mal con su padre?


-Es una discusión que han tenido toda la vida. Jimmy siempre quiso ser pintor. Armando y Judith pensaron que era un capricho de niño y que ya se le pasaría, pero últimamente está descuidando sus estudios para dedicar más tiempo a la pintura. Cuanto más insiste Armando en que debe estudiar, menos estudia.


-A juzgar por el dibujo que vi en la furgoneta de Armando, el chico tiene talento.


-Sí. Esos dos cuadros que hay al lado de la ventana son suyos.


Pedro se levantó para observarlos.


-Desde luego, es muy bueno.


-El problema es que Armando siempre esperó que su hijo se uniera al negocio de la familia –suspiró-. Entiendo que Jimmy se sienta frustrado. Sus padres tienen buena intención, pero el pobre no va a dejar que las buenas intenciones de los demás dicten su vida. Los quiere, pero quiere ser independiente.


-Parece que estás hablando de ti misma.


-En cierto modo, a los dos nos agobia un poco la familia de vez en cuando. Por eso siento cierta debilidad por él.


-No sé por qué, pero no te imagino como una adolescente rebelde.


-Bueno, reconozco que mi rebeldía se retrasó una década. Cuando era más joven no protestaba nunca, siempre hacía lo que se esperaba de mí. Toda mi vida estaba planeada, y no me lo pensé dos veces cuando pasé de la protección de mis padres a la de mi prometido.


-Debías de ser muy joven cuando te comprometiste.


-Ruben y yo nos conocimos el día en que fuimos por primera vez a la guardería, y en el primer año de instituto ya teníamos una relación estable. Celebramos nuestro compromiso el día en que cumplí veintiún años.


-Tu familia debía quererlo mucho.


-Lo adoraban. Cuando éramos jóvenes venía tanto a casa que lo trataban como si fuera uno de mis hermanos. Nadie se sorprendió cuando anunciamos que nos íbamos a casar. Siempre habíamos dado por supuesto que pasaríamos toda la vida juntos.


-Parece que estabais muy compenetrados.


-Sí. Habíamos hecho muchos planes. Un montón de hijos, una casa con un columpio en el jardín y un perro delante de la chimenea. Pero entonces tuvo el accidente… -hizo una pausa-. Y tuve que cambiar de planes.


-Lo siento mucho, Paula.


-No quería que me quedara con él. Te lo dije, ¿verdad?


-Sí.


-Al principio pensé que lo hacía porque me quería demasiado para permitir que lo viera en una silla de ruedas.


-Es comprensible. A nadie le gusta que sientan compasión por él.


-Yo no sentía compasión. Estaba enamorada de él. Pero no le gustaba que lo cuidara, porque eso cambiaba la idea que tenía de mí. Era como mi padre; siempre había dado por supuesto que era él quien tenía que cuidarme. No me había dado cuenta de lo frágil que me consideraba.



-Eres cualquier cosa menos frágil.


Paula suspiró y apoyó la mejilla en la mano de Pedro. Hablar con él le resultaba muy fácil. Era muy directo y comprensivo, la escuchaba y le hacía preguntas sobre cosas que su familia no se atrevía a mencionar delante de ella.


-A veces me pregunto si las cosas habrían sido distintas si no me hubiera quedado con él.


-¿Por qué?


-Tal vez otra persona habría sabido interpretar los símbolos, pero yo no me di cuenta de lo que ocurría.


-¿Qué intentas decir?


-Al principio discutíamos continuamente. Ruben no quería depender de mí, pero yo no concebía la idea de abandonarlo cuando lo necesitaba. Estaba segura de saber qué era lo mejor para él, así que me quedé a su lado, sin darme cuenta de que eso lo estaba matando.


Intentó tragar saliva, pero tenía un nudo en la garganta. 


Normalmente dejaba de hablar al llegar a aquel punto. 


Durante cinco años lo había llevado dentro porque nadie quería oír el resto.


-Sigue –le dijo Pedro en voz baja.


Paula sintió el escozor de las lágrimas. No era de dolor; ya lo había superado mucho tiempo atrás. Lo que la conmovía era la comprensión de Pedro.


-Antes de tener el accidente, Ruben estaba muy orgulloso de su capacidad para los deportes. Le gustaba la competición, ser el mejor, así que no podía concebir la vida sin poder usar las piernas.


-Sería difícil para cualquier persona.


-Intenté convencerlo para que se pusiera en tratamiento psicológico, pero no me hizo caso. Llevé a un par de psicólogos a casa, pero se negó a hablar con ellos, y sólo conseguía que se agitara más. Por fin, el médico se puso a recetarle tranquilizantes, para facilitarle la transición, según dijo. Durante cierto tiempo, pareció funcionar. Su humor y su aspecto mejoraron.


Pedro le apretó la mano, en un gesto mudo de apoyo.


-Pero no se tomaba los tranquilizantes –continuó Paula-. Los guardaba. Siempre fue muy meticuloso. Averiguó cuántos necesitaba para una dosis mortal y esperó hasta acumular el triple. Eligió un momento en el que yo estaba en el trabajo y no esperaba ninguna visita. Llenó la bañera hasta el borde, se metió en ella y se tomó las pastillas. En cuanto perdió el conocimiento se quedó bajo la superficie del agua, así que murió ahogado antes de que las pastillas pudieran matarlo.


-No tenía ni idea. Creía que había muerto por algún efecto secundario del accidente de la piscina.



-Su madre está convencida de que tomó más tranquilizantes de los debidos por error, pero yo sé que se suicidó. Encontré una nota antes de encontrarlo a él, y siempre me he preguntado si lo habría salvado en caso de haber llegado antes. Y si no habría decidido suicidarse en caso de que yo no me hubiera quedado con él.


-No fue culpa tuya.


-Pero no me di cuenta de lo mal que soportaba depender de mí, de lo sofocante que le resultaba mi amor.


-No fue culpa tuya –insistió Pedro con firmeza-. Fue él quien lo decidió.


Paula apoyó la cara en el hombro de Pedro.


-Después del entierro estuve yendo al psicólogo, y me di cuenta de lo complicado que es el suicidio. Sé perfectamente que no tuve la culpa, pero no soy capaz de creérmelo de verdad.


-Te entiendo. Nunca es fácil llegar a aceptar una tragedia así. La muerte ya es bastante difícil de soportar, pero cuando ocurre por elección, es mucho peor.


-Mi familia sigue sin reconocerlo. Son como la madre de Ruben, insisten en que fue un accidente. No son capaces de enfrentarse a la verdad. Así que no dejan de intentar convencerme, como si lo mejor para superar el mal trago fuera tener otra pareja.


-Todos te quieren mucho. Lo vi en la fiesta.


-Y yo los quiero a ellos, pero no me quiero casar nunca. Sé lo destructivo que puede ser el amor, y hasta dónde llegó Ruben por no depender de nadie.


-Por eso quieres estar sola, ¿verdad? Por las consecuencias de la dependencia de Ruben, y no de la tuya.


Paula pensó con incredulidad que Pedro la entendía. La entendía de verdad. En el poco tiempo que hacía que se conocían, había llegado a comprender lo que su familia no comprendería nunca. Si había decidido no tener una relación en la vida no era por su propio dolor, sino por el de Ruben. 


Tenía miedo de acabar estando tan desesperada como él.


Pedro le acarició la espalda lentamente. Después la tomó por la barbilla y la miró a los ojos.


-Para ti debe ser horrible fingir que estamos prometidos. Cuando te lo propuse no sabía nada.


-No te preocupes. No podías saberlo.


-Si hay algo que pueda hacer…


-Ya lo has hecho –susurró.


Pedro le apartó el pelo de la cara. Después, como si fuera la cosa más natural del mundo, se inclinó para besarla.






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