miércoles, 15 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 35





YA eran las doce de te noche y Pedro no había llamado ni había vuelto a casa. Era incapaz de esperar ni un segundo más así que cedió y lo llamó al teléfono móvil. Su contestador automático saltó inmediatamente. ¡Lo había apagado!


—Llámame. Estoy histérica —le ordenó y colgó, mirando al teléfono que tenía en la mano. Lo iba a matar.


De nuevo, repasó mentalmente lo que debía haber hecho. Él le había dejado el mensaje en el contestador a las once y media; pero, cuando lo había vuelto a escuchar, se había dado cuenta de que había ruidos como si estuviera en el coche. Eso significaba que debía haber llegado sobre las tres. Después le ponía una reunión de dos horas con sus padres e imaginó que debía haber salido de vuelta a las cinco. Según esos cálculos debería haber llegado a casa a las nueve. Las nueve habían llegado y se habían ido hacía tres horas. Lo que significaba que había ocurrido algo.


Quizá sus padres no lo habían apoyado y había necesitado ir a ver al abogado. O había decidido quedarse y volver por la mañana. Por muy horrorosa que fuera la posibilidad de que estuviera con los trámites del juicio, eso era preferible a la otra cosa que no se podía quitar de la cabeza: que hubiera tenido un accidente.


Al otro lado de la habitación, Malena se quejó. La pequeña debía sentir la preocupación de su madre y, sin lugar a dudas, echaba de menos a Pedro. Esa tarde, cuando la había tomado en brazos para darle el biberón que Pedro siempre le daba, se había mostrado enfadada y no había tomado ni la mitad.


Paula la tomó en brazos, acunándola, y le prometió que Pedro volvería pronto. Y que todo volvería a la normalidad


Cuando Izaak había ido a recoger a Margarita esa tarde, le había dicho que Pedro le había confiado su preocupación sobre sus padres. Obviamente, había preferido guardarse el temor para él en lugar de tener que verla a ella vivir con el mismo miedo. Se preguntó desde cuándo estaría preocupado. ¿Todo el tiempo? ¿Habría sido ése el motivo por el que había tenido tanta prisa por arreglar la casa?


Esa misma mañana, ella había notado que tenía ojeras y él le había dicho que no había estado durmiendo muy bien. Lo cual significaba que estaba conduciendo agotado, ¿Y si se quedaba dormido al volante? ¿Y si ya había tenido un accidente?


Otra hora pasó. La una de la mañana. Quince minutos más tarde, después de que el bebé se quedara por fin dormido, las luces de un coche iluminaron la ventana. Paula se puso de pie de un salto y corrió hacia la puerta con el corazón en un puño.


—¡Voy a estrangularte, Pedro Alfonso! —dijo ella mientras caminaba hacia él.


—Pau, por favor. Por el amor de Dios. Déjame que te explique —dijo él mientras cerraba el coche.


Estaba bien. Bien. Ella llevaba horas consumiéndose y él estaba bien. Sin un rasguño. Lo iba a matar. Lentamente.


—Lo he arreglado. Por favor. No sabía lo que estaban tramando. Bueno, sabía que podía pasar, pero no estaba seguro. Yo no los he ayudado. Por favor, créeme. Vosotras sois mi familia.


Ahora sí que estaba sorprendida. ¿Creía que ella había asumido que la había traicionado?


—¿Cómo has podido pensar eso? —preguntó ella.


Pedro dio un paso hacia atrás como si hubiera recibido un golpe.


—Empecé a pensar así hace mucho —su voz sonó estrangulada, como si lo estuvieran ahogando las lágrimas—. Esperaba que empezaras a aceptarme... a confiar en mí. Al menos, un poco. Yo...


—¡Pedro! ¿De qué estás hablando, por Dios? Por supuesto que confío en ti.


Él pestañeó, no entendía muy bien


—Vamos dentro —ordenó ella, tomándolo de la mano y tirando de él—. Creo que hemos empezado mal.  Obviamente, estamos hablando de cosas diferentes.


—Pero dijiste que querías estrangularme.


Ella señaló al reloj de la entrada.


—¿Has visto qué hora es? ¿Tienes idea de lo preocupada que estaba?


Pedro parecía más confundido que nunca y se llevó una mano al cuello.


—Tenía miedo de llamarte; aunque tenía buenas noticias. Es muy fácil decirle a alguien que se vaya al diablo por teléfono. Pensé que tendría más oportunidades si me escuchabas en persona. Tenía miedo de que pensaras que te había traicionado. Después de todo, te había amenazado con hacer lo mismo que iban a hacer mis padres.


—¿Sabes cuánto tiempo hace de eso, Pedro?


Él miró el reloj.


—Cinco meses, seis días y doce...


—Una eternidad —lo interrumpió ella.


Él se quedó mirándola, acariciándola con la mirada. 


Después, la atrajo hacia sí.


—Pensaba que te había perdido. Estabas tan enfadada cuando saliste que pensé lo peor. Te quiero mucho, Pau.


Ella se echó para atrás y lo miró a los ojos.


—¿Por qué has tardado tanto?


Él la miró con una sonrisa.


—¿En darme cuenta o en llegar a casa?


Ella le rodeó el cuello con los brazos. Unas lágrimas de felicidad le nublaban la visión.



—Las dos cosas. Te quiero tanto que necesitaba oír tu voz. Tenía miedo de que te hubiera ocurrido algo.


—Vengo del infierno, pero he salido ileso.


Debía haber pasado un día terrible. Apoyó la cabeza en su pecho y lo abrazó con fuerza.


—Siento mucho que te hayas tenido que poner en contra de tus padres.


—Yo no lo siento —le dijo.


Después le contó todo lo que había sucedido a lo largo del día y cómo su madre se había enfrentado a su padre. Le contó que sus padres se iban a divorciar y que él le había prometido a su madre que hablaría con ella para que pudiera participar de la vida de la niña como su abuela. Luego le contó cómo se había enterado de que ella lo sabía y cómo había temido que pensara lo peor.


—También me sucedió otra cosa que no tiene nada que ver con Malena ni con mis padres. Mientras estaba esperando a mi madre, Deborah Freeman apareció en la biblioteca para verme. Es probablemente una de las mujeres más hermosas del estado. De hecho, hace unos años fue Miss Pensilvania.


Paula sabía de quién le estaba hablando. El divorcio de Deborah había aparecido en los periódicos. Esa mujer era del tipo de mujer que lo atraía.


—Era la princesa de mis sueños de joven — dijo, encantado—. ¿Sabes lo que pasó?


—No puedo imaginármelo.


—Se me insinuó. ¿No es fantástico?


Paula sintió unos celos terribles.


—A mí no me lo parece —dijo un poco cortante.


Él sonrió.


—A mí tampoco. Eso es lo fantástico. No me gustó nada y me di cuenta de que nunca te iba a engañar porque te quería. Ni siquiera podía soportar su perfume. Y me di cuenta de otra cosa: yo no soy como mi padre.


—Bueno, ya era hora de que te dieras cuenta —dijo ella con una sonrisa.


—¿Tú lo sabías? ¿Por qué no me lo dijiste?


—Tenías que darte cuenta por ti mismo.


Él le agarró la cara con las dos manos.


—Cásate conmigo, Pau.


—Es lo que más deseo en el mundo —dijo ella con tristeza.


—¿Pero...?


—Pero no puedo vivir en tu mundo. No quiero tener nada que ver con tu familia.


—Vosotras sois mi familia. Malena y tú. Y éste es mi mundo ahora. Puedo poner el despacho en la casa y trabajar aquí.


Paula se arrojó a sus brazos.


Pedro interpretó aquello como un sí y selló su nueva vida con un beso.



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