viernes, 28 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 8





-¿Por qué no reconoces que yo tenía razón y ya está? -protestó Pau-. Alguien ha intentado matarme y tú lo sabes.


-Sí. Creo que alguien ha intentado matarte -reconoció Pedro tras tomarse unos segundos para controlar la irritación y dejar la bolsa de viaje en el maletero de su coche-. O a mí... O a los dos -añadió supervisando los artículos de emergencia que llevaba siempre en la caja de herramientas cuando viajaba.


-Eres el hombre más cabezota que he conocido en mi vida -insistió ella cruzándose de brazos en gesto indignado-. No lo entiendo. No puedes ser tan torpe. Tienes que saber que esas balas iban dirigidas hacia mí.


-Entra en el coche -le pidió Pedro girándose hacia ella.


-No lo haré hasta que me digas por qué sigues sin creerme -dijo Pau aguantándole la mirada.


-Estoy seguro de que alguien quiere hacerte daño -aseguró el detective armándose de paciencia-. Y seguramente se trate de alguien de Cphar o al menos alguien del negocio. Pero no hay nada que relacione a David Crane con lo que está ocurriendo. Pero si existe esa prueba, la encontraremos -añadió para tranquilizarla-. Y ahora, sube al coche.


-De acuerdo -cedió la joven suspirando-. ¿Qué es esto? -preguntó señalando la caja de herramientas en la que Pedro acababa de guardar el revólver de ella.


-Las herramientas de mi trabajo, jovencita -respondió el detective sacudiendo la cabeza con una sonrisa.


-No soy una jovencita -respondió Pau acaloradamente-. Deja de llamarme así. Podrías llamarme doctora Chaves, por ejemplo.


-De acuerdo. Doctora Chaves -contestó Pedro-. Aquí tengo todo lo que necesito para mi trabajo: Un par de armas extra, munición, visión nocturna, prismáticos y un chaleco antibalas, por nombrar algo. Y ahora, ¿te importaría entrar en el coche antes de que tus amigos regresen para otra sesión de tiro al blanco?


Ella abrió mucho los ojos con expresión atemorizada ante un posibilidad que estaba claro que no había considerado. 


Pedro volvió a maldecir entre dientes al ver aquel trasero respingón entrando en el asiento del copiloto.


-Gracias a Dios murmuró.


Estaba claro que su objetividad se precipitaba colina abajo a toda prisa. Tragó saliva para contener un gemido sensual. 


Tal vez Paula tuviera un cuerpo hecho para el amor pero era prácticamente una niña, le recordó su parte sensata. 


Demasiado joven para él.


“Y además es tu cliente”, añadió dándose una bofetada mental.


Tras comprobar que llevaba todo lo necesario, Pedro cerró las puertas del coche y se colocó detrás del volante. Tenía en mente el sitio perfecto donde mantenerla a salvo.


La cabaña que Pierce Maxwell poseía al lado de Crystal Lake. Max, tal como lo conocían sus amigos, estaba fuera del país en una misión de la Agencia. Pedro sabía dónde escondía la llave, igual que Max conocía dónde guardaba él la de su apartamento en la ciudad. La cabaña estaba a treinta minutos al noroeste de la ciudad, perdida entre los bosques. Pedro no tendría que preocuparse de que ningún vecino curioso descubriera su presencia.


-¿Adónde vamos? -preguntó Pau en cuanto se puso el cinturón-. Quiero que me mantengas informada de nuestros planes.


Aquélla era la mujer más exigente que había tenido que proteger jamás, pensó Pedro.


-Al noroeste de Chicago, cerca de Crystal Lake. No te preocupes -se apresuró a aclarar cuando la oyó tragar saliva-. Es un sitio seguro y está muy lejos de Aurora y de Cphar.


-Pero, ¿qué vamos a hacer? -quiso saber ella-. Tenemos que detener a David como sea. Y quiero saber exactamente qué tienes pensado. No haremos nada sin mi aprobación.


Vaya, vaya. Al parecer la señorita vicepresidenta primera estaba acostumbrada a mandar.


-Cuando lleguemos a nuestro destino hablaremos de los pasos a seguir, ¿te parece?


-Me parece -contestó Pau relajándose un poco-. Pero no intentes jugármela. No pienso permitir que ningún hombre vuelva a aprovecharse de mí.


Pedro parpadeó y trató de concentrarse en el semáforo en verde que tenía delante. No se había parado a considerar cómo se habría resentido su relación con los hombres después de que su prometido la hubiera mandando asesinar. 


Aunque lo cierto era que todavía no tenía claro que hubiera estado prometida, y mucho menos con David Crane.


-No tienes que preocuparte de nada -insistió él-. Yo nunca me aprovecharía de nadie, y mucho menos de...


-Te juro que si vuelves a llamarme jovencita te pegaré un grito -lo interrumpió Pau.


Pedro guardó silencio. Así era exactamente como pensaba llamarla. Aunque lo cierto era que si la consideraba una jovencita, ¿qué papel ocupaba él? ¿El de viejo verde?


-¿Por qué no intentas dormir un poco? Te despertaré cuando lleguemos. Está a una hora de aquí.


-No estoy cansada -mintió ella alzando la barbilla.


Cuando alcanzaron la carretera, Pedro se relajó y miró de reojo a Paula Chaves, que luchaba por mantener los ojos abiertos. Estaba claro que no se le daba bien mentir. ¿Qué demostraba aquello respecto a sus acusaciones contra Crane?


Que realmente pensaba que era el enemigo.


Y sin embargo, Pedro no estaba convencido de ello. Tal vez había cometido un error al aceptar aquella misión. Tal vez Victoria tenía razón cuando dijo que el pasado podía interponerse en su camino. Pero Pedro no estaba preparado para admitir todavía el fracaso. Si descubría que Crane era culpable sabría cómo manejar la situación. Nunca había permitido que los sentimientos se interpusieran en su trabajo.


En su cabeza se abrieron paso de golpe las imágenes del pasado.


Había cometido un error una vez. Y con una era suficiente. 


No permitiría que volviera a ocurrir. Si David Crane era culpable, pagaría por ello.


Muchas cosas podían cambiar en ocho años. La investigación farmacéutica era un gran negocio... que daba mucho dinero. La codicia cambiaba a los hombres. Y en aquel caso concreto, Crane podía ser sospechoso. Era quien más tenía que ganar con la ausencia de Paula, que lo colocaría en posición de tomar decisiones importantes. Pero, si no estaban casados, ¿qué ganaba a largo plazo?


No mucho, pensaba Pedro. Porque, ¿qué importancia tenia que en aquel momento disfrutara de poder? Paula lo recuperaría sin problemas en cuanto demostrara su identidad. A menos que pudiera demostrarse que tuviera algún problema de inestabilidad mental, se recordó Pedro


Aquello le recordó que tenía que hacer algunas llamadas. 


Necesitaba hablar con Victoria, ponerla al día. Y luego debía llamar a Melbourne y a Ana Wells. Ana tendría la misma talla que Paula aunque fuera un poco más alta. Tal vez podría llevarle algo de ropa a la cabaña.


Pedro observó por el rabillo del ojo la camiseta demasiado corta de su cliente, que ahora estaba dormida. Se le secó la garganta cuando recorrió con la mirada su vientre desnudo y siguió la curva de sus senos. El detective clavó de nuevo la mirada en la carretera. No había tenido tanta dificultad para dejar de pensar en el sexo desde que era adolescente.


-No es más que una niña -murmuró entre dientes.


-No soy una niña -lo corrigió ella sin abrir los ojos, con voz agotada por el cansancio.


Pedro sacudió la cabeza. Iba a ser una noche muy larga.








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