sábado, 29 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 11




-Me ha robado toda mi vida -murmuró Pau mientras miraba la portada del Chicago Tribune un poco más tarde aquella mañana.


Una foto de David y la impostora ocupaba la primera página. 


El titular rezaba: La hija del magnate farmacéutico se casa con un pionero de la investigación en una ceremonia privada.


El mundo entero pensaba que la mujer de la portada era Pau pero no lo era.


-¿Por qué querría Crane llegar tan lejos? -quiso saber Alfonso, que había comprado el periódico de regreso a la cabaña-. Tienes que reconocer que resulta difícil de entender.


Seguía sin creerla.


-Te estoy diciendo que mató a Roberto porque sabía que algo no iba bien en el proyecto Kessler. El tío Roberto me lo advirtió antes de morir, y por eso yo también estoy ahora en el punto de mira de David. Si ha asesinado a un hombre a sangre fría, esto le resultará pan comido -aseguró mostrándole a Pedro el periódico.


-De acuerdo. Imaginemos por un momento que hubiera ideado todo este montaje para disimular tu ausencia después de matarte -dijo Pedro dejando el periódico a un lado-. ¿Con qué objeto? Crane ya estaba al frente del proyecto Kessler. Y si esconde algo, ¿de qué se trata? ¿Cuál es exactamente el problema que tiene el proyecto Kessler? -preguntó mientras se servía una segunda taza de café-. Necesitamos algo más que meras sospechas.


Pau se dejó caer en una silla de la cocina y clavó la mirada en su taza, que seguía intacta. Toda aquella situación resultaba absurda. Estaba atrapada en el bosque mientas otra mujer vivía su vida.


-No tengo todas las respuestas. Lo único que puedo pensar es que quiere hacerse con el control de toda la empresa. Sabía que una vez estuviéramos casados yo me haría a un lado porque prefiero la investigación a la dirección. Pero Roberto arruinó ese plan -aseguró encogiéndose de hombros-. No tuvo tiempo de decirme nada concreto respecto al proyecto Kessler antes de morir. Pero me advirtió que algo no iba bien y que David había mentido.


Pau cerró los ojos para tratar de apartar de su mente el horror de su rostro... toda aquella sangre... Las manchas rojas en su vestido de novia... Soltó una carcajada amarga.


-Lo más patético de todo es que seguramente yo habría seguido confiando en David a pesar de las palabras de Roberto... Si no hubiera escuchado con mis propios oídos cómo le ordenaba a aquel hombre que me matara. Así de ciega estaba.


-¿Cómo podemos averiguar cuál es el fallo del proyecto Kessler? -preguntó Alfonso sentándose a la mesa con la taza de café en la mano-. ¿Hay algún modo de acceder a los archivos de Cphar desde fuera?


-Todo está protegido -aseguró ella negando con la cabeza-. No se puede entrar en ellos. Y aunque alguien lo consiguiera, el sistema de seguridad informático es impenetrable.


-Ningún sistema es impenetrable -la desafió Alfonso mirándola con sus ojos oscuros por encima del borde de la taza.


Pau se levantó de la silla y comenzó a andar. No le gustaba que la mirara así, como si tratara de ver dentro de su cabeza.


-Bueno -contestó ella con impaciencia-, ya que aquí no vive ningún pirata informático para ayudarnos por esa vía, tendremos que esperar a la medianoche para entrar por la puerta principal. Tengo que conseguir una prueba irrefutable de que yo soy Paula Chaves.


-Eso es un poco arriesgado, ¿no te parece? -respondió Alfonso dejando la taza sobre la mesa con gesto firme-. Sobre todo para alguien que unas horas atrás ni siquiera quería acercarse al lugar.


-No veo otra solución -contestó Pau tragando saliva para superar el miedo que le atenazaba la garganta-. Es mi única esperanza. Cada minuto que perdemos es tiempo que no pasaré al lado de mi padre. Tenemos que entrar -repitió con rotundidad.


-¿Y qué me dices de Kessler? ¿Él hablará?


-No lo sé -contestó Pau frunciendo el ceño.


La joven se apoyó en la encimera y miró a través de la ventana.


-Conmigo tal vez no. Cuando se fue de Cphar no lo hizo de forma amistosa. Culpa a mi padre de haber permitido que David se hiciera cargo del proyecto. Si sabe algo importante no creo que quiera compartirlo conmigo.


Alfonso se puso de pie y se acercó a ella. Pau no pudo evitar fijarse una vez más en su cuerpo. Trató de no observar con tanto detenimiento el modo en que se movía, pero no podía evitarlo. Lo hacía con gracia y de manera fluida para ser un hombre tan grande.


-Vale la pena intentarlo -dijo entonces el detective deteniéndose a unos pasos de ella e inclinándose sobre la encimera para estar a la altura de sus ojos-. Me sorprendería que Crane, si realmente está detrás de esto, se hubiera dejado ese cabo suelto.


Pau sintió cómo su rostro palidecía. No había pensado en eso. Si David estaba tratando de no dejar cabos sueltos, tal como había hecho con Roberto, entonces Kessler podría ser el siguiente. Tal vez ya estuviera muerto. Era la única prueba que tenía en el exterior. Tenía que llegar hasta él antes de que lo hiciera David.


-Si nos vamos ahora mismo podremos estar en su casa antes de comer -dijo mirando el reloj digital del microondas.


Alfonso le bloqueó la salida cuando intentó moverse.


-Hay otra cosa de la que tenemos que hablar antes -dijo.


Ella alzó la vista para mirarlo. Cielos, qué alto era. Y sus hombros parecían no tener fin.


-No tenemos tiempo para hablar.


-¿Qué me dices de la mujer, Pau? -le preguntó el detective sin moverse-. Me estás pidiendo que crea tu palabra y asuma que tú eres Paula Chaves y la mujer que vi saliendo de la mansión Chaves una impostora. Comprenderás que no es fácil.


Así que aquella era la razón por la que el detective no había sacado el tema cuando dejaron su casa. Había decidido que la impostora era ella y quería esperar a tenerla de nuevo encerrada antes de plantearle la idea.


-Olvídalo, Alfonso -le espetó furiosa-. Iré yo sola a ver a Kessler. No debería haber llamado a la Agencia Colby.


Trató de apartarse de él, pero el detective la agarró con dedos fuertes y firmes.


-No irás a ninguna parte sin mí -dijo con voz pausada-. Si de verdad crees que tu vida corre peligro, entonces no creo que salir sola sea un movimiento inteligente.


Muy a su pesar, Pau tenía que reconocer que estaba en lo cierto. No tenía ni dinero ni medio de transporte. ¿Qué podría hacer ella sola?


-No puedo demostrar quién soy. ¿Qué es lo que quieres de mí? -le preguntó con los ojos vidriosos, luchando contra las ganas de llorar-. Podría contarte toda mi infancia, pero, ¿qué probaría eso? La única persona que puede corroborar mi historia apenas es capaz de comunicarse.


Cielos, cómo deseaba volver a casa. Sentarse al lado de la cama de su padre y ayudarlo a recuperar la salud.


-No estoy diciendo que no te crea. Estoy planteándome este asunto como lo haría la policía. Seguramente Crane habrá considerado la posibilidad de que acudieras a las autoridades. Puede argumentar que eres una antigua empleada resentida que casualmente se parece a su esposa.


Pedro la soltó en aquel momento, como si acabara de darse cuenta de que la tenía sujeta.


-Qué demonios, podría decir incluso que eres una pariente lejana en busca de venganza o que quiere hacerse con la fortuna de los Chaves.


Ella alzó los ojos azules húmedos para mirarlo.


-Piensa -la urgió el detective-. ¿Hay alguna posibilidad de que la conozcas? ¿Podría ser algún familiar?


Pau negó con la cabeza. Se sentía confusa y agotada. Lo único que quería era irse a casa y olvidar todo aquello.


-Nunca la había visto antes. Tiene que tratarse de algún truco. Cirugía plástica o algo así.


-Una cosa más -añadió Pedro con dulzura, una dulzura inusitada que la pilló completamente por sorpresa-. ¿Hay alguna posibilidad de que tu padre tuviera algo que ver con lo que Kessler consideraba equivocado en su proyecto?


-¡No! -respondió ella al instante, ofendida-. Mi padre y yo somos las víctimas aquí. ¿Qué tengo que hacer para que te entre en la cabeza? Si no estás aquí para ayudarme,
¿por qué no me dejas donde me encontraste y dejas de fingir que mis problemas te interesan?


Estaba temblando, y eso le daba más rabia todavía que llorar. No quería parecer débil. Tenía que ser fuerte. Volver a ver a su padre dependía de lo que hiciera en aquel momento.


-De acuerdo -dijo finalmente Pedro-. Por el momento daremos por hecho que todo lo que has dicho es cierto. Ahora tenemos que demostrarlo.


-Tenemos que llegar a Kessler antes de que lo haga David -contestó Pau-. No hay tiempo para discutir.


-Ni yo mismo lo habría dicho más claro.


El detective salió de la cocina. Para preparar las cosas, pensó Pau sacudiendo la cabeza. ¿Habría conseguido empezar a convencerlo? ¿O sencillamente querría dejar de oírla? Seguramente se trataría de la segunda opción.


Una cosa era segura: Sobre ella recaía el peso de conseguir las pruebas.



PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 10




A las ocho de la mañana del día siguiente, Pedro sacudió la cabeza con pesadumbre. Todavía no podía creer que ella lo hubiera metido en aquello.


-Menos mal que tienes estos prismáticos -dijo Paula Chaves con tono demasiado alegre.


-Yo siempre estoy preparado -respondió él mirándola fijamente.


-Como un boy scout -bromeó la joven sonriéndole.


Era la misma sonrisa que le dedicó la noche anterior cuando apareció tapada sólo con una toalla. Pedro sintió un nudo en la garganta. Maldición. Apartó la mirada, volvió a ponerse los prismáticos y volvió a observar la fachada de la mansión de los Chaves. Aquello era ridículo.


-¿Qué demonios estoy buscando? -le espetó bajando los prismáticos lo suficiente como para mirarla una vez más.


-Confía en mí -respondió ella imitando las palabra que Pedro pronunció el día anterior-. Lo sabrás cuando lo veas.


Había perdido la razón. De eso no había ninguna duda. Si no, no estaría aparcado en una vía de servicio adyacente a la casa de Austin Ballard con el coche camuflado entre árboles y matorrales. Pero ella había insistido en que si iban allí aquella mañana y veía salir a David Crane de la residencia Chaves camino al trabajo, entonces Pedro comprendería por qué no podía acudir a la policía.


Mientras transcurrían los minutos, iba convenciéndose más y más de una cosa: Paula estaba como una cabra. Aunque tenía razón en una cosa: había corroborado con Victoria que David Crane y Paula Chaves  habían solicitado una licencia para casarse.


-Ya sale -dijo ella agarrándolo del brazo para que no se le pasara.


Molesto, el detective miró a través de los prismáticos. ¿Qué demonios esperaba ver? David Crane salió de la casa con un maletín en la mano. El hecho de que saliera de la residencia de los Chaves no le aportaba nada a Pedro


Podía haber pasado por allí para ver cómo estaba el anciano.


Crane bajó los escalones pero vaciló un instante antes de subir al coche y miró hacia la puerta por la que acababa de salir. Pedro siguió la dirección de sus ojos. Una mujer salió y comenzó a descender por los escalones.


Pedro se puso muy tenso cuando la vio acercarse a David Crane. Nada podía haberlo preparado para aquel momento.


No podía creer lo que veían sus ojos.


Los cerró muy fuerte un instante antes de volver a mirar a través de los prismáticos.


La mujer que estaba al lado de Crane era exactamente igual a la que había sentada en el coche al lado de Pedro.


Cuando Crane y la mujer se hubieron metido en el coche, Pedro miró a la joven que tenía al lado.


-¿Quién demonios es?


-A mí no me preguntes -respondió Paula encogiéndose de hombros-. Lo único que puedo decirte es que no es Paula Chaves. Porque esa soy yo.




viernes, 28 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 9





-Paula.


La joven se despertó sobresaltada. Estaba oscuro.


Sintió una oleada de terror. Tenía que huir de allí. Tenía que escapar de las manos que la estaban tocando. Al agitarse se dio contra algo duro. Una puerta.


Paula, soy yo, Pedro -dijo sujetándole el brazo con más firmeza-. Despierta. Estás a salvo.


Estaba en el coche con el detective Pedro Alfonso. Estaba a salvo... Al menos en teoría. El abrió la puerta y se bajó del coche. La joven buscó a tientas hasta que encontró el pestillo de la suya y salió también. Durante unos segundos se sintió desorientada pero se repuso enseguida. Dentro de la cabaña en forma de A que había en medio del bosque brillaba una luz. Pau alzó un instante la mirada para admirar la luna llena que los iluminaba con luz dorada mientras avanzaban hacia la puerta. No tenía ni idea de dónde estaba. La zona de Crystal Lake le resultaba poco conocida.


Paula observó las anchas espaldas de Alfonso, que iba primero para abrir camino.


Estaba pegada a él. Así que más le valía confiar en él. 


Aunque el detective todavía no había decidido si podía creerla.


-Creí que habías dicho que iríamos a un sitio seguro -protestó cuando él abrió la puerta y se echó a un lado para dejarla pasar-. ¿Dónde está la verja de seguridad y los guardias?


-Has visto demasiadas películas -aseguró Pedro cerrando tras ella y pulsando los dígitos de un panel de alarma que había en la pared-. Confía en mí. Este sitio es seguro. 
Sígueme.


Pau obedeció y fue tras él por la estrecha escalera. La parte superior era un inmenso dormitorio de muebles sencillos y una inmensa cama. Estaba decorado con sencillez, al estilo masculino.


-Le he pedido a una amiga que te trajera ropa y artículos de higiene -dijo Pedro señalándole una bolsa que había a los pies de la cama-. Si necesitas algo más dímelo y le diré a Ana que te lo facilite.


-¿Ana? ¿Quién es Ana? -preguntó sin pensarlo, arrepintiéndose al instante de haberlo hecho.


Para su pesar, había sentido una punzada de celos al escuchar aquel nombre de mujer. ¿Sería Ana su novia? ¿Su mujer? No llevaba anillo. ¿Qué le importaba a ella?, reflexionó con creciente desasosiego al darse cuenta de la dirección que tomaban sus pensamientos.


-Ana trabaja también en la Agencia -explicó el detective dirigiéndose de nuevo a las escaleras-. Si necesitas algo házmelo saber. Estaré abajo.


Paula estaba demasiado cansada para analizar la precipitación con la que Alfonso se marchó. Abrió la bolsa y removió su contenido. Dos pares de vaqueros. Una camiseta. Dos blusas. Calcetines, medias y braguitas. La joven alzó una ceja. ¿Un sujetador? Comprobó la talla y vio que era la suya. ¿Cómo era posible que la tal Ana lo hubiera adivinado?


Paula sintió que las mejillas se le sonrojaban ante la idea de que Alfonso le hubiera calculado la talla. Sintió un escalofrío en el vientre y se obligó a sí misma a seguir mirando en la bolsa. Un camisón, cepillo de dientes y pasta y unos cuantos cosméticos más.


Diez minutos más tarde estaba sumergida hasta el cuello en la bañera. Los minutos transcurrieron lentamente mientras el agua caliente iba disolviendo poco a poco la tensión de su cuerpo. Estaba muy cansada. Pau cerró los ojos y trató de no pensar en su padre. ¿Y si no volvía a verlo más?


“Por favor”, rezó. “Por favor, Dios mío, mantén a mi padre a salvo de David. Y, por favor, no dejes que se muera antes de que yo regrese a casa”.


Contuvo las lágrimas y trató de concentrarse en la tarea de lavarse la cabeza. Cuanto antes terminara antes podría dormir. Necesitaba descansar. Al día siguiente tendría que encontrar la manera de demostrar quién era ella y cuáles eran las intenciones de David Crane.


Mientras se secaba el cabello pensó que tal vez había llegado el momento de utilizar el as que tenía escondido. 


Estaba completamente claro que no había convencido a Alfonso al explicarle lo apremiante de su situación.


Su temor era cometer un error al precipitarse al sacar aquella carta demasiado pronto. Pero era evidente que la situación requería medidas drásticas Al día siguiente por la mañana se aseguraría de que Pedro Alfonso viera por sí mismo a lo que tenía que enfrentarse... Por qué no podía acudir a la policía.


Con la toalla colocada sobre los senos, Pau salió del baño y se acercó a la cama.


Pero se detuvo bruscamente a mitad de camino al ver aparecer a Alfonso al final de la escalera. La joven tragó saliva. El detective parecía tan sorprendido como ella misma.


-Yo... te he traído algo de cena -dijo señalando con la cabeza la bandeja que tenía entre manos.


En la bandeja había una lata de cerveza y una botella de agua junto a un paquete de comida rápida. Alfonso se había detenido en algún restaurante durante el camino y ella ni siquiera se había enterado de lo dormida que estaba. Pau echó los hombros hacia atrás y cruzó la habitación para agarrarle la bandeja.


-No sabía si preferías agua o cerveza. No había nada más.


-Gracias -contestó ella como si todo fuera muy natural.


Fue consciente del modo que su mirada resbalaba por su cuerpo medio desnudo, deteniéndose en las piernas antes de volver a subir hasta el rostro. Tampoco le pasó desapercibido el brillo que desprendían sus ojos.


-De nada -respondió el detective humedeciéndose los labios-. Si necesitas algo, estoy abajo. Buenas noches.


Pau trató de no fijarse en la anchura de su espalda mientras bajaba por la escalera. Ya había examinado al dedillo aquellos glúteos perfectos. Le daba rabia estar tan pendiente de él, sobre todo del modo en que la miraba.


Sintió entonces una oleada de satisfacción. Alfonso también se sentía atraído por ella. Pau se mareó un poco y corrió hacia la cama para dejar la bandeja. Trató de concentrarse para pensar más objetivamente en aquel nuevo matiz. Así conseguiría tener ella el control. Lo único que tenía que hacer era mantenerlo nervioso para poder manejarlo con más facilidad. Nunca antes había llevado a cabo una táctica semejante, pero las malas de las películas siempre lo hacían.


-¿Pedro? -dijo sonriendo y apoyándose en la barandilla que daba al piso inferior.


Su guardaespaldas estaba tumbado en el sofá con una botella de agua en la mano. Se había quitado la camiseta. 


Pau tragó saliva e intentó guardar la compostura. ¿Cómo era posible que existiera un torso tan hermoso?


-¿Sí? -preguntó él alzando la vista.


-¿Cuántos años tienes exactamente? - preguntó con la voz más coqueta que pudo-. Es que tengo curiosidad.


Dicho aquello, se soltó la goma que le sujetaba el pelo y dejó caer aquella cascada de seda rubia por los hombros.


-Treinta y cuatro -respondió el detective en un hilo de voz.


Ella fingió hacer la cuenta durante un instante.


-De acuerdo -dijo finalmente dándose la vuelta y desapareciendo de su campo de visión.


Pau se metió en la cama y comenzó a dar buena cuenta de la hamburguesa con patatas que le había llevado. Le dio un largo sorbo a la botella de agua y sonrió.


Oh, sí. Ahora tenía al detective Alfonso bien agarrado. 


Aunque fuera algo totalmente inusual en ella, utilizaría aquella atracción en su beneficio. Después de todo, había aprendido del mejor. David Crane era un maestro de la manipulación. La dura lección que había aprendido de él tendría que servirle para algo.


Ahora lo único que necesitaba era un plan infalible para la mañana siguiente.




PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 8





-¿Por qué no reconoces que yo tenía razón y ya está? -protestó Pau-. Alguien ha intentado matarme y tú lo sabes.


-Sí. Creo que alguien ha intentado matarte -reconoció Pedro tras tomarse unos segundos para controlar la irritación y dejar la bolsa de viaje en el maletero de su coche-. O a mí... O a los dos -añadió supervisando los artículos de emergencia que llevaba siempre en la caja de herramientas cuando viajaba.


-Eres el hombre más cabezota que he conocido en mi vida -insistió ella cruzándose de brazos en gesto indignado-. No lo entiendo. No puedes ser tan torpe. Tienes que saber que esas balas iban dirigidas hacia mí.


-Entra en el coche -le pidió Pedro girándose hacia ella.


-No lo haré hasta que me digas por qué sigues sin creerme -dijo Pau aguantándole la mirada.


-Estoy seguro de que alguien quiere hacerte daño -aseguró el detective armándose de paciencia-. Y seguramente se trate de alguien de Cphar o al menos alguien del negocio. Pero no hay nada que relacione a David Crane con lo que está ocurriendo. Pero si existe esa prueba, la encontraremos -añadió para tranquilizarla-. Y ahora, sube al coche.


-De acuerdo -cedió la joven suspirando-. ¿Qué es esto? -preguntó señalando la caja de herramientas en la que Pedro acababa de guardar el revólver de ella.


-Las herramientas de mi trabajo, jovencita -respondió el detective sacudiendo la cabeza con una sonrisa.


-No soy una jovencita -respondió Pau acaloradamente-. Deja de llamarme así. Podrías llamarme doctora Chaves, por ejemplo.


-De acuerdo. Doctora Chaves -contestó Pedro-. Aquí tengo todo lo que necesito para mi trabajo: Un par de armas extra, munición, visión nocturna, prismáticos y un chaleco antibalas, por nombrar algo. Y ahora, ¿te importaría entrar en el coche antes de que tus amigos regresen para otra sesión de tiro al blanco?


Ella abrió mucho los ojos con expresión atemorizada ante un posibilidad que estaba claro que no había considerado. 


Pedro volvió a maldecir entre dientes al ver aquel trasero respingón entrando en el asiento del copiloto.


-Gracias a Dios murmuró.


Estaba claro que su objetividad se precipitaba colina abajo a toda prisa. Tragó saliva para contener un gemido sensual. 


Tal vez Paula tuviera un cuerpo hecho para el amor pero era prácticamente una niña, le recordó su parte sensata. 


Demasiado joven para él.


“Y además es tu cliente”, añadió dándose una bofetada mental.


Tras comprobar que llevaba todo lo necesario, Pedro cerró las puertas del coche y se colocó detrás del volante. Tenía en mente el sitio perfecto donde mantenerla a salvo.


La cabaña que Pierce Maxwell poseía al lado de Crystal Lake. Max, tal como lo conocían sus amigos, estaba fuera del país en una misión de la Agencia. Pedro sabía dónde escondía la llave, igual que Max conocía dónde guardaba él la de su apartamento en la ciudad. La cabaña estaba a treinta minutos al noroeste de la ciudad, perdida entre los bosques. Pedro no tendría que preocuparse de que ningún vecino curioso descubriera su presencia.


-¿Adónde vamos? -preguntó Pau en cuanto se puso el cinturón-. Quiero que me mantengas informada de nuestros planes.


Aquélla era la mujer más exigente que había tenido que proteger jamás, pensó Pedro.


-Al noroeste de Chicago, cerca de Crystal Lake. No te preocupes -se apresuró a aclarar cuando la oyó tragar saliva-. Es un sitio seguro y está muy lejos de Aurora y de Cphar.


-Pero, ¿qué vamos a hacer? -quiso saber ella-. Tenemos que detener a David como sea. Y quiero saber exactamente qué tienes pensado. No haremos nada sin mi aprobación.


Vaya, vaya. Al parecer la señorita vicepresidenta primera estaba acostumbrada a mandar.


-Cuando lleguemos a nuestro destino hablaremos de los pasos a seguir, ¿te parece?


-Me parece -contestó Pau relajándose un poco-. Pero no intentes jugármela. No pienso permitir que ningún hombre vuelva a aprovecharse de mí.


Pedro parpadeó y trató de concentrarse en el semáforo en verde que tenía delante. No se había parado a considerar cómo se habría resentido su relación con los hombres después de que su prometido la hubiera mandando asesinar. 


Aunque lo cierto era que todavía no tenía claro que hubiera estado prometida, y mucho menos con David Crane.


-No tienes que preocuparte de nada -insistió él-. Yo nunca me aprovecharía de nadie, y mucho menos de...


-Te juro que si vuelves a llamarme jovencita te pegaré un grito -lo interrumpió Pau.


Pedro guardó silencio. Así era exactamente como pensaba llamarla. Aunque lo cierto era que si la consideraba una jovencita, ¿qué papel ocupaba él? ¿El de viejo verde?


-¿Por qué no intentas dormir un poco? Te despertaré cuando lleguemos. Está a una hora de aquí.


-No estoy cansada -mintió ella alzando la barbilla.


Cuando alcanzaron la carretera, Pedro se relajó y miró de reojo a Paula Chaves, que luchaba por mantener los ojos abiertos. Estaba claro que no se le daba bien mentir. ¿Qué demostraba aquello respecto a sus acusaciones contra Crane?


Que realmente pensaba que era el enemigo.


Y sin embargo, Pedro no estaba convencido de ello. Tal vez había cometido un error al aceptar aquella misión. Tal vez Victoria tenía razón cuando dijo que el pasado podía interponerse en su camino. Pero Pedro no estaba preparado para admitir todavía el fracaso. Si descubría que Crane era culpable sabría cómo manejar la situación. Nunca había permitido que los sentimientos se interpusieran en su trabajo.


En su cabeza se abrieron paso de golpe las imágenes del pasado.


Había cometido un error una vez. Y con una era suficiente. 


No permitiría que volviera a ocurrir. Si David Crane era culpable, pagaría por ello.


Muchas cosas podían cambiar en ocho años. La investigación farmacéutica era un gran negocio... que daba mucho dinero. La codicia cambiaba a los hombres. Y en aquel caso concreto, Crane podía ser sospechoso. Era quien más tenía que ganar con la ausencia de Paula, que lo colocaría en posición de tomar decisiones importantes. Pero, si no estaban casados, ¿qué ganaba a largo plazo?


No mucho, pensaba Pedro. Porque, ¿qué importancia tenia que en aquel momento disfrutara de poder? Paula lo recuperaría sin problemas en cuanto demostrara su identidad. A menos que pudiera demostrarse que tuviera algún problema de inestabilidad mental, se recordó Pedro


Aquello le recordó que tenía que hacer algunas llamadas. 


Necesitaba hablar con Victoria, ponerla al día. Y luego debía llamar a Melbourne y a Ana Wells. Ana tendría la misma talla que Paula aunque fuera un poco más alta. Tal vez podría llevarle algo de ropa a la cabaña.


Pedro observó por el rabillo del ojo la camiseta demasiado corta de su cliente, que ahora estaba dormida. Se le secó la garganta cuando recorrió con la mirada su vientre desnudo y siguió la curva de sus senos. El detective clavó de nuevo la mirada en la carretera. No había tenido tanta dificultad para dejar de pensar en el sexo desde que era adolescente.


-No es más que una niña -murmuró entre dientes.


-No soy una niña -lo corrigió ella sin abrir los ojos, con voz agotada por el cansancio.


Pedro sacudió la cabeza. Iba a ser una noche muy larga.