jueves, 1 de junio de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 24




Hora de cenar en casa de los Chaves. Paula miró a su alrededor mientras su hermana, su madre, y luego su padre, que les había hecho esperar por atender una llamada de teléfono, se sentaban a la mesa. Aunque sólo llevaba veinticuatro horas de vuelta, parecía como si nunca se hubiese marchado.


—Ese torpe de Bilbray —masculló su padre mientras la asistenta, June, le servía un plato humeante de pollo Kiev—. Parece que no entiende la ley de la oferta y la demanda. ¿Acaso no fue a la facultad de Economía? ¿No lleva quince años trabajando para mí? ¿Es que tengo que enseñarle a atarse los cordones de los zapatos y a leer una hoja de cálculo?


—¿Qué decías, Catalina? —Paula se volvió hacia su hermana, elevando la voz sobre las continuas quejas de su padre—. ¿El señor Beall quiere que diseñes la página Web del departamento de teatro de la escuela? —sin esperar una respuesta, se volvió hacia su padre—. Papá, ¿has escuchado esto? El profesor de teatro de Catalina le va a
pagar dinero de verdad por el diseño de la página Web.


Ante la mención de la palabra «dinero», el padre hizo una pausa en su letanía sobre Bilbray y miró a su hija pequeña.


—No nos vendría mal un poco de dinero extra ahora que Paula ha cortado con Matias Alfonso. Aunque a lo mejor puedo hacer algo para arreglarlo. A lo mejor podría llamar a ese joven.


—Papá —lo interrumpió Paula—. No quiero casarme con Matias Alfonso.


—Seguramente te dará otra oportunidad, ¿sabes? Está tan ansioso por asociarse con Chaves Industries como lo estamos nosotros de asociarnos con él y…


—Papá, no me voy a casar con Matias Alfonso.


—Rafael —la madre de Paula levantó la vista del plato de pollo Kiev, con un renovado brillo en su mirada—, ¿de verdad crees que podrías convencer a Matias para que le diera otra oportunidad a Paula? ¿A pesar de su precipitada reacción ante otra de sus Malas Ideas? Todavía no he cancelado la reserva para la recepción…


—¿Cómo? —Paula miró fijamente a su madre—. No me dijiste que hubieras reservado un lugar para la recepción. Ni siquiera habíamos empezado a discutir el tema.


—Hace años que le había echado el ojo a esa bodega de Napa —Carol Chaves sacudió sus dedos de manicura perfecta—. También puedes celebrar allí la ceremonia si lo deseas, aunque a lo mejor Matias preferirá un servicio religioso.


—No faltaría más —Paula sacudió la cabeza mientras murmuraba para sus adentros—, hay que consultar a Matias.


—Desde luego ese vestido azul de dama de honor, el de la banda de raso, era muy bonito —la voz de Catalina se abrió paso desde el otro extremo de la mesa.


La mirada de Paula se fijó en su hermana. «¿Tú también?».


—Creo que tienes razón —su madre sonrió a Catalina—. Decidido: el azul con la banda de raso.


Paula tenía ganas de gritar. Quería rasgarse las vestiduras. Quería encontrar un novio absolutamente inadecuado y fugarse con él a Lituania.


«Eso es», pensó, «A lo mejor podría convencer a Trevor para que abandone a su rica heredera por mí». Sus padres lo iban a sentir de verdad.


De repente, se dio cuenta de que ése era precisamente el motivo por el que había decidido casarse con Trevor, y por el que había dado el «sí» al mecánico de su padre. Y por qué había estado a punto del «oui» con Jean-Paul en lo alto de la Torre Eiffel. Pedro ya lo había sugerido, ¿no? Y en ese momento, ella también lo veía claro.


Todos sus novios anteriores habían sido ejemplos perfectos de rebelión familiar.


Cielo santo, ¿de verdad había intentado enfrentarse a sus autoritarios padres prometiéndose una y otra vez al hombre equivocado?


¿Y otra vez más?


Cielo santo. De ser cierto, el torpe de Bilbray era mucho más inteligente que ella.


—¿Cómo piensas solucionarlo, Rafael? —preguntaba la madre—. Puedes intentar decirle a Matias Alfonso que Paula simplemente sufrió un ataque de pánico.


«Durante el cual ella se había acostado con su hermano y enamorado del muy imbécil», puntualizó Paula para sus adentros. Ella no había incluido esa parte en el relato a sus padres. A lo mejor ellos siempre habían tenido razón. A lo mejor ella no era quién para decidir qué hacer con su vida, porque no dejaba de fastidiarla.


—Siempre he pensado que las bodas en septiembre son especiales —su madre suspiró—. Es una época ideal para una luna de miel.


—Estoy comprometida en septiembre para una conferencia en la editorial, mamá —Paula hizo una mueca. Fuera lo que fuera, o quien fuera, no iba a suceder en septiembre—. En mi agenda no habrá hueco para nada más.


—Tonterías —su padre agitó el tenedor en el aire—. Si esa tontería de trabajo interfiere con tu boda, puedes renunciar a él.


—¿Tontería de trabajo? —saltó Paula mientras su padre volvía a concentrarse en la comida—. Papá, me gano muy bien la vida como traductora. Incluso podría serte útil en Chaves si me lo permitieras.


—¿Útil en qué sentido?


—Como traductora, papá. Ya sabes, es a lo que me dedico. El trabajo que llevo haciendo desde hace unos cuantos años. Incluso dispongo de una generosa cuenta bancaria para demostrarlo. Otras empresas, además de la editorial, me pagan buenas cantidades por mis traducciones en el ámbito de la tecnología y los negocios. No es fácil encontrar a alguien que no sólo sea capaz de traducir, sino que también traduzca el lenguaje técnico.


—Tenemos un contrato con una empresa… —su padre empezó a protestar.


—Linguanotics. La conozco. Conozco a Jeremias Cloud, que es quien hace la mayoría de los trabajos para vosotros. Pero yo soy mejor, y me gustaría presentarte mi trabajo y decirte exactamente cómo y por qué deberías contratarme a mí en su lugar. Te garantizo que no te arrepentirás.


Toda su familia la miraba boquiabierta. Paula se sentía pletórica, centrada, con sus sentidos tan alerta como cuando competía contra el gran oponente, Pedro. Así se sentía una cuando se lanzaba de frente y con la intención de ganar.


Y le gustaba esa sensación. Era lo único bueno que tenía que agradecerle a Pedro: le había mostrado el poder que había en dar por hecho el éxito y rechazar el fracaso.


—Pues yo… yo… —su padre balbuceaba mientras con la mirada imploraba la ayuda de su madre.


—Tu padre te dará una cita para que le hagas tu presentación —dijo Carol con dulzura—, pero, ¿por qué no esperamos hasta después de la luna de miel?


—Mamá —el corazón de Paula se aceleró mientras se agarraba al borde de la mesa y se inclinaba hacia su madre que, otra vez, volvía a la carga—, tienes que escucharme. No me voy a casar con ese hombre. No habrá ninguna boda en septiembre. Cancela lo de la bodega, despide al modisto, anula cualquier otro plan que estuvieras preparando a mis espaldas.


—Paula…


—No habrá ninguna boda —la interrumpió Paula con voz firme—. No quiero casarme con Matias y, desde luego, él no quiere casarse conmigo.


El sonido de un carraspeo hizo que todos se giraran. June estaba en la entrada del comedor y retorcía el delantal entre sus manos. Su rostro había enrojecido.


—Esto… hay alguien aquí.


—¿Quién? —preguntó su padre mientras echaba una ojeada al reloj de pared en una esquina del comedor.


—El señor Matias Alfonso.


Paula soltó un gruñido mientras su madre le dirigía una mirada triunfal






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