lunes, 27 de noviembre de 2017

COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 11




Raquel Chaves había sido una madre maravillosa. Trabajaba día y noche para sacarla adelante cuando ella era pequeña, pero Paula nunca se había sentido abandonada u olvidada, al contrario. Raquel siempre había encontrado la manera de involucrarla en su trabajo, poniendo un caballete pequeño al lado del suyo mientras pintaba o dejando que se volviera loca con una de las paredes del salón. Y, cuando no estaba trabajando, la vida era de lo más interesante y divertida… aunque diferente.


Raquel solía despertarla en medio de la noche con una sonrisa pícara en los labios y varios rollos de papel higiénico metidos bajo el pijama de franela.


—Vamos a subir a la terraza para pintar los árboles de blanco. ¡Así parecerá Navidad!


Paula cerró la puerta de la nevera y sonrió al recordar esa noche. Se sentía orgullosa de tener una madre así y sabía que Raquel también estaba orgullosa de ella.


¿Pero estaría orgullosa de una hija que se vendiera por dinero?


Suspirando, se sirvió un vaso de zumo. Las cosas habían cambiado mucho. Los días en los que Raquel era una pintora conocida, libre para vivir la vida como quería, en control de sus pensamientos y sus recuerdos, habían terminado. Ahora necesitaba que pagaran sus facturas, que alguien la atendiese durante todo el día… y ella no ganaba dinero suficiente.


Después de tomar el zumo fue a su habitación para quitarse el traje de chaqueta. Tenía que mantenerlo en perfectas condiciones para su próxima entrevista porque la que había tenido aquella mañana no había ido nada bien. No tenía suficiente experiencia. Había oído esa misma frase cinco veces en el último mes.


El problema era que buscaba un trabajo bien pagado, pero no tenía la experiencia requerida, de modo que buscaba un milagro: alguien que, dejando a un lado su falta de experiencia, viera en ella un talento innato y le diese una oportunidad. Porque trabajando como ayudante de diseño gráfico no ganaría suficiente para cuidar de su madre.


Suspirando de nuevo, se dejó caer sobre la cama para quitarse los zapatos. Pero no iba a pensar en la absurda propuesta de Pedro.


¿Cómo podía alguien sugerir un matrimonio de conveniencia en el siglo XXI?


No por el sexo, sino de cara a los demás.


Bueno, pensó entonces, arrugando el ceño, estaba suponiendo que no habría sexo. Pero no debería suponer nada, porque se trataba de Pedro Alfonso.


Sintió un escalofrío al imaginarse a Pedro inclinándose sobre ella, desnudo y dispuesta a complacerla. Pedro Alfonso quitándole los zapatos, las medias…


Paula se inclinó hacia delante, metió la cabeza entre las piernas e intentó respirar.


Sus préstamos universitarios serían cosa del pasado. Podría aceptar un puesto de ayudante en una empresa de diseño gráfico y tomarse su tiempo aprendiendo, sin preocuparse de cómo iba a mantener a su madre.


El teléfono sonó en ese momento y Paula se levantó de un salto, esperando que fuese Pedro para preguntarle si había considerado su propuesta.


Pero no era él.


—Hola, Teresa —suspiró, saludando a la ayudante personal del príncipe Sebastian Stone—. ¿Cómo va todo?


—Bien, bien —Teresa hizo una pausa y Paula imaginó a la bonita rubia en su despacho, que estaría, como siempre, perfectamente ordenado—. Tengo que darte una noticia: el príncipe Sebastian volverá pronto a Nueva York.


—¿Ha ocurrido algo?


—No, nada importante —Teresa Banks no era dada a cotillear, pero Paula notó un timbre de duda en su voz. Claro que podría equivocarse—. En fin, hay un pequeño problema en la compañía.


—¿Sebastian está bien?


—Sí, bueno, ya conoces al príncipe. No le gusta que las cosas no vayan como él quiere.


—Sí, lo sé.


El príncipe Sebastian Stone era un buen hombre, pero también era un jefe exigente que mostraba su lado más oscuro de cuando en cuando.


—Te llamaré unos días antes de su llegada —siguió Teresa—, y para entonces tendrás reservada una habitación en el hotel Mercer, como siempre.


Aunque Paula agradecía que Sebastian se ocupase de su alojamiento mientras él estaba en Nueva York, vivir en un hotel siempre era muy solitario y, como tantas otras veces, se preguntó si debería quedarse en casa de su madre. Pero allí no había habitación para ella y no quería robarle espacio a Wanda, su cuidadora, que estaba en la casa casi todo el día.


—¿Sabes cuánto tiempo estará en la ciudad esta vez?


—No, lo siento, no lo sé.


—No pasa nada. Gracias, Teresa.


Después de colgar se quedó sentada en la cama un momento. Y luego, sin pensarlo más, tomó lápiz y papel de la mesilla y, con calma, escribió una nota.


No se sentía capaz de decírselo cara a cara. Si lo hiciera, seguramente se echaría atrás.


Y su corazón palpitaba como loco mientras se inclinaba para meter con cuidado la nota por debajo de la puerta del apartamento de Pedro.




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