domingo, 26 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 23





Pedro la tomó en volandas y la llevó arriba sin dejar de besarla, y entró con ella en el dormitorio de la joven, depositándola amorosamente sobre la cama. Después, esbozó una sonrisa lobuna y se unió a ella.


—No había estado en tu habitación desde los años de universidad —murmuró inclinando la cabeza y empezando a imprimir ligeros besos en su garganta—. Creo recordar que tenías un camisón de algodón con un dibujo de un oso en la parte de delante. Era endiabladamente sexy.


—¡Dios! —se rió Paula—. ¿Aquel camisón te parecía sexy?


—Cualquier cosa que tú llevaras puesta me parecía sexy —farfulló Pedro entre beso y beso.


Paula gimió suavemente.


—¿Ya entonces te parecía sexy? —inquirió sorprendida.


—Chaves, no tienes ni idea de lo que le hacías a mi libido cuando tenía veinte años —murmuró él, haciéndole cosquillas con el aliento.


Paula sonrió al recordar la conversación que había tenido con Cata, y enredó los dedos en el cabello de Pedro, echándole la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos.


—¿Ah, sí? ¿Y ahora?


—Ahora —contestó él sonriendo con picardía—, puedo decirte como amante que eres la mujer más sexy que he conocido, y que te deseo.


Las palabras de Pedro dieron alas a la joven, que se apoderó de sus labios en un beso húmedo, mientras le revolvía el oscuro cabello con los dedos, para descender después hacia los hombros. Le tiró desesperada de la camiseta y gimió:
—Mmmm… esto… fuera…


Pedro obedeció su orden al instante, sacándosela por la cabeza, descendiendo otra vez sobre sus labios, piel contra piel. Y la piel de Paula era tan suave… toda ella era tan suave… Su mano se deslizó a lo largo de la base de uno de los senos de la joven, arrancando una risita de su garganta.


—Hum… Tenemos cosquillas, ¿eh? —dijo Pedro , apoyando la punta de su nariz en la de ella—. Siempre has tenido muchas cosquillas.


Pedro le aplicó de nuevo aquella tortura deliciosa, y pronto tuvo a Paula retorciéndose debajo de él, riendo sin parar.


—¡Para ya, alimaña!, ¡no es justo!


—¿Alimaña? —Pedro chasqueó la lengua—. Creo que voy a tener que recordarte cuál es mi nombre —deslizó la mano por el costado de Paula hasta alcanzar la cintura—. Veamos, ¿cuál es mi nombre? —y siguió acariciándola hasta obtener otro suave gemido de la joven.


—Mmm… Alfonso…


—No, ese no es —murmuró divertido, besándola de nuevo con pasión—. ¿No crees que ahora que somos íntimos deberías dejar de llamarme por el apellido?


Paula trató de contestar, pero los labios de Pedro se posaron en el hueco de su cuello, succionando suavemente, para después mordisquearle el lóbulo de la oreja.


—Oh, Dios mío…


Pedro alzó la cabeza y sonrió burlón.


—No, con «Pedro» es bastante.


Paula sonrió también y trazó el contorno de la sensual boca de Pedro con el índice, mientras él enganchaba los pulgares en el elástico de su pantalón.


—¿Cómo fue aquello que dijiste antes? —murmuró divertido—. Ah, sí: «esto… fuera».


Paula se rió y levantó las caderas para facilitarle la maniobra. Pedro se deshizo de la prenda y la besó mientras le quitaba el resto de la ropa. Paula le respondió con fervor, y pronto pudo notar que Pedro estaba excitándose.


—Esto es mucho mejor que en mis sueños… —susurró él, explorando cada centímetro del cuerpo de la joven. Paula se arqueó hacia él impaciente.


Pedro, por favor…


Él volvió a besarla, imitando con la lengua el movimiento que el cuerpo de Paula ansiaba. Acabó de desnudarse él también, y le dijo con voz ronca:
—Dilo otra vez.


Paula lo atrajo hacia sí y le suplicó mirándolo a los ojos:
—Por favor, Pedro, no puedo esperar más…


Paula escuchó la respiración jadeante de Pedro en el silencio de la casa vacía, notó el peso de su cuerpo cuando se tumbó sobre ella, y pronto sus sentidos se cerraron al resto del mundo.






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