lunes, 9 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 6




¿Llegaría algún día el momento en el que la presencia de Pedro no afectara a Paula?


«Sí», pensó ella con determinación. Siempre y cuando no tuviera que verlo, la vida seguiría su curso normal. ¿O no? 


Ya habían pasado casi cinco años y no había pasado un solo día en el que no hubiera pensado en él. Estar en la casa de Pedro no estaba resultando fácil.


En aquel momento, Paula no tenía otra elección.


Como si se hubiera dado cuenta de que no estaba solo, Pedro se dio la vuelta. Cuando se dio cuenta de que era Paula quien tenía enfrente, sus ojos se abrieron más, pero quedaron cubiertos por un velo que tapaba cualquier atisbo de humanidad.


—¿Nadie te ha dicho nunca que es de mala educación acercarse por la espalda y a hurtadillas a la gente? —le preguntó Pedro a Paula.


«Vete al infierno», pensó ella.


No le dijo nada, pero se tuvo que morder la lengua. Lo último que necesitaba era iniciar una discusión. Había demasiado en juego, así que hablaría con él de forma civilizada.


—Lo siento —dijo finalmente ella en un tono moderado.


—No lo sientes.


Paula no había querido asustarlo. Simplemente había pasado por la puerta que daba al porche y lo había visto allí.


Sentado sobre una de las sillas de hierro y contemplando el atardecer absorto en sus pensamientos.


Paula quizás hubiese podido toser, para anunciar su presencia, pero no se le había ocurrido. Se había limitado a salir al porche porque aquella era una oportunidad de hablar con él que no debía dejar pasar.


—Mira, Pedro, no quiero pelearme contigo —dijo por fin.


—¿Es que nos estamos peleando? —preguntó él.


—Tampoco quiero empezar con los juegos de palabras.


Pedro se metió las manos en los bolsillos y la tela marcó la prominencia de sus partes íntimas. Por un instante la mirada de Paula se paseó por la protuberancia que se intuía tras la cremallera del pantalón de Pedro. En cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo, lo miró a la cara, deseando que él no se hubiera dado cuenta del despiste.


—¿Entonces qué es lo que quieres? —preguntó él.


—Ocupar el lugar de mi madre.


—¿Como mi ama de llaves? —dijo boquiabierto.


—Sí —repuso ella.


Pedro se echó a reír.


—Vuelve a la realidad.


—Estoy hablando en serio, Pedro.


—Yo también y te digo desde ya que no.


—¿Por qué no? —preguntó Paula.


—Vamos, Paula, tú sabes la razón. Eres enfermera y ése es tu trabajo.


—Puedo ser las dos cosas. Me encargaré de la casa y seré la enfermera de mi madre.


—¿Y qué pasa con Teo?


—Buscaré alguien que lo cuide durante el día.


—No.


—La mente de mi madre es su peor enemiga ahora mismo. Piensa que la vas a sustituir —prosiguió Paula sin hacer caso de la rotunda negativa.


—Eso es una tontería. Ella tendrá trabajo en esta casa mientras lo quiera. Eso déjaselo bien claro.


—Aprecio tu gesto, pero aun así quiero asumir su trabajo. Puedo cuidar de mamá, animarla y además verá que la estoy sustituyendo de forma temporal. Así no podrá preocuparse de que tú busques a otra persona que la sustituya para siempre. Estará segura de que yo sólo estoy aquí por un tiempo. Además, sé desempeñar el trabajo. Crecí ayudándola a limpiar casas.


—¿Estás loca? Tú no tienes ninguna necesidad de realizar ese trabajo —dijo Pedro completamente alucinado.


—No tengo que hacerlo. Quiero hacerlo.


—Maldita mujer. No has cambiado un ápice.


—¿Qué? —Paula alzó las cejas sorprendida.


—Sí, sigues siendo más terca que una mula.


Paula estuvo a punto de sonreír, pero se contuvo. Se esforzó para mantenerse con los pies en la tierra.


—Tú también eres bastante terco —declaró.


En aquel momento sus miradas se encontraron y se produjo tal magnetismo que ninguno de los dos pudo apartar la vista.


De repente fue como si el oxígeno de la habitación se hubiera acabado. A Paula le costaba respirar y por el color pálido del rostro de Pedro, se atrevía a pensar que a él le estaba ocurriendo lo mismo. Allí pasaba algo, aunque Paula no supiera ponerle nombre.


¿Sería deseo? No, se estaba equivocando. Pedro la despreciaba y eso no iba a cambiar. Además, ella tampoco lo deseaba, a pesar de que el recuerdo de sus encuentros sexuales no la abandonaba.


Paula se forzó a dejar el pánico a un lado. Tomó aire y lo miró suplicante.


—Me lo pensaré —murmuró Pedro hundiendo aún más las manos en los bolsillos y por lo tanto, ajustando la tela aún más a su cuerpo.


—Gracias —murmuró ella desviando la vista.


Pedro se echó a reír, pero sin el menor atisbo de humor.


Paula se dio cuenta de que se estaba sonrojando y decidió que era mejor marcharse antes de que Pedro empezara a insultarla.


—¿Por qué me abandonaste? —preguntó él de repente.


Paula se quedó paralizada.



PLACER: CAPITULO 5



Aquella mañana tenía la ardua tarea de darle a Monica las malas noticias. Al menos Teo estaba con ella. El niño apenas si había abandonado la habitación desde que habían llegado. Era como si se hubiera olvidado de los caballos y del ganado que tanto le habían fascinado al principio. Monica no había parado de jugar con él hasta que Paula había distraído a Teo para que su madre no se cansara. Paula sabía que no tenía sentido posponer lo inevitable. Trató de recuperar la compostura y se dirigió a la habitación de su madre, sin poder evitar echar un vistazo a su alrededor. No es que esperara que Pedro estuviera escondido al acecho, pero se sentía intranquila caminando por aquella casa.


No tenía ni idea de a qué hora había regresado Pedro a casa la noche anterior. Aunque lo había sentido entrar en su habitación y le había parecido que era tarde. No le importaba ni dónde había ido y qué había hecho. La relación entre ellos era agua pasada y no había ninguna razón por la que Paula tuviera que estar pendiente de sus idas y venidas. Su único objetivo era evitarlo a toda costa.


Paula dejó aquel pensamiento desagradable a un lado y llamó suavemente a la puerta de su madre. Entró y se encontró que Monica estaba dormida con Teo tumbado a su lado coloreando un cuaderno.


—Hola, mami —dijo él en voz baja—. La abuela se ha quedado dormida.


—Está cansada, cariño —dijo Paula. Se agachó y tomó al niño entre sus brazos—. Ahora quiero que vayas a nuestra habitación un rato y que sigas allí coloreando, ¿vale?


—No quiero —dijo Teo haciendo un mohín.


Paula sonrió.


—Lo sé, pero sólo serán unos minutos, después yo iré a buscarte. Tengo que hablar a solas con la abuela.


—¿Por qué no puedo quedarme?


—Teo —dijo ella con una mirada seria.


El niño recogió sus cosas y con cara de disgusto se fue hacia la puerta.


—No te muevas de la habitación.


—Vale —balbuceó Teo.


Paula se quedó pendiente hasta que lo vio llegar al vestíbulo y cerrar la puerta. Era tan bueno. Paula casi nunca le obligaba a irse, pero en aquella ocasión no quería que escuchara lo que tenía que decirle a su madre. Tenía miedo de que Monica no reaccionara bien.


—Mamá —dijo Paula mientras acariciaba el hombro de su madre.


Monica abrió los ojos y por unos instantes pareció estar desorientada. Cuando finalmente reconoció a Paula, sonrió aliviada pero al instante frunció el ceño.


—¿Dónde está Teo? —preguntó.


—Está en nuestra habitación. Volverá enseguida.


—¿Qué hora es?


—Es casi mediodía —dijo Paula.


—Vaya, querida, no me puedo creer que haya dormido tanto.


—Eso está bien, madre. Necesitas descansar cuanto más mejor.


—No. Lo que necesito es pasar el máximo de tiempo posible con mi hija y con mi nieto, antes de volver a trabajar —contestó Monica.


—Mamá... —comenzó Paula después de un silencio. No sabía cómo empezar.


—Vas a decirme que no voy a poder volver a trabajar pronto, ¿verdad? —preguntó Monica con los ojos clavados en los de su hija.


—Así es.


—No, así no es.


—Yo...


—Voy a ponerme bien. Sé que se han dañado algunos músculos de la espalda...


—Se han dañado. Y según el doctor la recuperación no va a ser ni rápida ni sencilla —explicó Paula.


—Me niego a creer eso —contestó Monica con la voz temblorosa.


—Es la verdad, madre, y tienes que enfrentarte a ella. Más bien tienes que aceptarla. Quizás si no tuvieras osteoporosis la situación sería más sencilla.


—¿Pero qué voy hacer con mi trabajo? Hasta ahora Pedro se ha portado muy bien conmigo, pero al final contratará a alguien que me sustituya. Tendrá que hacerlo y yo me pongo mala con sólo pensarlo.


—Mamá, no le des más vueltas a eso ahora. Pedro no te va a sustituir.


—¿Acaso te lo ha dicho él?


—No.


—Entonces no tienes ni idea de lo que está pasando por su mente —soltó Monica con la voz rota.


—Mamá, por favor, no te preocupes. Todo va a salir bien —dijo Paula mientras acariciaba la mejilla de su madre.


—Él no sabe... —la voz de Monica se rompió de nuevo.


—Toda la información sobre tu lesión. ¿Es eso lo que ibas a decir? —preguntó Paula. Su madre apenas si asintió—. Así que sólo le contaste lo que tú querías que supiera. O más bien lo que pensabas que él quería oír.


—No puedo creer que me esté pasando esto.


—Mira, mamá, no es tan horrible como lo estás pintando.


—Dices eso porque no te está pasando a ti —dijo Monica—. De lo cual me alegro mucho. No soportaría verte a ti en esta situación.


—Claro que lo soportarías. Y vendrías a cuidarme como yo estoy haciendo contigo.


—No puede ser. Tú tienes un hijo y un trabajo. Y una vida propia. No puedes...


—Shhh. Ya es suficiente. No voy a abandonar mi vida, por el amor de Dios. Descansa tranquila que yo tengo un plan —dijo Paula suavemente.


—¿Cuál? —preguntó Monica en un tono de sospecha.


—Luego te lo cuento —dijo Paula inclinándose para poder darle un beso a su madre —. Y ahora, voy a decirle a Teo que ya puede venir, a no ser que quieras seguir durmiendo.


—Ni se te ocurra decirle que no venga. Quiero pasar todo el tiempo posible con mi nieto.


—A propósito, he hablado bastante con el doctor Coleman —dejó caer Paula. Monica alzó la barbilla—. Hey, no te preocupes. Hablaremos de eso también después. Mientras tanto baja esa barbilla. Y no te preocupes, porque todo va a salir bien.


Monica trató de sonreír.


—Tráeme a mi niño de vuelta. Tengo planes que no te incluyen a ti.


—No dejes que te agote, sabes que puede hacerlo —bromeó Paula sonriente ante el humor de su madre.


—Eso es asunto mío.


Cuando Paula llegó a la puerta de su habitación se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Se limpió y entró.


—Hola, guapo, la abuela te está esperando —le dijo a Teo.



PLACER: CAPITULO 4





—Oh, doctor, gracias por llamarme.


—No se preocupe. Sé que está preocupada por su madre y es lógico —respondió el doctor Gustavo Coleman.


Paula se estremeció ante las palabras sinceras del médico.


Pero ella era enfermera, no debía sorprenderse. La mayoría de los médicos no se andaban por las ramas. El jefe de Paula, Alberto Nutting estaba cortado por ese mismo patrón.


No obstante Paula se asustó. Estaban hablando de su madre, quien siempre había sido su mayor apoyo. El padre de Paula había muerto cuando ella era pequeña de un fallo cardiaco y se habían quedado bastante desprotegidas económicamente. Monica había tenido que trabajar de la mañana a la noche para sacarla adelante. Y sin embargo nunca había desatendido a su hija. Monica siempre había encontrado momentos para compartir con ella, sin importarle lo cansada o atareada que estuviera.


—¿Está usted ahí, señora Chaves? —preguntó el médico. 


Paula se dio cuenta de que se había quedado absorta en sus pensamientos.


—Perdone. Me he quedado pensando en mi madre. Ahora que la he visto, estoy muy preocupada.


—Como le he dicho antes, tiene motivos para estarlo. Ha sufrido una caída muy mala, y como usted ya sabe, la espalda ha sido dañada. Pero no hay ninguna fractura.


Monica se había caído en el vestíbulo de la casa dos semanas atrás. Cuando Paula había conseguido hablar desde Houston con el doctor Coleman, éste le había enviado una copia de las pruebas. Entonces Paula se había dado cuenta de la gravedad de la situación y había corrido junto a su madre.


—Le estoy muy agradecida por haberme mantenido informada en todo momento, doctor.


—No podía hacer otra cosa. Como ya la he dicho, Monica está hecha de una madera especial. Sé que tiene muchos dolores, sin embargo, sufre en silencio.


—Pero eso no es bueno.


—Tiene razón. No quiero que sufra. Pero creo que Monica es la paciente más testaruda que tengo —confesó el doctor con una sonrisa.


A Paula le agradó aquel gesto. Nunca había visto al médico en persona, pero había tenido incontables conversaciones telefónicas con él. Cada vez estaba más impresionada por su sentido del humor y por lo atento que se mostraba con su madre.


—Quiero hacerle otra resonancia magnética pronto, así podremos comprobar si los músculos dañados están empezando a cicatrizar o no. Mientras tanto he encargado un corsé para que pueda ponérselo. No quiero que se mueva de la cama si no lo lleva puesto —prosiguió el doctor.


—Parece entonces que va a tener que guardar reposo durante bastante tiempo —comentó Paula cada vez más preocupada.


—Sí. Sobre todo por la osteoporosis.


—Así que nos enfrentamos a un periodo de recuperación largo —dijo Paula con el corazón en un puño.


—No necesariamente. Monica es tan decidida que creo que podrá recuperarse mucho antes que cualquiera de nosotros en su caso. Lo que sí que está claro es que se tiene que olvidar de trabajar durante una buena temporada.


—¿Y qué hay de la rehabilitación?


—Tendrá que hacerla, pero todavía es pronto.


Paula estaba luchando contra los sentimientos que estaban desatándose en su interior. Tenía un panorama desolador. 


¿Qué ocurriría si su madre nunca llegaba a recuperar toda la movilidad? Monica siempre había trabajado y había sido una mujer llena de vitalidad.


—Me va a tener que ayudar para convencerla de que no puede trabajar. Supongo que hasta el momento no le ha comentado nada de esto. Ella piensa que la semana que viene ya estará fregando suelos —dijo Paula.


—Alguien tendrá que fregar los suelos, pero no va a ser Monica.


—Gracias por ser tan tremendamente sincero conmigo. Ahora yo tendré que ser tremendamente sincera con ella —afirmó Paula tras un suspiro.


—Si espera un rato, me acercaré al rancho. Y los dos le podremos soltarle la noticia.


—Gracias por su amabilidad, pero déjeme intentarlo a mí. Si se me resiste, se lo comunicaré.


—Llámeme cuando sea necesario.


Cuando la conversación terminó, Paula se quedó con el auricular en la mano unos instantes antes de colgar. Estaba aturdida.





domingo, 8 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 3





Afortunadamente, Pedro fue el primero en apartar la mirada. 


Por alguna extraña razón a Paula le había resultado imposible dejar de mirarlo. A pesar de la distancia, la figura esbelta y amenazante de Pedro había atrapado su mirada. 


Paula era consciente de que si hubieran estado más cerca habría podido apreciar la animadversión que probablemente reflejaban los ojos de él.


Menos mal que Pedro se había dado la vuelta y se había marchado. Sin embargo, Paula se había quedado clavada en el sitio. Se había sentido tan frágil como una de las hojas que caían de los árboles, pensando que nunca más se volvería a sentir comprometida con nadie.


Comenzó a caminar hacia su habitación diciéndose a sí misma que aquél era un pensamiento muy destructivo. 


Había refrescado y cuando quiso entrar en la casa se dio cuenta de que estaba temblando, no tanto por el frío sino por haberse encontrado de nuevo con Pedro.


Se sentó en el primer sillón que encontró y trató de calmar los latidos acelerados de su corazón. Por fin estaba sola. 


Teo se encontraba con su abuela, quien estaba feliz contándole cuentos. El niño escuchaba con atención cada una de las palabras de Monica.


Antes de haber salido a dar un paseo, Paula se había quedado mirándolos desde la puerta y se había sentido en paz consigo misma. Ir al rancho, a pesar de los obstáculos, había sido lo correcto. Su madre necesitaba estar con ella tanto como establecer un vínculo más fuerte con su nieto. 


Hasta la fecha, Monica y Teo apenas si habían tenido posibilidad de desarrollar una relación tan especial como era la de abuela y nieto.


Sin embargo las dudas no dejaban de asaltarla después de aquella extraña situación que acababa de vivir con Pedro


Trató de evitar pensar y concentró su atención en la habitación.


Las paredes estaban pintadas de color azul cobalto y había una cama con dosel situada en una esquina. Al otro lado de la habitación había un armario y a su lado el escritorio y el sofá donde estaba sentada. Sin lugar a dudas era un espacio agradable en el que Paula hubiera estado cómoda para quedarse un periodo de tiempo largo. Sin embargo, aun si su trabajo se lo hubiera permitido, no habría funcionado.


Y el motivo era Pedro.


De repente los ojos se le llenaron de lágrimas. Se enfadó ante aquella reacción y apretó los puños. No iba a permitir que sus emociones la desestabilizaran de nuevo. Ya se había permitido llorar antes del viaje, así que era una fase superada.


No obstante no conseguía echar la imagen de Pedro de su mente. Lo había encontrado guapísimo. Era un hombre alto y delgado, pero no flaco. Sus músculos se habían modelado de una forma perfecta gracias al trabajo físico. Tenía el pelo corto y castaño con algunos reflejos rubios. Paula hubiera jurado que le había visto también algunas canas. Sus ojos seguían teniendo aquel impresionante color, tan negros como el azabache, y las pestañas eran largas. Aquella mirada era el rasgo más característico y atractivo de Pedro.


Y él sabía cómo utilizarla. Paula sentía que ningún hombre la había mirado de la forma en la que lo hacía Pedro. Siempre había sido una mirada llena de deseo.


Hasta aquel día.


Aquella tarde, cuando se había encontrado con él en la casa, no había encontrado ni rastro de aquel deseo sexual. La mirada de Pedro solamente había reflejado hostilidad y un enfado que rallaba en el odio. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Paula al recordarlo y se cruzó de brazos como si quisiera protegerse.


¿Protegerse de Pedro?


El ya no era el hombre que Paula había conocido. Además de los cambios en su aspecto físico, había cambios en su forma de actuar. Desde el primer momento en el que lo había conocido, un fatídico verano cinco años atrás, le había resultado un tipo demasiado gallito y seguro de sí mismo. 


Pero a Paula no le había ofendido aquella actitud, sino que más bien le había atraído.


Aquella tarde no sólo le había encontrado gallito y seguro de sí mismo, además, había estado ácido, cínico e inflexible.


Paula no podía olvidar que Pedro la había traicionado en el pasado. Si alguien había sufrido, había sido ella. Y lo admitía aunque no estuviera dispuesta a mostrar su dolor ante todo el mundo.


Tragó saliva y se incorporó. Los recuerdos vivos de la última vez que había estado con Pedro asaltaron su mente. Si la memoria no le fallaba, ella había ido al granero en su busca. 


Se había subido sobre los montones de paja y se había quedado dormida. Había soñado con Pedro y cuando finalmente había abierto los ojos, se había encontrado con que él estaba apoyado en un poste mirándola con un incontenible deseo.


Había sido un verano caluroso y Paula aquella noche había ido ligera de ropa: unos pantalones vaqueros cortos, un top sin sujetador y unas chanclas. Además Pedro prácticamente la había desnudado con aquella mirada.


Paula había sentido una oleada de calor entre sus muslos apretados.


Se había dado cuenta de que la respiración de Pedro no había llevado un ritmo normal ya que su nuez se había movido agitadamente. Él había comenzado a andar lentamente mientras sus dedos se habían ocupado en desabrochar la cremallera del pantalón.


Paula se había quedado quieta, escuchando la fuerza de los latidos de su corazón, mientras había observado todo a cámara lenta. Cuando él había llegado a su lado, Paula había desviado la vista de los ojos de Pedro a su potente erección.


No había podido hablar, tenía la boca demasiado seca. Sólo había podido admirar al hombre que había tenido enfrente, que en aquel momento se había quitado la camiseta y la había lanzado lejos. Paula había soltado un suspiro al observar cada centímetro cuadrado de aquel cuerpo y sobre todo, la erección que no había dejado de crecer.


El pulso de Paula había sido tan acelerado, que se había sentido aturdida. No habría podido apartar su mirada de aquel hombre ni aunque la hubieran estado apuntando con una pistola, a pesar de que no había sido la primera vez que había visto a Pedro en aquella situación.


Desde el primer día en que Paula había llegado al rancho aquel verano, Pedro y ella se habían convertido en inseparables. La pasión había surgido a primera vista.


Paula no sabía en qué momento aquella pasión se había transformado en amor. Quizás hubiese sido después de que él la hubiera poseído por primera vez. Desde aquel instante, ninguno de los dos había podido resistirse a la atracción existente. Cuando el final del verano había llegado, las cosas habían seguido el mismo curso. Cada vez que él se había acercado a Paula o la había mirado, ella se había derretido.


Y aquel día no había sido una excepción.


—Eres un hombre muy guapo —le había dicho ella con su voz aterciopelada, ligeramente quebrada por el deseo.


Pedro se había limitado a sonreír. Se había arrodillado frente a ella y le había quitado la ropa.


—Tú sí que eres guapa —había dicho él devorándola con la mirada.


Pedro se había inclinado y había tomado en su boca un pezón ya excitado. Lo había lamido hasta casi hacer que Paula perdiera el sentido y después le había chupado el otro pezón.


Después de que la lengua de Pedro descendiera hacia el vientre, Paula había pasado a la acción y había tomado el miembro erecto entre sus dedos acariciando hábilmente con el pulgar su extremo.


Pedro había soltado un gemido y había abierto las piernas de Paula. Suavemente había introducido dos dedos dentro de ella.


—Oh, sí —había suspirado Paula mientras sus caderas se habían movido incontroladamente.


—Nena, nena... estás tan húmeda, estás lista.


—Por favor, ya. No me hagas esperar más —había suplicado Paula.


Pedro se había apoyado sobre sus manos y la había penetrado sin más dilación. Durante unos instantes, se había quedado quieto y Paula había aprovechado para rodearlo fuertemente con sus piernas, bajo su mirada ardiente.


Había sido entonces cuando Pedro había empezado a moverse rítmicamente, sin descanso, hasta que los dos habían alcanzado el éxtasis simultáneamente. 


Después Pedro se había desplomado sobre ella y Paula lo había abrazado con fuerza.


—¿Peso mucho? —había susurrado Pedro en su oído.


—No.


—Seguro que sí —había insistido y había hecho que los dos cuerpos rodaran de tal manera, que el de Paula quedara sobre el de él.


—Me parece increíble que aún sigas dentro de mí —había dicho ella sobrecogida.


—A mí también, sobre todo porque me has dejado exhausto.


Paula había sonreído y lo había besado de nuevo.


De repente la mirada de Pedro se había ensombrecido.


—¿Sabes una cosa? —le había preguntado él.


—Sé muchas cosas y una de ellas es que te quiero.


—Yo también te quiero mucho. Te quiero tanto que me he dejado llevar y no me he puesto un preservativo.


Se mantuvieron en silencio unos segundos.


—¿Estás enfadada conmigo? —le había preguntado Pedro.


—No. Yo también soy responsable.


—Ya, pero yo debería haber sido más responsable.


—Shhh. No pasa nada. No me toca ovular en este momento del ciclo. Al menos, eso creo.


—Lo siento.


—No digas eso. He disfrutado de cada segundo. No hay nada de lo que arrepentirse.


El recuerdo de aquella frase devolvió a Paula al presente. Al dolor y al daño que habían seguido a aquella noche de pasión.


Paula se dirigió al baño para lavarse la cara con agua fría y tratar de interrumpir el llanto. El frío aclaró ligeramente su mente confusa.


Nada podía hacer para cambiar lo que había sucedido entre ella y Pedro. Lo único que estaba en su mano era tratar de controlar la reacción ante su presencia. A pesar de que aquella relación le había dejado profundas secuelas, también era el origen de lo más valioso que había tenido en su vida, Teo.


Nunca se arrepentiría de haberlo tenido.


En aquel momento, Paula escuchó el sonido de un motor. Se asomó al porche y vio a Pedro montado en la furgoneta. Se quedó observándolo hasta que las luces del vehículo, desaparecieron.


Paula entró en la casa y se dirigió a la habitación de su madre, donde Teo la recibió con una cara alegre.


—Mami, mami, ven a ver lo que la abuelita me ha dado —dijo el niño.


Paula recuperó la compostura y se reafirmó en la decisión de guardar el pasado bajo llave en su corazón.