miércoles, 13 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 12





Era medianoche y estaba agotado, pero necesitaba alejarse de Paula. Así que se subió a la camioneta, arrancó, condujo a toda prisa por el polvoriento y bacheado camino y, cuando divisó la carretera principal, se dispuso a girar hacia el norte, hacia casa.


Hacia la cordura.


Hacia la seguridad.


El último bache era tan profundo que pegó un bote en el asiento y se recordó que tenía que arreglar el maldito camino antes de que Paula sufriera un accidente. Pero ¿por qué se preocupaba por ella? Era una mujer libre. No lo necesitaba. 


Ni siquiera lo quería en su casa, de donde lo acababa de echar. Y, desde luego, tampoco necesitaba que le hiciera el amor.


Lamentablemente, no se la podía quitar de la cabeza. 


Incluso había estado a punto de seducirla, a pesar de saber que era un error. Él no mantenía relaciones con mujeres que buscaban el amor eterno. Solo las mantenía con mujeres que jugaban a lo mismo que él. Y Paula ni siquiera conocía el nombre del juego.


Encendió la radio, puso una emisora de música y subió el volumen con la esperanza de que ahogara sus pensamientos.


Pero era una emisora de música country, infestada de canciones románticas que hablaban de amores no correspondidos.


En lugar de cambiar de emisora, que habría sido lo más lógico, Pedro pensó que merecía aquel tormento y la dejó puesta. El resultado fue inevitable: a mitad de camino, ya estaba considerando la posibilidad de dejar el trabajo de Marathon en manos de Tobias. O de asesinar a su amigo y a Lisa por haberlo enviado a ese lugar.


Cuando llegó a su casa de Miami, se metió en la cama con intención de dormir unas cuantas horas. Pero Tobias se presentó a las diez y lo despertó, así que no tuvo más remedio que levantarse y meterse en la ducha.


Minutos más tarde, entró en la cocina. Tobias le ofreció una taza de café que él aceptó con un gruñido, sin darle siquiera las gracias. Luego, echó un buen trago, se apoyó en la encimera y se puso a abrir y cerrar armarios con estruendo, esperando que su amigo se diera por aludido y se marchara de allí.


Sin embargo, Tobias hizo caso omiso y preguntó:
–¿Qué tal todo?


–Si te refieres a la obra, bien.


–¿No hay ningún problema?


–Desde que solventamos el asunto del proveedor, no.


–¿Y qué tal está Paula?


Pedro no se dejó engañar por la aparente inocencia de la pregunta de Tobias. Pero disimuló y se encogió de hombros.


–Supongo que bien.


–¿Solo lo supones? Os veis todos los días.


–Sí, pero Paula es una mujer difícil. Nunca sabes lo que está pensando.


–¿En serio? Siempre he pensado que es una persona directa y clara, que no se anda con juegos y subterfugios.


–Tobias, no nos dedicamos a charlar sobre su estado anímico. A mí me parece que está tan bien como cuando llegué, pero no te sabría decir.


Tobias soltó una carcajada.


–Vaya, vaya… No sabía que te gustara tanto.


–Oh, sí, me gusta tanto como el veneno –ironizó.


–Ya.


Pedro entrecerró los ojos.


–Será mejor que dejes de fastidiarme, o renunciaré al trabajo de Marathon y tendrás que hacerlo tú. De hecho, estoy de tan mal humor que deberías tener cuidado con lo que dices. Te arriesgas a no salir con vida de aquí.


–Oh, oh… ¿Tan mal te va?


–No me va mal; me va peor. Pero tampoco es para tanto.


–¿Quieres que hablemos de ello?


–No hay nada que decir.


–¿Te has enamorado?


–No.


–¿En serio? –dijo con escepticismo.


–Deja de presionarme, Tobias –le advirtió.


–Pues no lo entiendo, la verdad. ¿Dónde está el problema? 
Paula es inteligente y atractiva, sin mencionar el hecho de que los dos sois adultos y estáis libres de compromisos. Me extraña que no aproveches la oportunidad.


–Paula Chaves no es mi tipo.


–¿Cómo que no? Es una mujer.


–Muy gracioso –protestó.


–Oh, vamos. Es imposible que no te guste.


–Mira, Paula es encantadora en todos los sentidos. Pero eso no significa que estemos hechos el uno para el otro.


Tobias asintió.


–Creo que empiezo a entender lo que sucede. Te intenta reformar, ¿verdad?


–No lo sabes tú bien. Ha llegado al extremo de comerse todos mis bollos.


Tobias volvió a reír.


–Dios mío…


–Y se empeña en que desayune fruta o cereales. ¿Te lo puedes creer? Me ha obligado a comer tanta verdura que me siento un conejo. Hace dos semanas que no me como un filete. Y cada vez que me compro una hamburguesa, se pone tan fundamentalista que solo le falta pedirme que me arrodille y rece.


–Pues dile lo que pasa. Es una mujer razonable. Te escuchará.


Pedro lo miró con incredulidad.


–Creo que no estamos hablando de la misma mujer. La Paula que yo conozco se pone histérica cada vez que ve una simple bolsa de patatas fritas.


–¿No crees que estás exagerando?


–¿Exagerando? En todo caso, me estoy quedando corto – afirmó Pedro–. Esa mujer es una dictadora.


–Solo se preocupa por tu salud…


–Paula no es mi médico, Tobias.


–Y es una suerte que no lo sea. Si tu médico supiera que te atiborras de comida basura, llamaría a la policía para que te internaran en un hospital durante un mes.


–Empiezas a hablar como ella…


–Porque tiene parte de razón. Estás en una edad muy mala.


–Lo dices como si fuera un adolescente, pero te recuerdo que tengo treinta y siete años y que mi forma física es perfecta. De hecho, ninguna de las mujeres con las que salgo se ha quejado nunca de mi físico.


–¿Esta noche tienes una cita?


–¿Una cita? ¿A qué viene eso? –preguntó con extrañeza.


–¿La tienes?


–No.


Tobias lo miró con asombro.


–¿Me estás diciendo que el gran Pedro Alfonso está en Miami y no tiene intención de salir con ninguna mujer? Es bastante extraño, ¿no te parece?


Pedro entrecerró los ojos, pero no dijo nada.


–¿Qué estás haciendo aquí, por cierto? –continuó Tobias–. Te he llamado a la obra, pero Teo me ha dicho que no sabía nada de ti. Menos mal que he hablado con Paula.


–¿Has hablado con Paula?


–Claro. Me ha dicho que te habías ido y he supuesto que estarías en tu casa.


–¿Y se encontraba bien?


–No sé… me ha parecido la Paula de siempre –contestó–. Pero ¿qué diablos ha pasado entre vosotros?


–Nada.


–Te advierto que, si le has hecho daño, Lisa te matará. Y si no te mata ella, te mataré yo.


–¿Quién ha dicho que le he hecho daño? ¿Ella?


–Ella no ha dicho nada. Por si no lo habías notado, Paula es la quintaesencia de la discreción. Pero aún no has contestado a mi pregunta. ¿Qué estás haciendo aquí?


Pedro no había tenido tiempo de inventar una excusa, así que dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.


–Tengo que hacer unas cosas en la oficina.


–¿Qué cosas?


–Cosas. Nada más.


–Umm. Qué interesante.


–Deja de hacerte el listo, Tobias. Estoy demasiado cansado para aguantar tus tonterías.


Tobias sonrió.


–Bueno, ya que estás en Miami, espero que cenes con nosotros.


Pedro sacudió la cabeza.


–No, de ninguna manera.


–¿Cómo que de ninguna manera? ¿Es que no echas de menos a tu ahijado? Quiere que juegues con él al béisbol para que le ayudes a mejorar sus lanzamientos –declaró Tobias–. Y seguro que querrás ver a mi hija, que ya ha empezado a gatear… 


–Llevo dos semanas en una casa llena de niños y adolescentes. Te aseguro que estoy hasta la coronilla de menores.


–Haremos una parrillada… 


Pedro dudó.


–Y tengo una botella de vino que es perfecta para la carne – añadió Tobias.


Pedro se rindió al instante.


–Está bien. ¿A qué hora?


–A las ocho.


–Que sean las siete. Estoy tan cansado que, si no me acuesto pronto, soy capaz de quedarme dormido en mitad de la cena.


–Como prefieras –dijo Tobias–. Por cierto, ¿cuándo vas a pasar por el despacho?


–¿Por el despacho? –preguntó, desconcertado.


–Acabas de decir que has venido a Miami porque tienes cosas que hacer en la oficina –le recordó su amigo. 


–Ah, sí… No sé. Supongo que pasaré más tarde.


–Más tarde –repitió Tobias con sorna–. Bueno… Espero que te diviertas.


Tobias se marchó y Pedro se puso a fregar el suelo de la cocina. Estaba limpio y reluciente porque pagaba a una mujer para que le limpiara la casa todas las semanas. Pero necesitaba hacer algo, así que restregó y restregó mientras se dedicaba a enumerar los defectos de Paula, en un intento por convencerse de que no le gustaba.


Pensó en su pelo, en su falta de gusto con la ropa y en su manía de meterse en la vida de los demás. Pensó que era dogmática, inflexible y mandona. Pensó todo lo que podía pensar al respecto.


Y no sirvió de nada.








2 comentarios:

  1. Ayyyyyyy, me encanta, lo tiene atrapado hasta la coronilla jajajaja

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  2. Muy buenos capítulos! Ahora el cobarde es él, que no se la juega!

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