jueves, 14 de enero de 2016
DESTINO: CAPITULO 15
Tamara estaba esperando donde le había dicho, en el interior de la gasolinera. Su aspecto era tan triste y desconsolado que Pedro se sintió inseguro. Al fin y al cabo, no tenía experiencia en esos asuntos. ¿Qué pasaría si decía algo inconveniente? ¿Qué pasaría si empeoraba la situación? De haber podido, habría llamado a Tobias o a la propia Paula para pedirle consejo. Pero no podía, y tenía que afrontarlo con sus propios recursos.
–Hola, Tamara.
La chica, cuyos ojos estaban llenos de lágrimas, se arrojó a sus brazos y se aferró a él como una niña asustada.
–No te preocupes. Todo saldrá bien –la intentó tranquilizar.
Pedro la llevó a la camioneta, donde le dio un pañuelo.
–Has hecho bien a llamarme por teléfono. Si alguna vez vuelves a tener otro problema, recuerda que puedes contar con Paula y conmigo.
Tamara lo miró con nerviosismo.
–¿Qué ocurre? –preguntó él.
–Prométeme que no se lo dirás a Paula.
Pedro dudó.
–Prométemelo…
–Está bien, como quieras.
–Gracias, Pedro.
–No me des las gracias todavía. Yo no le voy a decir nada, pero solo porque creo que se lo deberías decir tú.
–Paula no lo entenderá…
Pedro sacudió la cabeza.
–Por supuesto que lo entenderá. Paula es la mujer más comprensiva del mundo.
–Pero es tan perfecta… Nunca comete errores. Y, si los comete, no son tan estúpidos como el que yo he cometido.
Pedro se acordó del antiguo novio de Paula, el chico que la había abandonado cuando ella se quedó embarazada.
Estaba seguro de que, si Tamara hubiera conocido la historia, se habría sentido mucho más cerca de ella. Pero, obviamente, él no se la podía contar.
–Habla con ella. Sospecho que te vas a llevar una sorpresa.
Una hora después, llegaron a la casa. Paula, que estaba
leyendo un libro, se preocupó mucho al ver la cara de la joven.
–¿Estás bien?
–Sí –respondió Tamara, sin mirarla a los ojos–. Me voy a la cama. Gracias por haberme traído, Pedro.
Cuando Tamara se marchó, Paula miró a Pedro con dureza.
–¿Está realmente bien?
Él asintió.
–Solo un poco asustada.
–¿Qué ha pasado? ¿Por qué ha llegado contigo?
–Porque la he traído en la camioneta.
–No seas obtuso –protestó–. ¿Por qué, Pedro?
–Será mejor que se lo preguntes a ella.
–Maldita sea… La quiero tanto como si fuera hija mía. Si se ha metido en algún lío, tengo derecho a saberlo.
Pedro se sentó a su lado y le puso una mano en la rodilla, pero la retiró al ver que Paula se ponía tensa.
–Tamara está bien, Paula –le aseguró–. No te puedo decir lo que le ha pasado porque le he prometido que guardaría silencio. Pero creo que te lo contará ella misma cuando tenga ocasión de reflexionar.
Ella frunció el ceño.
–¿Quién te crees que eres? Yo soy la responsable de los chicos que viven en mi casa. Si Tamara necesitaba que la ayudaran, tendría que haberme llamado a mí.
Pedro suspiró.
–Pero me llamó a mí, Paula. ¿Qué querías que hiciera? ¿Habrías preferido que la dejara en la estacada?
Tras un largo silencio, Paula asintió y dijo:
–Lo siento. Tienes razón. He sido injusta contigo… Es que Tamara me preocupa mucho. Se ha estado comportando de forma extraña.
–Lo sé, pero se pondrá bien.
–Yo no estoy tan segura. Y no lo digo por lo que haya pasado esta noche, sino por la forma en que lo ha afrontado.
–¿Qué quieres decir?
–Que ha buscado tu ayuda en todo momento –contestó–. Tengo la impresión de que se ha encaprichado de ti.
Pedro se quedó atónito.
–No digas tonterías…
–No es ninguna tontería. Probablemente, eres el primer hombre que la trata con respeto y ternura. No tiene nada de particular que se enamore de ti.
–Pero si tengo tantos años que podría ser su padre… –alegó.
–La edad carece de importancia en cuestiones de amor. Y mucho más cuando se trata de chicas que han tenido padres abusivos o emocionalmente distantes. Tienden a idealizar a los hombres mayores que las tratan bien
Él se levantó y empezó a caminar de un lado a otro, nervioso. Después, se sentó en una silla y se pasó una mano por el pelo.
–No, creo que te equivocas, Pau. Creo que solo soy una figura paternal para ella.
–Puede que tengas razón, pero ten cuidado. Tanto si está enamorada de ti como si no lo está, es importante que no dependa demasiado de ti. De lo contrario, lo pasará muy mal cuando te vayas.
–¿Y quién ha dicho que me voy a ir?
–Sé realista, Pedro –dijo con impaciencia–. Volverás a Miami en cuanto termines la obra de Marathon.
Él la miró con detenimiento. Tenía la sensación de que ya no estaba preocupada por la joven, sino por ella misma.
–¿Estás pensando en Tamara? ¿O estás pensando en ti?
Paula se ruborizó.
–A mí no me mezcles en ese asunto. Yo soy una adulta. Lo puedo soportar.
–¿Ah, sí? Pues mira lo que pasó anoche…
–Anoche no pasó nada –dijo con un fondo de sarcasmo.
–Me refería a que la situación te incomodó mucho, pero olvidemos eso por un momento y centrémonos en lo que te preocupa de verdad. Sabes perfectamente que no hice el amor contigo por las mismas razones que ahora me echas en cara. En efecto, es posible que vuelva a Miami dentro de unos meses. Y no quiero ese peso en mi conciencia.
–Oh, qué nobles sentimientos… –ironizó Paula–. Pero yo no te he pedido que me hagas ningún favor.
Pedro notó que estaba muy dolida y le ofreció lo único que, en principio, podía solucionar su problema.
–¿Quieres que me marche ahora mismo? Quizás sería lo mejor.
–Sí, tal vez –dijo con debilidad.
Pedro asintió y se levantó.
–Voy a hacer el equipaje.
Ya se disponía a salir de la habitación cuando oyó un sollozo ahogado y se dio la vuelta. Paula estaba llorando.
Rápidamente, se arrodilló junto a ella y la tomó de la mano.
–Pau, ¿seguro que quieres que me vaya?
–No sé lo que quiero –le confesó–. Por primera vez en mucho tiempo, no tengo la menor idea de lo que quiero.
–Entonces, viajamos en el mismo barco. Yo tampoco estoy seguro de nada. Aunque Lisa y Tobias parecen convencidos de que estamos hechos el uno para el otro… Supongo que sabes lo que pasa, ¿verdad? Buscaron esta situación a propósito, para que estuviéramos juntos.
Ella asintió y sonrió a regañadientes.
–Les deberíamos retorcer el pescuezo –declaró.
–Sí, es una posibilidad que me ha pasado por la cabeza.
Pero, por otra parte, son nuestros mejores amigos. Y nos conocen bastante bien.
–¿Qué insinúas?
–Que tal vez estamos donde debemos estar. Y que deberíamos jugar el partido como los dos adultos que somos.
–Eso es muy arriesgado, Pedro
–Sí, pero ya sabes que soy un jugador.
–Tú serás un jugador, pero yo no he jugado a nada en toda mi vida.
Él le secó las lágrimas con un dedo.
–Tanto mejor –dijo–. Puede que tengas la suerte del principiante.
DESTINO: CAPITULO 14
Pedro se empezó a poner nervioso cuando llegó a Coconut Grove, donde se encontraba la casa de sus amigos. Su encuentro con Tobias había sido una simple conversación agradable en comparación con el interrogatorio al que, probablemente, Lisa lo iba a someter. Y no sabía si estaba preparado.
Además, Tamara lo había llamado para pedirle consejo y lo había dejado sumido en la preocupación. Su novio no le daba buena espina. Por lo que la joven le había contado, era evidente que se estaba dejando dominar por sus hormonas.
Y no estaba totalmente seguro de que Tamara fuera capaz de ponerlo en su sitio.
Aún lo estaba pensando cuando oyó la voz de Kevin.
–¿Qué haces aún en el coche, Pedro? Papá me ha dicho que me ayudarías a mejorar mis lanzamientos. Falta un rato para la cena, así que podemos jugar un poco…
Pedro sonrió, se bajó de la camioneta y aceptó el guante de béisbol que le ofreció el chico. Era una excusa perfecta para retrasar el momento de ver a Lisa.
–De acuerdo. Veamos lo que sabes hacer.
Tobias apareció al cabo de unos minutos y se puso a jugar con ellos.
–Siento no haber coincidido contigo en la oficina –dijo–. ¿Te encuentras mejor?
–Mucho mejor.
–Me alegro.
Pedro lo miró con recriminación y se giró hacia Kevin. –Intenta lanzar una bola con curva. Y recuerda cómo te he dicho que pongas las manos.
El pecoso chico lanzó la bola con una exactitud y velocidad sorprendentes.
–¿Qué te ha parecido eso? –preguntó Kevin, sonriendo de oreja a oreja.
–No está nada mal. Se nota que has practicado mucho.
–Practico todas las noches. O, al menos, cuando papá vuelve pronto a casa y puede jugar conmigo. He intentado jugar con mi madre, pero no sabe. Es una de esas chicas… –dijo con sorna.
Pedro rio.
–Sí, sé lo que quieres decir.
–Os he oído –declaró Lisa, que acababa de salir de la casa–. Y yo tendría cuidado con lo que decís, porque soy la cocinera y os puedo dejar a pan y agua.
Pedro se acercó a ella y le dio un beso.
–Me siento terriblemente culpable por haberme burlado de ti, Lisa. Pero no puedo hablar por los demás…
Lisa miró a su hijo y preguntó:
–¿Tú también lo lamentas?
Kevin sonrió.
–Oh, sí. Mucho.
Ella asintió.
–Excelente. En ese caso, la cena está preparada.
Pedro atacó su ancho y jugoso filete con el entusiasmo de un hombre muerto de hambre. Se llevó un pedazo a la boca, saboreó el aroma y masticó despacio. Estaba delicioso. Pero luego se acordó de Paula, imaginó lo que habría dicho si lo hubiera visto en ese momento y se sintió tan incómodo que el segundo pedazo no le supo tan bien.
Cuando llegó al tercer pedazo y estuvo a punto de atragantarse, se maldijo a sí mismo por dar importancia a las opiniones de aquella mujer y se comió el filete tan deprisa que sus amigos lo miraron con humor.
–¿Te ha gustado? –preguntó Tobias.
–Y tanto.
–Si quieres, tengo otro en la cocina –dijo Lisa.
–No, gracias.
–¿Quieres más ensalada?
Pedro estuvo a punto de aceptar el ofrecimiento, pero sacudió la cabeza y dijo:
–No.
Ella frunció el ceño.
–¿Estás seguro? Has comido poco…
Pedro alcanzó su copa de vino y echó un trago antes de hablar.
–Supongo que no tenía tanta hambre como pensaba.
–¿Te encuentras bien? –insistió Lisa, entrecerrando los ojos.
–Sí, perfectamente.
–En ese caso, seguro que querrás tarta de manzana… –Faltaría más.
–¿Le pongo un poco de helado encima?
A Pedro se le hizo la boca agua. Pero se acordó otra vez de Paula y sacudió la cabeza.
–No, la prefiero sin helado.
Justo entonces, sonó el teléfono.
–Ya contesto yo –dijo Lisa–. Kevin, ve a buscar el postre.
En cuanto los dos hombres se quedaron a solas, Tobias miró a su amigo y dijo:
–Es peor de lo que pensabas, ¿verdad?
–No empieces otra vez.
–Lo siento, pero es un acontecimiento histórico. El gran Pedro, el soltero impenitente, está a punto de caer –dijo–. ¿Te has enamorado de ella?
–En absoluto. Ya sabes lo que pienso del amor. El amor no existe.
–Pues, para no existir, te ha dado muy fuerte…
Pedro lo miró con cara de pocos amigos. –Piensa lo que quieras.
Tobias hizo caso omiso y preguntó:
–¿Qué vas a hacer al respecto?
–No voy a hacer nada de nada.
–Oh, vamos, Pedro. ¿Cómo es posible que…?
Tobias no llegó a terminar la frase. El móvil de Pedro empezó a sonar en ese momento y, cuando vio que era Tamara, se levantó con tanta rapidez que estuvo a punto de tirar la silla.
–Hola, Tamara. ¿Va todo bien?
La chica no contestó. Pero pudo oír sus sollozos.
–¿Dónde estás?
–En una gasolinera.
–¿Dónde?
–En Cayo Largo.
–No te ha hecho daño, ¿verdad?
–No, pero estoy tan enfadada conmigo… –dijo entre lágrimas–. Tenías toda la razón. Es un cretino. Debería haberte hecho caso.
–Tú no tienes la culpa, Tamara. Es lógico que quisieras creer en él. Confiar en la gente no es ningún pecado.
–Pero me he equivocado tanto… No volveré a salir con ningún chico.
Pedro sonrió.
–Dudo que te sientas así dentro de unos días –dijo–. Pero, de momento, quédate donde estás. Iré a buscarte.
–No hace falta. Puedo llamar a Paula.
–Quédate donde estás –insistió–. Salgo enseguida.
Tras pedirle las señas de la gasolinera, Pedro le dio unas cuantas indicaciones, cortó la comunicación y se guardó el teléfono. Tobias y Lisa, que ya había regresado a la cocina, lo estaban mirando con interés.
–¿Habéis oído la conversación?
–Sí.
–Entonces, espero que sepáis disculparme. Tengo que ir a buscarla.
Lisa se acercó a él y le puso una mano en el brazo.
–No te preocupes demasiado. Se pondrá bien.
–Lo sé. Pero será mejor que me marche. Muchas gracias por la cena.
–¿Pedro? –dijo Lisa.
–¿Sí?
–Serías un padre maravilloso.
Pedro sacudió la cabeza y salió de la casa. Pero, segundos después, cuando se subió a su vehículo, se dio cuenta de que se sentía exactamente así: como un padre.
Y le asustó.
DESTINO: CAPITULO 13
Paula frotaba las sartenes y las cacerolas como si no hubiera otra cosa más importante en la vida. Ya había fregado el suelo de la cocina y limpiado la casa de un extremo a otro. Incluso estaba considerando la posibilidad de limpiar también las ventanas. Pero se conocía lo suficiente como para saber que sería inútil. No haría que se sintiera mejor.
Pedro era el hombre más irritante e insensible que había conocido. Y lo de la noche anterior había sido un desastre.
¿Cómo era posible que se hubiera dejado llevar? ¿Cómo era posible que hubiera estado a punto de acostarse con él? Ni siquiera sabía por qué había permitido que se alojara en su casa.
–¿Paula?
Paula se dio la vuelta y vio que Tamara la miraba con incertidumbre.
–¿Qué ocurre? Pensé que ibas a pasar la noche en Key West…
–Y la he pasado, pero he preferido volver a casa.
–¿Es que hoy no tienes clase?
–Sí, claro, pero he pensado que no pasará nada si me salto las clases un día.
–No, supongo que no –dijo Paula, que la observó con más detenimiento–. ¿Te encuentras bien, Tamara?
–Sí, perfectamente. –Tamara se ruborizó un poco–. ¿Dónde está Pedro?
–No lo sé. Estará en el trabajo.
–No. Lo he comprobado.
–¿Por qué?
–Porque quería preguntarle una cosa.
–¿No me lo puedes preguntar a mí?
Tamara sacudió la cabeza.
–No.
–¿Estás segura?
–Sí. Es que es un asunto de chicos.
–Ah, comprendo… –dijo Paula, sintiéndose extrañamente traicionada–. En ese caso, ¿por qué no lo llamas a su móvil?
–¿Tienes el número?
–Por supuesto. Está en la agenda, junto al teléfono.
Tamara se acercó y le dio un abrazo.
–Gracias, Paula.
La joven apuntó el número y se marchó bajo la atenta mirada de Paula, que volvió a sentir una punzada de resentimiento.
–Es lo que faltaba –se dijo–. Ahora tienes celos de Pedro.
Era verdad que los tenía. Poco a poco, Pedro se había ganado el afecto de los chicos. Tomas y Pablo lo idolatraban hasta el punto de que hablaban de él constantemente.
Joaquin, que se había opuesto a él al principio, empezaba a flaquear. Y ahora, Tamara prefería hablar con él en lugar de hablar con ella.
Paula sacudió la cabeza y se dijo que aquello no tenía sentido; que, en todo caso, debía estar agradecida a Pedro por el apoyo que le estaba dando. Pero no sentía el menor agradecimiento. Solo sentía celos.
Molesta, llenó un cubo de agua y jabón y se dispuso a limpiar todas las ventanas que daban al Atlántico.
miércoles, 13 de enero de 2016
DESTINO: CAPITULO 12
Era medianoche y estaba agotado, pero necesitaba alejarse de Paula. Así que se subió a la camioneta, arrancó, condujo a toda prisa por el polvoriento y bacheado camino y, cuando divisó la carretera principal, se dispuso a girar hacia el norte, hacia casa.
Hacia la cordura.
Hacia la seguridad.
El último bache era tan profundo que pegó un bote en el asiento y se recordó que tenía que arreglar el maldito camino antes de que Paula sufriera un accidente. Pero ¿por qué se preocupaba por ella? Era una mujer libre. No lo necesitaba.
Ni siquiera lo quería en su casa, de donde lo acababa de echar. Y, desde luego, tampoco necesitaba que le hiciera el amor.
Lamentablemente, no se la podía quitar de la cabeza.
Incluso había estado a punto de seducirla, a pesar de saber que era un error. Él no mantenía relaciones con mujeres que buscaban el amor eterno. Solo las mantenía con mujeres que jugaban a lo mismo que él. Y Paula ni siquiera conocía el nombre del juego.
Encendió la radio, puso una emisora de música y subió el volumen con la esperanza de que ahogara sus pensamientos.
Pero era una emisora de música country, infestada de canciones románticas que hablaban de amores no correspondidos.
En lugar de cambiar de emisora, que habría sido lo más lógico, Pedro pensó que merecía aquel tormento y la dejó puesta. El resultado fue inevitable: a mitad de camino, ya estaba considerando la posibilidad de dejar el trabajo de Marathon en manos de Tobias. O de asesinar a su amigo y a Lisa por haberlo enviado a ese lugar.
Cuando llegó a su casa de Miami, se metió en la cama con intención de dormir unas cuantas horas. Pero Tobias se presentó a las diez y lo despertó, así que no tuvo más remedio que levantarse y meterse en la ducha.
Minutos más tarde, entró en la cocina. Tobias le ofreció una taza de café que él aceptó con un gruñido, sin darle siquiera las gracias. Luego, echó un buen trago, se apoyó en la encimera y se puso a abrir y cerrar armarios con estruendo, esperando que su amigo se diera por aludido y se marchara de allí.
Sin embargo, Tobias hizo caso omiso y preguntó:
–¿Qué tal todo?
–Si te refieres a la obra, bien.
–¿No hay ningún problema?
–Desde que solventamos el asunto del proveedor, no.
–¿Y qué tal está Paula?
Pedro no se dejó engañar por la aparente inocencia de la pregunta de Tobias. Pero disimuló y se encogió de hombros.
–Supongo que bien.
–¿Solo lo supones? Os veis todos los días.
–Sí, pero Paula es una mujer difícil. Nunca sabes lo que está pensando.
–¿En serio? Siempre he pensado que es una persona directa y clara, que no se anda con juegos y subterfugios.
–Tobias, no nos dedicamos a charlar sobre su estado anímico. A mí me parece que está tan bien como cuando llegué, pero no te sabría decir.
Tobias soltó una carcajada.
–Vaya, vaya… No sabía que te gustara tanto.
–Oh, sí, me gusta tanto como el veneno –ironizó.
–Ya.
Pedro entrecerró los ojos.
–Será mejor que dejes de fastidiarme, o renunciaré al trabajo de Marathon y tendrás que hacerlo tú. De hecho, estoy de tan mal humor que deberías tener cuidado con lo que dices. Te arriesgas a no salir con vida de aquí.
–Oh, oh… ¿Tan mal te va?
–No me va mal; me va peor. Pero tampoco es para tanto.
–¿Quieres que hablemos de ello?
–No hay nada que decir.
–¿Te has enamorado?
–No.
–¿En serio? –dijo con escepticismo.
–Deja de presionarme, Tobias –le advirtió.
–Pues no lo entiendo, la verdad. ¿Dónde está el problema?
Paula es inteligente y atractiva, sin mencionar el hecho de que los dos sois adultos y estáis libres de compromisos. Me extraña que no aproveches la oportunidad.
–Paula Chaves no es mi tipo.
–¿Cómo que no? Es una mujer.
–Muy gracioso –protestó.
–Oh, vamos. Es imposible que no te guste.
–Mira, Paula es encantadora en todos los sentidos. Pero eso no significa que estemos hechos el uno para el otro.
Tobias asintió.
–Creo que empiezo a entender lo que sucede. Te intenta reformar, ¿verdad?
–No lo sabes tú bien. Ha llegado al extremo de comerse todos mis bollos.
Tobias volvió a reír.
–Dios mío…
–Y se empeña en que desayune fruta o cereales. ¿Te lo puedes creer? Me ha obligado a comer tanta verdura que me siento un conejo. Hace dos semanas que no me como un filete. Y cada vez que me compro una hamburguesa, se pone tan fundamentalista que solo le falta pedirme que me arrodille y rece.
–Pues dile lo que pasa. Es una mujer razonable. Te escuchará.
Pedro lo miró con incredulidad.
–Creo que no estamos hablando de la misma mujer. La Paula que yo conozco se pone histérica cada vez que ve una simple bolsa de patatas fritas.
–¿No crees que estás exagerando?
–¿Exagerando? En todo caso, me estoy quedando corto – afirmó Pedro–. Esa mujer es una dictadora.
–Solo se preocupa por tu salud…
–Paula no es mi médico, Tobias.
–Y es una suerte que no lo sea. Si tu médico supiera que te atiborras de comida basura, llamaría a la policía para que te internaran en un hospital durante un mes.
–Empiezas a hablar como ella…
–Porque tiene parte de razón. Estás en una edad muy mala.
–Lo dices como si fuera un adolescente, pero te recuerdo que tengo treinta y siete años y que mi forma física es perfecta. De hecho, ninguna de las mujeres con las que salgo se ha quejado nunca de mi físico.
–¿Esta noche tienes una cita?
–¿Una cita? ¿A qué viene eso? –preguntó con extrañeza.
–¿La tienes?
–No.
Tobias lo miró con asombro.
–¿Me estás diciendo que el gran Pedro Alfonso está en Miami y no tiene intención de salir con ninguna mujer? Es bastante extraño, ¿no te parece?
Pedro entrecerró los ojos, pero no dijo nada.
–¿Qué estás haciendo aquí, por cierto? –continuó Tobias–. Te he llamado a la obra, pero Teo me ha dicho que no sabía nada de ti. Menos mal que he hablado con Paula.
–¿Has hablado con Paula?
–Claro. Me ha dicho que te habías ido y he supuesto que estarías en tu casa.
–¿Y se encontraba bien?
–No sé… me ha parecido la Paula de siempre –contestó–. Pero ¿qué diablos ha pasado entre vosotros?
–Nada.
–Te advierto que, si le has hecho daño, Lisa te matará. Y si no te mata ella, te mataré yo.
–¿Quién ha dicho que le he hecho daño? ¿Ella?
–Ella no ha dicho nada. Por si no lo habías notado, Paula es la quintaesencia de la discreción. Pero aún no has contestado a mi pregunta. ¿Qué estás haciendo aquí?
Pedro no había tenido tiempo de inventar una excusa, así que dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.
–Tengo que hacer unas cosas en la oficina.
–¿Qué cosas?
–Cosas. Nada más.
–Umm. Qué interesante.
–Deja de hacerte el listo, Tobias. Estoy demasiado cansado para aguantar tus tonterías.
Tobias sonrió.
–Bueno, ya que estás en Miami, espero que cenes con nosotros.
Pedro sacudió la cabeza.
–No, de ninguna manera.
–¿Cómo que de ninguna manera? ¿Es que no echas de menos a tu ahijado? Quiere que juegues con él al béisbol para que le ayudes a mejorar sus lanzamientos –declaró Tobias–. Y seguro que querrás ver a mi hija, que ya ha empezado a gatear…
–Llevo dos semanas en una casa llena de niños y adolescentes. Te aseguro que estoy hasta la coronilla de menores.
–Haremos una parrillada…
Pedro dudó.
–Y tengo una botella de vino que es perfecta para la carne – añadió Tobias.
Pedro se rindió al instante.
–Está bien. ¿A qué hora?
–A las ocho.
–Que sean las siete. Estoy tan cansado que, si no me acuesto pronto, soy capaz de quedarme dormido en mitad de la cena.
–Como prefieras –dijo Tobias–. Por cierto, ¿cuándo vas a pasar por el despacho?
–¿Por el despacho? –preguntó, desconcertado.
–Acabas de decir que has venido a Miami porque tienes cosas que hacer en la oficina –le recordó su amigo.
–Ah, sí… No sé. Supongo que pasaré más tarde.
–Más tarde –repitió Tobias con sorna–. Bueno… Espero que te diviertas.
Tobias se marchó y Pedro se puso a fregar el suelo de la cocina. Estaba limpio y reluciente porque pagaba a una mujer para que le limpiara la casa todas las semanas. Pero necesitaba hacer algo, así que restregó y restregó mientras se dedicaba a enumerar los defectos de Paula, en un intento por convencerse de que no le gustaba.
Pensó en su pelo, en su falta de gusto con la ropa y en su manía de meterse en la vida de los demás. Pensó que era dogmática, inflexible y mandona. Pensó todo lo que podía pensar al respecto.
Y no sirvió de nada.
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