domingo, 30 de abril de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 10




—¿Te has vuelto loco?


Emilia pasó delante de él y Pedro cerró la puerta y suspiró.


—Las noticias vuelan, ¿no es así? Supongo que Georgia te ha llamado por teléfono.


—Así es… Nico te vio con ella en el coche, y Georgia nos ha dicho que ¡pretendías contratarla como ama de llaves! ¿Qué diablos haces metiendo a una bala perdida en tu casa? ¡Debes de estar loco!


Pedro siguió a su hermana hasta la terraza.


—Solucionar un problema. Pensé que estaríais agradecidos…


—¿Agradecidos? ¡Si has perdido la cabeza!


—Tonterías. ¡Porque he sacado a la chica del hotel! —contestó él—. Estaba retrasando las cosas… Y baja el tono de voz. Está dormida —añadió, preguntándose por qué Nico no habría mantenido la boca cerrada hasta el día siguiente, de forma que él hubiera tenido un respiro.


—Estás loco —dijo Emilia—. Completamente loco. Hernan te advirtió que no te metieras, pero no lo escuchaste. Debería haber sabido que harías una locura como ésta.


Él cerró la puerta para que las voces no llegaran hasta la habitación de Paula.


—Emi, está embarazada. El techo se había derrumbado. ¿Cómo diablos podía dejarla allí?


—Oh, no tengo problema respecto a eso… Es el hecho de traerla aquí y de que se instale en tu casa…


—Como si no hubiera precedentes —dijo él.


Emilia lo fulminó con la mirada.


—¡Exacto! Eres igual de ingenuo que Hernan. ¿Qué os pasa a vosotros con las mujeres embarazadas? Siempre os enamoráis de ellas.


—Oh, vamos. No es Carmen y no tengo intención de casarme con ella. No estamos hablando de una adolescente que ha sido violada. Paula es una mujer adulta y ha tomado la decisión de tener su bebé. Es inteligente…


—Lo bastante inteligente como para burlarse de ti, ¡evidentemente! Es una mujer sin rumbo, Pedro, una especie de vagabunda.


—No. Es una mujer inteligente, madura, divertida y cosmopolita que estudiaba Derecho en Maastricht. Y no tiene una mente cerrada —añadió.


—¿Es licenciada?


—No. No terminó. Su madre se puso enferma…


—Qué oportuna. Así que no sólo es una mochilera vagabunda, sino que es una brillante mochilera que ha encontrado la manera de sacarle dinero a un hombre, a quien, probablemente, intentaba convencer de que cambiara el testamento, pero él murió antes de que lo consiguiera.


—No, ¡ella cuidaba de él porque sus hijos no lo hacían! Y al parecer, antes de morir, él estaba buscando la manera de asegurar el futuro de la hija que lleva en el vientre —le dijo.


—Estoy segura de que así era. ¿Y dónde está el testamento?


—Eso es lo que todo el mundo quiere saber.


Emilia suspiró con impaciencia.


—Y entretanto, ella está tratando de que el otro hermano, Ian, suelte la pasta. ¡No puedo creer que los hombres seáis tan ingenuos! Es una maquinadora, Pedro¿No te das cuenta?


—No creo que sea así… Y si lo fuera, si estuviera intentando asegurar el futuro de su hija, ¿qué habría de malo en ello? Carmen se casó con Hernan por ese motivo, y como resultado, Kizzy vive tranquila, querida y con un buen futuro por delante.


—Sólo porque yo pude ayudar a Hernan a cuidar de ella cuando Carmen murió, pero no voy a ayudarte para que te metas en el mismo lío. Ya he visto lo que ha sufrido Hernan. Todavía se siente culpable por la muerte de Carmen.


—Eso es ridículo —dijo él, con el ceño fruncido—. Está muerta porque no miró antes de cruzar la carretera. No es culpa de él… Pero si yo hubiera permitido que Paula se quedara en el hotel y se le hubiese caído el techo, habría sido mi culpa. Y no quiero tener ese cargo de conciencia, y tú tampoco deberías tenerlo. Ni Hernan, ni Nico, ni Georgia. En cualquier caso, pensé que os alegraríais de que ya no esté en el hotel. Al menos, de este modo, podemos continuar con la demolición y retomar el plan de construcción. No es una obra de caridad, y necesitamos recuperar la inversión.


Emilia suspiró y se echó el cabello hacia atrás.


—Vas a terminar metido en un gran lío —masculló—. Lo estoy viendo. Terminarás liado con ella y, conociéndote, te enamorarás y ella te destrozará igual que hizo Kate.


—¡No metas a Kate en esto! —exclamó él—. Esto no tiene nada que ver con ella.


—No, tiene que ver contigo y con tu poco juicio, con tu incapacidad de ver la parte mala de la gente. Cuando te lleve a juicio, o presente un cargo falso contra ti, ¡no me digas que no te lo advertí!



—Tonterías, ¡estás siendo ridícula! No tengo intención de liarme con ella. Está embarazada de otro hombre y, además, no me interesa nada —mintió—. Lo de que cuide de mi casa sólo es la manera de sacarla del hotel, y si lo hace bien, mucho mejor. Mataré dos pájaros de un tiro… O tres, si cuentas con que el bebé estará en un lugar más seguro, y estoy seguro de que lo harás, teniendo en cuenta que eres una mujer de gran corazón.


—No estés tan seguro —dijo ella, señalándolo con el dedo—. Y respecto al bebé, ¿cómo sabes que el padre es el hermano? Podría ser el cocinero o cualquier otro…


—Ni siquiera la has conocido —contestó Pedro—. ¿Y dices que yo no sé juzgar a la gente? Al menos he conocido a la chica antes de opinar sobre ella. Por favor, ¡iba a ser abogado especializada en Derechos Humanos!


—Muy bien. Lástima que te lo hayas tragado. ¿Cuándo te contó todo eso?


—Durante la media hora que estuve con ella ayer —contestó él—. Más de lo que has estado tú. Y de todos modos, ¿desde cuándo eres tan cínica?


—¡Desde que Pablo me dejó porque no estaba interesado en sus propios hijos! — dijo con preocupación en la mirada—. Pedro, por favor, ten cuidado. Ella podría ser una santa, pero ¿y si no lo es? ¿Y si es una zorra que sólo busca dinero? No creo que pudiera soportarlo.


—Entonces, no lo hagas. Yo estoy dispuesto a correr el riesgo, porque creo en ella, pero si te hace más feliz, mañana pediré que redacten un contrato de trabajo cuando hablemos con los asesores sobre ella —dijo él, y regresó a la cocina para terminar de cortar las cebollas que estaba cortando cuando ella llegó—. Y ahora, si no te importa, tengo cosas que hacer.


—Sí, como cocinar para tu empleada de hogar —dijo ella, con incredulidad—. ¡Y pensaba que yo era una idiota! —buscó las llaves en el bolso y negó con la cabeza—. Ten cuidado, ¿eh? Vas a correr un gran riesgo.


—¿Y ella? Es vulnerable. Y está tan desesperada que ha aceptado un trabajo viviendo en casa de un extraño. De un hombre soltero del que no sabe nada. Podría ser un violador… Cualquier cosa. Ha hablado con Georgia, es todo lo que sabe de mí.
¿Cómo diablos va a saber Georgia si tengo una vida secreta? Podría ser cualquier cosa horrible y ella no lo sabría. Nadie lo sabría. ¿Qué tal si intentas ponerte en su situación? ¿Cómo te sentirías?


—Te olvidas de que he estado en su situación.


Él negó con la cabeza.


—No, no es lo mismo. Cuando Pablo te dejó, sola y embarazada, mamá y papá estaban para apoyarte. Pero ¿y si no hubieran estado? ¿Qué habría pasado contigo? Por favor, ella no tiene a nadie. No es culpa suya. Y me recuerda mucho a ti…


—Está bien, está bien, abandono —dijo ella, y con una sonrisa frustrada se dirigió a la puerta—. No digas que no te lo advertí. Te veré mañana… Si no te ha asesinado mientras duermes. Y guarda la billetera.


—Sí, mamá.


Ella le sacó la lengua y se marchó. Pedro salió al jardín y contempló el mar para tranquilizarse. El mar estaba picado, el cielo estaba oscuro, y se oían truenos en la distancia. En cualquier momento comenzaría a llover. Por suerte, Paula ya no estaba en el hotel… Por mucho que Emilia y los demás tuvieran que decir al respecto.


Miró hacia la zona de invitados y se preguntó si seguiría dormida.


Probablemente. Parecía agotada. La dejaría dormir hasta que despertara por sí sola.


Terminaría de cocinar cuando se despertara y cenarían juntos. Se percató de que le apetecía comer con ella.


Las palabras de Emilia retumbaban en sus oídos, pero él las ignoró, igual que había ignorado la advertencia de Hernan. Hernan y Emilia no la habían conocido. No sabían cómo era, y Pedro no tenía intención de involucrarse con ella personalmente.


Disfrutaría de su compañía, nada más.


Cuando llegó la tormenta, Pedro entró en la casa y cerró la puerta antes de que la lluvia golpeara contra el cristal. Miró el reloj.


Las cuatro. Tenía hambre. No había comido y había desayunado muy temprano.


Preparó un té, sacó unas galletas y se dirigió al estudio. Dejó la puerta abierta para oír a Iona cuando despertara. Con un poco de suerte, no tardaría mucho…





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