lunes, 1 de mayo de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 14





Pedro tuvo que mover el coche porque estaba obstruyendo el tráfico. Dobló la esquina y entró en el aparcamiento del hotel, deteniéndose junto al contenedor donde estaba el colchón viejo. Apagó el motor, le entregó las llaves a Paula y se volvió para estar frente a ella.


—No sé por dónde empezar a disculparme —dijo él, consciente de que podía estropear aquello con mucha facilidad.


—Déjate de disculpas. Quiero la verdad… Toda. ¿Y puedes encender la calefacción?


—Sin las llaves, no.


Ella se las entregó de nuevo y el arrancó el motor para encender la calefacción.


Estaban tan mojados que las ventanas comenzaron a empañarse, y enseguida el coche empezó a oler a humedad.


La gata estaba temblando e Paula no paraba de acariciarla. 


Ella tenía los dedos helados, y necesitaba quitarse la ropa mojada.


—Esto es una locura. Por favor, deja que te lleve a casa para que te pongas algo seco y comas un poco. Debes de estar muerta de hambre, estás helada, y la gata está temblando.


Ella miró a la gata y algo goteó sobre ella. Podría haber sido una gota de agua del cabello, pero también podría haber sido una lágrima y, al pensarlo, Pedro sintió que se le encogía el corazón.


Estiró la mano y le acarició la mejilla, moviéndole el rostro para que lo mirara.


Entonces, vio otra lágrima deslizándose por su rostro enfadado.


Se la secó con el dedo pulgar y miró fijamente a sus bonitos ojos grises.


—Por favor, deja que te lleve a casa. No tienes que quedarte. Dejaré la verja abierta, podrás marcharte cuando quieras. No te sentará mal, Paula.


—No. Me mentirás, igual que lo hará tu hermana y tus amigos. Pensé que me enfrentaba a Ian, pero vosotros erais los verdaderos enemigos. Ya me habéis echado, y habéis ganado. Enhorabuena. ¿Qué se siente robándole a un bebé?


Le retiró la mano con brusquedad y se secó con furia las lágrimas que no podía contener.


—No hemos…


—¡Sí! ¡Es de ella, Pedro! Ella debería haber recibido esa herencia, y ahora que estoy fuera del hotel será mucho más difícil. Sabía que no debía permitir que me convencieras para que me marchara, pero fuiste muy convincente, tú y tus amigos, y todo era mentira, una manera de libraros de mí. Me parecía demasiado bueno para ser cierto. Incluso te lo dije, y aun así me lo creí. ¡No puedo creer que fuera tan estúpida! Pero no debiste clausurar la puerta. Podría haber entrado otra vez. Y todavía puedo destornillar la madera…


—No —negó con la cabeza—. Es muy peligroso —dijo él, y en ese momento un trozo de tejado salió volando y cayó contra el contenedor.


Paula se mordió el labio inferior y volvió la cabeza para que él no viera que estaba temblando. En ese momento, sonó el teléfono. Pedro contestó y puso el altavoz para que ella pudiera oír lo que Emilia decía.


—¿Alguna noticia?


—La he encontrado —le dijo a su hermana, y oyó como ella suspiraba aliviada.


—Menos mal —dijo Emilia—. ¿Está bien?


—No gracias a ti.


—Oh, Pedro, no. Ya me siento bastante mal. Lo siento de veras. Es sólo que lo de Carmen… Te imaginaba implicado de lleno y ya sé cómo sois los chicos cuando os sentís protectores. Me toca muy de cerca, y siento haber mezclado a Kate con todo esto, no venía a cuento. Mira, iré a hablar con ella para darle una explicación…


—Creo que ya has hablado suficiente por hoy —le dijo él—. No te preocupes, yo cuidaré de ella.


Después de una pequeña pausa, Emilia dijo:
—Bien. Hmm… Dile que lo siento, ¿quieres? Mañana te llamaré.


—De acuerdo.


Colgó el teléfono y se volvió hacia Iona.


—Tengo que llamar a Nico. También te está buscando.


—¿Está preocupado por si recibe una demanda?


Él suspiró y se pasó los dedos por el cabello.


—No. Está preocupado por una mujer que estaba en la calle bajo la tormenta, sin un sitio donde ir por culpa de sus actos —respiró hondo y se aclaró la voz—. No hemos salido para atraparte Paula, sino para apoyarte.


—Pues perdona si no me lo creo —dijo ella y, de pronto, volvió a sentir rabia hacia Emilia—. ¿Cómo se atreve, Pedro? ¿Cómo se atreve a hacer esas acusaciones
sobre mí? ¡Ni siquiera me conoce! No me importa que sea tu hermana, es imperdonable. Yo nunca juzgaría a alguien así como así. ¿Quién se ha creído que es?


Paula se calló y comenzó a mirar por la ventana. No dejaba de llover, pero era mejor que mirar a Pedro y preguntarse si realmente era un buen hombre o si era un ingenuo, tal y como había dicho su hermana. O peor aún, tal y como había dicho él, Georgia no sabía la realidad sobre su vida privada. 


Quizá fuera un abusador sexual y ella no lo sabía.


Estaba a punto de salir del coche cuando cayó un trueno 
cerca de donde estaban. La gata se asustó y maulló. No podía hacerlo. Pebbles moriría y ella no podría soportar ese cargo de conciencia.


Pedro estaba llamando a Nico para decirle que Paula estaba bien y que hablaría con él por la mañana. Nico le encomendó que le pidiera disculpas a Paula de su parte y quizá por eso, o quizá por el hecho de que Pebbles maullaba cada vez más, Paula se volvió y dijo:
—Está bien. Pero sólo lo hago por el gato. Permitiré que me lleves a casa para poder secarla y darle algo de comer. Yo me cambiaré de ropa, y después me contarás exactamente lo que está pasando. Entonces, hablaremos sobre si me quedo o no.


Él suspiró aliviado y asintió:
—Muy bien.





CENICIENTA: CAPITULO 13





Estaba helada.


Le castañeaban los dientes, estaba empapada y Pebbles temblaba sobre su regazo. La gata estaba asustada por la tormenta. Se habían refugiado en el umbral de una puerta, junto a una tienda, en el mismo sitio donde Pedro la había metido el día anterior. Estaba al otro lado del hotel donde ella había estado viviendo. Al menos estaba un poco protegida de la lluvia, pero era una calle transitada y la gente no dejaba de mirarla.


Nadie se detenía y ella lo agradecía. No le apetecía dar explicaciones. No sabía dónde ir. No tenía dinero ni amigos en la zona, y probablemente tuviera varios enemigos.


Emilia, por ejemplo, quien parecía odiarla sin siquiera haberla conocido. El motivo era algo relacionado con Hernan, su marido, y alguien llamada Carmen, pero no había podido oírlo todo. Y Kate, fuera quien fuera. No le importaba. Lo único que le importaba era encontrar un lugar seco donde tumbarse.


Levantó la vista, preguntándose si habría algún lugar donde pudiera sentarse un rato y entrar en calor, y vio el coche de Pedro bajando por la calle, despacio.


Santo cielo, ¡estaba buscándola! Lo que le faltaba. Y menos en aquellos momentos, muerta de frío y lo bastante enfadada como para decir algo que hiciera que terminara en los tribunales. Trató de echarse hacia atrás para ocultarse, pero no sirvió de nada. Él la había visto. Había detenido el coche junto a la acera y se había bajado, dejando el motor encendido y la puerta abierta.


Otros conductores tocaron el claxon, pero él los ignoró y corrió hacia ella, agachándose de forma que ella no podía verle la cara. La agarró del brazo y le preguntó:
—¿Dónde diablos te habías metido? ¡Estaba muy preocupado!


—Suéltame —dijo ella, y él obedeció.


—Lo siento…Paula, por favor, entra en el coche y habla conmigo. Deja que te dé una explicación.


—No. No voy a irme contigo.


—Te daré las llaves. Así no podré llevarte a ningún sitio que no quieras ir.


Se pasó la mano por el cabello y ella se percató de que estaba empapado. Había estado buscándola, no sólo en coche, sino caminando bajo la lluvia.


Pero ¿por qué?


—¿Una explicación de qué? —preguntó ella—. ¿De por qué me has mentido?


Él suspiró.


—No te he mentido. Únicamente no te he dicho toda la verdad.


Ella se rió.


—¿Toda? ¿Y qué tal si decimos que no me has dicho la mayor parte? O al menos, la parte importante.


—Te dije la parte importante —dijo él con tono sincero.


Se oyó un claxon y el chirriar de unos frenos.


—Te has dejado la puerta abierta —le recordó ella.


—Por favor. Ven conmigo. Vamos a algún sitio donde puedas entrar en calor y comer algo caliente. Iremos a un lugar público, a un café o algo así. Tú eliges.


—Tengo a la gata —señaló al animal y suspiró.


—Paula, por favor —dijo él.


Al ver que no se movía, y que empezaba a tiritar, ella cedió.


—Está bien, pero hablaremos en el coche. No vamos a ir a ningún sitio. Y te doy cinco minutos.





CENICIENTA: CAPITULO 12





¿Dónde diablos se había metido? Estaba oscureciendo, la lluvia seguía golpeando contra los cristales y Pedro no podía creer que ella no se hubiera despertado todavía. No parecía tan cansada y no comprendía cómo no se había despertado con la tormenta.


Miró el reloj y frunció el ceño. Las ocho y media pasadas. 


¿De veras estaba dormida? Quizá estuviera esperando en su habitación a que él la llamara. ¿Qué le había dicho que hiciera? No recordaba sus palabras.


Se dirigió a la zona de invitados y llamó a la puerta.


—¿Paula?


Al no obtener respuesta, abrió la puerta. Lo recibió un golpe de aire frío.


Frunció el ceño. Qué extraño. La puerta del salón que daba al jardín dio un golpe cuando él entró. Estaba abierta y entraba la lluvia. La llamó de nuevo, pero no obtuvo respuesta. En la terraza había un cojín y se estaba mojando.


Salió a recogerlo y miró hacia la otra terraza, la que quedaba a su derecha. Era la terraza donde Emilia y él habían estado hablando.


Sobre Paula.


Sintió que el temor se apoderaba de él. Si ella los había oído…


Quizá no lo hubiera hecho. Se metió en la casa y cerró la puerta. La llamó de nuevo, entró en el dormitorio y se paró de pronto.


Estaba vacía. Todo el dormitorio estaba vacío. Sólo quedaba la bandeja de excrementos de la gata y los cuencos para la comida. Paula se había marchado, y él sabía por qué.


Resopló y se apoyó contra la pared, mirando al techo. Ella los había oído.


Seguro que los había oído. Era posible que estuviera sentada en el cojín y que hubiera oído a Emilia.


Que hubiera oído toda la conversación. Se habría enterado de que era uno de los promotores, habría pensado que quería sacarla del hotel por motivos económicos, y en lugar de enfrentarse a él, había salido huyendo.


«Maldita sea». Habría ido de nuevo al hotel y se habría refugiado en aquel agujero ruinoso. Y de ninguna manera permitiría que él tratara de convencerla para que saliera de allí.


Pero tenía que intentarlo. No podía dejarla allí sin tratar de darle una explicación, y lo menos que podía hacer era pagarle un hotel.


—Voy a matarte, Emilia —masculló.


Tras cerrar la puerta lateral, regresó a la casa, agarró las llaves, programó la alarma y salió de allí. Tenía el coche fuera. Arrancó y se dirigió hacia la verja. ¿Cómo podía haber salido de allí? Ni siquiera había tenido tiempo de explicarle dónde estaba el botón para abrir, y tampoco se sabía el código. Así que, o estaba allí en el jardín, o se había marchado al mismo tiempo que Emilia. Cinco horas antes, y la tormenta no había cesado desde entonces.


No. Se había ido. Tenía que haber salido de allí, pero por si acaso recorrió el jardín.


Ni rastro.


Dejó la verja abierta por si ella decidía regresar y condujo hasta el hotel. Se detuvo junto a la puerta y se fijó en que la habían clausurado. Era probable que Nico lo hubiera hecho al enterarse de que ella ya no estaba allí. Sabía que era peligroso y estaba preocupado de que sucediera algo y los consideraran responsables.


Seguramente le había pedido que lo hiciera a alguno de los obreros.


Pedro no tenía ni idea de dónde ir a buscarla.


Miró a su alrededor a través de las ventanas del coche. 


Sintió lástima. Debía de estar helada, aunque estuvieran en junio. Helada, enfadada, sola y sintiéndose traicionada.


No, sola no. La gata vieja y famélica estaría con ella.


¡Maldita sea!


Golpeó el volante. ¿Qué podía hacer? Llamó a Emilia, invadido por un sentimiento de temor y rabia.


—Paula ha desaparecido. Ha debido de escuchar nuestra conversación. Ven ahora mismo y ayúdame a buscarla… Y no quiero excusas ridículas. Esto es culpa tuya. Viniste a mi casa acusando a una persona que ni siquiera has conocido, y si le pasase algo, te consideraré responsable.


—Oh, Pedro, ¡no! ¡Hace un tiempo terrible! ¿Dónde estás?


—En la puerta del hotel. Han clausurado la puerta de la zona contigua. Ella no tiene dónde ir, así que a lo mejor ha regresado a mi casa. Ve allí y busca bien en el jardín. Yo sólo eché un vistazo rápido. He dejado la verja abierta, pero la casa está cerrada, así que puede que esté escondida detrás de los arbustos o en algún sitio.


—No, no puede estar fuera, Pedro, no con esta tormenta. ¡Hace un día de perros!


—Ya me he dado cuenta… Y estoy seguro de que, después de cinco horas, ella también. Confío en que tenga suficiente sentido común como para regresar a la casa.


—¿De veras? —preguntó sorprendida—. ¿Tú crees?


Él se pasó la mano por el cabello.


—Probablemente no, después de lo que ha oído, pero no creo que tenga muchas más opciones. Ve, Emi, o envía a Hernan, y si no la encuentras, conduce por las calles hasta que lo hagas. Yo haré lo mismo por esta zona. ¡Y llámame!


—¡Espera! ¡No sé qué aspecto tiene!


«Es preciosa», pensó Pedro.


Se aclaró la garganta y dijo:
—Sí lo sabes. Una mujer embarazada con unas bolsas y un gato. No habrá muchas como ella. Si le pasara algo, quizá me vea obligado a matarte.


Colgó el teléfono y llamó a Nico.


—Sube al coche y empieza a buscar a Paula. Ha desaparecido —le dijo, contándole lo sucedido.


—Ahora mismo —dijo él, y colgó después de oír la descripción que Pedro le había dado.





domingo, 30 de abril de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 11




¡Él había mentido!


No era cierto que necesitara un ama de llaves. ¡Era uno de ellos! Uno de los promotores que querían echarla.


Él la había engañado, y su hermana había tenido la desfachatez de sugerirle que no confiara en ella. ¡Cómo se atrevía!


Iba a ponerse enferma.


Tenía el corazón acelerado, sentía nauseas y le temblaban las piernas. Paula agarró sus pocas pertenencias y las metió en las bolsas.


¡Sabía que aquello era algo demasiado bueno como para ser cierto! Sabía que todo se estropearía, tarde o temprano. Pero había sucedido antes de lo esperado. Al menos se había duchado y se había lavado el cabello, y se alegraba de no haber tenido tiempo para acostumbrarse a ello.


—Vamos, Pebbles —susurró tomándola en brazos.


Abrió la puerta que daba al recibidor de la zona de invitados, y después la que daba al jardín.


Al oír que se abría una puerta, se quedó paralizada, pero después oyó que se cerraba de nuevo y el sonido de unas pisadas.


Miró por la rendija de la puerta entreabierta. Una mujer estaba metiéndose en un coche. Debía de ser Emilia. Parecía una mujer inofensiva, pero había oído su voz y sus palabras no dejaban de resonar en su cabeza.


¿Dónde estaba Pedro? Había oído cerrarse la puerta principal, y Emilia no había mirado atrás ni se había despedido con la mano, así que decidió que estaba a salvo. Y si no se apresuraba, se cerraría la verja automática del jardín.


«Maldita sea». No había pensado en ello. Se colgó las bolsas y agarró un par de cajas de comida para gatos. Salió al jardín, miró a su alrededor y corrió detrás del coche. Las puertas empezaban a cerrarse, así que apresuró el paso y las atravesó. Se detuvo en la calle y miró a ambos lados.


Nada. Emilia se había alejado.


Bien.


Se percató de que estaba llorando, pero como tenía las manos llenas de cosas, se secó las lágrimas con el hombro y emprendió rumbo al hotel. No estaba demasiado lejos. Podría llegar caminando a pesar de que le temblaban las piernas. Y después, podría llorar en privado.


Al cabo de quince minutos dobló la esquina de la calle del hotel y se detuvo al ver que un hombre estaba colocando una tabla sobre la puerta de lo que había sido su casa.


Ella sintió un nudo en la garganta.


Ni siquiera tenía donde refugiarse. Hasta eso le habían quitado.


Lo había perdido todo… Su casa, el derecho a estar allí, el único argumento que habría tenido a la hora de reclamar los derechos de su hija. Todo había desaparecido de pronto, y el trabajo que ella confiaba que la ayudaría a salir de aquella situación valía menos que el papel en el que estaba escrito el contrato.


Se rió. ¿En qué estaba pensando? ¡Ni siquiera tenía un contrato!


No tenía nada.


Y entonces, de pronto, por si su situación no era lo bastante mala, llegó una fuerte racha de viento y un aguacero helado la empapó de arriba abajo.






CENICIENTA: CAPITULO 10




—¿Te has vuelto loco?


Emilia pasó delante de él y Pedro cerró la puerta y suspiró.


—Las noticias vuelan, ¿no es así? Supongo que Georgia te ha llamado por teléfono.


—Así es… Nico te vio con ella en el coche, y Georgia nos ha dicho que ¡pretendías contratarla como ama de llaves! ¿Qué diablos haces metiendo a una bala perdida en tu casa? ¡Debes de estar loco!


Pedro siguió a su hermana hasta la terraza.


—Solucionar un problema. Pensé que estaríais agradecidos…


—¿Agradecidos? ¡Si has perdido la cabeza!


—Tonterías. ¡Porque he sacado a la chica del hotel! —contestó él—. Estaba retrasando las cosas… Y baja el tono de voz. Está dormida —añadió, preguntándose por qué Nico no habría mantenido la boca cerrada hasta el día siguiente, de forma que él hubiera tenido un respiro.


—Estás loco —dijo Emilia—. Completamente loco. Hernan te advirtió que no te metieras, pero no lo escuchaste. Debería haber sabido que harías una locura como ésta.


Él cerró la puerta para que las voces no llegaran hasta la habitación de Paula.


—Emi, está embarazada. El techo se había derrumbado. ¿Cómo diablos podía dejarla allí?


—Oh, no tengo problema respecto a eso… Es el hecho de traerla aquí y de que se instale en tu casa…


—Como si no hubiera precedentes —dijo él.


Emilia lo fulminó con la mirada.


—¡Exacto! Eres igual de ingenuo que Hernan. ¿Qué os pasa a vosotros con las mujeres embarazadas? Siempre os enamoráis de ellas.


—Oh, vamos. No es Carmen y no tengo intención de casarme con ella. No estamos hablando de una adolescente que ha sido violada. Paula es una mujer adulta y ha tomado la decisión de tener su bebé. Es inteligente…


—Lo bastante inteligente como para burlarse de ti, ¡evidentemente! Es una mujer sin rumbo, Pedro, una especie de vagabunda.


—No. Es una mujer inteligente, madura, divertida y cosmopolita que estudiaba Derecho en Maastricht. Y no tiene una mente cerrada —añadió.


—¿Es licenciada?


—No. No terminó. Su madre se puso enferma…


—Qué oportuna. Así que no sólo es una mochilera vagabunda, sino que es una brillante mochilera que ha encontrado la manera de sacarle dinero a un hombre, a quien, probablemente, intentaba convencer de que cambiara el testamento, pero él murió antes de que lo consiguiera.


—No, ¡ella cuidaba de él porque sus hijos no lo hacían! Y al parecer, antes de morir, él estaba buscando la manera de asegurar el futuro de la hija que lleva en el vientre —le dijo.


—Estoy segura de que así era. ¿Y dónde está el testamento?


—Eso es lo que todo el mundo quiere saber.


Emilia suspiró con impaciencia.


—Y entretanto, ella está tratando de que el otro hermano, Ian, suelte la pasta. ¡No puedo creer que los hombres seáis tan ingenuos! Es una maquinadora, Pedro¿No te das cuenta?


—No creo que sea así… Y si lo fuera, si estuviera intentando asegurar el futuro de su hija, ¿qué habría de malo en ello? Carmen se casó con Hernan por ese motivo, y como resultado, Kizzy vive tranquila, querida y con un buen futuro por delante.


—Sólo porque yo pude ayudar a Hernan a cuidar de ella cuando Carmen murió, pero no voy a ayudarte para que te metas en el mismo lío. Ya he visto lo que ha sufrido Hernan. Todavía se siente culpable por la muerte de Carmen.


—Eso es ridículo —dijo él, con el ceño fruncido—. Está muerta porque no miró antes de cruzar la carretera. No es culpa de él… Pero si yo hubiera permitido que Paula se quedara en el hotel y se le hubiese caído el techo, habría sido mi culpa. Y no quiero tener ese cargo de conciencia, y tú tampoco deberías tenerlo. Ni Hernan, ni Nico, ni Georgia. En cualquier caso, pensé que os alegraríais de que ya no esté en el hotel. Al menos, de este modo, podemos continuar con la demolición y retomar el plan de construcción. No es una obra de caridad, y necesitamos recuperar la inversión.


Emilia suspiró y se echó el cabello hacia atrás.


—Vas a terminar metido en un gran lío —masculló—. Lo estoy viendo. Terminarás liado con ella y, conociéndote, te enamorarás y ella te destrozará igual que hizo Kate.


—¡No metas a Kate en esto! —exclamó él—. Esto no tiene nada que ver con ella.


—No, tiene que ver contigo y con tu poco juicio, con tu incapacidad de ver la parte mala de la gente. Cuando te lleve a juicio, o presente un cargo falso contra ti, ¡no me digas que no te lo advertí!



—Tonterías, ¡estás siendo ridícula! No tengo intención de liarme con ella. Está embarazada de otro hombre y, además, no me interesa nada —mintió—. Lo de que cuide de mi casa sólo es la manera de sacarla del hotel, y si lo hace bien, mucho mejor. Mataré dos pájaros de un tiro… O tres, si cuentas con que el bebé estará en un lugar más seguro, y estoy seguro de que lo harás, teniendo en cuenta que eres una mujer de gran corazón.


—No estés tan seguro —dijo ella, señalándolo con el dedo—. Y respecto al bebé, ¿cómo sabes que el padre es el hermano? Podría ser el cocinero o cualquier otro…


—Ni siquiera la has conocido —contestó Pedro—. ¿Y dices que yo no sé juzgar a la gente? Al menos he conocido a la chica antes de opinar sobre ella. Por favor, ¡iba a ser abogado especializada en Derechos Humanos!


—Muy bien. Lástima que te lo hayas tragado. ¿Cuándo te contó todo eso?


—Durante la media hora que estuve con ella ayer —contestó él—. Más de lo que has estado tú. Y de todos modos, ¿desde cuándo eres tan cínica?


—¡Desde que Pablo me dejó porque no estaba interesado en sus propios hijos! — dijo con preocupación en la mirada—. Pedro, por favor, ten cuidado. Ella podría ser una santa, pero ¿y si no lo es? ¿Y si es una zorra que sólo busca dinero? No creo que pudiera soportarlo.


—Entonces, no lo hagas. Yo estoy dispuesto a correr el riesgo, porque creo en ella, pero si te hace más feliz, mañana pediré que redacten un contrato de trabajo cuando hablemos con los asesores sobre ella —dijo él, y regresó a la cocina para terminar de cortar las cebollas que estaba cortando cuando ella llegó—. Y ahora, si no te importa, tengo cosas que hacer.


—Sí, como cocinar para tu empleada de hogar —dijo ella, con incredulidad—. ¡Y pensaba que yo era una idiota! —buscó las llaves en el bolso y negó con la cabeza—. Ten cuidado, ¿eh? Vas a correr un gran riesgo.


—¿Y ella? Es vulnerable. Y está tan desesperada que ha aceptado un trabajo viviendo en casa de un extraño. De un hombre soltero del que no sabe nada. Podría ser un violador… Cualquier cosa. Ha hablado con Georgia, es todo lo que sabe de mí.
¿Cómo diablos va a saber Georgia si tengo una vida secreta? Podría ser cualquier cosa horrible y ella no lo sabría. Nadie lo sabría. ¿Qué tal si intentas ponerte en su situación? ¿Cómo te sentirías?


—Te olvidas de que he estado en su situación.


Él negó con la cabeza.


—No, no es lo mismo. Cuando Pablo te dejó, sola y embarazada, mamá y papá estaban para apoyarte. Pero ¿y si no hubieran estado? ¿Qué habría pasado contigo? Por favor, ella no tiene a nadie. No es culpa suya. Y me recuerda mucho a ti…


—Está bien, está bien, abandono —dijo ella, y con una sonrisa frustrada se dirigió a la puerta—. No digas que no te lo advertí. Te veré mañana… Si no te ha asesinado mientras duermes. Y guarda la billetera.


—Sí, mamá.


Ella le sacó la lengua y se marchó. Pedro salió al jardín y contempló el mar para tranquilizarse. El mar estaba picado, el cielo estaba oscuro, y se oían truenos en la distancia. En cualquier momento comenzaría a llover. Por suerte, Paula ya no estaba en el hotel… Por mucho que Emilia y los demás tuvieran que decir al respecto.


Miró hacia la zona de invitados y se preguntó si seguiría dormida.


Probablemente. Parecía agotada. La dejaría dormir hasta que despertara por sí sola.


Terminaría de cocinar cuando se despertara y cenarían juntos. Se percató de que le apetecía comer con ella.


Las palabras de Emilia retumbaban en sus oídos, pero él las ignoró, igual que había ignorado la advertencia de Hernan. Hernan y Emilia no la habían conocido. No sabían cómo era, y Pedro no tenía intención de involucrarse con ella personalmente.


Disfrutaría de su compañía, nada más.


Cuando llegó la tormenta, Pedro entró en la casa y cerró la puerta antes de que la lluvia golpeara contra el cristal. Miró el reloj.


Las cuatro. Tenía hambre. No había comido y había desayunado muy temprano.


Preparó un té, sacó unas galletas y se dirigió al estudio. Dejó la puerta abierta para oír a Iona cuando despertara. Con un poco de suerte, no tardaría mucho…