jueves, 14 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 13





Paula frotaba las sartenes y las cacerolas como si no hubiera otra cosa más importante en la vida. Ya había fregado el suelo de la cocina y limpiado la casa de un extremo a otro. Incluso estaba considerando la posibilidad de limpiar también las ventanas. Pero se conocía lo suficiente como para saber que sería inútil. No haría que se sintiera mejor.


Pedro era el hombre más irritante e insensible que había conocido. Y lo de la noche anterior había sido un desastre. 


¿Cómo era posible que se hubiera dejado llevar? ¿Cómo era posible que hubiera estado a punto de acostarse con él? Ni siquiera sabía por qué había permitido que se alojara en su casa.


–¿Paula?


Paula se dio la vuelta y vio que Tamara la miraba con incertidumbre.


–¿Qué ocurre? Pensé que ibas a pasar la noche en Key West…


–Y la he pasado, pero he preferido volver a casa.


–¿Es que hoy no tienes clase?


–Sí, claro, pero he pensado que no pasará nada si me salto las clases un día.


–No, supongo que no –dijo Paula, que la observó con más detenimiento–. ¿Te encuentras bien, Tamara?


–Sí, perfectamente. –Tamara se ruborizó un poco–. ¿Dónde está Pedro?


–No lo sé. Estará en el trabajo.


–No. Lo he comprobado.


–¿Por qué?


–Porque quería preguntarle una cosa.


–¿No me lo puedes preguntar a mí?


Tamara sacudió la cabeza.


–No.


–¿Estás segura?


–Sí. Es que es un asunto de chicos.


–Ah, comprendo… –dijo Paula, sintiéndose extrañamente traicionada–. En ese caso, ¿por qué no lo llamas a su móvil?


–¿Tienes el número?


–Por supuesto. Está en la agenda, junto al teléfono.



Tamara se acercó y le dio un abrazo.


–Gracias, Paula.


La joven apuntó el número y se marchó bajo la atenta mirada de Paula, que volvió a sentir una punzada de resentimiento.


–Es lo que faltaba –se dijo–. Ahora tienes celos de Pedro.


Era verdad que los tenía. Poco a poco, Pedro se había ganado el afecto de los chicos. Tomas y Pablo lo idolatraban hasta el punto de que hablaban de él constantemente.
Joaquin, que se había opuesto a él al principio, empezaba a flaquear. Y ahora, Tamara prefería hablar con él en lugar de hablar con ella.


Paula sacudió la cabeza y se dijo que aquello no tenía sentido; que, en todo caso, debía estar agradecida a Pedro por el apoyo que le estaba dando. Pero no sentía el menor agradecimiento. Solo sentía celos.


Molesta, llenó un cubo de agua y jabón y se dispuso a limpiar todas las ventanas que daban al Atlántico.







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