jueves, 1 de junio de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 26




Paula recordó aquella ocasión en que le había dicho a Pedro que parecía como si le acabaran de sacudir un sartenazo, y estaba segura de que esa expresión era la misma que tenía ella en esos momentos. Desde luego, tenía la sensación de haber sido golpeada. Todo el aire había escapado de sus pulmones.


—¿Cómo?


—No sé si me robaste el corazón o si yo te lo entregué, ni cuándo sucedió, ni cómo pude tener tanta suerte. A lo mejor la regla de Catalina es cierta: la belleza verdadera sólo surge por sorpresa. Yo no me lo esperaba, Paula, pero contigo veo
las cosas mucho más claras. Tengo la sensación de haber desperdiciado casi toda mi vida. Junto a ti soy capaz de pensar en respirar en lugar de en ganar. Junto a ti puedo olvidar mi trabajo y la constante obsesión por ganar el siguiente dólar.


Había sido el discurso más largo que ella le había escuchado. Su voz, un poco ronca, un poco ahogada, rebosaba sinceridad. Paula negó con la cabeza y apoyó las
manos contra la puerta mientras lo miraba en un intento de comprenderlo. La mirada de Pedro era seria y su expresión, decidida.


Y, nuevamente, sincera.


Pero…


—Tu… tu hermano… tú siempre deseas lo que él tiene —recordó ella—. Y ahora sólo intentas vengarte de él por ese asunto de Stuttgart.


—Ya no se trata de Matias, Paula —dijo Pedro—. Por favor, por favor, créeme, aunque sé que no merezco tu confianza.


—Me sedujiste con engaños —¡pues claro que no se merecía su confianza!


—Sí.


—Y has venido hoy aquí para volver a hacerlo.


—Sí —él hizo una mueca—, y lo siento muchísimo, aunque no tanto por lo de hoy. Tenía que verte como fuera. Para intentar explicarte…


—No tenías que haberte molestado —dijo Paula amargamente—. Aunque me resulte difícil perdonarte, lo entiendo. No olvides que soy la hija de Rafael Chaves. Estoy acostumbrada a ver hasta dónde es capaz de llegar un hombre por su negocio.


La obsesión de su padre siempre había sido motivo de bromas por parte de ella, pero también la había exasperado toda su vida. Sobre todo al hacerse mayor y ver cómo afectaba a Catalina. Toda la familia había cedido muchísimo a cambio de su despiadada obsesión por el poderoso dólar. Tal y como había sido criado Pedro, no era de extrañar que tuviera el mismo afán competitivo y frío.


—Puedes marcharte —dijo ella mientras se giraba para que él no pudiese contemplar su rostro—. Sube al primer avión camino de Stuttgart y vence a tu hermano.


—Paula —Pedro habló tras un largo momento de silencio—. Paula, por favor mírame.


Fue un error, porque a pesar de su afán competitivo y frío, tenía el aspecto de un hombre que estuviera más preocupado por perder que obsesionado por ganar.


—Si tanto me importara, ya estaría en Stuttgart —dijo él—. Matias se ha quedado en casa de Anibal para cumplir con las estipulaciones del testamento y, si quisiera, estaría en Europa, negociando con Ernst. Sin el maldito ojo morado, añadiría, y sin un chichón más grande que una pelota de béisbol en la nuca. No fui a Stuttgart. Vine a ti.


EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 25




Pedro estaba a punto de ahogarse dentro de la corbata de Matias mientras la asistenta de mejillas coloradas lo guiaba hasta el comedor de los Chaves. La primera persona sobre la que posó su mirada fue una jovencita, Catalina, por supuesto, a la que dedicó una sonrisa ante el respingo que dio la niña al contemplar su rostro.


A continuación, él también dio un pequeño respingo, porque sonreír le dolía un montón.


—¡Alfonso! —Rafael Chaves se puso en pie y extendió una mano—. ¿Has cenado ya?


—Estoy bien, señor, no quiero cenar —Pedro no había visto a ese hombre desde hacía muchos años, pero aunque no lo hubiera reconocido, habría sabido quién era por sus ojos, del mismo azul que los de Paula—. Siento molestarlos, pero he venido para intentar hablar con su hija mayor.


Él la miró de reojo, pero Paula tenía la mirada fija en el plato, como si estuviera hechizada por los espárragos.


—¿Paula? —apremió su madre—. ¿Por qué no os vais Matias y tú a la biblioteca y charláis tranquilamente allí?


Tras unos instantes, ella asintió resignada y se puso en pie. Mientras salían de la habitación, se escuchó la voz de Catalina.


—No te olvides del vestido azul, Paula, es verdaderamente bonito.


Ya en la biblioteca, ella cerró la puerta y le habló sin mirarlo.


—Dejé el anillo de compromiso sobre la cómoda del dormitorio principal —dijo ella—. Tendría que habértelo dicho antes de marcharme. Y, ahora, si no deseas nada más…


Pedro la miró mientras ella empezaba a girar el picaporte de la puerta. ¿Se marchaba? ¿Salía de su vida?


—Espera… espera…


—¿Qué? —ella se volvió y lo miró—. ¿Qué quieres, Matias?


Él se sentía estúpido. Había tenido horas para ensayar su discurso, pero no había pensado en nada más salvo en lograr volver a estar a solas con ella.


—Sobre mi hermano…


—Menudo ojo te ha puesto.


—Sí.


Matias no se había mostrado tan comedido como Pedro hubiera deseado al propinarle un puñetazo, a semejanza del que le había propinado él. Pero era consciente de que se lo merecía después de lo que había hecho. Y sobre todo, estaba convencido de que Paula no habría accedido a hablar con él si se presentaba como Pedro.


De modo que habían vuelto a jugar al cambiazo entre gemelos. A lo mejor debería sentirse culpable por ello, pero en esos momentos lo único que sentía era desesperación.


—Escucha —empezó, mientras esperaba la visita de la inspiración—. Mi hermano… siente de veras…


—¿Ser tan estúpido como yo al acceder a casarse, prácticamente, con una extraña?


—Él también está obsesionado con el trabajo, y pensó… —Pedro se interrumpió al asimilar las palabras de ella. Al darse cuenta de que Paula había notado lo del cambiazo—. De modo que lo sabes.


—Engañada una vez, vergüenza para ti —dijo ella sin expresión alguna en el rostro—. Engañada dos veces, vergüenza para mí. ¿Qué buscas ahora, Pedro? ¿Más venganza?


—Quería volver a intentar explicarte lo sucedido.


—Tu hermano te robó algo —ella se cruzó de brazos—, y tú quieres robarle algo a él. Eso lo he pillado.


—Ese problema con Matias… —Pedro negó con la cabeza—, no sabemos lo que ocurrió exactamente, sólo que ahí pasó algo raro, pero sé que no fue él quien me engañó.


—Oh, Pedro —durante un instante, la expresión de ella se suavizó—. Has recuperado a tu gemelo.


—Sí. A lo mejor. Soy optimista —la mano de él se posó en el bulto que tenía en la nuca—. Aunque ha mejorado su derechazo en estos años. Cuando me golpeó, caí hacia atrás y me golpeé la cabeza contra la mesa. He estado viendo doble con el ojo bueno hasta este mediodía, y por eso he tardado un día más en venir aquí.


Se había equivocado si pensaba que ella reaccionaría con simpatía. Su rostro era de nuevo gélido y así se sentía él, helado por culpa de… por culpa de… ¡demonios!


Tuvo que admitirlo. Estaba helado de miedo.


¿Y si no lograba llegar hasta ella?


—Pero es cierto que alguien me robó algo —balbuceó él.


—Ya te he dicho dónde está el anillo.


—Eso es de Matias, y sabes que no me interesa una maldita pieza de joyería —el frío en su interior era tan helado como los ojos de ella, y eso provocaba que su respiración se ralentizara hasta niveles de peligro mortal.


¿Cómo iba a vivir sin ella a su lado? ¿Con quién vería esas estúpidas películas?


¿Quién le propinaría un pellizco cada vez que se mostrara excesivamente competitivo?


Tras la muerte de Anibal, nadie le había mostrado el amplio y brillante mundo, hasta la llegada de Paula. Aunque Matias hubiera vuelto, ¿quién estaría a su lado?


Tenía que ser Paula. Él sólo deseaba a Paula.


Estaba enamorado de Paula.


La idea lo devoró como una llama sobre la nieve. Hasta ese momento, él ni siquiera se había permitido pronunciar esas palabras en silencio, pero se sentía consumido por ellas. 


Estaba enamorado de su Ricitos de Oro, con su humor y su
dulzura. Con su habilidad para relajarse y el modo en que el aire se calentaba cada vez que se encontraban en la misma habitación.


Estaba enamorado de sus rubios cabellos y su cuerpo curvilíneo, desde la punta de la nariz hasta los dedos de los pies, y de cada centímetro de cremosa piel entre ambos puntos. Amaba sus rotundos pechos y los rosados pezones. 


Amaba el color casi transparente de los rizos que no hacían gran cosa por proteger el sexo de su mirada. Amaba los pequeños sonidos que hacía cuando él la tocaba en ese punto, encontrándola ya húmeda y…


Pedro.


Por la expresión de irritación y las mejillas sonrojadas, él supuso que Paula acababa de leer su mente.


Pedro, ¿para qué has venido?


Pedro se olvidó del pánico ante el tono frío y airado de la voz de ella. Paula no había caído en sus brazos, tal y como él habría esperado, pero eso no significaba que fuera a rendirse. Los Alfonso nunca se rendían y Pedro envió una silenciosa plegaria de agradecimiento a su padre por ello. Resultaba increíble que su amor hacia Paula pudiera llevarlo a apreciar a Samuel Sullivan Alfonso.


Pedro


—Sí que te llevaste algo mío —las palabras salieron a borbotones.


—¿El qué? —ella frunció el ceño.


Ahí estaba su oportunidad. Había llegado el momento de la cesión del mando.


En cuestiones de negocios, él había aprendido a guardarse siempre alguna carta, pero en ese momento, si la quería de verdad, tendría que mostrar todas sus cartas. Nunca había tenido demasiada fe en la lealtad, pero iba a tener que arriesgarse y confiar en que esa mujer le concediera la suya.


—Aunque no quiero que me devuelvas lo que te llevaste —dijo él, dando un nuevo rodeo—. Puedes quedártelo. Es tuyo para siempre.


—¿Y bien? ¿De qué se trata?


«Allá voy».


—De mi corazón.







EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 24




Hora de cenar en casa de los Chaves. Paula miró a su alrededor mientras su hermana, su madre, y luego su padre, que les había hecho esperar por atender una llamada de teléfono, se sentaban a la mesa. Aunque sólo llevaba veinticuatro horas de vuelta, parecía como si nunca se hubiese marchado.


—Ese torpe de Bilbray —masculló su padre mientras la asistenta, June, le servía un plato humeante de pollo Kiev—. Parece que no entiende la ley de la oferta y la demanda. ¿Acaso no fue a la facultad de Economía? ¿No lleva quince años trabajando para mí? ¿Es que tengo que enseñarle a atarse los cordones de los zapatos y a leer una hoja de cálculo?


—¿Qué decías, Catalina? —Paula se volvió hacia su hermana, elevando la voz sobre las continuas quejas de su padre—. ¿El señor Beall quiere que diseñes la página Web del departamento de teatro de la escuela? —sin esperar una respuesta, se volvió hacia su padre—. Papá, ¿has escuchado esto? El profesor de teatro de Catalina le va a
pagar dinero de verdad por el diseño de la página Web.


Ante la mención de la palabra «dinero», el padre hizo una pausa en su letanía sobre Bilbray y miró a su hija pequeña.


—No nos vendría mal un poco de dinero extra ahora que Paula ha cortado con Matias Alfonso. Aunque a lo mejor puedo hacer algo para arreglarlo. A lo mejor podría llamar a ese joven.


—Papá —lo interrumpió Paula—. No quiero casarme con Matias Alfonso.


—Seguramente te dará otra oportunidad, ¿sabes? Está tan ansioso por asociarse con Chaves Industries como lo estamos nosotros de asociarnos con él y…


—Papá, no me voy a casar con Matias Alfonso.


—Rafael —la madre de Paula levantó la vista del plato de pollo Kiev, con un renovado brillo en su mirada—, ¿de verdad crees que podrías convencer a Matias para que le diera otra oportunidad a Paula? ¿A pesar de su precipitada reacción ante otra de sus Malas Ideas? Todavía no he cancelado la reserva para la recepción…


—¿Cómo? —Paula miró fijamente a su madre—. No me dijiste que hubieras reservado un lugar para la recepción. Ni siquiera habíamos empezado a discutir el tema.


—Hace años que le había echado el ojo a esa bodega de Napa —Carol Chaves sacudió sus dedos de manicura perfecta—. También puedes celebrar allí la ceremonia si lo deseas, aunque a lo mejor Matias preferirá un servicio religioso.


—No faltaría más —Paula sacudió la cabeza mientras murmuraba para sus adentros—, hay que consultar a Matias.


—Desde luego ese vestido azul de dama de honor, el de la banda de raso, era muy bonito —la voz de Catalina se abrió paso desde el otro extremo de la mesa.


La mirada de Paula se fijó en su hermana. «¿Tú también?».


—Creo que tienes razón —su madre sonrió a Catalina—. Decidido: el azul con la banda de raso.


Paula tenía ganas de gritar. Quería rasgarse las vestiduras. Quería encontrar un novio absolutamente inadecuado y fugarse con él a Lituania.


«Eso es», pensó, «A lo mejor podría convencer a Trevor para que abandone a su rica heredera por mí». Sus padres lo iban a sentir de verdad.


De repente, se dio cuenta de que ése era precisamente el motivo por el que había decidido casarse con Trevor, y por el que había dado el «sí» al mecánico de su padre. Y por qué había estado a punto del «oui» con Jean-Paul en lo alto de la Torre Eiffel. Pedro ya lo había sugerido, ¿no? Y en ese momento, ella también lo veía claro.


Todos sus novios anteriores habían sido ejemplos perfectos de rebelión familiar.


Cielo santo, ¿de verdad había intentado enfrentarse a sus autoritarios padres prometiéndose una y otra vez al hombre equivocado?


¿Y otra vez más?


Cielo santo. De ser cierto, el torpe de Bilbray era mucho más inteligente que ella.


—¿Cómo piensas solucionarlo, Rafael? —preguntaba la madre—. Puedes intentar decirle a Matias Alfonso que Paula simplemente sufrió un ataque de pánico.


«Durante el cual ella se había acostado con su hermano y enamorado del muy imbécil», puntualizó Paula para sus adentros. Ella no había incluido esa parte en el relato a sus padres. A lo mejor ellos siempre habían tenido razón. A lo mejor ella no era quién para decidir qué hacer con su vida, porque no dejaba de fastidiarla.


—Siempre he pensado que las bodas en septiembre son especiales —su madre suspiró—. Es una época ideal para una luna de miel.


—Estoy comprometida en septiembre para una conferencia en la editorial, mamá —Paula hizo una mueca. Fuera lo que fuera, o quien fuera, no iba a suceder en septiembre—. En mi agenda no habrá hueco para nada más.


—Tonterías —su padre agitó el tenedor en el aire—. Si esa tontería de trabajo interfiere con tu boda, puedes renunciar a él.


—¿Tontería de trabajo? —saltó Paula mientras su padre volvía a concentrarse en la comida—. Papá, me gano muy bien la vida como traductora. Incluso podría serte útil en Chaves si me lo permitieras.


—¿Útil en qué sentido?


—Como traductora, papá. Ya sabes, es a lo que me dedico. El trabajo que llevo haciendo desde hace unos cuantos años. Incluso dispongo de una generosa cuenta bancaria para demostrarlo. Otras empresas, además de la editorial, me pagan buenas cantidades por mis traducciones en el ámbito de la tecnología y los negocios. No es fácil encontrar a alguien que no sólo sea capaz de traducir, sino que también traduzca el lenguaje técnico.


—Tenemos un contrato con una empresa… —su padre empezó a protestar.


—Linguanotics. La conozco. Conozco a Jeremias Cloud, que es quien hace la mayoría de los trabajos para vosotros. Pero yo soy mejor, y me gustaría presentarte mi trabajo y decirte exactamente cómo y por qué deberías contratarme a mí en su lugar. Te garantizo que no te arrepentirás.


Toda su familia la miraba boquiabierta. Paula se sentía pletórica, centrada, con sus sentidos tan alerta como cuando competía contra el gran oponente, Pedro. Así se sentía una cuando se lanzaba de frente y con la intención de ganar.


Y le gustaba esa sensación. Era lo único bueno que tenía que agradecerle a Pedro: le había mostrado el poder que había en dar por hecho el éxito y rechazar el fracaso.


—Pues yo… yo… —su padre balbuceaba mientras con la mirada imploraba la ayuda de su madre.


—Tu padre te dará una cita para que le hagas tu presentación —dijo Carol con dulzura—, pero, ¿por qué no esperamos hasta después de la luna de miel?


—Mamá —el corazón de Paula se aceleró mientras se agarraba al borde de la mesa y se inclinaba hacia su madre que, otra vez, volvía a la carga—, tienes que escucharme. No me voy a casar con ese hombre. No habrá ninguna boda en septiembre. Cancela lo de la bodega, despide al modisto, anula cualquier otro plan que estuvieras preparando a mis espaldas.


—Paula…


—No habrá ninguna boda —la interrumpió Paula con voz firme—. No quiero casarme con Matias y, desde luego, él no quiere casarse conmigo.


El sonido de un carraspeo hizo que todos se giraran. June estaba en la entrada del comedor y retorcía el delantal entre sus manos. Su rostro había enrojecido.


—Esto… hay alguien aquí.


—¿Quién? —preguntó su padre mientras echaba una ojeada al reloj de pared en una esquina del comedor.


—El señor Matias Alfonso.


Paula soltó un gruñido mientras su madre le dirigía una mirada triunfal






miércoles, 31 de mayo de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 23





Pedro encontró a su hermano en la cocina, preparando otra cafetera, aunque no exactamente. Tenía los ingredientes a mano, pero miraba la cafetera con el ceño fruncido. Esa cafetera que había funcionado a la perfección aquella mañana tenía encendida una luz de alarma que parpadeaba furiosamente.


—Permite que un experto en tecnología se haga cargo —dijo Pedro mientras empujaba a Matias a un lado.


—El café siempre lo prepara Kendall.


—¿Quién?


—Kendall, mi secretaria —Matias se dejó caer sobre una silla junto a la mesa de la cocina—. También me lo sirve.


—Una entre un millón —Pedro puso los ojos en blanco. Su secretaria, Elaine, le tiraría la grapadora a la cabeza si él le pidiera que preparara el café. A su hermano se lo servían.


Una entre un montón de millones.


Su estómago se encogió. Un montón de millones. Recordó a Paula mencionarlo en referencia a embotellar la química sexual que bullía entre ellos. Con los ojos cerrados, se agarró a la encimera y dejó caer la cabeza, mientras esperaba a que se pasara la náusea.


—¿Dónde está mi prometida? —preguntó Matias con voz casual.


—Se quitó tu anillo —Pedro se volvió hacia su hermano.


—¿Cuando pensaba que tú eras yo? Eso es comprensible —Matias estiró las piernas.


—Maldita sea, ella vino para romper vuestro compromiso.


—No me has contestado —Matias bostezó—. ¿Dónde está mi prometida?


—Se marchó, ¿de acuerdo? Se marchó…


—De tu lado. Se marchó de tu lado.


Pedro estaba de pie junto a la cafetera, pero de un salto se colocó junto a su hermano y lo agarró del cuello de la camisa, obligándolo a ponerse en pie.


—Ella nunca quiso casarse contigo.


—¿Y qué vas a hacer al respecto, pedazo de burro? ¿Ponerme el otro ojo morado también? ¿Así resuelves ahora tus problemas?


—Todo es culpa tuya —Pedro empujó a Matias contra la silla. El ojo de su hermano estaba hinchado y rojo, pero él no sentía ni una pizca de remordimiento—. Maldita sea, Matias, si no me hubieses engañado…


—¿No te hartas de decir siempre lo mismo? —Matias se levantó de la silla y habló con voz tensa—. Ya te dije entonces que no te había engañado, y te lo he repetido hoy, pero no voy a insistir. Maldita sea, estoy harto de tu cantinela —se dirigió hacia la puerta, pero se quedó parado. Después, encogió los hombros y se giró—. He venido aquí para hacer lo correcto. Me hiciste el favor de ocupar mi lugar en la casa.
¿Quieres que me quede yo aquí para que puedas volver al trabajo?


«He venido aquí para hacer lo correcto».Pedro miraba fijamente a su hermano.


De repente, la voz de Paula sonó en su cabeza. «Ninguno de los dos disfrutaría de una victoria lograda con malas artes».


—¿Y bien? —insistió Matias—. ¿Vas a volver al trabajo?
El trabajo. Eagle Wireless.


Pedro se pasó una mano por el rostro. De nuevo al timón de su empresa, todo volvería a tener sentido. Celebraría reuniones, hablaría por videoconferencia, discutiría con ingenieros que necesitaban una patada en el trasero para sacar de ellos sus habilidades latentes. Y, lo mejor de todo, podría subirse de inmediato a un avión que lo llevara a Stuttgart para intentar lo que fuera para salvar su trato con Ernst.


Con todas esas ocupaciones, se olvidaría del tiempo pasado en la casa. Se olvidaría de Paula. Se olvidaría de la traición de Matias.


«Ninguno de los dos disfrutaría de una victoria lograda con malas artes».


—¿Dónde has estado? —preguntó mientras taladraba a su hermano con la mirada.


—Ya te lo dije la semana pasada. En Alemania.


—¿En Stuttgart? ¿Con Ernst?


—¿Conoces a Ernst? —su gemelo entornó el ojo sano.


—Es mi contacto —Pedro rió. Viva la fraternidad—. Como si no lo supieras.


—¿Qué? —una extraña expresión apareció en el rostro de Matias.


—Seguro que sabes que estoy negociando con él para que haga un trato con Eagle Wireless. De manera que supongo que has introducido a un espía en mi empresa. Otro a quien sobornas en beneficio propio.


—No tengo a ningún infiltrado en tu empresa —espetó Matias antes de que su voz se volviera más suave—, que yo sepa.


Pedro volvió a reír, pero al ver de nuevo esa extraña expresión en el rostro de Matias, se tragó su desprecio.


«Ninguno de los dos disfrutaría de una victoria lograda con malas artes».


—Escucha, llevo en contacto con Ernst desde el otoño pasado —Pedro se mesó los cabellos—. ¿Desde cuándo lo conoces?


—¿Desde el otoño? Yo empecé a negociar con Ernst hace un mes —Matias desvió la mirada y su mandíbula se tensó, igual que le sucedía a Pedro cuando se enfadaba—. Demonios.


—Maldita sea, Matias —dijo Pedro—. Júrame que no me engañaste hace siete años.


—Ya te lo he dicho, y te lo vuelvo a decir —el ojo sano de Matias lo miró fijamente.


—Vuelve a decírmelo —Pedro tomó un puñado de fotos de la mesa. Su estómago volvía a revolverse ante la perspectiva de algo grande. Algo muy, muy grande—. Aquí, en la casa de Anibal, jura sobre los hermanos que una vez fuimos — Pedro mostró las fotos a su hermano.


—Preferiría arrancarme mi propio brazo antes que tener que admitirlo. Pedro — Matias tomó las fotos, pero sin dejar de mirar a Pedro—, pero lo que acabas de decirme sobre Ernst me obliga a investigar qué está pasando aquí. Alguien en quien he confiado puede que nos la haya jugado a los dos. Pero créeme, por la memoria de nuestro buen amigo Anibal Palmer, por la memoria de los hermanos que solíamos ser en otros tiempos, no te engañé… conscientemente. Lo juro.


Las dos últimas palabras hicieron añicos el muro defensivo de amarga ira de Pedro. Las emociones tanto tiempo reprimidas fueron liberadas y el alivio, la tristeza, y una extraña sensación de júbilo inundó sus venas. Su hermano no lo había engañado.


Había recuperado a su hermano.


—Matias —aunque se sentía aturdido por la revelación, respiraba con más facilidad. Después de tantos años, al fin lograba respirar hondo—. Te creo, Matias.


—Di «te creo, cabeza de chorlito» —una tímida sonrisa surgió en los labios de Matias.


Cabeza de chorlito y pedazo de burro. Los apodos que utilizaban en su infancia cuando se enfadaban.


—Él no se sentiría culpable por lo que nos hizo —dijo Pedro.


—Nuestro querido papá y esos juegos destructivos a los que nos obligaba a jugar —Matias supo exactamente de quién hablaba su hermano.


—Espero que podamos pasar de él, y de ellos, otra vez —Pedro miró las fotos,que su hermano tenía en la mano—. Ya lo hicimos en la universidad.


—Te acostaste con mi prometida.


Paula. Cielos, Paula.


Una vez destruido el dique emocional en su interior, ya no había ninguna protección contra la culpa y el remordimiento que lo inundaba por completo. Le había hecho daño a Paula.


Paula, que estaba enamorada de él.


Paula, que había dicho «Igual que a todos los demás, en realidad yo nunca te importé».


Pero a Pedro sí que le importaba. A Pedro le importaba muchísimo, y no podía permitir que siguiera con su vida, pensando que él era otro de sus novios fallidos.


Salvo que el novio fallido sería Matias, ¿no?


Eso le hizo sentirse mejor, aunque todavía estaba sorprendido por lo arrogante e insensible que había sido al utilizar a Paula para vengarse de su hermano.


Él le había roto el corazón.


Pero todo iba a acabar bien, ¿no? Si le concedía un par de días, ella se daría cuenta de que él no se merecía sus sonrisas, su risa, sus caricias, su corazón.


Demonios.


No podría vivir con ello.


—Quédate tú en la casa —Pedro tomó una rápida decisión—. Tengo que ir a un sitio.


—¿Tienes que ver a alguien en especial? —preguntó Matias mientras se colocaba el paquete de guisantes congelados nuevamente sobre el rostro.


—Tú no la amas —como gemelo suyo, sabía que era la verdad.


—No la amo —admitió Matias mientras retiraba la bolsa y lo miraba con los dos ojos—, pero yo me refería a Ernst.


—¿Ernst? —Pedro se había olvidado de su intención de volar a Alemania. Hizo un gesto de desdén—. Yo estaba pensando en Paula —Paula, a quien él había traicionado.


—¿Qué te hace pensar que se alegrará de verte? —Matias negó con la cabeza y volvió a colocarse los guisantes sobre el ojo.


—Arreglaré las cosas con ella —Pedro se negó a sentirse derrotado. Tenía que hacerlo—. ¿Recuerdas el lema de la familia Alfonso? «Da por hecho el éxito y rechaza el fracaso».


—De acuerdo —Matias se encogió de hombros—. Puede que salga bien. Puede que no necesites más que poner un pie en la entrada.


Los hombros de Pedro cayeron. Ella no le permitiría poner un pie en la entrada, ¿verdad? Cuando hubiera llegado a su casa, ella ya se habría convencido de que no quería volver a verlo en la vida.


Si Pedro aparecía, ella ni siquiera le dejaría acercarse.


Pero, ¿y si…?


—Necesito que hagas otra cosa por mi —Pedro miró a su hermano—. Y creo que te va a gustar.