sábado, 10 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 24




El humo que salía del horno, formó una nube en la cocina. Secándose las lágrimas producidas por la humareda, Paula retiró la fuente del fuego y pudo contemplar los rollitos quemados. Más que rollitos parecían trozos de carbón. Con una tos entrecortada, depositó la fuente en la pila y se dirigió a abrir la ventana.


Estaba abatida. Había querido contribuir a la fiesta de Esther y Christian colaborando en la elaboración del postre y lo único que había conseguido era perder el tiempo. Últimamente no era capaz de concentrarse en nada. Había olvidado controlar la temperatura y el reloj del horno. Todo lo que hacía resultaba un desastre. 


Estaba enamorada de Pedro Alfonso.


Asiento el zócalo de la ventana con las manos, se llenó los pulmones de aire fresco. No, no podía estar enamorada. Sabía bien lo que era el amor, y lo que ella en realidad sentía por Pedro era gratitud por haberla ayudado a Ruben que permanecían como posos de su pasado. También le agradecía que hubiera ayudado a su sobrino. Cualquiera se sentiría agradecido por ello.


Pedro había sabido ganarse la confianza de Jimmy. Había ya demasiadas personas que intentaban protegerlo de la realidad, pero la forma en que él le presentó las diferentes alternativas al acogedor ambiente de su casa era precisamente lo que Jimmy necesitaba para reaccionar.


Cuando salieron del hospital, Jimmy estaba dispuesto a intentar arreglar las cosas con su padre.


Por supuesto, ahora toda la familia consideraba a Pedro un héroe. Cuando pudieron ver a Armando y Judith de nuevo con su hijo, la intervención de Pedro en aquel asunto alcanzó para ellos el rango de leyenda. Con quienquiera que Paula hablase últimamente, toda la conversación giraba en torno a Pedro. Le preguntaban sin cesar cuándo irían juntos a cenar a casa de uno u otro o cuándo pensaban elegir la fecha de la boda.


Si la relación de Pedro con Jimmy había servido para ganarse la aceptación de toda su familia, a partir de ahora, todo sería mucho más sencillo de lo que ella esperaba. Una vez más, Pedro había demostrado ser un experto a la hora de saber exactamente qué resortes había que accionar.


Dando vueltas por la cocina, Paula se sentó junto a la ventana, sujetándose la cabeza entre las manos y preguntándose si era aquello realmente lo que estaba haciendo Pedro, accionar en cada momento el resorte adecuado. A pesar de que se había preguntado lo mismo más de una vez, aún no había sido capaz de hallar la respuesta.


Los motivos por los que actuaba Pedro no cambiaban en nada lo que había hecho. Los hechos hablaban por sí mismos. Él era un hombre sensible e inteligente, y a ella le gustaba mucho. Suponía que le gustaría a cualquiera.


Ni era necesariamente amor lo que sentía por él. 


Era simplemente un capricho, eso era todo. Era el hombre de sus fantasías, un hombre inteligente, atractivo, sincero. El tipo de hombre con el que seguramente muchas mujeres soñarían.


Sorprendentemente, sintió ganas de reír. 


Después de muchos años, por fin había sucedido. Paula Chaves, que no tenía la costumbre de recibir a hombres, ni vestidos ni desnudos, en su habitación, estaba ahora asustada porque había caído en la más humana de todas las debilidades.


-No es amor –murmuró en voz alta-. Es sólo deseo.


Agitó los hombros cuando dejó escapar la risa contenida. La ironía de la situación era difícil de creer. La mayor parte de su familia, incluida su madre, pensaba que Pedro y ella se acostaban juntos. Había podido comprobar desde el principio que Pedro no parecía tener problemas con la sexualidad. Al igual que el resto, probablemente pensaría lo mismo de ella.



Aunque a ella le había resultado más difícil vivir libremente la sexualidad a causa de su familia.


Para empezar, tenía un padre con ideas anticuadas y seis hermanos protectores en exceso. Además, tuvo un noviazgo con quien había sido su mejor amigo, y llevada por ideas excesivamente conservadoras, se negó a acostarse con él antes de la boda. Luego sobrevino el accidente que dejó paralítico a Ruben. Así era ella. Una mujer de veintiocho años que no había tenido nunca relaciones sexuales completas. Ahora sentía la llamada de la lujuria, de mano del hombre más sensual que nunca había imaginado, y no sabía cómo actuar.


Geraldine la había acusado de esforzarse por ocultar que era una mujer atractiva porque había tomado la determinación de no mantener ninguna relación. Era cierto que Paula no tenía ningún interés en resultar atractiva a ningún hombre. Le resultaba mucho más sencillo actuar y vivir como lo hacía, volcando su energía en el trabajo, dejando que llenase por completo su vida. Y hasta aquel momento no se había planteado cambiar.


Alzó la cabeza, echándose el pelo hacia atrás. 


Lo llevaba suelto desde que había ido a la peluquería; no se lo había vuelto a recoger desde que Pedro elogió su nuevo peinado. Le gustaba la forma en que Pedro le retiraba a veces un mechón de la mejilla y jugueteaba con sus rizos con una mano mientras mantenía el otro brazo alrededor de sus hombros.


También le gustaba la forma en que la miraba cuando llevaba el vestido que Judith y Geraldine habían insistido en que se comprara. En aquellas ocasiones, su expresión se había más intensa, como si sus pensamientos estuvieran llenos sólo de ella. Paula, por su parte, también estaba cambiando la forma de vestir. Ahora utilizaba cinturones que estilizaban su cintura, se dejaba los botones de la parte superior de las blusas sin abrochar, llevaba tacones y utilizaba siempre perfume.


Sintió un vuelco en el estómago cuando recordó la voz de Pedro, tan fuerte y profunda, y la forma en que le había dicho que se sentía muy atraído por ella. Pedro, el sensible e inteligente Pedro. Su vecino, que se había ganado ya las simpatías de toda la familia. Él, que derrochaba sensualidad sin siquiera pretenderlo, la deseaba.


Paula se preguntaba si realmente había algún problema con ello. Tenían que trabajar juntos. 


Ella no quería que nada interfiriese en la investigación de Pedro, por asuntos económicos. Aunque, por encima de todo, no quería volver a comprometerse con un hombre nunca más. No importaba quién fuese. No quería volver a amar a nadie. Pero, en realidad, no estaba enamorada. Ninguno de los dos lo estaba. Su relación era algo provisional.


Pero cuando ella se puso a besarlo, él se había apartado.


Maldiciendo entre dientes, Paula se dirigió al lavabo para mojarse la cara. Se preguntaba si sería su inexperiencia la que había provocado la falta de interés en Pedro. O quizás estuviese malinterpretando las cosas. No encontraba respuesta para todas aquellas preguntas. 


Aunque tal vez no quisiera encontrarlas. Por otro lado, estaba convencida de que, después de la boda de la hija de Fitzpatrick, acabarían todos sus problemas.



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