martes, 28 de noviembre de 2017

COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 13





Se casaron el sábado siguiente en una ceremonia encargada a toda prisa por la empresa organizadora de eventos más ilustre de Nueva York, la de Abigail Kirsch. Se celebró en el hotel Lighthouse, en el muelle de Chelsea, un sitio maravilloso pero demasiado grande para tan pocos invitados.


Una ceremonia civil y sin alianzas habían sido las dos exigencias de Paula. Desde que era niña había soñado con un precioso anillo de compromiso y una boda por la iglesia, pero como aquélla no era la boda de verdad que siempre había imaginado, insistió en que Pedro y ella intercambiasen los votos sin los anillos y en un sitio poco tradicional, pero fabuloso, para que la noticia saliera en todos los periódicos, que era lo que deseaba Saul Alfonso.


Paula llevaba un vestido increíblemente caro que había sido elegido para ella por la coordinadora de la boda. Incluso se había peinado como sugirió Abigail. Después de todo, aquélla no era su boda «de verdad», de modo que sus deseos personales quedaban a un lado.


Y no había invitado a nadie. Todos los asistentes eran invitados de los Alfonso. Paula había pensado decirle a sus amigas que la boda había sido una decisión de última hora, como si se hubieran escapado a Las Vegas. Pero sabía que habría preguntas, muchas e incómodas preguntas.


A las cuatro de la tarde del sábado estaba con Pedro, guapísimo con su esmoquin, frente a una pared de cristal desde la que se veía el río Hudson. Durante la breve ceremonia, con los invitados y la familia tras ellos, Pedro la besó tiernamente y Paula lo agradeció, porque ese beso aportaba cierta realidad a aquella absurda situación.


Después, habló con los Alfonso, que parecían genuinamente contentos con la boda. Pero eran dos personas muy frías, como todos los millonarios a los que había conocido en Manhattan, y no se molestaron en abrazarla. Ni a ella ni a su hijo.


Saul Alfonso había organizado un banquete fabuloso, pero Paula comió poco. Mientras paseaba por el salón se sentía incómoda, sola. Lo único que le resultaba familiar, lo único que calentaba un poco su corazón en aquella cálida tarde de agosto, era el beso de Pedro y que no se hubiera apartado de ella en ningún momento.


A las siete de la tarde volvieron a casa y, con ese beso en mente, Paula se preguntó qué iba a pasar y cómo iba a enfrentarse con el hecho de que, durante un año, sería la esposa de Pedro Alfonso.





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