viernes, 9 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 22





El beso fue muy suave. Paula suspiró y se relajó entre los brazos de Pedro. En comparación con otras situaciones, aquélla podía considerarse muy casta.



Sin embargo, era mucho más íntima que ninguna otra que hubieran vivido antes.


Pedro levantó la cabeza, demasiado pronto, pero no se apartó. Tomó entre las manos la cara de Paula y volvió a besarla.


Paula se recordó que sólo era un beso. No tenía nada que ver con el amor, ni con el compromiso ni con ninguna de las cosas que tanto miedo le daban; se trataba de un beso, simplemente. Sabía que había motivos por los que no debería hacer algo así con Pedro, pero no podía detenerse.


Pedro fue profundizando el beso poco a poco, aceptando su invitación con un ligero aumento de la presión. Paula sintió que a los dos se les aceleraba el pulso a la vez. Pedro hundió una vez. Pedro hundió una mano en su pelo, apretándola con firmeza contra la esquina del sofá.


Aquello era muy distinto de lo que habían hecho en la cocina, cuando las bromas condujeron a la pasión. Tampoco tenía nada que ver con lo ocurrido en la sala de reuniones, cuando Pedro se abalanzó sobre ella sin dejarle tiempo para pensar. No tenía ni idea de que pudiera ser tan tierno, tan considerado, como si tuvieran todo el tiempo del mundo, como si toda su energía y su atención estuvieran concentradas en el deseo de proporcionarle placer, o tal vez consuelo.


No quería pensar en los motivos que tenía Pedro para besarla, como no quería pensar en los motivos que tenían los dos para no besarse. La sensación era maravillosa; tanto que no protestó cuando Pedro subió la mano lentamente para acariciarle un seno. El gemido que dejó escapar la sorprendió tanto como a él. Arqueó la espalda, sonriendo contra los labios de Pedro, que iba desabrochándole uno a uno los botones de la camisa.


Sintió un estremecimiento al sentir sus dedos en la piel desnuda, trazando el borde del sujetador con un dedo. 


Cuando Pedro le deslizó la otra mano por la espalda para desabrocharle el sujetador, la razón y la lógica, desaparecieron por completo. Lo último que podía hacer era pensar.


La acariciaba con tanta ternura como había demostrado al besarla.


-Pedro –susurró.


No dijo nada más, pero él interpretó aquella palabra como otra invitación. Empezó a besarla en la oreja, mordisqueándole el lóbulo. Después, poco a poco, empezó a subirle la mano por la pierna.


El contacto de los dedos de Pedro en su muslo fue como una descarga eléctrica, que desató en su interior deseos cuya existencia no había sospechado jamás. Hundió los dedos en el pelo de Pedro y lo atrajo hacia sí para besarlo.


Excitado por la reacción de Paula, Pedro la besó apasionadamente, con ansiedad. Tenía el cuerpo tan tenso que le temblaban las manos. Dentro de la blusa de Paula. Debajo de su falda.



No sabía qué estaba haciendo. Una vez más, había permitido que el deseo se impusiera a la razón. Aquella mujer era una civil que lo estaba ayudando en un caso.


Pero cada vez se involucraba más. Sabía que no debería haberse metido en los problemas de su familia y, desde luego, no debería haberla escuchado hablando cuando le contó sus más íntimas angustias. El deseo físico ya era bastante difícil de sobrellevar, pero ahora se había acercado a ella de una forma completamente distinta.


En aquella ocasión no tenía ninguna excusa. No podía alegar que estaba desempeñando un papel, ni convencerse de que lo que Paula le demostraba era fingido. No tenían público.


Aquello no formaba parte del plan.


Todas aquellas ideas daban vuelta en su cabeza, pero en aquel momento le parecía que carecían de importancia. 


Tenía que superar aquella debilidad.


Hizo acopio del poco autodominio que le quedaba y levantó la cabeza. Paula tenía las mejillas sonrosadas y los labios húmedos. Su mirada demostraba claramente la excitación que sentía. Durante varias semanas había fantaseado con aquel momento. Pero no tenía derecho a hacerlo, nunca lo tendría.


-Escúchame, Paula…


Su rubor se intensificó. Se pasó la lengua por los labios hinchados, sin dejar de mirarlo a los ojos, y bajó los brazos.


-No digas eso –murmuró.


-¿Qué?


-No digas que sólo fingías, que forma parte de tu papel.


-Claro que no. No puedo negar que me siento atraído por ti. Pero esto es un error.


Paula empezó a abrocharse la blusa con manos temblorosas.


-Un error –repitió.


-No debería haberte besado. Es muy tarde, los dos estamos cansados y tú estás alterada. Me he aprovechado.


-No, Pedro. No te has aprovechado de mí. Yo también te he besado.


-Perdóname. No volverá a ocurrir.


Sin contestar, Paula bajó la cabeza para mirarse las manos mientras se abrochaba los botones. El pelo le tapaba la cara.


-Sólo falta una semana para la boda de la hija de Fitzpatric. No podemos olvidar ni un momento el motivo por el que estamos juntos.


-Sí, ya lo hemos dejado claro. Varias veces. Desde luego, no lo vamos a olvidar.


Pedro captó el dolor de su voz, y lo que más deseaba en el mundo era volver a tomarla entre sus brazos.



-No podemos tener nada mientras estemos trabajando juntos. Las distracciones pueden ser peligrosas.


-Las distracciones.


Al llegar al último botón, se dio cuenta de que se había abrochado mal la camisa.


-No quería que las cosas llegaran tan lejos.


-No es para tanto. A fin de cuentas, sólo ha sido un beso. Tengo veintiocho años, y te aseguro que no es nada nuevo para mí.


Pedro no sabía qué ocurriría si aquello volvía a pasar y no era capaz de detenerlo. Quizás no fuera tan terrible. 


Probablemente sería mejor aflojar un poco la tensión que había entre ellos para poder concentrarse en el trabajo.


Pero estaba con Paula, una mujer que preparaba pan y acunaba bebés. No era alguien con quien pudiera darse un revolcón rápido, sin consecuencias.


Sería mejor que se olvidase del deseo que sentía por ella. 


No podía pasar una semana más así. Sabía cuáles eran sus prioridades.


Paula levantó la cabeza y se apartó el pelo de la cara. Con la blusa mal abrochada y el rubor en las mejillas, su imagen era una tentadora mezcla de inocencia y sensualidad.


-Paula…


En aquel momento sonó el teléfono. Fue una interrupción muy oportuna, justo lo que necesitaban para volver a la realidad.


-¿Diga? –Paula se detuvo, apretando fuertemente el auricular-. ¡Jimmy, Dios mío! ¿Dónde estás?


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