jueves, 16 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 3





—Paula, cariño… —Adrian la saludó al verla—. ¿De dónde vienes? Estuve buscándote.


Le rodeó los hombros para abrazarla de la manera conocida e informal a la cual ella estaba acostumbrada.


—Me aislé unos minutos —explicó casi sin aliento—. No podía concentrarme con tanta gente.


—Comprendo lo que dices —asintió—. Desde que se inició la fiesta no he tenido ni un minuto a solas, pero no debo quejarme porque ha sido provechoso para el negocio —sonrió y Paula se animó al mirar con afecto a ese hombre al que consideraba como a un hermano.


—Te invito un café —declaró Paula y se dirigieron a la tienda de las bebidas, pero Paula no dejaba de mirar hacia el yate.


Pedro estaba de pie en la cubierta, alto y quieto y su presencia enfurruñada y vigilante, la envolvía como si estuviera a su lado.


—Hamburguesas —comentó Adrian al olfatear con placer el aire cuando pasaron debajo del toldo de lona—. Hace horas que no pruebo bocado; desde el desayuno.


—Hamburguesas serán —ella rió mientras se servía—. No podemos permitir que te vayas desvaneciendo después de que te ha ido tan bien en los últimos años —encontraron una mesa desocupada en el fondo de la tienda, se sentaron y Paula le puso azúcar a su café—. Nunca imaginé que al regresar te encontraría dirigiendo una empresa. Más te vale comer bien para que tengas energías. Lynx Engineering te necesita.


—Hoy tuvimos buena asistencia —dijo Adrian antes de darle un gran mordisco a su hamburguesa—. El clima ayuda, por supuesto. Un día agradable hace maravillas para la venta de entradas. He estado ocupado respondiendo preguntas acerca de nuestros productos. Eso significa que nos harán muchos pedidos.


—Creí que ya tenías demasiado trabajo. De por sí, tu pobre esposa no te ve a menudo.


—No puede evitarse —hizo una mueca—. Necesitamos proyectarnos hacia adelante todo el tiempo, esa es la fuerza impulsora en cualquier clase de negocio.


Paula lo comprendió. ¿Acaso ella no estaba motivada por la misma compulsión interna, la necesidad de proyectarse? Se llevó la taza de café a los labios y de pronto se congeló. Pedro estaba de pie en la entrada de la tienda. No iba solo; una linda trigueña monopolizaba su atención y Paula frunció el ceño por encima del borde de su taza. Él no parecía estar abrumado por el sentimiento de culpa en cuanto a haber abandonado a sus compañeros en el trabajo.


Por encima del hombro de Adrian, Paula vio que la pareja caminaba a un rincón tranquilo para concentrarse el uno en el otro. Paula hizo un gesto de desagrado, bajó su taza y de pronto comprendió que Adrian le decía algo:
—El reportaje de esta tarde deberá ayudarte a establecer tu propia empresa —se limpió las manos con una servilleta—. ¿Ya encontraste algunas posibilidades?


—Unas cuantas —aceptó—. Logré algunos contactos que visitaré en las próximas semanas. ¿Pensaste en nuestro contrato? Estoy segura de que se me ocurrirá algo que pueda simplificarte las cosas.


—Lo hice —aceptó y arrojó la servilleta desechable a un cesto de basura—. Pero tendremos que hablar de eso, y en este momento no me es posible. Dentro de unos minutos tengo una cita con uno de los anunciantes. ¿Qué dices si nos reunimos después de tu trayecto por el río, si es que puedes?


—Me parece muy bien.


No era el momento para revelarle sus preocupaciones anteriores. Se las mencionaría después.


Adrian se puso de pie y le dio un abrazo.


—Entonces, te veré más tarde. Diviértete en el trayecto en yate.


Ella lo observó salir y al mismo tiempo notó que la compañera de Pedro ya no estaba con él. Y a juzgar por su expresión sombría, eso debió amargar a Pedro.






MI UNICO AMOR: CAPITULO 2






Los ojos azules la observaron con aprecio. Ella vestía un ceñido pantalón negro de mezclilla, botas de cuero negro hechas a mano y un ajustado suéter debajo de la chaqueta también negra. Fue idea del fotógrafo. Había dicho que le daría un aspecto dramático y sensual. Era buena publicidad.



Alfonso sonrió y mostró sus dientes blancos y parejos.


—Sin identificación no sube —murmuró.


Paula entornó los párpados antes de hablar con furia.


—Tome, tenga esto —le colocó sus llaves en la mano y él, con curiosidad, observó la placa plateada en la argolla.


El ojo de topacio del escorpión tintineó frente a él.


—Su signo zodiacal, ¿no? ¿Se supone que esto me convencerá?


—Mi nombre está grabado en algún sitio, ¿acaso eso no resuelve el problema?—seguía buscando en sus bolsillos.


—Es muy pequeño —comentó—. Se necesita una lupa para verlo bien. Además, preferiría evitar cualquier cosa que emane de ese animal rapaz.


Paula soltó el aire. ¿Cómo podía él decir eso cuando parecía ser un animal semejante? Observó el rostro duro y angular. 


¿Qué era él? ¿León, carnero?, se preguntó.


—Principio de marzo —murmuró él—. ¿Qué soy?


—Una persona irritante —repuso al darle su tarjeta de crédito. Inclinó la cabeza en dirección a la tarjeta—. ¿Cuenta esto con su aprobación?


—Sirve para el propósito —comentó después de ver la tarjeta de plástico.


Paula volvió a meter sus objetos dentro de la chaqueta e inclinó la cabeza para ocultar la sonrisa que esbozó. Piscis, pensó y recobró la confianza. Cuando se trataba de una confrontación, ¿cómo podía compararse un pez con un escorpión?


Se enderezó y lo observó mientras él abría la reja para ofrecerle una mano. Fue una conmoción sentir los fuertes dedos alrededor de su pequeña palma. Él la ciñó con fuerza y la sostuvo del codo contra la otra mano. El contacto la dejó confusa y se soltó tan pronto sintió que pisaba con firmeza.


Volvió a dirigir la mirada hacia las grandes tiendas de campaña, pero no había señales de Ruben; había desaparecido entre la muchedumbre.


—¿Trata deludir a alguien? —preguntó Pedro.


—Trato de encontrar un poco de aislamiento —murmuró al dirigirse al otro lado de la embarcación donde no la verían.


—Intente el camarote —sugirió él y Paula lo tomó en cuenta, aunque sólo durante un momento.


Quizá cuando él se fuera… La presencia del hombre era bastante poderosa y no quiso pensar en el efecto que ejercería en ella si la seguía al reducido espacio del camarote.


—Prefiero el aire fresco —murmuró y se ruborizó un poco porque detectó que Pedro alzaba levemente los labios.


Con la cabeza en alto caminó hasta la barandilla y descansó los dedos sobre el cromo mirando el agua brillante por los reflejos del sol. Se mantuvo ahí un buen rato.


Ver el río burbujeante debió calmarla y ayudarla a pensar en el problema que más la preocupaba, pero le fue imposible concentrarse porque sabía que él estaba cerca. Oyó que el hombre se movía verificando cosas en el yate. ¿Por qué no se iba a otro sitio? ¿Cómo podía Paula pensar con claridad teniéndolo cerca? Pedro exudaba masculinidad.


—Debería aprender a destensarse —murmuró él y ella brincó al escuchar la voz cerca de su oído—. ¿Se da cuenta de lo que quiero decir? —preguntó quedo—. Está tensa como un alambre tendido. ¿Qué le molesta? ¿Está preocupada por la acrobacia?


¿Lo estaba? ¿A eso se refería su horóscopo, a esa carta anónima que le habían deslizado por debajo de la puerta esa mañana? Una empresa que planea podría estar cargada de desastre. Paula se estremeció. ¿Era una advertencia o una amenaza…? Sugería algo siniestro. ¿Quién pudo enviarlo?


Habían cortado cada palabra de diferentes revistas y periódicos, luego las habían pegado en un trozo de cartón.


—Realmente no hay nada que deba preocuparle.


Las palabras de Pedro la distrajeron y un poco temblorosa contuvo el aliento.


—Por supuesto que no. Sólo será un viaje en barco y lo único que tengo que hacer es colocarme contra el estandarte. ¿Qué puede ir mal? —observó la cubierta ordenada—. ¿No revisaron todo?


—El motor funcionó antes, fue fluido como la miel —respondió.


Paula aceptó ese consuelo. Realmente no creía que ocurriera algo desfavorable esa tarde. No, la amenaza en el horóscopo había sido más profunda e insidiosa que eso. Los asuntos del trabajo y la salud sufren al retornar a una situación conocida. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso había sido un error regresar a Eastlake?


Entonces le había parecido una decisión natural. Cuando terminó sus estudios en la universidad tuvo deseos de regresar a su lugar de nacimiento. Aunque sus padres se habían mudado a los Estados Unidos de Norteamérica, ella aún tenía amigos ahí, gente con la cual había madurado. 


Desde luego, extrañaba a su familia, pero habían ascendido a su padre a corresponsal extranjero y él no quiso desaprovechar la magnífica oportunidad.


El futuro de Paula estaba en esa ciudad y acababa de instalarse en su lindo apartamento. Aunque no lo amuebló con lujo, había elegido con cuidado y cariño las pocas piezas que tenía y Adrian la había ayudado a mudarse. Deseó haberlo visto entre la muchedumbre. La simple presencia de un rostro conocido y amistoso quizá le habría levantado el ánimo.


Pero estaba segura de una cosa; no iba a permitir que la intimidaran. Estaba decidida a triunfar en su negocio de programación y nada la detendría. De mal humor, frotó la punta de su bota en la barandilla de la cubierta. No permitiría que nadie la alejara de ahí.


—¿Quiere hablar del asunto?


Pedro la observaba y ella se perturbó por la extraña percepción que notó en los ojos azules. Ese hombre quería saberlo todo e indagaría con tesón porque las explicaciones someras no lo dejarían satisfecho.


—No tengo nada de que hablar —hizo un gesto de rebeldía porque eso no le incumbía a Pedro Alfonso.


¿Por qué no se iba? Deseó que ya se fuera. ¿No debía estar trabajando?


Se alejó de él e hizo una mueca por su propia actitud grosera. Estaba tensa como un gato que acecha a un pajarillo. Quizá la espera la ponía más nerviosa. No estaba acostumbrada a la inactividad y Alfonso no la había ayudado al quedarse ahí. De alguna manera inexplicable, él la alteraba.


Mientras miraba el agua pensó con sobriedad que de todos modos estar en el yate le había servido para esclarecer sus pensamientos hacia una dirección. No tenía sentido que algo tan tonto como un horóscopo indeseado la desequilibrara. 


No permitiría que la desviaran de sus propósitos y no cambiaría sus planes.


Se calmaría hablando con Adrian y no tendría mejor oportunidad que esa tarde. Deseaba hablar del negocio que habían mencionado la semana anterior.


Consultó su reloj y decidió que no tenía caso quedarse si Alfonso insistía en seguir cada movimiento suyo. El fotógrafo la esperaba en el puesto de exhibición dentro de unos veinte minutos, pero su breve estancia a bordo había servido al menos, para un propósito: La había mantenido alejada de Ruben. Con suerte, él ya habría desaparecido y estaría hablando con posibles clientes y para cuando la encontrara, ella estaría ocupada con otros asuntos y no podría arrinconarla.


Contempló el horizonte. Adrian debía estar en algún sitio… 


Si lo encontraba podría hablar unas palabras con él antes que ella tomara parte en los trámites. Como contestación a sus plegarias un pequeño grupo de hombres de negocios, vestidos de traje comenzó a dispersarse y apareció un hombre rubio.


Paula suspiró de alivio, murmuró su nombre y al ver que Pedro volvía la cabeza comprendió que había hablado en voz alta.


—¿Vio a alguien conocido? —siguió la dirección de su mirada y ella asintió.


—Creo que sí, es Adrian Franklyn. Este terreno es de su empresa y él dio permiso para que la fiesta se celebrara aquí. Lo busqué toda la tarde, pero de seguro estuvo muy ocupado. Necesito hablar con él.


Pedro tenía los párpados entrecerrados, pero ella descartó el problema de las reacciones masculinas y se acercó a la reja de la barandilla.


Si se daba prisa, ella y Adrian podrían beber un café en la tienda de campaña de las bebidas y hablar unos minutos.


Bajó del yate y le sonrió con dulzura a Pedro.


—Gracias por haber permitido que subiera a bordo —le dijo—. Es usted un buen guardia de seguridad. ¿No se equivocó de vocación?


—Considere que corrió con suerte porque no la registré-
Hizo una mueca.


Paula lo miró con recelo y se alejó.


—Eso es más de lo que se atrevería a hacer, Alfonso —respondió Paula desde la relativa seguridad que le ofrecía la ribera.


Él rió quedo y la risa siguió a Paula mientras caminaba deprisa sobre la hierba.




MI UNICO AMOR: CAPITULO 1





Paula se apoyó bien en la inclinada ribera, y enfadada, fijó la vista en el pequeño yate anclado en el río. ¿Qué hacía ese hombre detestable, acostado sobre la banca de madera como si no tuviera ningún problema y como si fuera el dueño? Fue muy irritante verlo ahí, justo cuando ella creyó que encontraría la embarcación vacía. ¿Cómo podría meditar acerca de su actual situación si un hombre se había adueñado de su último refugio?


—¡Disculpe…! —gritó.


El hombre no dio señales de haber oído y ella frunció la frente. ¿Acaso él no pertenecía al equipo que dirigía al personal de acrobacias? Paula lo había visto antes hablando con uno de los hombres que instalaban las rampas para los coches en el extremo más lejano del campo. ¡No era la clase de hombre a quien una podía ignorar! Observó el cuerpo de largas extremidades y el pantalón de mezclilla oscura que le moldeaba los fuertes muslos y el suéter color jade que le ceñía el duro pecho masculino.


De pronto, Paula contuvo el aliento. El hombre tendría que irse. Ella necesitaba estar sola y no había otro lugar donde pudiera evitar a la muchedumbre que se arremolinaba. 


Había bastantes actividades en el campo y de seguro debía de haber algún sitio donde necesitaran el trabajo del hombre.


—¡Disculpe! —volvió a gritar un poco más fuerte—. ¿Haría el favor de bajar de allí?
Él se movió y se desperezó, cruzó una pierna sobre la otra y acomodó mejor los pies sobre el brillante tablado. Dada la atención que él le prestaba, ella bien podría no estar ahí:
—Espero no estar interrumpiendo algo… —dijo Paula con sarcasmo después de apretar la boca.


Él movió casi imperceptiblemente la cabeza, apenas abrió los párpados y la miró molesto debajo de sus gruesas pestañas oscuras.


—De hecho, eso hace —murmuró—. Trato de dormir, si no tiene objeciones.


Tomándose su tiempo de manera irritante, el hombre volvió a cerrar los párpados y se sumió en el olvido dejando que Paula rechinara los dientes por la frustración.


Una ojeada a la gran tienda de campaña no la ayudó a recobrar el equilibrio. Reconoció el esbelto cuerpo de Ruben Blake que se dirigía hacia el puesto de exhibición, y en ese momento, lo último que Paula deseaba era que él la viera. 


Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para darse el tiempo para tratar con él. De hecho, sus angustias del momento quizá se debían a que él sabía que ella estaba de regreso en Eastlake. Tenía que pensar muy bien con respecto al asunto. Al menos podía tratar de robarse más o menos una hora de gracia.


Dominó su creciente exasperación y volvió a observar al hombre recostado en la banca. Era evidente que Paula lo perturbaba, pero ella se rehusó a aceptar el remordimiento de conciencia que la atacó. ¿Acaso no le pagan a él por trabajar y no por mantenerse acostado en horas hábiles?


—Lamento si lo perturbo, pero realmente me agradaría subir a bordo —dijo calmada—. ¿Haría el favor de abrir la reja de la barandilla?


Las rodillas del hombre se estiraron de pronto y un músculo se contrajo en el plano sombreado de su mejilla. Al fin lo había hecho comprender. El intruso bajó los pies al suelo despacio, se sentó y estiró los hombros como queriendo aliviar una aparente tensión.


Paula lo observó pensativa y le calculó un poco más de treinta años. Él parpadeó, miró hacia donde ella se encontraba y volvió a parpadear antes de enfocarla bien. 


Esa vez, cuando la miró de arriba abajo, su escrutinio mostró interés y apreciación masculina. Como Paula estaba acostumbrada a esa clase de miradas, la ignoró.


—Me extrañó ver a alguien a bordo —comentó ella—. ¿No debería estar con el resto de su equipo?


—¿Mi equipo? —preguntó, y alzó negligente una ceja oscura.


Paula dominó su impaciencia. Él estaba a kilómetros de distancia y estaba aturdido por la somnolencia.


—La última vez que los vi estaban verificando las distancias para el salto del coche —explicó Paula—. ¿No debería estar con ellos?


—¡Ah…! —pensativo, examinó su propio calzado un momento—. Pero usted sabe que había cosas que hacer en el barco. Se necesitarán más adelante.


Claro, él diría eso. Después de todo, debía explicar su presencia en el yate.


—Lo sé, pero para eso falta una hora —contestó—. Si no le molesta me agradaría estar a bordo un rato, antes del inicio del trayecto.


Sería lo mismo si eso lo molestara. El episodio de esa mañana en el apartamento, la había perturbado bastante y con desesperación necesitaba estar un rato a solas en un ambiente tranquilo. La fiesta con toda esa gente, no proporcionaba ese aislamiento. El yate era el único lugar que se le ocurrió.


Él se puso de pie y caminó por la cubierta hasta detenerse junto a la barandilla de cromo desde donde observó a Paula.


Ella se movió inquieta. La presencia de ese hombre la ponía nerviosa. Aparte de las largas piernas y de los firmes músculos de sus bíceps, evidentes debajo del suéter oscuro, había algo en la fuerte mandíbula que invitaba a una segunda mirada. Los ojos también eran irresistibles, de un azul sorprendente.


Paula se dominó haciendo un esfuerzo. Su tambaleante serenidad nada tenía que ver con ese hombre. Se sentía muy nerviosa por la conmoción que le causó recibir el sobre con su contenido, a la hora del desayuno. Eso además de haber visto a Ruben Blake, aunque él no la vio, después de cuatro años. ¿Cómo podía esperarse que ella estuviera calmada?


—¿Me ayuda a subir a bordo? —preguntó a la expectativa y sonriendo de manera cautivadora—. Esperaba estar sola un rato.


Como él parecía no haber entendido la insinuación tuvo que ser franca.


—Yo esperaba disfrutar de lo mismo —comentó mirándola con fijeza.


Su voz era grave y agradable y recorrió las fibras nerviosas de Paula como si fuera seda fresca, pero él parecía no tener intenciones de disculparse ni de abandonar su posición.


Paula levantó la barbilla. ¡De seguro ella tenía más necesidad que él de estar sola! Por el rabillo del ojo vio que Ruben Blake volvía a caminar y gimió para sus adentros. No permitiría que ese hombre la desviara de sus propósitos.


—Mire, señor… —lo miró de modo interrogante.


—Alfonso —contestó—. Pedro Alfonso.


—Señor Alfonso, quizá cuando haya terminado el trabajo del día pueda encontrar toda la paz y el aislamiento que busca. Mientras tanto, le agradecería que se fuera y me permitiera quedarme sola un rato a bordo.


A pesar del sol, el día era frío de modo que Paula levantó su larga cabellera castaña antes de alzar el cuello de su chaqueta negra.


—No creo que sea mucho pedir —murmuró.


Su cabello se onduló y volvió a caer. Alfonso lo notó y se apoyó con firmeza en la barandilla.


—Es cuestión de otro punto de vista. Quizás usted no sabe qué papel desempeño aquí.


—Vamos, Alfonso, deje de molestar y permita que suba al maldito barco.


Hizo una mueca y él hizo un movimiento negativo con la cabeza.


—Temo que no puedo hacerlo por cuestión de seguridad.


—¿Qué? —soltó la palabra en una explosión de sonido—. ¿Piensa que creeré eso? —debía mostrarse decidida—. Soy la persona que puede subir a bordo sin que haya represalias. Paula Chaves. ¿Conoce el nombre? Esta tarde navegaré por el río dentro de esa cosa, de modo que no debe preocuparse si permite que suba.


—¿Tiene con qué identificarse? —preguntó él después de meditar.


—¿Vestida como estoy? —respondió. Le extrañó que él insistiera en seguir con esa farsa—. ¿En dónde cree que podría guardar algo?



MI UNICO AMOR: SINOPSIS





Paula acababa de regresar a ese sitio, pero alguien deseaba que se fuera de inmediato. Y como si las amenazas recibidas no fueran suficientes, Pedro Alfonso sospechaba que ella mantenía una aventura sentimental con un hombre casado. ¿Cómo se atrevía? A él su vida privada no le incumbía.


Sin embargo, Alfonso cada vez le parecía a Paula más atractivo. Por fortuna, a él sólo le interesaba Rebeca, quien nunca hacía algo indebido…

miércoles, 15 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: EPILOGO





Paula y Pedro hicieron coincidir el día de la boda con el bautizo de Malena. La novia y la pequeña llevaban el mismo traje de terciopelo beige con un lazo de seda. La casa estaba decorada con adornos de Navidad y el árbol, adornado con luces, parecía una gran tarta nupcial.


Obviamente, la ceremonia no fue muy ortodoxa; pero la noche de bodas sí que sería tradicional. Y el novio estaba haciendo un gran esfuerzo para no perder los nervios y pedir a los pocos invitados que quedaban que se marcharan a su casa. Deseaba a su mujer con todo su ser.


A las seis semanas del nacimiento de la pequeña, ella lo había invitado a pasar la noche con ella.


Pero él la había rechazado. Ella había esperado veintiocho años por él, le había dicho, por lo que podía esperar tres semanas más. Ella lo había besado y le había dado las gracias por comprenderla tan bien y él se había vuelto a enamorar de ella.


Aquel gesto tan noble le había hecho sufrir; pero no se arrepentía.


Por fin todos los invitados se marcharon. Paula subió a acostar a la niña y cuando bajó se encontró con el escenario que Pedro le había preparado. Las luces estaban apagadas. 


El cuarto sólo estaba iluminado con las luces provenientes del árbol y el fuego de la chimenea. La colcha que les había regalado Margarita estaba extendida en el suelo.


Paula caminó hacia él con una gran sonrisa de los labios.


¿Era posible desear a una mujer tanto?


—Pau —susurró él, con las manos extendidas.


Cuando llegó a su lado la tomó en brazos y tomó sus labios con pasión. Ella introdujo los dedos en su pelo y pensó que iba a volverse loca cuando sintió que él le bajaba la cremallera del vestido.


Ella comenzó a desabrocharle la camisa mientras deseaba que la tocara por todas partes. Y, a los pocos minutos, no había parte de ella que él no hubiera tocado.


El escenario no era menos perfecto que la última vez que él la había besado, que la había acariciado, que le había lamido los pechos y recorrido con labios sedientos; pero esta vez había mucho más que deseo, hambre y necesidad. Esta vez, las palabras de pasión que le susurraba al oído iban intercaladas de te quieros.


—Te quiero. He esperado toda la vida por ti. No creo que pudiera vivir sin ti.... sin esto.


Esta vez, nada que ella pudiera decir o preguntar o hacer iba a impedir que se unieran convirtiéndose en uno solo. Para que dejaran de ser sólo un hombre y una mujer y se convirtieran en marido y mujer. Esta vez no había prisas ni tenían que volver a otra vida.


Delante de ellos sólo había una noche de amor y pasión.




HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 35





YA eran las doce de te noche y Pedro no había llamado ni había vuelto a casa. Era incapaz de esperar ni un segundo más así que cedió y lo llamó al teléfono móvil. Su contestador automático saltó inmediatamente. ¡Lo había apagado!


—Llámame. Estoy histérica —le ordenó y colgó, mirando al teléfono que tenía en la mano. Lo iba a matar.


De nuevo, repasó mentalmente lo que debía haber hecho. Él le había dejado el mensaje en el contestador a las once y media; pero, cuando lo había vuelto a escuchar, se había dado cuenta de que había ruidos como si estuviera en el coche. Eso significaba que debía haber llegado sobre las tres. Después le ponía una reunión de dos horas con sus padres e imaginó que debía haber salido de vuelta a las cinco. Según esos cálculos debería haber llegado a casa a las nueve. Las nueve habían llegado y se habían ido hacía tres horas. Lo que significaba que había ocurrido algo.


Quizá sus padres no lo habían apoyado y había necesitado ir a ver al abogado. O había decidido quedarse y volver por la mañana. Por muy horrorosa que fuera la posibilidad de que estuviera con los trámites del juicio, eso era preferible a la otra cosa que no se podía quitar de la cabeza: que hubiera tenido un accidente.


Al otro lado de la habitación, Malena se quejó. La pequeña debía sentir la preocupación de su madre y, sin lugar a dudas, echaba de menos a Pedro. Esa tarde, cuando la había tomado en brazos para darle el biberón que Pedro siempre le daba, se había mostrado enfadada y no había tomado ni la mitad.


Paula la tomó en brazos, acunándola, y le prometió que Pedro volvería pronto. Y que todo volvería a la normalidad


Cuando Izaak había ido a recoger a Margarita esa tarde, le había dicho que Pedro le había confiado su preocupación sobre sus padres. Obviamente, había preferido guardarse el temor para él en lugar de tener que verla a ella vivir con el mismo miedo. Se preguntó desde cuándo estaría preocupado. ¿Todo el tiempo? ¿Habría sido ése el motivo por el que había tenido tanta prisa por arreglar la casa?


Esa misma mañana, ella había notado que tenía ojeras y él le había dicho que no había estado durmiendo muy bien. Lo cual significaba que estaba conduciendo agotado, ¿Y si se quedaba dormido al volante? ¿Y si ya había tenido un accidente?


Otra hora pasó. La una de la mañana. Quince minutos más tarde, después de que el bebé se quedara por fin dormido, las luces de un coche iluminaron la ventana. Paula se puso de pie de un salto y corrió hacia la puerta con el corazón en un puño.


—¡Voy a estrangularte, Pedro Alfonso! —dijo ella mientras caminaba hacia él.


—Pau, por favor. Por el amor de Dios. Déjame que te explique —dijo él mientras cerraba el coche.


Estaba bien. Bien. Ella llevaba horas consumiéndose y él estaba bien. Sin un rasguño. Lo iba a matar. Lentamente.


—Lo he arreglado. Por favor. No sabía lo que estaban tramando. Bueno, sabía que podía pasar, pero no estaba seguro. Yo no los he ayudado. Por favor, créeme. Vosotras sois mi familia.


Ahora sí que estaba sorprendida. ¿Creía que ella había asumido que la había traicionado?


—¿Cómo has podido pensar eso? —preguntó ella.


Pedro dio un paso hacia atrás como si hubiera recibido un golpe.


—Empecé a pensar así hace mucho —su voz sonó estrangulada, como si lo estuvieran ahogando las lágrimas—. Esperaba que empezaras a aceptarme... a confiar en mí. Al menos, un poco. Yo...


—¡Pedro! ¿De qué estás hablando, por Dios? Por supuesto que confío en ti.


Él pestañeó, no entendía muy bien


—Vamos dentro —ordenó ella, tomándolo de la mano y tirando de él—. Creo que hemos empezado mal.  Obviamente, estamos hablando de cosas diferentes.


—Pero dijiste que querías estrangularme.


Ella señaló al reloj de la entrada.


—¿Has visto qué hora es? ¿Tienes idea de lo preocupada que estaba?


Pedro parecía más confundido que nunca y se llevó una mano al cuello.


—Tenía miedo de llamarte; aunque tenía buenas noticias. Es muy fácil decirle a alguien que se vaya al diablo por teléfono. Pensé que tendría más oportunidades si me escuchabas en persona. Tenía miedo de que pensaras que te había traicionado. Después de todo, te había amenazado con hacer lo mismo que iban a hacer mis padres.


—¿Sabes cuánto tiempo hace de eso, Pedro?


Él miró el reloj.


—Cinco meses, seis días y doce...


—Una eternidad —lo interrumpió ella.


Él se quedó mirándola, acariciándola con la mirada. 


Después, la atrajo hacia sí.


—Pensaba que te había perdido. Estabas tan enfadada cuando saliste que pensé lo peor. Te quiero mucho, Pau.


Ella se echó para atrás y lo miró a los ojos.


—¿Por qué has tardado tanto?


Él la miró con una sonrisa.


—¿En darme cuenta o en llegar a casa?


Ella le rodeó el cuello con los brazos. Unas lágrimas de felicidad le nublaban la visión.



—Las dos cosas. Te quiero tanto que necesitaba oír tu voz. Tenía miedo de que te hubiera ocurrido algo.


—Vengo del infierno, pero he salido ileso.


Debía haber pasado un día terrible. Apoyó la cabeza en su pecho y lo abrazó con fuerza.


—Siento mucho que te hayas tenido que poner en contra de tus padres.


—Yo no lo siento —le dijo.


Después le contó todo lo que había sucedido a lo largo del día y cómo su madre se había enfrentado a su padre. Le contó que sus padres se iban a divorciar y que él le había prometido a su madre que hablaría con ella para que pudiera participar de la vida de la niña como su abuela. Luego le contó cómo se había enterado de que ella lo sabía y cómo había temido que pensara lo peor.


—También me sucedió otra cosa que no tiene nada que ver con Malena ni con mis padres. Mientras estaba esperando a mi madre, Deborah Freeman apareció en la biblioteca para verme. Es probablemente una de las mujeres más hermosas del estado. De hecho, hace unos años fue Miss Pensilvania.


Paula sabía de quién le estaba hablando. El divorcio de Deborah había aparecido en los periódicos. Esa mujer era del tipo de mujer que lo atraía.


—Era la princesa de mis sueños de joven — dijo, encantado—. ¿Sabes lo que pasó?


—No puedo imaginármelo.


—Se me insinuó. ¿No es fantástico?


Paula sintió unos celos terribles.


—A mí no me lo parece —dijo un poco cortante.


Él sonrió.


—A mí tampoco. Eso es lo fantástico. No me gustó nada y me di cuenta de que nunca te iba a engañar porque te quería. Ni siquiera podía soportar su perfume. Y me di cuenta de otra cosa: yo no soy como mi padre.


—Bueno, ya era hora de que te dieras cuenta —dijo ella con una sonrisa.


—¿Tú lo sabías? ¿Por qué no me lo dijiste?


—Tenías que darte cuenta por ti mismo.


Él le agarró la cara con las dos manos.


—Cásate conmigo, Pau.


—Es lo que más deseo en el mundo —dijo ella con tristeza.


—¿Pero...?


—Pero no puedo vivir en tu mundo. No quiero tener nada que ver con tu familia.


—Vosotras sois mi familia. Malena y tú. Y éste es mi mundo ahora. Puedo poner el despacho en la casa y trabajar aquí.


Paula se arrojó a sus brazos.


Pedro interpretó aquello como un sí y selló su nueva vida con un beso.