jueves, 14 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 15





Tamara estaba esperando donde le había dicho, en el interior de la gasolinera. Su aspecto era tan triste y desconsolado que Pedro se sintió inseguro. Al fin y al cabo, no tenía experiencia en esos asuntos. ¿Qué pasaría si decía algo inconveniente? ¿Qué pasaría si empeoraba la situación? De haber podido, habría llamado a Tobias o a la propia Paula para pedirle consejo. Pero no podía, y tenía que afrontarlo con sus propios recursos.


–Hola, Tamara.


La chica, cuyos ojos estaban llenos de lágrimas, se arrojó a sus brazos y se aferró a él como una niña asustada.


–No te preocupes. Todo saldrá bien –la intentó tranquilizar.


Pedro la llevó a la camioneta, donde le dio un pañuelo.


–Has hecho bien a llamarme por teléfono. Si alguna vez vuelves a tener otro problema, recuerda que puedes contar con Paula y conmigo.


Tamara lo miró con nerviosismo.


–¿Qué ocurre? –preguntó él.


–Prométeme que no se lo dirás a Paula.


Pedro dudó.


–Prométemelo…


–Está bien, como quieras.


–Gracias, Pedro.


–No me des las gracias todavía. Yo no le voy a decir nada, pero solo porque creo que se lo deberías decir tú.


–Paula no lo entenderá…


Pedro sacudió la cabeza.


–Por supuesto que lo entenderá. Paula es la mujer más comprensiva del mundo.


–Pero es tan perfecta… Nunca comete errores. Y, si los comete, no son tan estúpidos como el que yo he cometido.


Pedro se acordó del antiguo novio de Paula, el chico que la había abandonado cuando ella se quedó embarazada. 


Estaba seguro de que, si Tamara hubiera conocido la historia, se habría sentido mucho más cerca de ella. Pero, obviamente, él no se la podía contar.


–Habla con ella. Sospecho que te vas a llevar una sorpresa.


Una hora después, llegaron a la casa. Paula, que estaba 
leyendo un libro, se preocupó mucho al ver la cara de la joven.


–¿Estás bien?


–Sí –respondió Tamara, sin mirarla a los ojos–. Me voy a la cama. Gracias por haberme traído, Pedro.


Cuando Tamara se marchó, Paula miró a Pedro con dureza.


–¿Está realmente bien?


Él asintió.


–Solo un poco asustada.


–¿Qué ha pasado? ¿Por qué ha llegado contigo?


–Porque la he traído en la camioneta.


–No seas obtuso –protestó–. ¿Por qué, Pedro?


–Será mejor que se lo preguntes a ella.


–Maldita sea… La quiero tanto como si fuera hija mía. Si se ha metido en algún lío, tengo derecho a saberlo.


Pedro se sentó a su lado y le puso una mano en la rodilla, pero la retiró al ver que Paula se ponía tensa.


–Tamara está bien, Paula –le aseguró–. No te puedo decir lo que le ha pasado porque le he prometido que guardaría silencio. Pero creo que te lo contará ella misma cuando tenga ocasión de reflexionar.


Ella frunció el ceño.


–¿Quién te crees que eres? Yo soy la responsable de los chicos que viven en mi casa. Si Tamara necesitaba que la ayudaran, tendría que haberme llamado a mí.


Pedro suspiró.


–Pero me llamó a mí, Paula. ¿Qué querías que hiciera? ¿Habrías preferido que la dejara en la estacada?


Tras un largo silencio, Paula asintió y dijo:
–Lo siento. Tienes razón. He sido injusta contigo… Es que Tamara me preocupa mucho. Se ha estado comportando de forma extraña.


–Lo sé, pero se pondrá bien.


–Yo no estoy tan segura. Y no lo digo por lo que haya pasado esta noche, sino por la forma en que lo ha afrontado.


–¿Qué quieres decir?


–Que ha buscado tu ayuda en todo momento –contestó–. Tengo la impresión de que se ha encaprichado de ti.


Pedro se quedó atónito.


–No digas tonterías…


–No es ninguna tontería. Probablemente, eres el primer hombre que la trata con respeto y ternura. No tiene nada de particular que se enamore de ti.


–Pero si tengo tantos años que podría ser su padre… –alegó.


–La edad carece de importancia en cuestiones de amor. Y mucho más cuando se trata de chicas que han tenido padres abusivos o emocionalmente distantes. Tienden a idealizar a los hombres mayores que las tratan bien



Él se levantó y empezó a caminar de un lado a otro, nervioso. Después, se sentó en una silla y se pasó una mano por el pelo.


–No, creo que te equivocas, Pau. Creo que solo soy una figura paternal para ella.


–Puede que tengas razón, pero ten cuidado. Tanto si está enamorada de ti como si no lo está, es importante que no dependa demasiado de ti. De lo contrario, lo pasará muy mal cuando te vayas.


–¿Y quién ha dicho que me voy a ir?


–Sé realista, Pedro –dijo con impaciencia–. Volverás a Miami en cuanto termines la obra de Marathon.


Él la miró con detenimiento. Tenía la sensación de que ya no estaba preocupada por la joven, sino por ella misma.


–¿Estás pensando en Tamara? ¿O estás pensando en ti?


Paula se ruborizó.


–A mí no me mezcles en ese asunto. Yo soy una adulta. Lo puedo soportar.


–¿Ah, sí? Pues mira lo que pasó anoche…


–Anoche no pasó nada –dijo con un fondo de sarcasmo.


–Me refería a que la situación te incomodó mucho, pero olvidemos eso por un momento y centrémonos en lo que te preocupa de verdad. Sabes perfectamente que no hice el amor contigo por las mismas razones que ahora me echas en cara. En efecto, es posible que vuelva a Miami dentro de unos meses. Y no quiero ese peso en mi conciencia.


–Oh, qué nobles sentimientos… –ironizó Paula–. Pero yo no te he pedido que me hagas ningún favor.


Pedro notó que estaba muy dolida y le ofreció lo único que, en principio, podía solucionar su problema.


–¿Quieres que me marche ahora mismo? Quizás sería lo mejor.


–Sí, tal vez –dijo con debilidad.


Pedro asintió y se levantó.


–Voy a hacer el equipaje.


Ya se disponía a salir de la habitación cuando oyó un sollozo ahogado y se dio la vuelta. Paula estaba llorando.


Rápidamente, se arrodilló junto a ella y la tomó de la mano.


–Pau, ¿seguro que quieres que me vaya?


–No sé lo que quiero –le confesó–. Por primera vez en mucho tiempo, no tengo la menor idea de lo que quiero.


–Entonces, viajamos en el mismo barco. Yo tampoco estoy seguro de nada. Aunque Lisa y Tobias parecen convencidos de que estamos hechos el uno para el otro… Supongo que sabes lo que pasa, ¿verdad? Buscaron esta situación a propósito, para que estuviéramos juntos.


Ella asintió y sonrió a regañadientes.


–Les deberíamos retorcer el pescuezo –declaró.


–Sí, es una posibilidad que me ha pasado por la cabeza.
Pero, por otra parte, son nuestros mejores amigos. Y nos conocen bastante bien.


–¿Qué insinúas?


–Que tal vez estamos donde debemos estar. Y que deberíamos jugar el partido como los dos adultos que somos.


–Eso es muy arriesgado, Pedro


–Sí, pero ya sabes que soy un jugador.


–Tú serás un jugador, pero yo no he jugado a nada en toda mi vida.


Él le secó las lágrimas con un dedo.


–Tanto mejor –dijo–. Puede que tengas la suerte del principiante.






2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyyyyy, qué tierno los 2 x favor. Me encantaron los 3 caps.

    ResponderBorrar
  2. Que lindos capítulos! Pedro es lo más!!! Ojalá se animen a vivir lo que sienten!

    ResponderBorrar