jueves, 16 de noviembre de 2017
MI UNICO AMOR: CAPITULO 1
Paula se apoyó bien en la inclinada ribera, y enfadada, fijó la vista en el pequeño yate anclado en el río. ¿Qué hacía ese hombre detestable, acostado sobre la banca de madera como si no tuviera ningún problema y como si fuera el dueño? Fue muy irritante verlo ahí, justo cuando ella creyó que encontraría la embarcación vacía. ¿Cómo podría meditar acerca de su actual situación si un hombre se había adueñado de su último refugio?
—¡Disculpe…! —gritó.
El hombre no dio señales de haber oído y ella frunció la frente. ¿Acaso él no pertenecía al equipo que dirigía al personal de acrobacias? Paula lo había visto antes hablando con uno de los hombres que instalaban las rampas para los coches en el extremo más lejano del campo. ¡No era la clase de hombre a quien una podía ignorar! Observó el cuerpo de largas extremidades y el pantalón de mezclilla oscura que le moldeaba los fuertes muslos y el suéter color jade que le ceñía el duro pecho masculino.
De pronto, Paula contuvo el aliento. El hombre tendría que irse. Ella necesitaba estar sola y no había otro lugar donde pudiera evitar a la muchedumbre que se arremolinaba.
Había bastantes actividades en el campo y de seguro debía de haber algún sitio donde necesitaran el trabajo del hombre.
—¡Disculpe! —volvió a gritar un poco más fuerte—. ¿Haría el favor de bajar de allí?
Él se movió y se desperezó, cruzó una pierna sobre la otra y acomodó mejor los pies sobre el brillante tablado. Dada la atención que él le prestaba, ella bien podría no estar ahí:
—Espero no estar interrumpiendo algo… —dijo Paula con sarcasmo después de apretar la boca.
Él movió casi imperceptiblemente la cabeza, apenas abrió los párpados y la miró molesto debajo de sus gruesas pestañas oscuras.
—De hecho, eso hace —murmuró—. Trato de dormir, si no tiene objeciones.
Tomándose su tiempo de manera irritante, el hombre volvió a cerrar los párpados y se sumió en el olvido dejando que Paula rechinara los dientes por la frustración.
Una ojeada a la gran tienda de campaña no la ayudó a recobrar el equilibrio. Reconoció el esbelto cuerpo de Ruben Blake que se dirigía hacia el puesto de exhibición, y en ese momento, lo último que Paula deseaba era que él la viera.
Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para darse el tiempo para tratar con él. De hecho, sus angustias del momento quizá se debían a que él sabía que ella estaba de regreso en Eastlake. Tenía que pensar muy bien con respecto al asunto. Al menos podía tratar de robarse más o menos una hora de gracia.
Dominó su creciente exasperación y volvió a observar al hombre recostado en la banca. Era evidente que Paula lo perturbaba, pero ella se rehusó a aceptar el remordimiento de conciencia que la atacó. ¿Acaso no le pagan a él por trabajar y no por mantenerse acostado en horas hábiles?
—Lamento si lo perturbo, pero realmente me agradaría subir a bordo —dijo calmada—. ¿Haría el favor de abrir la reja de la barandilla?
Las rodillas del hombre se estiraron de pronto y un músculo se contrajo en el plano sombreado de su mejilla. Al fin lo había hecho comprender. El intruso bajó los pies al suelo despacio, se sentó y estiró los hombros como queriendo aliviar una aparente tensión.
Paula lo observó pensativa y le calculó un poco más de treinta años. Él parpadeó, miró hacia donde ella se encontraba y volvió a parpadear antes de enfocarla bien.
Esa vez, cuando la miró de arriba abajo, su escrutinio mostró interés y apreciación masculina. Como Paula estaba acostumbrada a esa clase de miradas, la ignoró.
—Me extrañó ver a alguien a bordo —comentó ella—. ¿No debería estar con el resto de su equipo?
—¿Mi equipo? —preguntó, y alzó negligente una ceja oscura.
Paula dominó su impaciencia. Él estaba a kilómetros de distancia y estaba aturdido por la somnolencia.
—La última vez que los vi estaban verificando las distancias para el salto del coche —explicó Paula—. ¿No debería estar con ellos?
—¡Ah…! —pensativo, examinó su propio calzado un momento—. Pero usted sabe que había cosas que hacer en el barco. Se necesitarán más adelante.
Claro, él diría eso. Después de todo, debía explicar su presencia en el yate.
—Lo sé, pero para eso falta una hora —contestó—. Si no le molesta me agradaría estar a bordo un rato, antes del inicio del trayecto.
Sería lo mismo si eso lo molestara. El episodio de esa mañana en el apartamento, la había perturbado bastante y con desesperación necesitaba estar un rato a solas en un ambiente tranquilo. La fiesta con toda esa gente, no proporcionaba ese aislamiento. El yate era el único lugar que se le ocurrió.
Él se puso de pie y caminó por la cubierta hasta detenerse junto a la barandilla de cromo desde donde observó a Paula.
Ella se movió inquieta. La presencia de ese hombre la ponía nerviosa. Aparte de las largas piernas y de los firmes músculos de sus bíceps, evidentes debajo del suéter oscuro, había algo en la fuerte mandíbula que invitaba a una segunda mirada. Los ojos también eran irresistibles, de un azul sorprendente.
Paula se dominó haciendo un esfuerzo. Su tambaleante serenidad nada tenía que ver con ese hombre. Se sentía muy nerviosa por la conmoción que le causó recibir el sobre con su contenido, a la hora del desayuno. Eso además de haber visto a Ruben Blake, aunque él no la vio, después de cuatro años. ¿Cómo podía esperarse que ella estuviera calmada?
—¿Me ayuda a subir a bordo? —preguntó a la expectativa y sonriendo de manera cautivadora—. Esperaba estar sola un rato.
Como él parecía no haber entendido la insinuación tuvo que ser franca.
—Yo esperaba disfrutar de lo mismo —comentó mirándola con fijeza.
Su voz era grave y agradable y recorrió las fibras nerviosas de Paula como si fuera seda fresca, pero él parecía no tener intenciones de disculparse ni de abandonar su posición.
Paula levantó la barbilla. ¡De seguro ella tenía más necesidad que él de estar sola! Por el rabillo del ojo vio que Ruben Blake volvía a caminar y gimió para sus adentros. No permitiría que ese hombre la desviara de sus propósitos.
—Mire, señor… —lo miró de modo interrogante.
—Alfonso —contestó—. Pedro Alfonso.
—Señor Alfonso, quizá cuando haya terminado el trabajo del día pueda encontrar toda la paz y el aislamiento que busca. Mientras tanto, le agradecería que se fuera y me permitiera quedarme sola un rato a bordo.
A pesar del sol, el día era frío de modo que Paula levantó su larga cabellera castaña antes de alzar el cuello de su chaqueta negra.
—No creo que sea mucho pedir —murmuró.
Su cabello se onduló y volvió a caer. Alfonso lo notó y se apoyó con firmeza en la barandilla.
—Es cuestión de otro punto de vista. Quizás usted no sabe qué papel desempeño aquí.
—Vamos, Alfonso, deje de molestar y permita que suba al maldito barco.
Hizo una mueca y él hizo un movimiento negativo con la cabeza.
—Temo que no puedo hacerlo por cuestión de seguridad.
—¿Qué? —soltó la palabra en una explosión de sonido—. ¿Piensa que creeré eso? —debía mostrarse decidida—. Soy la persona que puede subir a bordo sin que haya represalias. Paula Chaves. ¿Conoce el nombre? Esta tarde navegaré por el río dentro de esa cosa, de modo que no debe preocuparse si permite que suba.
—¿Tiene con qué identificarse? —preguntó él después de meditar.
—¿Vestida como estoy? —respondió. Le extrañó que él insistiera en seguir con esa farsa—. ¿En dónde cree que podría guardar algo?
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