jueves, 14 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 14




Pedro se empezó a poner nervioso cuando llegó a Coconut Grove, donde se encontraba la casa de sus amigos. Su encuentro con Tobias había sido una simple conversación agradable en comparación con el interrogatorio al que, probablemente, Lisa lo iba a someter. Y no sabía si estaba preparado.


Además, Tamara lo había llamado para pedirle consejo y lo había dejado sumido en la preocupación. Su novio no le daba buena espina. Por lo que la joven le había contado, era evidente que se estaba dejando dominar por sus hormonas. 


Y no estaba totalmente seguro de que Tamara fuera capaz de ponerlo en su sitio.


Aún lo estaba pensando cuando oyó la voz de Kevin.


–¿Qué haces aún en el coche, Pedro? Papá me ha dicho que me ayudarías a mejorar mis lanzamientos. Falta un rato para la cena, así que podemos jugar un poco…


Pedro sonrió, se bajó de la camioneta y aceptó el guante de béisbol que le ofreció el chico. Era una excusa perfecta para retrasar el momento de ver a Lisa.


–De acuerdo. Veamos lo que sabes hacer.


Tobias apareció al cabo de unos minutos y se puso a jugar con ellos.


–Siento no haber coincidido contigo en la oficina –dijo–. ¿Te encuentras mejor?


–Mucho mejor.


–Me alegro.


Pedro lo miró con recriminación y se giró hacia Kevin. –Intenta lanzar una bola con curva. Y recuerda cómo te he dicho que pongas las manos.


El pecoso chico lanzó la bola con una exactitud y velocidad sorprendentes.


–¿Qué te ha parecido eso? –preguntó Kevin, sonriendo de oreja a oreja.


–No está nada mal. Se nota que has practicado mucho.


–Practico todas las noches. O, al menos, cuando papá vuelve pronto a casa y puede jugar conmigo. He intentado jugar con mi madre, pero no sabe. Es una de esas chicas… –dijo con sorna.


Pedro rio.


–Sí, sé lo que quieres decir.


–Os he oído –declaró Lisa, que acababa de salir de la casa–. Y yo tendría cuidado con lo que decís, porque soy la cocinera y os puedo dejar a pan y agua.


Pedro se acercó a ella y le dio un beso.


–Me siento terriblemente culpable por haberme burlado de ti, Lisa. Pero no puedo hablar por los demás… 


Lisa miró a su hijo y preguntó:
–¿Tú también lo lamentas?


Kevin sonrió.
–Oh, sí. Mucho.


Ella asintió.


–Excelente. En ese caso, la cena está preparada.


Pedro atacó su ancho y jugoso filete con el entusiasmo de un hombre muerto de hambre. Se llevó un pedazo a la boca, saboreó el aroma y masticó despacio. Estaba delicioso. Pero luego se acordó de Paula, imaginó lo que habría dicho si lo hubiera visto en ese momento y se sintió tan incómodo que el segundo pedazo no le supo tan bien.


Cuando llegó al tercer pedazo y estuvo a punto de atragantarse, se maldijo a sí mismo por dar importancia a las opiniones de aquella mujer y se comió el filete tan deprisa que sus amigos lo miraron con humor.


–¿Te ha gustado? –preguntó Tobias.


–Y tanto.


–Si quieres, tengo otro en la cocina –dijo Lisa.


–No, gracias.


–¿Quieres más ensalada?


Pedro estuvo a punto de aceptar el ofrecimiento, pero sacudió la cabeza y dijo:
–No.


Ella frunció el ceño.


–¿Estás seguro? Has comido poco…


Pedro alcanzó su copa de vino y echó un trago antes de hablar.


–Supongo que no tenía tanta hambre como pensaba.


–¿Te encuentras bien? –insistió Lisa, entrecerrando los ojos.


–Sí, perfectamente.


–En ese caso, seguro que querrás tarta de manzana… –Faltaría más.


–¿Le pongo un poco de helado encima?


Pedro se le hizo la boca agua. Pero se acordó otra vez de Paula y sacudió la cabeza.


–No, la prefiero sin helado.


Justo entonces, sonó el teléfono.


–Ya contesto yo –dijo Lisa–. Kevin, ve a buscar el postre.


En cuanto los dos hombres se quedaron a solas, Tobias miró a su amigo y dijo:
–Es peor de lo que pensabas, ¿verdad?


–No empieces otra vez.


–Lo siento, pero es un acontecimiento histórico. El gran Pedro, el soltero impenitente, está a punto de caer –dijo–. ¿Te has enamorado de ella?


–En absoluto. Ya sabes lo que pienso del amor. El amor no existe.


–Pues, para no existir, te ha dado muy fuerte… 


Pedro lo miró con cara de pocos amigos. –Piensa lo que quieras.


Tobias hizo caso omiso y preguntó:
–¿Qué vas a hacer al respecto?


–No voy a hacer nada de nada.


–Oh, vamos, Pedro. ¿Cómo es posible que…?


Tobias no llegó a terminar la frase. El móvil de Pedro empezó a sonar en ese momento y, cuando vio que era Tamara, se levantó con tanta rapidez que estuvo a punto de tirar la silla.


–Hola, Tamara. ¿Va todo bien?


La chica no contestó. Pero pudo oír sus sollozos.


–¿Dónde estás?


–En una gasolinera.


–¿Dónde?


–En Cayo Largo.


–No te ha hecho daño, ¿verdad?


–No, pero estoy tan enfadada conmigo… –dijo entre lágrimas–. Tenías toda la razón. Es un cretino. Debería haberte hecho caso.


–Tú no tienes la culpa, Tamara. Es lógico que quisieras creer en él. Confiar en la gente no es ningún pecado.


–Pero me he equivocado tanto… No volveré a salir con ningún chico.


Pedro sonrió.


–Dudo que te sientas así dentro de unos días –dijo–. Pero, de momento, quédate donde estás. Iré a buscarte.


–No hace falta. Puedo llamar a Paula.


–Quédate donde estás –insistió–. Salgo enseguida.


Tras pedirle las señas de la gasolinera, Pedro le dio unas cuantas indicaciones, cortó la comunicación y se guardó el teléfono. Tobias y Lisa, que ya había regresado a la cocina, lo estaban mirando con interés.


–¿Habéis oído la conversación?


–Sí.


–Entonces, espero que sepáis disculparme. Tengo que ir a buscarla.


Lisa se acercó a él y le puso una mano en el brazo.


–No te preocupes demasiado. Se pondrá bien.


–Lo sé. Pero será mejor que me marche. Muchas gracias por la cena.


–¿Pedro? –dijo Lisa.


–¿Sí?


–Serías un padre maravilloso.


Pedro sacudió la cabeza y salió de la casa. Pero, segundos después, cuando se subió a su vehículo, se dio cuenta de que se sentía exactamente así: como un padre.


Y le asustó.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario