martes, 28 de noviembre de 2017

COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 14






Su noche de boda empezó de una manera muy poco romántica: con Paula haciendo la maleta y marchándose del apartamento del príncipe. Como Sebastian pensaba volver a Manhattan, lo había llamado unos días antes para informarle de que renunciaba a su puesto. Él le dijo que lamentaba perderla, pero que entendía su deseo de seguir adelante con su vida. Paula no le había contado lo que pensaba hacer, pero le había asegurado que cuidaría de su apartamento hasta su llegada.


—¿Lista?


Pedro estaba en la puerta del dormitorio. Se había cambiado el esmoquin por unos vaqueros gastados y una camiseta negra de manga larga. Cuando Paula asintió, los dos salieron del apartamento del príncipe, decorado al estilo europeo, y atravesaron el pasillo para entrar en el ultra moderno apartamento de Pedro.


El plano de la casa era muy similar, pero la decoración era totalmente diferente. En las paredes, pintadas de color gris, había cuadros abstractos y fotografías en blanco y negro, la mayoría de la ciudad de Nueva York. Sobre la preciosa chimenea de ladrillo del salón había una pantalla de plasma y, alrededor de una mesa de cristal y acero, modernos y mullidos sofás de piel negra con patas de acero. Tras ellos, cerca de una de las ventanas, había una zona que parecía destinada para la relajación, con una tumbona de piel, estéreo y reproductor de DVD y otros aparatos electrónicos que Paula no reconoció.


Mientras iba a su nueva habitación pasaron por delante de la cocina, abierta y alegre, con encimeras de granito negro, azulejos de intenso color azul eléctrico y modernos electrodomésticos de acero. Paula no pudo evitar sonreír al ver un montón de platos en el fregadero.


Podía ser rico, pero Pedro Alfonso era un hombre al fin y al cabo.


Pedro llevó sus maletas a una habitación grande pintada de color arena, con una cómoda de roble y un ventilador en el techo. Bajo el ventilador había una gran cama de matrimonio con cabecero de color crema, patas de metal y un montón de almohadones blancos. A cada lado de la cama, una mesilla de cristal con modernas lámparas y un jarroncito pequeño con rosas rojas de tallo corto.


Era una habitación preciosa.


—Antes era mi estudio, pero creo que estará mucho mejor contigo aquí.


Ese cumplido le tocó el corazón.


—Gracias por decir eso. Es muy bonito.


—Tengo más cosas bonitas que decir —afirmó él.


Paula sonrió.


—Siento robarte el estudio.


—No pasa nada. Pero si de verdad lo lamentas mucho, puedes mudarte a mi habitación y volveré a poner los ordenadores y el escritorio aquí.


—¿Qué tal si te doy las gracias y lo dejamos así?


Era encantador, debía reconocerlo. Resistirse iba a ser difícil, pero tenía que hacerlo. Ser su esposa de verdad durante un año y luego salir de su vida para siempre sería demasiado doloroso y demasiado complicado.


Tal vez intuyendo que se sentía violenta, Pedro señaló una puerta a la derecha, flanqueada por dos curiosas fotografías de ventanas con los marcos desconchados.


—La habitación tiene un cuarto de baño. Hay toallas limpias y Hannah, mi ama de llaves, te ha comprado un albornoz y algunas cosas más… cosas de chicas.


—¿Cosas de chicas?


Pedro soltó una carcajada.


—No sé. Venga, por favor, dame un respiro. Eres mi primera invitada, Paula.


—Sí, seguro.


—Lo creas o no, es verdad.


—Pero si solía guiar a tus pobres corderitas hasta aquí…


—Sí, por aquí han pasado muchas mujeres, pero todas se iban antes de las siete de la mañana.


Su sinceridad la dejó sorprendida.


—Eso es horrible.


—Tal vez, pero era lo acordado. Yo soy quien soy, Paula. Mi vida es la que es. Y quien quiera entrar en mi vida, tiene que aceptarme como soy.


—Sí, claro. Pero ¿por qué tenían que irse a la siete de la mañana?


—Porque si se quedaban hasta más tarde… En fin, el mensaje no quedaba claro del todo.


—¿Y cuál era ese mensaje: no me gusta la gente que se levanta tarde?


—No, más bien: no quiero que pienses que esto ha sido algo más que un par de horas de diversión.


Paula levantó una ceja.


—¿Desayunar juntos sería demasiado íntimo?


—Exactamente.


—Hablar sobre lo que vas a hacer ese día mientras tomas unos huevos revueltos y unas tortitas…


—Mira, yo siempre soy muy sincero —la interrumpió Pedro—. Ninguna mujer ha entrado en mi casa sin saber antes cómo eran las cosas.


—Entiendo.


—Pero nosotros vamos a estar juntos durante un año —dijo él entonces, llevándose su mano a los labios.


Y luego siguió besando su muñeca, el codo, el antebrazo, el hombro… Tenía una boca maravillosa, suave y tentadora.


Pero Paula recordó que había prometido tomarse aquello como un trato y apartó la mano.


—Voy a colocar mis cosas.


—Y yo voy a dejarte —sonrió Pedro, aunque sus ojos estaban cargados de algo que ella no quería descifrar.


—Esto que estamos haciendo es una locura.


—¿Qué? ¿Lo de casarnos o… la atracción que hay entre nosotros?


Paula se quedó helada.


—Sí, bueno…


—Tú no sueles hacer locuras, ¿eh? —dijo Pedro sonriendo.


—No, la verdad es que no.


—Pues el nivel de locura de esta relación depende enteramente de ti.


«Perfecto», pensó ella. «Una mujer que está muerta de sed decidiendo cuánta agua se ha de beber. Qué listo».


—Voy a hacer la cena. Cuando termines de guardar tus cosas, nos vemos en la cocina.


Paula quería decir que sí, pero necesitaba tiempo para pensar, para decidir qué iba a hacer, cómo iba a ser su relación.


—Estoy muy cansada, de verdad.


Pedro pareció decepcionado, pero no protestó.


—Buenas noches, entonces —murmuró, antes de cerrar la puerta.


Y ella se quedó sola otra vez.


Dejando escapar un largo suspiro, se sentó en la cama y miró el nuevo paisaje que la recibiría cada día, sin pensar en los gruñidos de su estómago o en el calor que sentía más abajo.





COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 13





Se casaron el sábado siguiente en una ceremonia encargada a toda prisa por la empresa organizadora de eventos más ilustre de Nueva York, la de Abigail Kirsch. Se celebró en el hotel Lighthouse, en el muelle de Chelsea, un sitio maravilloso pero demasiado grande para tan pocos invitados.


Una ceremonia civil y sin alianzas habían sido las dos exigencias de Paula. Desde que era niña había soñado con un precioso anillo de compromiso y una boda por la iglesia, pero como aquélla no era la boda de verdad que siempre había imaginado, insistió en que Pedro y ella intercambiasen los votos sin los anillos y en un sitio poco tradicional, pero fabuloso, para que la noticia saliera en todos los periódicos, que era lo que deseaba Saul Alfonso.


Paula llevaba un vestido increíblemente caro que había sido elegido para ella por la coordinadora de la boda. Incluso se había peinado como sugirió Abigail. Después de todo, aquélla no era su boda «de verdad», de modo que sus deseos personales quedaban a un lado.


Y no había invitado a nadie. Todos los asistentes eran invitados de los Alfonso. Paula había pensado decirle a sus amigas que la boda había sido una decisión de última hora, como si se hubieran escapado a Las Vegas. Pero sabía que habría preguntas, muchas e incómodas preguntas.


A las cuatro de la tarde del sábado estaba con Pedro, guapísimo con su esmoquin, frente a una pared de cristal desde la que se veía el río Hudson. Durante la breve ceremonia, con los invitados y la familia tras ellos, Pedro la besó tiernamente y Paula lo agradeció, porque ese beso aportaba cierta realidad a aquella absurda situación.


Después, habló con los Alfonso, que parecían genuinamente contentos con la boda. Pero eran dos personas muy frías, como todos los millonarios a los que había conocido en Manhattan, y no se molestaron en abrazarla. Ni a ella ni a su hijo.


Saul Alfonso había organizado un banquete fabuloso, pero Paula comió poco. Mientras paseaba por el salón se sentía incómoda, sola. Lo único que le resultaba familiar, lo único que calentaba un poco su corazón en aquella cálida tarde de agosto, era el beso de Pedro y que no se hubiera apartado de ella en ningún momento.


A las siete de la tarde volvieron a casa y, con ese beso en mente, Paula se preguntó qué iba a pasar y cómo iba a enfrentarse con el hecho de que, durante un año, sería la esposa de Pedro Alfonso.





COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 12





Exactamente a las siete de la mañana del día siguiente, Pedro entró en el Park Café y miró alrededor. La vio enseguida, en una mesa cerca del lavabo, mordiéndose los labios. Estaba nerviosa y se preguntó por qué. ¿Qué tenía que decirle? Después de todo, en la nota no había una respuesta definitiva; sólo le pedía que se reuniera con ella en el café.


Pedro se abrió paso entre las mesas. No le había sorprendido demasiado volver a saber de ella, pero no tenía claro qué iba a decirle. ¿Estaría dispuesta a aceptar su oferta?


Mientras se acercaba sintió algo, no algo sexual, sino algo que no le resultaba nada familiar… algo parecido a una sensación posesiva, como un primate golpeándose el pecho.


Paula era suya.


La fiereza de esa reacción lo dejó sorprendido, pero se decía a sí mismo que era por la necesidad de conseguir el puesto de presidente de AMS, no por un desesperado deseo de tenerla.


—¿Tengo tiempo de pedir un café expreso o ésta va a ser una conversación corta? —preguntó.


Paula respiró profundamente antes de decir:
—He decidido aceptar el trato.


—¿El trato? —Pedro sabía perfectamente a qué se refería, claro.


—Casarme contigo durante un año.


—Ah, bien.


—Bien.


Pedro se volvió para hacerle una seña al camarero, que lo conocía bien y le serviría un expreso exactamente como a él le gustaba.


Debía parecer tranquilo mientras se sentaba frente a Paula, pero por dentro estaba explotando de satisfacción al saber que iba a conseguir lo que quería. Era suya. Era suya durante un año. Y él era el nuevo presidente de AMS.


La observó tomando el café que, sin duda, ya estaba frío. 


Aunque no llevaba las gafas, tenía el mismo aspecto de siempre: mona, bajita e informalmente vestida con vaqueros y camiseta. Pero se dio cuenta entonces de que todo en ella parecía… brillar. Su largo pelo oscuro apartado de la cara por una coleta, destacando esos intensos ojos verdes. Y los labios generosos cuya suavidad aún recordaba. Y las curvas…


Cada centímetro de ella parecía brillar.


El camarero se acercó y dejó un doble expreso delante de él.


Absolutamente encantado con Paula, y con su nueva situación, Pedro habló sin pensar:
—Yo mismo sugerí que este matrimonio fuese un acuerdo entre los dos, pero debes saber que te encuentro muy atractiva. No sé si me resultará fácil no tocarte o besarte otra vez, pero si tú no quieres…


—No quiero.


Su rechazo hirió el ego de Pedro, pero no lo demostró.


—Muy bien. Entonces respetaré tu decisión.


—Y yo entenderé que quieras salir con… en fin…


—¿En fin?


—Que te acuestes con otras mujeres —dijo Paula en voz baja, como si estuvieran en una iglesia y no en un café lleno de gente que reía y hablaba por el móvil.


—Estupendo —sonrió él—. Gracias por ser tan comprensiva.


—De nada.


Pedro observó sus mejillas sonrojadas y la poco disimulada curiosidad en sus ojos. Él no era tonto. A Paula Chaves le gustaba… mucho, si no estaba equivocado. Y fueran cuales fueran sus razones para colocar el cartel de «No pasar», estaba seguro de que lograría convencerla para que lo quitase en muy poco tiempo.


—Por lo que yo sé, a las esposas no les gusta compartir a sus maridos.


—Sí, supongo que eso es cierto —asintió ella—. Pero sabes que tú no serás mi marido de verdad.


De nuevo, experimentó aquella sensación posesiva. Pedro levantó su taza y tomó un sorbo de café, el caliente líquido calmando un poco a esa nueva bestia que había dentro de él.


—Aunque a ti te parezca bien que vea a otras mujeres mientras estemos casados, me temo que yo no puedo permitirte lo mismo.


—¿Permitirme? —repitió ella.


—Eso es.


—Yo no obedezco órdenes, Pedro.


—Pero eso es parte del trato.


—No puedes añadir cláusulas al trato cuando te venga en gana.


—Vamos a estar casados durante un año. Buscar sexo fuera del matrimonio sería humillante y dañino tanto para ti como para mí —Pedro dejó lentamente la taza sobre la mesa—. Te juro que yo no romperé mis votos de matrimonio.


Ella lo miró, incrédula.


—¿No vas a salir con otras mujeres?


—No. Durante un año, no habrá ninguna otra mujer en mi vida.


Paula tragó saliva.


—O sea, que vas a pasarte sin sexo durante un año. ¿De verdad crees que puedes hacer eso?


No, no lo creía. Especialmente con ella paseando por su apartamento día y noche, bañándose en su bañera, sentándose a su lado en el sofá, brillando todo el tiempo…


Pedro tomó un sorbo de café y dejó escapar una especie de gemido.


—¿Qué, demasiado caliente?


—Podría ser. Sí, podría ser.





lunes, 27 de noviembre de 2017

COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 11




Raquel Chaves había sido una madre maravillosa. Trabajaba día y noche para sacarla adelante cuando ella era pequeña, pero Paula nunca se había sentido abandonada u olvidada, al contrario. Raquel siempre había encontrado la manera de involucrarla en su trabajo, poniendo un caballete pequeño al lado del suyo mientras pintaba o dejando que se volviera loca con una de las paredes del salón. Y, cuando no estaba trabajando, la vida era de lo más interesante y divertida… aunque diferente.


Raquel solía despertarla en medio de la noche con una sonrisa pícara en los labios y varios rollos de papel higiénico metidos bajo el pijama de franela.


—Vamos a subir a la terraza para pintar los árboles de blanco. ¡Así parecerá Navidad!


Paula cerró la puerta de la nevera y sonrió al recordar esa noche. Se sentía orgullosa de tener una madre así y sabía que Raquel también estaba orgullosa de ella.


¿Pero estaría orgullosa de una hija que se vendiera por dinero?


Suspirando, se sirvió un vaso de zumo. Las cosas habían cambiado mucho. Los días en los que Raquel era una pintora conocida, libre para vivir la vida como quería, en control de sus pensamientos y sus recuerdos, habían terminado. Ahora necesitaba que pagaran sus facturas, que alguien la atendiese durante todo el día… y ella no ganaba dinero suficiente.


Después de tomar el zumo fue a su habitación para quitarse el traje de chaqueta. Tenía que mantenerlo en perfectas condiciones para su próxima entrevista porque la que había tenido aquella mañana no había ido nada bien. No tenía suficiente experiencia. Había oído esa misma frase cinco veces en el último mes.


El problema era que buscaba un trabajo bien pagado, pero no tenía la experiencia requerida, de modo que buscaba un milagro: alguien que, dejando a un lado su falta de experiencia, viera en ella un talento innato y le diese una oportunidad. Porque trabajando como ayudante de diseño gráfico no ganaría suficiente para cuidar de su madre.


Suspirando de nuevo, se dejó caer sobre la cama para quitarse los zapatos. Pero no iba a pensar en la absurda propuesta de Pedro.


¿Cómo podía alguien sugerir un matrimonio de conveniencia en el siglo XXI?


No por el sexo, sino de cara a los demás.


Bueno, pensó entonces, arrugando el ceño, estaba suponiendo que no habría sexo. Pero no debería suponer nada, porque se trataba de Pedro Alfonso.


Sintió un escalofrío al imaginarse a Pedro inclinándose sobre ella, desnudo y dispuesta a complacerla. Pedro Alfonso quitándole los zapatos, las medias…


Paula se inclinó hacia delante, metió la cabeza entre las piernas e intentó respirar.


Sus préstamos universitarios serían cosa del pasado. Podría aceptar un puesto de ayudante en una empresa de diseño gráfico y tomarse su tiempo aprendiendo, sin preocuparse de cómo iba a mantener a su madre.


El teléfono sonó en ese momento y Paula se levantó de un salto, esperando que fuese Pedro para preguntarle si había considerado su propuesta.


Pero no era él.


—Hola, Teresa —suspiró, saludando a la ayudante personal del príncipe Sebastian Stone—. ¿Cómo va todo?


—Bien, bien —Teresa hizo una pausa y Paula imaginó a la bonita rubia en su despacho, que estaría, como siempre, perfectamente ordenado—. Tengo que darte una noticia: el príncipe Sebastian volverá pronto a Nueva York.


—¿Ha ocurrido algo?


—No, nada importante —Teresa Banks no era dada a cotillear, pero Paula notó un timbre de duda en su voz. Claro que podría equivocarse—. En fin, hay un pequeño problema en la compañía.


—¿Sebastian está bien?


—Sí, bueno, ya conoces al príncipe. No le gusta que las cosas no vayan como él quiere.


—Sí, lo sé.


El príncipe Sebastian Stone era un buen hombre, pero también era un jefe exigente que mostraba su lado más oscuro de cuando en cuando.


—Te llamaré unos días antes de su llegada —siguió Teresa—, y para entonces tendrás reservada una habitación en el hotel Mercer, como siempre.


Aunque Paula agradecía que Sebastian se ocupase de su alojamiento mientras él estaba en Nueva York, vivir en un hotel siempre era muy solitario y, como tantas otras veces, se preguntó si debería quedarse en casa de su madre. Pero allí no había habitación para ella y no quería robarle espacio a Wanda, su cuidadora, que estaba en la casa casi todo el día.


—¿Sabes cuánto tiempo estará en la ciudad esta vez?


—No, lo siento, no lo sé.


—No pasa nada. Gracias, Teresa.


Después de colgar se quedó sentada en la cama un momento. Y luego, sin pensarlo más, tomó lápiz y papel de la mesilla y, con calma, escribió una nota.


No se sentía capaz de decírselo cara a cara. Si lo hiciera, seguramente se echaría atrás.


Y su corazón palpitaba como loco mientras se inclinaba para meter con cuidado la nota por debajo de la puerta del apartamento de Pedro.




COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 10




El Park Café estaba en la esquina de la 71 y Park Avenue, pegado al edificio donde vivía Pedro. El espacioso local era muy popular, especialmente durante los dos momentos del día con menor actividad cerebral: a primera hora de la mañana y entre las cuatro y las cinco.


Pedro entró a las cuatro y diez y enseguida vio a Paula sentada con Elizabeth Wellington. Elizabeth vivía en el ático con su marido. Raul, con quien Pedro había jugado al baloncesto alguna vez. No los conocía bien, pero parecían una pareja feliz.


Sin embargo, mientras se acercaba a la mesa se dio cuenta de que la pelirroja estaba llorando y, sin poder evitarlo, escuchó parte de la conversación:


—Se lo he dicho cien veces, pero ya sabes que Raul no es la clase de hombre que…


Elizabeth se percató de su presencia en ese momento y, después de decirle algo a Paula al oído, tomó su bolso y se levantó. No lo miró a la cara mientras salía del café.


Pedro Alfonso haciendo correr a todas las mujeres de Manhattan —rió Paula.


—Pero si yo no he hecho nada…


—¿Has venido a tomar un café o sólo a cotillear?


Pedro se dejó caer sobre la silla que Elizabeth había dejado vacante.


—He venido a disculparme.


—Ya se me había olvidado.


—No lo parece.


—¿No?


—No.


—Muy bien, acepto tus disculpas a regañadientes… otra vez.


Él esbozó una sonrisa. Le gustaba aquella chica. Nunca había conocido a nadie que le hiciera sonreír continuamente.


—Mira, en cuanto a la proposición de matrimonio…


—Muy bien, he dicho que ya lo había olvidado. En serio, déjalo.


—La cuestión es que no quiero que lo olvides —dijo Pedro entonces—. Sólo cómo lo hice. Tengo un problema para el que necesito tu ayuda.


—¿Ah, sí?


—Estoy a punto de conseguir el puesto para el que me he dejado las cejas trabajando, pero para conseguirlo necesito… —Pedro levantó una ceja— casarme.


Paula lo miró en silencio durante unos segundos y después se levantó.


—Me voy.


—No, espera —Pedro se levantó tras ella.


—Tú necesitas un psicólogo.


—Es posible, pero no para esto.


Paula salió del café sin decir una palabra más y entró en el edificio.


—¿Adónde vas? Necesito hablar contigo.


Pedro entró tras ella en el ascensor y Paula le clavó el índice en el pecho.


—Mira, entiendo que tú eres de los que necesitan impresionar a las mujeres y estoy segura de que hay muchas en Nueva York que se quedarían impresionadas, pero yo no soy una de ellas.


Pedro, que estaba desesperado y no tenía mucho tiempo, decidió hacer algo dramático. De modo que pulsó el botón de parada.


—¿Qué haces?


—Hablas mucho.


—Y tú también.


—No era un insulto. En realidad, me gusta ver cómo se mueven tus labios, pero ahora mismo necesito que me escuches.


—Y lo que yo necesito es que te apartes y me dejes pulsar el botón o me pongo a gritar…


—Conozco tu situación.


—¿Qué?


—Tu situación económica.


Paula se quedó inmóvil.


—¿Cómo has dicho?


—Mira, he tenido que hacerlo…


—¿Me has investigado?


Pedro se encogió de hombros.


—Era necesario. Si vas a convertirte en una Alfonso, tenía que saber algo de tu pasado.


Paula levantó las manos al cielo.


—¡No voy a convertirme en una Alfonso! De hecho, la idea de darle un puñetazo a un Alfonso es mucho más interesante que casarme con uno.


—Mira, creo que tú y yo podríamos llevarnos bien. Necesito a alguien que me ayude a…


—Tú estás loco —Paula pulsó el botón y el ascensor volvió a moverse.


—Cásate conmigo, Paula. Sólo durante un año. A cambio, pagaré todas tus deudas y te daré medio millón de dólares —las puertas se abrieron—. Estoy seguro de que podrías hacer muchas cosas con ese dinero.


—Adiós, señor Alfonso.


—Podrías comprarte un apartamento.


Ella siguió adelante, sin hacerle ni caso.


—¡Podrías ayudar a alguien! —gritó Pedro.


Paula se detuvo en el rellano. No se movió durante casi un minuto, pero luego sacudió la cabeza y siguió caminando hasta desaparecer en el interior de su apartamento.