domingo, 26 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 23





Pedro la tomó en volandas y la llevó arriba sin dejar de besarla, y entró con ella en el dormitorio de la joven, depositándola amorosamente sobre la cama. Después, esbozó una sonrisa lobuna y se unió a ella.


—No había estado en tu habitación desde los años de universidad —murmuró inclinando la cabeza y empezando a imprimir ligeros besos en su garganta—. Creo recordar que tenías un camisón de algodón con un dibujo de un oso en la parte de delante. Era endiabladamente sexy.


—¡Dios! —se rió Paula—. ¿Aquel camisón te parecía sexy?


—Cualquier cosa que tú llevaras puesta me parecía sexy —farfulló Pedro entre beso y beso.


Paula gimió suavemente.


—¿Ya entonces te parecía sexy? —inquirió sorprendida.


—Chaves, no tienes ni idea de lo que le hacías a mi libido cuando tenía veinte años —murmuró él, haciéndole cosquillas con el aliento.


Paula sonrió al recordar la conversación que había tenido con Cata, y enredó los dedos en el cabello de Pedro, echándole la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos.


—¿Ah, sí? ¿Y ahora?


—Ahora —contestó él sonriendo con picardía—, puedo decirte como amante que eres la mujer más sexy que he conocido, y que te deseo.


Las palabras de Pedro dieron alas a la joven, que se apoderó de sus labios en un beso húmedo, mientras le revolvía el oscuro cabello con los dedos, para descender después hacia los hombros. Le tiró desesperada de la camiseta y gimió:
—Mmmm… esto… fuera…


Pedro obedeció su orden al instante, sacándosela por la cabeza, descendiendo otra vez sobre sus labios, piel contra piel. Y la piel de Paula era tan suave… toda ella era tan suave… Su mano se deslizó a lo largo de la base de uno de los senos de la joven, arrancando una risita de su garganta.


—Hum… Tenemos cosquillas, ¿eh? —dijo Pedro , apoyando la punta de su nariz en la de ella—. Siempre has tenido muchas cosquillas.


Pedro le aplicó de nuevo aquella tortura deliciosa, y pronto tuvo a Paula retorciéndose debajo de él, riendo sin parar.


—¡Para ya, alimaña!, ¡no es justo!


—¿Alimaña? —Pedro chasqueó la lengua—. Creo que voy a tener que recordarte cuál es mi nombre —deslizó la mano por el costado de Paula hasta alcanzar la cintura—. Veamos, ¿cuál es mi nombre? —y siguió acariciándola hasta obtener otro suave gemido de la joven.


—Mmm… Alfonso…


—No, ese no es —murmuró divertido, besándola de nuevo con pasión—. ¿No crees que ahora que somos íntimos deberías dejar de llamarme por el apellido?


Paula trató de contestar, pero los labios de Pedro se posaron en el hueco de su cuello, succionando suavemente, para después mordisquearle el lóbulo de la oreja.


—Oh, Dios mío…


Pedro alzó la cabeza y sonrió burlón.


—No, con «Pedro» es bastante.


Paula sonrió también y trazó el contorno de la sensual boca de Pedro con el índice, mientras él enganchaba los pulgares en el elástico de su pantalón.


—¿Cómo fue aquello que dijiste antes? —murmuró divertido—. Ah, sí: «esto… fuera».


Paula se rió y levantó las caderas para facilitarle la maniobra. Pedro se deshizo de la prenda y la besó mientras le quitaba el resto de la ropa. Paula le respondió con fervor, y pronto pudo notar que Pedro estaba excitándose.


—Esto es mucho mejor que en mis sueños… —susurró él, explorando cada centímetro del cuerpo de la joven. Paula se arqueó hacia él impaciente.


Pedro, por favor…


Él volvió a besarla, imitando con la lengua el movimiento que el cuerpo de Paula ansiaba. Acabó de desnudarse él también, y le dijo con voz ronca:
—Dilo otra vez.


Paula lo atrajo hacia sí y le suplicó mirándolo a los ojos:
—Por favor, Pedro, no puedo esperar más…


Paula escuchó la respiración jadeante de Pedro en el silencio de la casa vacía, notó el peso de su cuerpo cuando se tumbó sobre ella, y pronto sus sentidos se cerraron al resto del mundo.






APUESTA: CAPITULO 22





Aquella noche Kieran había llevado a Nieves a una cena con unos antiguos colegas, dejando a Pedro y Paula la casa para ellos solos. Antes de la apuesta, ver una película de la tele juntos no suponía nada extraordinario, pero sí lo era el verla tumbados en el sillón, el uno al lado del otro.


Paula, en un vano intento por ignorar el modo en que la estaban excitando las caricias de Pedro, comenzó a divagar, explicándole su teoría acerca de por qué la pareja protagonista no acabaría junta sin pasar por otra desgracia antes del final de la película:
—La vida siempre conspira contra la felicidad de las personas —filosofó en voz alta— bueno, aunque en este caso son los guionistas, claro.


—Nunca imaginé que fueras una cínica —murmuró Pedro divertido.


—Nada de cínica, realista —replicó ella acurrucándose contra el hueco de su hombro y entrelazando una de sus piernas con las de él—. Mmmm… y yo nunca imaginé que pudiera ser tan agradable estar tumbada contigo en este viejo sillón. Te lo tenías muy callado, ¿eh?


—Bueno, todo el mundo tiene sus secretos —admitió Pedro con una sonrisa—. Hay muchas cosas que no sabes de mí, Paula Chaves.


La joven alzó la cabeza y enarcó una ceja.


—¿Estás diciendo que no te conozco?


Pedro introdujo la mano por debajo de la blusa de Paula para acariciarle la espalda. Tocarla se estaba convirtiendo en una adicción para él.


—Oh, no, sí que me conoces, a veces diría que incluso más que yo mismo; solo digo que hay ciertas cosas que no sabes… igual que hay cosas que yo no sabía de ti —añadió en un tono seductor—, y que estoy disfrutando tremendamente descubriendo.


El pulso de Paula se aceleró al sentir que Pedro estaba dibujando círculos sobre su piel.


—¿Qué clase de… cosas… exactamente?


—Bueno… —respondió él entornando los ojos—, conocer a una persona en un sentido amistoso es muy distinto a conocerla en el sentido de amante, ¿no crees?


Paula casi ronroneó.


—Mmmm… Sí, muy diferente.


—¿Lo ves?, por ejemplo, yo nunca hubiera imaginado que tu piel pudiera ser tan suave.


—Ya veo —asintió la joven besándolo ligeramente en los labios—. Continúa.


—O que tu cabello oliese tan bien.


Paula lo besó otra vez.


—Entonces el champú que compré el otro día ha merecido cada penique que gasté en él.


—O que besarte fuera tan delicioso… —Pedro rodó hasta quedar sobre ella—, tan delicioso que siento deseos de besarte en lugares donde un amigo jamás…


—Alfonso, cállate y demuéstramelo —le ordenó ella, agarrándolo por el pelo y atrayéndolo hacia sí para besarlo con pasión.


La joven sintió que el calor estaba empezando a invadir su cuerpo mientras sus lenguas danzaban. Nunca se había sentido tan dispuesta para hacer el amor. Era como si Pedro hubiese accionado un interruptor secreto en su interior. Y si había logrado eso solo con besarla y acariciarla un poco, no quería ni pensar en cómo sería cuando estuviesen juntos en la cama.


De su garganta escapó un profundo gemido. La frustración acumulada por aquellas prolongadas sesiones de juegos previos estaba empezando a pasarle factura.


Pedro también se daba cuenta de que no podían seguir así, eludiendo siempre el fin último, la conclusión lógica. 


Además, ni de día ni de noche podía quitarse de la cabeza el deseo de hacerle el amor a Paula. Las manos le temblaban cuando dejaron la espalda de la joven para colocarse contra su estómago y rozaron el elástico de los pantalones cortos que llevaba puestos. La oyó contener el aliento, e inmediatamente su cuerpo se tensó.


—Dios, ¿tienes idea de hasta qué punto te necesito? —masculló Pedro despegando sus labios de los de ella.


En lugar de contestar, Paula se humedeció los labios con la lengua muy despacio, y después esbozó una sonrisa, mirándolo en una muda invitación para que continuara lo que había dejado.


Pedro gruñó de pura frustración.


—Te juro que si Kieran no se marcha pronto, lo ahogaré con la almohada mientras duerme.


Paula se echó a reír antes de empezar a besarlo de nuevo, mordisqueando y tirando de su labio inferior.


Con una destreza inesperada, Pedro desabrochó en un momento con una sola mano los botones de la blusa de Paula y la abrió, sonriendo encantado al ver el sostén de encaje que había quedado al descubierto.


—Si hubiera sabido antes que llevabas algo tan sexy debajo de la ropa, no habría sido capaz de quitarte las manos de encima, ni con Kieran aquí —murmuró.


Paula suspiró mientras los dedos de Pedro acariciaban la piel que quedaba fuera de las copas del sostén.


—¿Cuánto tiempo dijeron que estarían fuera? —inquirió Pedro comenzando a besarla en la zona que sus dedos acababan de explorar.


Paula sentía como si olas de lava estuviesen rompiendo en su interior, y jadeó, arqueándose hacia él, mientras contestaba con voz ronca:
—El suficiente…







APUESTA: CAPITULO 21




Durante los últimos días, Paula y Pedro habían estado besándose a escondidas como dos adolescentes. La joven no quería que Kieran los pillara in fraganti y se enterara, pero por alguna razón aquello lo hacía más excitante, y no podía dejar de sonreír maliciosa cada vez que imaginaba la escena. ¿Qué podrían decirle entonces?: «Lo sentimos, Kieran, pero es que hasta que no pasáramos un par de semanas juntos en la cama no podíamos decidir si esto es solo atracción física o algo más, así que entretanto pensamos que era mejor no contarte nada».


Nunca había experimentado un deseo semejante por nadie. 


Solo con pensar en los veinte minutos que habían pasado en la oficina de Pedro a la hora del almuerzo ese día, no podía dejar de sonreír de felicidad. Era maravilloso, era como ser dos adolescentes que estuvieran descubriendo el sexo. 


Nunca antes le había parecido que tocarse y besarse pudiera resultar tan delicioso. Pero, aun así, suerte que la puerta del despacho de Pedro tenía pestillo.


Mientras Paula recordaba todo aquello con expresión soñadora, su amiga Cata llevaba un rato observándola llena de curiosidad, hasta que ya no pudo aguantarse más:
—Pareces una niña con zapatos nuevos. Lo habéis hecho, ¿verdad?


—¡Cata!


Su amiga puso los brazos en jarras y enarcó una ceja.


—No soy tonta, Paula. Conozco muy bien esa expresión, es la expresión de una mujer totalmente satisfecha.


—No digas bobadas —replicó Paula airada mientras colocaba unos folletos sobre el mostrador.


—Es la verdad.


—No, no lo es —insistió Paula.


Pero Cata no estaba convencida.


—Entonces, ¿por qué no haces más que sonreír?


—No sé, me gusta mi vida, supongo —murmuró Paula esbozando otra sonrisa y ladeando la cabeza.


—Ya, seguro —respondió su amiga frunciendo los labios—. ¿Y significa eso que las cosas van bien con Pedro?


—No te rindes, ¿eh? —suspiró Paula.


—No, soy tu amiga y me importas. Solo quiero saber cómo te va, eso es todo.


Parecía dolida, y Paula se sintió mal.


—De acuerdo, de acuerdo… Las cosas van bastante bien con Pedro, gracias.


Cata sonrió de oreja a oreja.


—¡Ja! ¡Lo sabía!


—Pero no empieces a enviar invitaciones de boda ni a encargar la tarta —advirtió Paula levantando el índice—. Aún no sabemos hacia dónde va esto.


—Lo sé, lo sé, pero entonces estáis juntos, ¿no?


Paula miró en derredor, como para asegurarse de que no había espías en su propia tienda, y murmuró en voz baja:
—Sí.


Cata también miró en derredor y bajó también la voz, imitando a su amiga.


—¿Y por qué no quieres que se entere nadie?


Paula arrugó la nariz.


—Um… bueno, es que es algo… complicado de explicar.


Cata enarcó las cejas sorprendida.


—¿En qué sentido? ¿No tendrá Pedro una esposa secreta escondida como el señor Rochester en Jane Eyre?


Paula apenas pudo reprimir una sonrisilla.


—No, no es nada de eso.


—Pues deberías saber que toda esta intriga no me conviene en absoluto, no, en absoluto. Acabaré teniendo un parto prematuro, ya verás.


Paula se echó a reír.


—De acuerdo, es que… —se aclaró la garganta—, bueno, no queremos que Kieran lo sepa.


Cata se quedó mirándola anonadada, y como desaprobadora, pero no dijo nada.


—¿Qué? —inquirió finalmente Paula.


—Bueno, no irás a decirme que estamos aquí cuchicheando como colegialas solo porque te da miedo que tu ex se entere de que estás acostándote con su mejor amigo, ¿verdad?


Paula frunció el entrecejo.


—No estoy acostándome con Pedro.


—Aún —puntualizó Cata.


—Además, tal y como lo has dicho suena de lo más idiota, y no es tan simple.


Cata dejó escapar un dramático suspiro.


—Bueno, entonces trata de explicármelo.


Cata volvió a asegurarse de que no había moros en la costa: bien, solo un par de turistas curioseando.


—Es que preferiría que Kieran no se enterara todavía. Además, ¿quién nos asegura que esto no es más que una mera atracción física? Quizá se esfume en un par de semanas. Si Kieran se entera podríamos acabar como el rosario de la aurora. No sé cómo reaccionaría si supiera que hay algo entre Pedro y yo.


Kate se quedó mirándola un momento.


—Pero, ¿por qué estás tan segura de que lo vuestro no funcionará?


—¿Quieres decir en el sentido de «fueron felices y comieron perdices»?


—Sí.


Paula suspiró.


—Pues porque… No sé, piénsalo: ¿por qué precisamente ahora? Nos conocemos desde hace años. Entonces, ¿por qué nos está pasando esto precisamente ahora? ¿Por qué no nos habíamos sentido atraídos nunca el uno por el otro?


Cata se encogió de hombros.


—Bueno, tal vez este sea el momento preciso. Tal vez hasta ahora no hayáis estado preparados para esto.


—¿Estás sugiriendo que esto es cosa del destino?


—Algo así, sí.


Paula resopló y sacudió la cabeza.


—Bah, yo al principio también creía en todo eso del amor verdadero y todas esas chorradas, pero después de lo de Kieran… No sé, Cata, no todo el mundo tiene finales felices como lo tuyo con Paul. Eres muy afortunada.


—Paula Chaves, nunca te hubiera tenido por cínica. A Pedro le importas más que ninguna otra persona. ¿No crees que eso debe significar algo?


—A mí el también me importa, Cata, pero nunca pensé que pudiera… bueno, que pudiera llegar a sentirme atraída por él en un sentido… físico —concluyó sonrojándose ligeramente.


Cata pareció sorprenderse ante aquella afirmación.


—¿Nunca?


—No, nunca.


—¿Estás de broma?


—Oh, vamos, Cata, solo porque tú estuvieras colada por él en el instituto no significa que a mí vaya a pasarme igual.


—No es eso. Tú nunca miraste a Pedro de ese modo porque lo tenías delante de tus narices todo el tiempo. No te atraía porque no había ningún misterio en él, ni implicaba un reto, porque siempre estaba a tu lado, te era incondicional. En cambio Kieran te parecía inalcanzable, y querías que te hiciera caso a toda costa cuando tenía chicas alrededor todo el tiempo.


Paula se había quedado de piedra. ¿Podía tener razón su amiga? La sola idea le daba vértigo. Si era cierto, tendría que reconsiderar por completo sus sentimientos, todo lo que había tenido por auténtico de repente tal vez no lo había sido. ¿Su amor por Kieran solo había sido fascinación? ¿se había dejado deslumbrar por él y no se había dado cuenta de que era a Pedro a quien…?


—Eh, Paula… ¿estás bien? —murmuró Cata apretándole suavemente el brazo y sacándola de sus pensamientos.


Paula parpadeó y esbozó una pequeña sonrisa.


—Sí. Es solo que… me temo que el hablar de ello no me está ayudando demasiado.


—Lo siento, Paula, no quería hacerte daño, yo…


—No, no pasa nada —replicó Paula sacudiendo la cabeza—. Es que hasta ahora Pedro había sido la única constante en mi vida, y estaba tan convencida de que éramos solo amigos, que la idea de que esto pudiera estar destinado a ocurrir desde hace tiempo y yo haya estado dándole la espalda…


—Lo entiendo, estás asustada.


—Sí, lo estoy, pero lo peor es que no puedo detener esto que hemos comenzado, así que no me queda más remedio que dejar que las cosas sigan su curso y esperar a ver en qué dirección sopla el viento.


—Y preferirías que las cosas no se complicaran más evitando que Kieran se entere —comprendió Cata al fin, asintiendo con la cabeza.


—Si Kieran lo supiera se convertiría en la voz de la duda: me diría que no tiene sentido, que estoy confusa y por eso me estoy dejando llevar… No querría que él me influenciara. Además, podría herirlo vernos juntos, aun después de todo el tiempo que ha pasado, y Pedro se sentiría tan culpable como yo.


Cata negó con la cabeza.


—Kieran nunca te mereció. Incluso después de lo que te hizo, sigues preocupándote por él.





sábado, 25 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 20




Estados Unidos, seis años atrás


Pedro se presentó en San Francisco cinco días después de la huida de Paula. La joven no podía creer que hubiera ido detrás de ella, ni mucho menos esperaba que se enfadara tanto como se enfadó.


—¡Una nota! ¡Me dejaste una nota! ¿Qué soy para ti, un amigo o el lechero?


La joven contrajo el rostro, aguantando como podía el chaparrón.


—Si te hubiera dicho que me iba habrías tratado de detenerme —dijo intentando hacerlo comprender. Bajó la vista y se giró hacia la ventana del apartamento que había alquilado—. Lo siento de verdad. Pedro, siento haberme ido así, pero es que no podía aguantar seguir allí ni un segundo más.


Su voz sonaba temblorosa, y de pronto su amigo se sintió mal por haber llegado gritándole. Se quedó callado un buen rato, pero finalmente se acercó por detrás y le puso la mano en el hombro, apretándoselo ligeramente.


—Perdóname por haberme puesto así. Dime, ¿cómo te encuentras ahora?


La joven se volvió hacia él y sacudió la cabeza suavemente.


Pedro, podías haberme preguntado eso por teléfono, te habría salido más barato.


—Olvídate del dinero. Estaba preocupado por ti.


Paula lo miró conmovida e incrédula. Así era Pedro: había cruzado medio mundo únicamente para asegurarse de que estaba bien. Esbozó una pequeña sonrisa, pero, aunque quería abrazarlo, se quedó donde estaba, abrazándose a sí misma.


—Lo siento, no quería preocuparte. Es que necesitaba… alejarme de allí lo antes posible.


—¿Por Kieran?


La joven volvió a darle la espalda, contemplando cómo llovía fuera.


—En parte.


—¿Y por qué más?


—Porque necesito averiguar qué quiero hacer con mi vida —inspiró profundamente y se giró hacia él—. Necesito tiempo, tiempo para descubrir quién es en realidad Paula Chaves y qué es lo que espera de la vida. Hasta ahora he sido la pequeña Paula de papá y mamá, tu Paula, la Paula de Kieran, pero no estoy segura de saber quién soy para mí.


Los oscuros ojos de Pedro escrutaron los suyos.


—Pero… piensas volver a casa… ¿verdad? —inquirió esperanzado.


—Algún día.


—Prométemelo, Chaves.


—Te lo prometo.



****


Paula no podía dormir. No era que estuviera enfadada por aquella ridícula apuesta que le había propuesto Kieran. No, era más por el hecho de haberse sentido celosa ante la idea de imaginar a su mejor amigo con otra mujer, haciendo la clase de cosas que ella estaba ansiosa por hacer con él, la clase de cosas en las que no podía dejar de pensar. Eso era lo que estaba robándole el sueño.


Hacia las cuatro de la madrugada ya no lo aguantaba más. 


Haciendo el menor ruido posible, se bajó de la cama, abrió un cajón, sacó una camiseta, una sudadera, un par de calcetines y sus pantalones cortos de chándal. Correr un poco la cansaría y tal vez así podría dormir un poco. «Nunca hubiera pensado que la frustración sexual pudiera provocar insomnio», se dijo con ironía.



****


Entretanto, Pedro tampoco podía dormir. Se dio la vuelta en la cama y miró su reloj despertador: las tres y cincuenta de la madrugada. Volvió a darse la vuelta sobre el colchón, pensando en Paula, que no lo había mirado siquiera durante el resto de la noche. ¿Qué esperaba, que se disculpase? ¿Por qué? ¿Por haber salido un par de veces con una chica años atrás?


Al cabo de un rato miró otra vez la hora, pero solo habían pasado cinco minutos. Resoplando, se incorporó y apartó las sábanas. Hacía calor. ¿Y qué si Marie Donnelly le había parecido atractiva? Se sentía confundido, muy confundido, y tremendamente frustrado. La necesidad de besar una vez más a Paula era tan fuerte que casi parecía un dolor físico.


Encendió la luz de la mesilla de noche y empezó a caminar arriba y abajo por la habitación, sus pies descalzos haciendo crujir suavemente el suelo de madera. Tal vez si Paula se hubiera quedado en Estados Unidos él podría haber seguido llevando el estilo de vida tranquila y ordenada que había logrado alcanzar. ¡Qué tonterías estaba pensando! ¿A quién pretendía engañar? No cambiaría por nada todos los meses que Paula llevaba viviendo en su casa.


Siguió discutiendo consigo mismo hasta las cuatro… las cuatro y diez… las cuatro y veinte… Pero a las cuatro y media ya no aguantó más. Se puso las zapatillas y bajó las escaleras para hacer un poco de café.


Y, al entrar en la cocina, allí estaba ella. Debía de haber estado haciendo jogging, y seguramente había entrado en ese momento, ya que la encontró con la puerta trasera abierta, los brazos en cruz, apoyadas las manos en el marco, y la cabeza colgando, como intentando recobrar el aliento.


La luz anaranjada del porche recortaba su silueta y arrancaba destellos de sus cabellos rojizos. Pedro admiró sus piernas, brillantes por el sudor, observó como subían y bajaban sus senos, escuchó su respiración jadeante… 


¡Dios!, era casi como una prolongación de sus fantasías nocturnas. Tragó saliva y sintió que su cuerpo se tensaba. ¿Cómo se suponía que podía luchar contra aquella atracción cuando Paula lo excitaba hasta ese punto?


En ese momento ella advirtió su presencia y se incorporó, visiblemente sorprendida.


—Lo siento —balbució Pedro sin saber por qué se estaba disculpando.


La joven puso los brazos en jarras y lo miró con una ceja enarcada.


—¿Por qué, por hacer mi vida más difícil de lo que ya es?


Pedro sonrió.


—Supongo. Por cierto, respecto a esa absurda idea de Kieran de anoche…


La joven cerró la puerta y dio unos pasos hacia él.


—Lo sé, sé que mi reacción fue un poco desproporcionada.


Pedro no podía creer la facilidad con que se habían aclarado las cosas después de las vueltas que le había dado aquella noche. Dio un paso hacia ella y señaló la cafetera.


—Iba a hacer café. ¿Te apetece una taza?


¿Por qué de repente sentía como si tuviera un ejército de hormigas desfilando dentro de su estómago?


No estaba seguro de que le gustara perder de ese modo el control sobre sí mismo.


—No, gracias —se rió Paula—, lo último que necesito es algo que me quite todavía más el sueño.


Pedro tragó saliva de nuevo y dio otro paso hacia ella.


—Ya. La verdad es que yo tampoco podía dormir.


Paula suspiró.


—Yo… no puedo seguir así por más tiempo —dijo alzando los brazos y dejándolos caer—. No puedo seguir andando de puntillas a tu alrededor. Esto es tan frustrante, tan… horrible. Creo que no me había sentido peor en toda mi vida.


—Yo tampoco.


—Y lo peor es que… no sé, si se tratara de otra persona y no de ti me alejaría de ella, o haría algo, pero contigo… ni siquiera soy capaz de decidir qué debo hacer.


—Igual que yo.


—Y estoy asustada.


—Yo también.


—Si esto no funciona, las cosas no volverán a ser jamás como eran, Pedro, y tengo miedo de perderte como amigo.


—Eso jamás ocurrirá, Paula —le aseguró él


—Eso no es algo que puedas garantizarme —replicó la joven—. ¿Y sabes qué es peor aún? Que aunque no hago más que repetirme que nada merece arriesgar una amistad como la nuestra, no logro apagar el deseo que siento por ti.


—A mí me pasa lo mismo.


Paula sacudió suavemente la cabeza, sin despegar la mirada de los oscuros ojos de Pedro, y, aspirando temblorosa, se echó en sus brazos y lo besó.


Fue un beso frenético y ardiente, impulsado por la frustración que había ido acumulándose dentro de ellos. Aquella vez no hubo reservas ni dudas, y Paula se puso de puntillas, apretando su cuerpo contra el de él, queriendo sentirlo tan de cerca como le fuera posible, a pesar de las capas de ropa entre ellos.


Un gemido escapó de la garganta de Pedro mientras le rodeaba la estrecha cintura con los brazos. Sus labios respondieron al beso casi con desesperación.


De pronto Paula empujó suavemente las caderas hacia las suyas, y Pedro sintió que cierta parte de su anatomía reaccionaba al instante. La joven también lo notó, y sonrió contra sus labios, repitiendo el movimiento, y siendo recompensada con otro gemido más profundo. Pedro la deseaba tanto como ella a él.


La joven desenganchó las manos del cuello de Pedro y, sin separarse de él, introdujo sus brazos por debajo de los de él. 


Sus dedos encontraron el dobladillo de la camiseta de Pedro, y la empujó hacia arriba para poder poner las palmas abiertas contra la lisa piel de su estómago. Cuando sus pulgares se aproximaron al elástico del pantalón del pijama, lo notó tensarse, y Pedro despegó sus labios de los de ella para mirarla a la cara.


—Paula… —le susurró, levantando las manos hacia su rostro, y acariciándole las sonrosadas mejillas—, deberíamos ir más despacio… No hay prisas.


Una sonrisa seductora se dibujó en los labios de Paula.


—¿Eso crees? Habla por ti, Alfonso.


Pedro se rió suavemente.


—Dios. En todos estos años jamás imaginé que un día llegaríamos a hacer esto. Me estás volviendo loco. Lo sabes, ¿verdad? Nunca había deseado a una mujer hasta este punto.


—Eso espero, Alfonso, porque así al menos estamos empatados —murmuró Paula acariciándole el abdomen. La respiración de Pedro se tornó entrecortada.


—Pero no debemos hacerlo con Kieran y Nieves aquí, ¿recuerdas? Podrían oírnos —respondió él casi con fastidio.


—Lo sé —asintió ella, dibujando círculos en su estómago—, pero eso no significa que no podamos practicar un poco.


Pedro sabía que era una locura, pero todo su cuerpo le estaba gritando que la necesitaba. ¿Cómo podía negarse? Inclinándose hacia ella, sus labios volvieron a posarse sobre los de la joven en un beso lánguido y sensual. Después, alzó apenas un centímetro la cabeza, y murmuró:
—Bueno, supongo que podría intentar no hacer mucho ruido…


Paula sonrió.


—Alfonso, dudo que hagas más ruido que yo.


Él contuvo él aliento excitado, y recorrió la espalda de Paula con sus manos.


—Dios… y yo quiero que lo hagas, Paula, quiero que hagas muchísimo ruido…


Los latidos del corazón de la joven se dispararon.


Pedro


—Y por eso precisamente… vamos a esperar hasta estar a solas y tener… todo el tiempo del mundo —concluyó él.


A pesar de lo mucho que lo necesitaba, Paula sabía que tenía razón, que no era el momento. Ella misma lo había dicho, pero…


—¿Te das cuenta de que si posponemos esto mucho más estaremos tan frustrados que cuando al fin lo hagamos no duraremos ni cinco minutos?


Pedro la miró a los ojos y sonrió con picardía.


—Te aseguro, Chaves, que pienso tomarme mucho más de cinco minutos —le prometió.