lunes, 9 de octubre de 2017
PLACER: CAPITULO 6
¿Llegaría algún día el momento en el que la presencia de Pedro no afectara a Paula?
«Sí», pensó ella con determinación. Siempre y cuando no tuviera que verlo, la vida seguiría su curso normal. ¿O no?
Ya habían pasado casi cinco años y no había pasado un solo día en el que no hubiera pensado en él. Estar en la casa de Pedro no estaba resultando fácil.
En aquel momento, Paula no tenía otra elección.
Como si se hubiera dado cuenta de que no estaba solo, Pedro se dio la vuelta. Cuando se dio cuenta de que era Paula quien tenía enfrente, sus ojos se abrieron más, pero quedaron cubiertos por un velo que tapaba cualquier atisbo de humanidad.
—¿Nadie te ha dicho nunca que es de mala educación acercarse por la espalda y a hurtadillas a la gente? —le preguntó Pedro a Paula.
«Vete al infierno», pensó ella.
No le dijo nada, pero se tuvo que morder la lengua. Lo último que necesitaba era iniciar una discusión. Había demasiado en juego, así que hablaría con él de forma civilizada.
—Lo siento —dijo finalmente ella en un tono moderado.
—No lo sientes.
Paula no había querido asustarlo. Simplemente había pasado por la puerta que daba al porche y lo había visto allí.
Sentado sobre una de las sillas de hierro y contemplando el atardecer absorto en sus pensamientos.
Paula quizás hubiese podido toser, para anunciar su presencia, pero no se le había ocurrido. Se había limitado a salir al porche porque aquella era una oportunidad de hablar con él que no debía dejar pasar.
—Mira, Pedro, no quiero pelearme contigo —dijo por fin.
—¿Es que nos estamos peleando? —preguntó él.
—Tampoco quiero empezar con los juegos de palabras.
Pedro se metió las manos en los bolsillos y la tela marcó la prominencia de sus partes íntimas. Por un instante la mirada de Paula se paseó por la protuberancia que se intuía tras la cremallera del pantalón de Pedro. En cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo, lo miró a la cara, deseando que él no se hubiera dado cuenta del despiste.
—¿Entonces qué es lo que quieres? —preguntó él.
—Ocupar el lugar de mi madre.
—¿Como mi ama de llaves? —dijo boquiabierto.
—Sí —repuso ella.
Pedro se echó a reír.
—Vuelve a la realidad.
—Estoy hablando en serio, Pedro.
—Yo también y te digo desde ya que no.
—¿Por qué no? —preguntó Paula.
—Vamos, Paula, tú sabes la razón. Eres enfermera y ése es tu trabajo.
—Puedo ser las dos cosas. Me encargaré de la casa y seré la enfermera de mi madre.
—¿Y qué pasa con Teo?
—Buscaré alguien que lo cuide durante el día.
—No.
—La mente de mi madre es su peor enemiga ahora mismo. Piensa que la vas a sustituir —prosiguió Paula sin hacer caso de la rotunda negativa.
—Eso es una tontería. Ella tendrá trabajo en esta casa mientras lo quiera. Eso déjaselo bien claro.
—Aprecio tu gesto, pero aun así quiero asumir su trabajo. Puedo cuidar de mamá, animarla y además verá que la estoy sustituyendo de forma temporal. Así no podrá preocuparse de que tú busques a otra persona que la sustituya para siempre. Estará segura de que yo sólo estoy aquí por un tiempo. Además, sé desempeñar el trabajo. Crecí ayudándola a limpiar casas.
—¿Estás loca? Tú no tienes ninguna necesidad de realizar ese trabajo —dijo Pedro completamente alucinado.
—No tengo que hacerlo. Quiero hacerlo.
—Maldita mujer. No has cambiado un ápice.
—¿Qué? —Paula alzó las cejas sorprendida.
—Sí, sigues siendo más terca que una mula.
Paula estuvo a punto de sonreír, pero se contuvo. Se esforzó para mantenerse con los pies en la tierra.
—Tú también eres bastante terco —declaró.
En aquel momento sus miradas se encontraron y se produjo tal magnetismo que ninguno de los dos pudo apartar la vista.
De repente fue como si el oxígeno de la habitación se hubiera acabado. A Paula le costaba respirar y por el color pálido del rostro de Pedro, se atrevía a pensar que a él le estaba ocurriendo lo mismo. Allí pasaba algo, aunque Paula no supiera ponerle nombre.
¿Sería deseo? No, se estaba equivocando. Pedro la despreciaba y eso no iba a cambiar. Además, ella tampoco lo deseaba, a pesar de que el recuerdo de sus encuentros sexuales no la abandonaba.
Paula se forzó a dejar el pánico a un lado. Tomó aire y lo miró suplicante.
—Me lo pensaré —murmuró Pedro hundiendo aún más las manos en los bolsillos y por lo tanto, ajustando la tela aún más a su cuerpo.
—Gracias —murmuró ella desviando la vista.
Pedro se echó a reír, pero sin el menor atisbo de humor.
Paula se dio cuenta de que se estaba sonrojando y decidió que era mejor marcharse antes de que Pedro empezara a insultarla.
—¿Por qué me abandonaste? —preguntó él de repente.
Paula se quedó paralizada.
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