domingo, 8 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 3





Afortunadamente, Pedro fue el primero en apartar la mirada. 


Por alguna extraña razón a Paula le había resultado imposible dejar de mirarlo. A pesar de la distancia, la figura esbelta y amenazante de Pedro había atrapado su mirada. 


Paula era consciente de que si hubieran estado más cerca habría podido apreciar la animadversión que probablemente reflejaban los ojos de él.


Menos mal que Pedro se había dado la vuelta y se había marchado. Sin embargo, Paula se había quedado clavada en el sitio. Se había sentido tan frágil como una de las hojas que caían de los árboles, pensando que nunca más se volvería a sentir comprometida con nadie.


Comenzó a caminar hacia su habitación diciéndose a sí misma que aquél era un pensamiento muy destructivo. 


Había refrescado y cuando quiso entrar en la casa se dio cuenta de que estaba temblando, no tanto por el frío sino por haberse encontrado de nuevo con Pedro.


Se sentó en el primer sillón que encontró y trató de calmar los latidos acelerados de su corazón. Por fin estaba sola. 


Teo se encontraba con su abuela, quien estaba feliz contándole cuentos. El niño escuchaba con atención cada una de las palabras de Monica.


Antes de haber salido a dar un paseo, Paula se había quedado mirándolos desde la puerta y se había sentido en paz consigo misma. Ir al rancho, a pesar de los obstáculos, había sido lo correcto. Su madre necesitaba estar con ella tanto como establecer un vínculo más fuerte con su nieto. 


Hasta la fecha, Monica y Teo apenas si habían tenido posibilidad de desarrollar una relación tan especial como era la de abuela y nieto.


Sin embargo las dudas no dejaban de asaltarla después de aquella extraña situación que acababa de vivir con Pedro


Trató de evitar pensar y concentró su atención en la habitación.


Las paredes estaban pintadas de color azul cobalto y había una cama con dosel situada en una esquina. Al otro lado de la habitación había un armario y a su lado el escritorio y el sofá donde estaba sentada. Sin lugar a dudas era un espacio agradable en el que Paula hubiera estado cómoda para quedarse un periodo de tiempo largo. Sin embargo, aun si su trabajo se lo hubiera permitido, no habría funcionado.


Y el motivo era Pedro.


De repente los ojos se le llenaron de lágrimas. Se enfadó ante aquella reacción y apretó los puños. No iba a permitir que sus emociones la desestabilizaran de nuevo. Ya se había permitido llorar antes del viaje, así que era una fase superada.


No obstante no conseguía echar la imagen de Pedro de su mente. Lo había encontrado guapísimo. Era un hombre alto y delgado, pero no flaco. Sus músculos se habían modelado de una forma perfecta gracias al trabajo físico. Tenía el pelo corto y castaño con algunos reflejos rubios. Paula hubiera jurado que le había visto también algunas canas. Sus ojos seguían teniendo aquel impresionante color, tan negros como el azabache, y las pestañas eran largas. Aquella mirada era el rasgo más característico y atractivo de Pedro.


Y él sabía cómo utilizarla. Paula sentía que ningún hombre la había mirado de la forma en la que lo hacía Pedro. Siempre había sido una mirada llena de deseo.


Hasta aquel día.


Aquella tarde, cuando se había encontrado con él en la casa, no había encontrado ni rastro de aquel deseo sexual. La mirada de Pedro solamente había reflejado hostilidad y un enfado que rallaba en el odio. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Paula al recordarlo y se cruzó de brazos como si quisiera protegerse.


¿Protegerse de Pedro?


El ya no era el hombre que Paula había conocido. Además de los cambios en su aspecto físico, había cambios en su forma de actuar. Desde el primer momento en el que lo había conocido, un fatídico verano cinco años atrás, le había resultado un tipo demasiado gallito y seguro de sí mismo. 


Pero a Paula no le había ofendido aquella actitud, sino que más bien le había atraído.


Aquella tarde no sólo le había encontrado gallito y seguro de sí mismo, además, había estado ácido, cínico e inflexible.


Paula no podía olvidar que Pedro la había traicionado en el pasado. Si alguien había sufrido, había sido ella. Y lo admitía aunque no estuviera dispuesta a mostrar su dolor ante todo el mundo.


Tragó saliva y se incorporó. Los recuerdos vivos de la última vez que había estado con Pedro asaltaron su mente. Si la memoria no le fallaba, ella había ido al granero en su busca. 


Se había subido sobre los montones de paja y se había quedado dormida. Había soñado con Pedro y cuando finalmente había abierto los ojos, se había encontrado con que él estaba apoyado en un poste mirándola con un incontenible deseo.


Había sido un verano caluroso y Paula aquella noche había ido ligera de ropa: unos pantalones vaqueros cortos, un top sin sujetador y unas chanclas. Además Pedro prácticamente la había desnudado con aquella mirada.


Paula había sentido una oleada de calor entre sus muslos apretados.


Se había dado cuenta de que la respiración de Pedro no había llevado un ritmo normal ya que su nuez se había movido agitadamente. Él había comenzado a andar lentamente mientras sus dedos se habían ocupado en desabrochar la cremallera del pantalón.


Paula se había quedado quieta, escuchando la fuerza de los latidos de su corazón, mientras había observado todo a cámara lenta. Cuando él había llegado a su lado, Paula había desviado la vista de los ojos de Pedro a su potente erección.


No había podido hablar, tenía la boca demasiado seca. Sólo había podido admirar al hombre que había tenido enfrente, que en aquel momento se había quitado la camiseta y la había lanzado lejos. Paula había soltado un suspiro al observar cada centímetro cuadrado de aquel cuerpo y sobre todo, la erección que no había dejado de crecer.


El pulso de Paula había sido tan acelerado, que se había sentido aturdida. No habría podido apartar su mirada de aquel hombre ni aunque la hubieran estado apuntando con una pistola, a pesar de que no había sido la primera vez que había visto a Pedro en aquella situación.


Desde el primer día en que Paula había llegado al rancho aquel verano, Pedro y ella se habían convertido en inseparables. La pasión había surgido a primera vista.


Paula no sabía en qué momento aquella pasión se había transformado en amor. Quizás hubiese sido después de que él la hubiera poseído por primera vez. Desde aquel instante, ninguno de los dos había podido resistirse a la atracción existente. Cuando el final del verano había llegado, las cosas habían seguido el mismo curso. Cada vez que él se había acercado a Paula o la había mirado, ella se había derretido.


Y aquel día no había sido una excepción.


—Eres un hombre muy guapo —le había dicho ella con su voz aterciopelada, ligeramente quebrada por el deseo.


Pedro se había limitado a sonreír. Se había arrodillado frente a ella y le había quitado la ropa.


—Tú sí que eres guapa —había dicho él devorándola con la mirada.


Pedro se había inclinado y había tomado en su boca un pezón ya excitado. Lo había lamido hasta casi hacer que Paula perdiera el sentido y después le había chupado el otro pezón.


Después de que la lengua de Pedro descendiera hacia el vientre, Paula había pasado a la acción y había tomado el miembro erecto entre sus dedos acariciando hábilmente con el pulgar su extremo.


Pedro había soltado un gemido y había abierto las piernas de Paula. Suavemente había introducido dos dedos dentro de ella.


—Oh, sí —había suspirado Paula mientras sus caderas se habían movido incontroladamente.


—Nena, nena... estás tan húmeda, estás lista.


—Por favor, ya. No me hagas esperar más —había suplicado Paula.


Pedro se había apoyado sobre sus manos y la había penetrado sin más dilación. Durante unos instantes, se había quedado quieto y Paula había aprovechado para rodearlo fuertemente con sus piernas, bajo su mirada ardiente.


Había sido entonces cuando Pedro había empezado a moverse rítmicamente, sin descanso, hasta que los dos habían alcanzado el éxtasis simultáneamente. 


Después Pedro se había desplomado sobre ella y Paula lo había abrazado con fuerza.


—¿Peso mucho? —había susurrado Pedro en su oído.


—No.


—Seguro que sí —había insistido y había hecho que los dos cuerpos rodaran de tal manera, que el de Paula quedara sobre el de él.


—Me parece increíble que aún sigas dentro de mí —había dicho ella sobrecogida.


—A mí también, sobre todo porque me has dejado exhausto.


Paula había sonreído y lo había besado de nuevo.


De repente la mirada de Pedro se había ensombrecido.


—¿Sabes una cosa? —le había preguntado él.


—Sé muchas cosas y una de ellas es que te quiero.


—Yo también te quiero mucho. Te quiero tanto que me he dejado llevar y no me he puesto un preservativo.


Se mantuvieron en silencio unos segundos.


—¿Estás enfadada conmigo? —le había preguntado Pedro.


—No. Yo también soy responsable.


—Ya, pero yo debería haber sido más responsable.


—Shhh. No pasa nada. No me toca ovular en este momento del ciclo. Al menos, eso creo.


—Lo siento.


—No digas eso. He disfrutado de cada segundo. No hay nada de lo que arrepentirse.


El recuerdo de aquella frase devolvió a Paula al presente. Al dolor y al daño que habían seguido a aquella noche de pasión.


Paula se dirigió al baño para lavarse la cara con agua fría y tratar de interrumpir el llanto. El frío aclaró ligeramente su mente confusa.


Nada podía hacer para cambiar lo que había sucedido entre ella y Pedro. Lo único que estaba en su mano era tratar de controlar la reacción ante su presencia. A pesar de que aquella relación le había dejado profundas secuelas, también era el origen de lo más valioso que había tenido en su vida, Teo.


Nunca se arrepentiría de haberlo tenido.


En aquel momento, Paula escuchó el sonido de un motor. Se asomó al porche y vio a Pedro montado en la furgoneta. Se quedó observándolo hasta que las luces del vehículo, desaparecieron.


Paula entró en la casa y se dirigió a la habitación de su madre, donde Teo la recibió con una cara alegre.


—Mami, mami, ven a ver lo que la abuelita me ha dado —dijo el niño.


Paula recuperó la compostura y se reafirmó en la decisión de guardar el pasado bajo llave en su corazón.




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