lunes, 27 de noviembre de 2017

COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 10




El Park Café estaba en la esquina de la 71 y Park Avenue, pegado al edificio donde vivía Pedro. El espacioso local era muy popular, especialmente durante los dos momentos del día con menor actividad cerebral: a primera hora de la mañana y entre las cuatro y las cinco.


Pedro entró a las cuatro y diez y enseguida vio a Paula sentada con Elizabeth Wellington. Elizabeth vivía en el ático con su marido. Raul, con quien Pedro había jugado al baloncesto alguna vez. No los conocía bien, pero parecían una pareja feliz.


Sin embargo, mientras se acercaba a la mesa se dio cuenta de que la pelirroja estaba llorando y, sin poder evitarlo, escuchó parte de la conversación:


—Se lo he dicho cien veces, pero ya sabes que Raul no es la clase de hombre que…


Elizabeth se percató de su presencia en ese momento y, después de decirle algo a Paula al oído, tomó su bolso y se levantó. No lo miró a la cara mientras salía del café.


Pedro Alfonso haciendo correr a todas las mujeres de Manhattan —rió Paula.


—Pero si yo no he hecho nada…


—¿Has venido a tomar un café o sólo a cotillear?


Pedro se dejó caer sobre la silla que Elizabeth había dejado vacante.


—He venido a disculparme.


—Ya se me había olvidado.


—No lo parece.


—¿No?


—No.


—Muy bien, acepto tus disculpas a regañadientes… otra vez.


Él esbozó una sonrisa. Le gustaba aquella chica. Nunca había conocido a nadie que le hiciera sonreír continuamente.


—Mira, en cuanto a la proposición de matrimonio…


—Muy bien, he dicho que ya lo había olvidado. En serio, déjalo.


—La cuestión es que no quiero que lo olvides —dijo Pedro entonces—. Sólo cómo lo hice. Tengo un problema para el que necesito tu ayuda.


—¿Ah, sí?


—Estoy a punto de conseguir el puesto para el que me he dejado las cejas trabajando, pero para conseguirlo necesito… —Pedro levantó una ceja— casarme.


Paula lo miró en silencio durante unos segundos y después se levantó.


—Me voy.


—No, espera —Pedro se levantó tras ella.


—Tú necesitas un psicólogo.


—Es posible, pero no para esto.


Paula salió del café sin decir una palabra más y entró en el edificio.


—¿Adónde vas? Necesito hablar contigo.


Pedro entró tras ella en el ascensor y Paula le clavó el índice en el pecho.


—Mira, entiendo que tú eres de los que necesitan impresionar a las mujeres y estoy segura de que hay muchas en Nueva York que se quedarían impresionadas, pero yo no soy una de ellas.


Pedro, que estaba desesperado y no tenía mucho tiempo, decidió hacer algo dramático. De modo que pulsó el botón de parada.


—¿Qué haces?


—Hablas mucho.


—Y tú también.


—No era un insulto. En realidad, me gusta ver cómo se mueven tus labios, pero ahora mismo necesito que me escuches.


—Y lo que yo necesito es que te apartes y me dejes pulsar el botón o me pongo a gritar…


—Conozco tu situación.


—¿Qué?


—Tu situación económica.


Paula se quedó inmóvil.


—¿Cómo has dicho?


—Mira, he tenido que hacerlo…


—¿Me has investigado?


Pedro se encogió de hombros.


—Era necesario. Si vas a convertirte en una Alfonso, tenía que saber algo de tu pasado.


Paula levantó las manos al cielo.


—¡No voy a convertirme en una Alfonso! De hecho, la idea de darle un puñetazo a un Alfonso es mucho más interesante que casarme con uno.


—Mira, creo que tú y yo podríamos llevarnos bien. Necesito a alguien que me ayude a…


—Tú estás loco —Paula pulsó el botón y el ascensor volvió a moverse.


—Cásate conmigo, Paula. Sólo durante un año. A cambio, pagaré todas tus deudas y te daré medio millón de dólares —las puertas se abrieron—. Estoy seguro de que podrías hacer muchas cosas con ese dinero.


—Adiós, señor Alfonso.


—Podrías comprarte un apartamento.


Ella siguió adelante, sin hacerle ni caso.


—¡Podrías ayudar a alguien! —gritó Pedro.


Paula se detuvo en el rellano. No se movió durante casi un minuto, pero luego sacudió la cabeza y siguió caminando hasta desaparecer en el interior de su apartamento.





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