viernes, 28 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 9





-Paula.


La joven se despertó sobresaltada. Estaba oscuro.


Sintió una oleada de terror. Tenía que huir de allí. Tenía que escapar de las manos que la estaban tocando. Al agitarse se dio contra algo duro. Una puerta.


Paula, soy yo, Pedro -dijo sujetándole el brazo con más firmeza-. Despierta. Estás a salvo.


Estaba en el coche con el detective Pedro Alfonso. Estaba a salvo... Al menos en teoría. El abrió la puerta y se bajó del coche. La joven buscó a tientas hasta que encontró el pestillo de la suya y salió también. Durante unos segundos se sintió desorientada pero se repuso enseguida. Dentro de la cabaña en forma de A que había en medio del bosque brillaba una luz. Pau alzó un instante la mirada para admirar la luna llena que los iluminaba con luz dorada mientras avanzaban hacia la puerta. No tenía ni idea de dónde estaba. La zona de Crystal Lake le resultaba poco conocida.


Paula observó las anchas espaldas de Alfonso, que iba primero para abrir camino.


Estaba pegada a él. Así que más le valía confiar en él. 


Aunque el detective todavía no había decidido si podía creerla.


-Creí que habías dicho que iríamos a un sitio seguro -protestó cuando él abrió la puerta y se echó a un lado para dejarla pasar-. ¿Dónde está la verja de seguridad y los guardias?


-Has visto demasiadas películas -aseguró Pedro cerrando tras ella y pulsando los dígitos de un panel de alarma que había en la pared-. Confía en mí. Este sitio es seguro. 
Sígueme.


Pau obedeció y fue tras él por la estrecha escalera. La parte superior era un inmenso dormitorio de muebles sencillos y una inmensa cama. Estaba decorado con sencillez, al estilo masculino.


-Le he pedido a una amiga que te trajera ropa y artículos de higiene -dijo Pedro señalándole una bolsa que había a los pies de la cama-. Si necesitas algo más dímelo y le diré a Ana que te lo facilite.


-¿Ana? ¿Quién es Ana? -preguntó sin pensarlo, arrepintiéndose al instante de haberlo hecho.


Para su pesar, había sentido una punzada de celos al escuchar aquel nombre de mujer. ¿Sería Ana su novia? ¿Su mujer? No llevaba anillo. ¿Qué le importaba a ella?, reflexionó con creciente desasosiego al darse cuenta de la dirección que tomaban sus pensamientos.


-Ana trabaja también en la Agencia -explicó el detective dirigiéndose de nuevo a las escaleras-. Si necesitas algo házmelo saber. Estaré abajo.


Paula estaba demasiado cansada para analizar la precipitación con la que Alfonso se marchó. Abrió la bolsa y removió su contenido. Dos pares de vaqueros. Una camiseta. Dos blusas. Calcetines, medias y braguitas. La joven alzó una ceja. ¿Un sujetador? Comprobó la talla y vio que era la suya. ¿Cómo era posible que la tal Ana lo hubiera adivinado?


Paula sintió que las mejillas se le sonrojaban ante la idea de que Alfonso le hubiera calculado la talla. Sintió un escalofrío en el vientre y se obligó a sí misma a seguir mirando en la bolsa. Un camisón, cepillo de dientes y pasta y unos cuantos cosméticos más.


Diez minutos más tarde estaba sumergida hasta el cuello en la bañera. Los minutos transcurrieron lentamente mientras el agua caliente iba disolviendo poco a poco la tensión de su cuerpo. Estaba muy cansada. Pau cerró los ojos y trató de no pensar en su padre. ¿Y si no volvía a verlo más?


“Por favor”, rezó. “Por favor, Dios mío, mantén a mi padre a salvo de David. Y, por favor, no dejes que se muera antes de que yo regrese a casa”.


Contuvo las lágrimas y trató de concentrarse en la tarea de lavarse la cabeza. Cuanto antes terminara antes podría dormir. Necesitaba descansar. Al día siguiente tendría que encontrar la manera de demostrar quién era ella y cuáles eran las intenciones de David Crane.


Mientras se secaba el cabello pensó que tal vez había llegado el momento de utilizar el as que tenía escondido. 


Estaba completamente claro que no había convencido a Alfonso al explicarle lo apremiante de su situación.


Su temor era cometer un error al precipitarse al sacar aquella carta demasiado pronto. Pero era evidente que la situación requería medidas drásticas Al día siguiente por la mañana se aseguraría de que Pedro Alfonso viera por sí mismo a lo que tenía que enfrentarse... Por qué no podía acudir a la policía.


Con la toalla colocada sobre los senos, Pau salió del baño y se acercó a la cama.


Pero se detuvo bruscamente a mitad de camino al ver aparecer a Alfonso al final de la escalera. La joven tragó saliva. El detective parecía tan sorprendido como ella misma.


-Yo... te he traído algo de cena -dijo señalando con la cabeza la bandeja que tenía entre manos.


En la bandeja había una lata de cerveza y una botella de agua junto a un paquete de comida rápida. Alfonso se había detenido en algún restaurante durante el camino y ella ni siquiera se había enterado de lo dormida que estaba. Pau echó los hombros hacia atrás y cruzó la habitación para agarrarle la bandeja.


-No sabía si preferías agua o cerveza. No había nada más.


-Gracias -contestó ella como si todo fuera muy natural.


Fue consciente del modo que su mirada resbalaba por su cuerpo medio desnudo, deteniéndose en las piernas antes de volver a subir hasta el rostro. Tampoco le pasó desapercibido el brillo que desprendían sus ojos.


-De nada -respondió el detective humedeciéndose los labios-. Si necesitas algo, estoy abajo. Buenas noches.


Pau trató de no fijarse en la anchura de su espalda mientras bajaba por la escalera. Ya había examinado al dedillo aquellos glúteos perfectos. Le daba rabia estar tan pendiente de él, sobre todo del modo en que la miraba.


Sintió entonces una oleada de satisfacción. Alfonso también se sentía atraído por ella. Pau se mareó un poco y corrió hacia la cama para dejar la bandeja. Trató de concentrarse para pensar más objetivamente en aquel nuevo matiz. Así conseguiría tener ella el control. Lo único que tenía que hacer era mantenerlo nervioso para poder manejarlo con más facilidad. Nunca antes había llevado a cabo una táctica semejante, pero las malas de las películas siempre lo hacían.


-¿Pedro? -dijo sonriendo y apoyándose en la barandilla que daba al piso inferior.


Su guardaespaldas estaba tumbado en el sofá con una botella de agua en la mano. Se había quitado la camiseta. 


Pau tragó saliva e intentó guardar la compostura. ¿Cómo era posible que existiera un torso tan hermoso?


-¿Sí? -preguntó él alzando la vista.


-¿Cuántos años tienes exactamente? - preguntó con la voz más coqueta que pudo-. Es que tengo curiosidad.


Dicho aquello, se soltó la goma que le sujetaba el pelo y dejó caer aquella cascada de seda rubia por los hombros.


-Treinta y cuatro -respondió el detective en un hilo de voz.


Ella fingió hacer la cuenta durante un instante.


-De acuerdo -dijo finalmente dándose la vuelta y desapareciendo de su campo de visión.


Pau se metió en la cama y comenzó a dar buena cuenta de la hamburguesa con patatas que le había llevado. Le dio un largo sorbo a la botella de agua y sonrió.


Oh, sí. Ahora tenía al detective Alfonso bien agarrado. 


Aunque fuera algo totalmente inusual en ella, utilizaría aquella atracción en su beneficio. Después de todo, había aprendido del mejor. David Crane era un maestro de la manipulación. La dura lección que había aprendido de él tendría que servirle para algo.


Ahora lo único que necesitaba era un plan infalible para la mañana siguiente.




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