domingo, 26 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 22





Aquella noche Kieran había llevado a Nieves a una cena con unos antiguos colegas, dejando a Pedro y Paula la casa para ellos solos. Antes de la apuesta, ver una película de la tele juntos no suponía nada extraordinario, pero sí lo era el verla tumbados en el sillón, el uno al lado del otro.


Paula, en un vano intento por ignorar el modo en que la estaban excitando las caricias de Pedro, comenzó a divagar, explicándole su teoría acerca de por qué la pareja protagonista no acabaría junta sin pasar por otra desgracia antes del final de la película:
—La vida siempre conspira contra la felicidad de las personas —filosofó en voz alta— bueno, aunque en este caso son los guionistas, claro.


—Nunca imaginé que fueras una cínica —murmuró Pedro divertido.


—Nada de cínica, realista —replicó ella acurrucándose contra el hueco de su hombro y entrelazando una de sus piernas con las de él—. Mmmm… y yo nunca imaginé que pudiera ser tan agradable estar tumbada contigo en este viejo sillón. Te lo tenías muy callado, ¿eh?


—Bueno, todo el mundo tiene sus secretos —admitió Pedro con una sonrisa—. Hay muchas cosas que no sabes de mí, Paula Chaves.


La joven alzó la cabeza y enarcó una ceja.


—¿Estás diciendo que no te conozco?


Pedro introdujo la mano por debajo de la blusa de Paula para acariciarle la espalda. Tocarla se estaba convirtiendo en una adicción para él.


—Oh, no, sí que me conoces, a veces diría que incluso más que yo mismo; solo digo que hay ciertas cosas que no sabes… igual que hay cosas que yo no sabía de ti —añadió en un tono seductor—, y que estoy disfrutando tremendamente descubriendo.


El pulso de Paula se aceleró al sentir que Pedro estaba dibujando círculos sobre su piel.


—¿Qué clase de… cosas… exactamente?


—Bueno… —respondió él entornando los ojos—, conocer a una persona en un sentido amistoso es muy distinto a conocerla en el sentido de amante, ¿no crees?


Paula casi ronroneó.


—Mmmm… Sí, muy diferente.


—¿Lo ves?, por ejemplo, yo nunca hubiera imaginado que tu piel pudiera ser tan suave.


—Ya veo —asintió la joven besándolo ligeramente en los labios—. Continúa.


—O que tu cabello oliese tan bien.


Paula lo besó otra vez.


—Entonces el champú que compré el otro día ha merecido cada penique que gasté en él.


—O que besarte fuera tan delicioso… —Pedro rodó hasta quedar sobre ella—, tan delicioso que siento deseos de besarte en lugares donde un amigo jamás…


—Alfonso, cállate y demuéstramelo —le ordenó ella, agarrándolo por el pelo y atrayéndolo hacia sí para besarlo con pasión.


La joven sintió que el calor estaba empezando a invadir su cuerpo mientras sus lenguas danzaban. Nunca se había sentido tan dispuesta para hacer el amor. Era como si Pedro hubiese accionado un interruptor secreto en su interior. Y si había logrado eso solo con besarla y acariciarla un poco, no quería ni pensar en cómo sería cuando estuviesen juntos en la cama.


De su garganta escapó un profundo gemido. La frustración acumulada por aquellas prolongadas sesiones de juegos previos estaba empezando a pasarle factura.


Pedro también se daba cuenta de que no podían seguir así, eludiendo siempre el fin último, la conclusión lógica. 


Además, ni de día ni de noche podía quitarse de la cabeza el deseo de hacerle el amor a Paula. Las manos le temblaban cuando dejaron la espalda de la joven para colocarse contra su estómago y rozaron el elástico de los pantalones cortos que llevaba puestos. La oyó contener el aliento, e inmediatamente su cuerpo se tensó.


—Dios, ¿tienes idea de hasta qué punto te necesito? —masculló Pedro despegando sus labios de los de ella.


En lugar de contestar, Paula se humedeció los labios con la lengua muy despacio, y después esbozó una sonrisa, mirándolo en una muda invitación para que continuara lo que había dejado.


Pedro gruñó de pura frustración.


—Te juro que si Kieran no se marcha pronto, lo ahogaré con la almohada mientras duerme.


Paula se echó a reír antes de empezar a besarlo de nuevo, mordisqueando y tirando de su labio inferior.


Con una destreza inesperada, Pedro desabrochó en un momento con una sola mano los botones de la blusa de Paula y la abrió, sonriendo encantado al ver el sostén de encaje que había quedado al descubierto.


—Si hubiera sabido antes que llevabas algo tan sexy debajo de la ropa, no habría sido capaz de quitarte las manos de encima, ni con Kieran aquí —murmuró.


Paula suspiró mientras los dedos de Pedro acariciaban la piel que quedaba fuera de las copas del sostén.


—¿Cuánto tiempo dijeron que estarían fuera? —inquirió Pedro comenzando a besarla en la zona que sus dedos acababan de explorar.


Paula sentía como si olas de lava estuviesen rompiendo en su interior, y jadeó, arqueándose hacia él, mientras contestaba con voz ronca:
—El suficiente…







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