lunes, 1 de mayo de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 13





Estaba helada.


Le castañeaban los dientes, estaba empapada y Pebbles temblaba sobre su regazo. La gata estaba asustada por la tormenta. Se habían refugiado en el umbral de una puerta, junto a una tienda, en el mismo sitio donde Pedro la había metido el día anterior. Estaba al otro lado del hotel donde ella había estado viviendo. Al menos estaba un poco protegida de la lluvia, pero era una calle transitada y la gente no dejaba de mirarla.


Nadie se detenía y ella lo agradecía. No le apetecía dar explicaciones. No sabía dónde ir. No tenía dinero ni amigos en la zona, y probablemente tuviera varios enemigos.


Emilia, por ejemplo, quien parecía odiarla sin siquiera haberla conocido. El motivo era algo relacionado con Hernan, su marido, y alguien llamada Carmen, pero no había podido oírlo todo. Y Kate, fuera quien fuera. No le importaba. Lo único que le importaba era encontrar un lugar seco donde tumbarse.


Levantó la vista, preguntándose si habría algún lugar donde pudiera sentarse un rato y entrar en calor, y vio el coche de Pedro bajando por la calle, despacio.


Santo cielo, ¡estaba buscándola! Lo que le faltaba. Y menos en aquellos momentos, muerta de frío y lo bastante enfadada como para decir algo que hiciera que terminara en los tribunales. Trató de echarse hacia atrás para ocultarse, pero no sirvió de nada. Él la había visto. Había detenido el coche junto a la acera y se había bajado, dejando el motor encendido y la puerta abierta.


Otros conductores tocaron el claxon, pero él los ignoró y corrió hacia ella, agachándose de forma que ella no podía verle la cara. La agarró del brazo y le preguntó:
—¿Dónde diablos te habías metido? ¡Estaba muy preocupado!


—Suéltame —dijo ella, y él obedeció.


—Lo siento…Paula, por favor, entra en el coche y habla conmigo. Deja que te dé una explicación.


—No. No voy a irme contigo.


—Te daré las llaves. Así no podré llevarte a ningún sitio que no quieras ir.


Se pasó la mano por el cabello y ella se percató de que estaba empapado. Había estado buscándola, no sólo en coche, sino caminando bajo la lluvia.


Pero ¿por qué?


—¿Una explicación de qué? —preguntó ella—. ¿De por qué me has mentido?


Él suspiró.


—No te he mentido. Únicamente no te he dicho toda la verdad.


Ella se rió.


—¿Toda? ¿Y qué tal si decimos que no me has dicho la mayor parte? O al menos, la parte importante.


—Te dije la parte importante —dijo él con tono sincero.


Se oyó un claxon y el chirriar de unos frenos.


—Te has dejado la puerta abierta —le recordó ella.


—Por favor. Ven conmigo. Vamos a algún sitio donde puedas entrar en calor y comer algo caliente. Iremos a un lugar público, a un café o algo así. Tú eliges.


—Tengo a la gata —señaló al animal y suspiró.


—Paula, por favor —dijo él.


Al ver que no se movía, y que empezaba a tiritar, ella cedió.


—Está bien, pero hablaremos en el coche. No vamos a ir a ningún sitio. Y te doy cinco minutos.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario