jueves, 16 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 2






Los ojos azules la observaron con aprecio. Ella vestía un ceñido pantalón negro de mezclilla, botas de cuero negro hechas a mano y un ajustado suéter debajo de la chaqueta también negra. Fue idea del fotógrafo. Había dicho que le daría un aspecto dramático y sensual. Era buena publicidad.



Alfonso sonrió y mostró sus dientes blancos y parejos.


—Sin identificación no sube —murmuró.


Paula entornó los párpados antes de hablar con furia.


—Tome, tenga esto —le colocó sus llaves en la mano y él, con curiosidad, observó la placa plateada en la argolla.


El ojo de topacio del escorpión tintineó frente a él.


—Su signo zodiacal, ¿no? ¿Se supone que esto me convencerá?


—Mi nombre está grabado en algún sitio, ¿acaso eso no resuelve el problema?—seguía buscando en sus bolsillos.


—Es muy pequeño —comentó—. Se necesita una lupa para verlo bien. Además, preferiría evitar cualquier cosa que emane de ese animal rapaz.


Paula soltó el aire. ¿Cómo podía él decir eso cuando parecía ser un animal semejante? Observó el rostro duro y angular. 


¿Qué era él? ¿León, carnero?, se preguntó.


—Principio de marzo —murmuró él—. ¿Qué soy?


—Una persona irritante —repuso al darle su tarjeta de crédito. Inclinó la cabeza en dirección a la tarjeta—. ¿Cuenta esto con su aprobación?


—Sirve para el propósito —comentó después de ver la tarjeta de plástico.


Paula volvió a meter sus objetos dentro de la chaqueta e inclinó la cabeza para ocultar la sonrisa que esbozó. Piscis, pensó y recobró la confianza. Cuando se trataba de una confrontación, ¿cómo podía compararse un pez con un escorpión?


Se enderezó y lo observó mientras él abría la reja para ofrecerle una mano. Fue una conmoción sentir los fuertes dedos alrededor de su pequeña palma. Él la ciñó con fuerza y la sostuvo del codo contra la otra mano. El contacto la dejó confusa y se soltó tan pronto sintió que pisaba con firmeza.


Volvió a dirigir la mirada hacia las grandes tiendas de campaña, pero no había señales de Ruben; había desaparecido entre la muchedumbre.


—¿Trata deludir a alguien? —preguntó Pedro.


—Trato de encontrar un poco de aislamiento —murmuró al dirigirse al otro lado de la embarcación donde no la verían.


—Intente el camarote —sugirió él y Paula lo tomó en cuenta, aunque sólo durante un momento.


Quizá cuando él se fuera… La presencia del hombre era bastante poderosa y no quiso pensar en el efecto que ejercería en ella si la seguía al reducido espacio del camarote.


—Prefiero el aire fresco —murmuró y se ruborizó un poco porque detectó que Pedro alzaba levemente los labios.


Con la cabeza en alto caminó hasta la barandilla y descansó los dedos sobre el cromo mirando el agua brillante por los reflejos del sol. Se mantuvo ahí un buen rato.


Ver el río burbujeante debió calmarla y ayudarla a pensar en el problema que más la preocupaba, pero le fue imposible concentrarse porque sabía que él estaba cerca. Oyó que el hombre se movía verificando cosas en el yate. ¿Por qué no se iba a otro sitio? ¿Cómo podía Paula pensar con claridad teniéndolo cerca? Pedro exudaba masculinidad.


—Debería aprender a destensarse —murmuró él y ella brincó al escuchar la voz cerca de su oído—. ¿Se da cuenta de lo que quiero decir? —preguntó quedo—. Está tensa como un alambre tendido. ¿Qué le molesta? ¿Está preocupada por la acrobacia?


¿Lo estaba? ¿A eso se refería su horóscopo, a esa carta anónima que le habían deslizado por debajo de la puerta esa mañana? Una empresa que planea podría estar cargada de desastre. Paula se estremeció. ¿Era una advertencia o una amenaza…? Sugería algo siniestro. ¿Quién pudo enviarlo?


Habían cortado cada palabra de diferentes revistas y periódicos, luego las habían pegado en un trozo de cartón.


—Realmente no hay nada que deba preocuparle.


Las palabras de Pedro la distrajeron y un poco temblorosa contuvo el aliento.


—Por supuesto que no. Sólo será un viaje en barco y lo único que tengo que hacer es colocarme contra el estandarte. ¿Qué puede ir mal? —observó la cubierta ordenada—. ¿No revisaron todo?


—El motor funcionó antes, fue fluido como la miel —respondió.


Paula aceptó ese consuelo. Realmente no creía que ocurriera algo desfavorable esa tarde. No, la amenaza en el horóscopo había sido más profunda e insidiosa que eso. Los asuntos del trabajo y la salud sufren al retornar a una situación conocida. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso había sido un error regresar a Eastlake?


Entonces le había parecido una decisión natural. Cuando terminó sus estudios en la universidad tuvo deseos de regresar a su lugar de nacimiento. Aunque sus padres se habían mudado a los Estados Unidos de Norteamérica, ella aún tenía amigos ahí, gente con la cual había madurado. 


Desde luego, extrañaba a su familia, pero habían ascendido a su padre a corresponsal extranjero y él no quiso desaprovechar la magnífica oportunidad.


El futuro de Paula estaba en esa ciudad y acababa de instalarse en su lindo apartamento. Aunque no lo amuebló con lujo, había elegido con cuidado y cariño las pocas piezas que tenía y Adrian la había ayudado a mudarse. Deseó haberlo visto entre la muchedumbre. La simple presencia de un rostro conocido y amistoso quizá le habría levantado el ánimo.


Pero estaba segura de una cosa; no iba a permitir que la intimidaran. Estaba decidida a triunfar en su negocio de programación y nada la detendría. De mal humor, frotó la punta de su bota en la barandilla de la cubierta. No permitiría que nadie la alejara de ahí.


—¿Quiere hablar del asunto?


Pedro la observaba y ella se perturbó por la extraña percepción que notó en los ojos azules. Ese hombre quería saberlo todo e indagaría con tesón porque las explicaciones someras no lo dejarían satisfecho.


—No tengo nada de que hablar —hizo un gesto de rebeldía porque eso no le incumbía a Pedro Alfonso.


¿Por qué no se iba? Deseó que ya se fuera. ¿No debía estar trabajando?


Se alejó de él e hizo una mueca por su propia actitud grosera. Estaba tensa como un gato que acecha a un pajarillo. Quizá la espera la ponía más nerviosa. No estaba acostumbrada a la inactividad y Alfonso no la había ayudado al quedarse ahí. De alguna manera inexplicable, él la alteraba.


Mientras miraba el agua pensó con sobriedad que de todos modos estar en el yate le había servido para esclarecer sus pensamientos hacia una dirección. No tenía sentido que algo tan tonto como un horóscopo indeseado la desequilibrara. 


No permitiría que la desviaran de sus propósitos y no cambiaría sus planes.


Se calmaría hablando con Adrian y no tendría mejor oportunidad que esa tarde. Deseaba hablar del negocio que habían mencionado la semana anterior.


Consultó su reloj y decidió que no tenía caso quedarse si Alfonso insistía en seguir cada movimiento suyo. El fotógrafo la esperaba en el puesto de exhibición dentro de unos veinte minutos, pero su breve estancia a bordo había servido al menos, para un propósito: La había mantenido alejada de Ruben. Con suerte, él ya habría desaparecido y estaría hablando con posibles clientes y para cuando la encontrara, ella estaría ocupada con otros asuntos y no podría arrinconarla.


Contempló el horizonte. Adrian debía estar en algún sitio… 


Si lo encontraba podría hablar unas palabras con él antes que ella tomara parte en los trámites. Como contestación a sus plegarias un pequeño grupo de hombres de negocios, vestidos de traje comenzó a dispersarse y apareció un hombre rubio.


Paula suspiró de alivio, murmuró su nombre y al ver que Pedro volvía la cabeza comprendió que había hablado en voz alta.


—¿Vio a alguien conocido? —siguió la dirección de su mirada y ella asintió.


—Creo que sí, es Adrian Franklyn. Este terreno es de su empresa y él dio permiso para que la fiesta se celebrara aquí. Lo busqué toda la tarde, pero de seguro estuvo muy ocupado. Necesito hablar con él.


Pedro tenía los párpados entrecerrados, pero ella descartó el problema de las reacciones masculinas y se acercó a la reja de la barandilla.


Si se daba prisa, ella y Adrian podrían beber un café en la tienda de campaña de las bebidas y hablar unos minutos.


Bajó del yate y le sonrió con dulzura a Pedro.


—Gracias por haber permitido que subiera a bordo —le dijo—. Es usted un buen guardia de seguridad. ¿No se equivocó de vocación?


—Considere que corrió con suerte porque no la registré-
Hizo una mueca.


Paula lo miró con recelo y se alejó.


—Eso es más de lo que se atrevería a hacer, Alfonso —respondió Paula desde la relativa seguridad que le ofrecía la ribera.


Él rió quedo y la risa siguió a Paula mientras caminaba deprisa sobre la hierba.




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