domingo, 3 de enero de 2016
MISTERIO: CAPITULO 3
Llegué al hotel alrededor de las seis de la tarde. Solo me quedaba una hora para arreglarme antes de asistir a la cena de bienvenida. Me registré en la recepción del Omni Dallas Hotel, un lugar elegante y moderno donde se llevaría a cabo El Congreso. Papá se había encargado de asegurarme la estadía. Tenía muchos contactos con los organizadores del evento.
Subí directo a la habitación, desesperada por tomar una ducha que se llevara los restos de la excitación que mi cuerpo había experimentado por la escena sensual del avión. Solté todo junto a la cama y me fui directo al baño.
Tenía que apurarme si quería llegar a tiempo.
Al salir envuelta en una toalla grande de color blanco, encendí el televisor para tener un poco de ruido. Quería olvidar lo ocurrido con aquella pareja, eso se repetía en mi memoria sin poder evitarlo. Pero sobre todo, quería borrarme de la mente esos ojos azules de mirada intensa, que me habían retado.
Durante las horas del viaje, aquellos ojos comenzaron a recordarme a una persona que había conocido años atrás, y que había significado mucho para mí.
Exhalé con fuerza todo el aire retenido en los pulmones y meneé la cabeza.
—¡Basta Paula!, concéntrate y deja de pensar en él! —Me reproché en voz alta.
Me había prohibido a mí misma recordar al idiota que un día rompió mi corazón.
Mientras me vestía, les envié un mensaje de texto a papá y a Oscar, avisándoles que estaba instalada en el hotel. Se los había prometido.
Al estar lista, me paré frente al espejo de cuerpo entero instalado en la habitación, para evaluar que mi vestido de coctel negro, no muy revelador, se amoldaba a mi cuerpo sin inconvenientes. Los zapatos de tacón me ayudaban a verme unos centímetros más alta y mi sencillo maquillaje me aportaba ese toque especial. Estaba perfecta, muy a mi estilo, y como decía mi mejor amiga Alicia, «una chica siempre debe lucir hermosa».
A las siete en punto entré en el restaurante. La estancia era inmensa, bien iluminada y muy acogedora, decorada de manera sobria pero exquisita. Una melodía de jazz sonaba como música de fondo.
Miré a mi alrededor en busca de algún conocido, fijando mi interés en la barra que se encontraba a un costado.
Me acerqué a ella y ordené una copa de vino. Mientras la esperaba, vi a una mujer alta y, de cabello rubio que me saluda con la mano desde el otro extremo. Esperé a que el barman me entregara la bebida para acercarme. Traté de reconocerla pero me era imposible. «Bueno esta es una conferencia pequeña, seguro encontraré algún conocido», pensé.
A su lado se hallaba un hombre vestido de traje oscuro. No podía verle el rostro porque me daba la espalda, pero por el tamaño de sus hombros, podía predecir que se trataba de un tipo alto y fornido.
El barman se acercó a la mujer y le sirvió un trago.
Me acerqué a saludarla, pensando que de seguro era una amiga de mi padre. Él conoce mucha gente. Más aún en este medio.
—Paula Chaves—me presenté al extenderle la mano.
—Lo sé. Soy Linda Sullivan, un placer conocerla doctora Chaves. —Mientras me saludaba, la mujer le tocó el hombro al sujeto misterioso del traje oscuro parado junto a ella, que parecía estar esperando su bebida—Conozco a Roberto y a ti por las fotos que están en su oficina.
«¡Lo sabía!, seguro que ella y mi padre trabajan juntos».
—Entonces no he cambiado mucho —bromeé, tratando de ser amable. Las dos reímos.
El hombre se volteó lentamente. Sin poder evitarlo, mi mirada se posó en una de sus manos, la que sostenía un vaso corto de cristal, lleno con un licor de color ámbar. Una pulsera trenzada de colores brillantes adornaba su muñeca.
«¡Pero ¿qué demonios?!», dije para mis adentros. Era la misma pulsera que le había visto al descarado del avión, mientras esa mano satisfacía sin pudor a aquella chica frente a los otros pasajeros.
«¡Este mundo es un puto pañuelo!», pensé desconcertada.
La vergüenza se me subió a la cabeza. Lo que quería en ese momento era que se abriera la tierra justo debajo de mis pies. Respiré hondo, esperaba que no me reconociera o iba a darme algo frente a ellos.
—Te presento al doctor Alfonso—habló Linda aumentando mi inquietud.
«¿Alfonso? ¿Ella dijo Alfonso?».
Debía estar oyendo mal. Con tanta gente hablando en los alrededores y al mismo tiempo, mi cerebro era capaz de distorsionar las palabras.
Linda Sullivan no podía estar hablándome de la misma persona que había conocido un montón de años atrás, y quién me había roto el corazón. Papá me dijo que él desapareció sin dejar rastros, para ser exactos hacía ocho años.
Mis ojos impactados, por un momento pasaron de Linda a Alfonso sin que pudieran dejar de mostrar asombro. Hasta que mi mirada se topó con la de él.
Mi corazón se aceleró y mis manos se humedecieron por culpa de los nervios. Era él, el hombre de los ojos azules más bellos de este mundo, Pedro Alfonso, quien en una oportunidad fue el pupilo de mi padre, y el único mortal del que alguna vez me había enamorado.
Aunque eso último él nunca llegó a saberlo, claro, Pedro fue mi amor platónico, ese que nunca podrá ser, pero que jamás se borra del corazón.
—¿Se conocen? —Preguntó Linda un tanto confusa, al ver nuestras miradas de reconocimiento.
—Paula, que agradable sorpresa. —Su voz grave y potente era tan intensa como siempre, haciéndome estremecer. Le di un trago al vino que tenía en la mano, con la esperanza de que el alcohol me hiciera sentir más segura.
—Vaya… casi no te reconozco, Pedro. —No pude evitar que mis palabras sonaran algo falsas. Me sentía tan nerviosa…
Evalué su rostro notando una cicatriz a la altura de la sien, en dirección hacia el ojo derecho. Estaba segura que antes no la tenía.
—Bueno, me alegro que se conozcan —intervino Linda para hacerse notar.
Todos los recuerdos volvieron a mí de repente, aplastándome en ese lugar.
Pedro y mi padre en el pasado fueron muy amigos. Había sido testigo del inmenso aprecio que ambos se tuvieron, el tiempo en que trabajaron juntos Pedro iba a comer
seguido a nuestro departamento. Se le consideraba un miembro de la familia y muchas veces lo había encontrado durmiendo en el sofá antes de entrar a una guardia, ya que no le daba tiempo de ir a su casa. Sin embargo a pesar de esa cercanía, un día desapareció sin despedirse.
Físicamente no había cambiado. Pedro Alfonso seguía siendo un hombre hermoso. Altísimo de un metro noventa de estatura, fuerte, varonil, de cabello castaño, mandíbula cuadrada y con unos labios de pecado. Y esos ojos… tan azules y profundos como el océano.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —exclamó, aunque esa pregunta parecía hacérsela a sí mismo y no a mí—Te aseguro que esta vez no desapareceré por tanto tiempo. —Su voz en esta ocasión fue suave y aterciopelada. Se metía en mis venas como un cosquilleo.
«¡Maldita sea!, todo él era perfecto».
Se me resecó la garganta, por los nervios y la emoción que sentí al volver a verlo. Necesitaba salir de mi asombro y reaccionar, pero el recuerdo de la última vez en que nos vimos me invadió.
Tenía dieciocho años, venía eufórica de una salida con mis amigas. Estaba un poco ebria, nos habíamos tomado unas cervezas de más. Cuando entré al departamento, lo encontré acostado en el sofá con los ojos cerrados. No me pude resistir, me arrodillé a su lado y le acaricié el rostro con el dedo índice. Pedro no movió ni un músculo de su cuerpo, por un momento pensé que estaba dormido, fue entonces cuando me animé y acuné su rostro entre mis manos, me acerqué, y posé mis labios sobre los suyos. Se sentían suaves, carnosos y muy cálidos. Sus manos, se enredaron en mi cabello. Él entre abrió la boca invitándome a seguir y eso fue lo que hice, me deje llevar y arrastrar por esas ganas que sentía. Después de unos segundos, Pedro posó sus manos sobre mis hombros y me apartó de él con rudeza.
«¡Para Paula!, estas tomada», el tono de su voz fue despectivo, fuerte, y severo. Se levantó del sofá y exclamó con fuerza: «¡Eres una niña para mí!», tomó su bata y juego de llaves, que estaban puestas sobre la mesita de la entrada, y salió hecho una fiera. Dando un portazo.
—Me ha encantado verte Pedro —me obligué a responder después de salir de mis cavilaciones. Era lo único coherente que se me ocurría decir.
No podía parar de mirarlo y de preguntarme ¿qué había sido de él todo este tiempo?
Seguía siendo atractivo. No espera, era aún más atractivo que hacía ocho años. La seguridad que emanaba de su cuerpo, lo hacían ver increíblemente varonil. Llevaba un elegante traje hecho a la medida, que hacía buena combinación con su anatomía perfecta.
El timbre de su móvil me sobresaltó y me trae de vuelta al presente.
—Me disculpan, tengo que tomar esta llamada. —habló y me guiñó un ojo antes de alejarse.
—No se preocupe doctora Chaves, el doctor Alfonso tiene ese efecto en todas las mujeres —agregó Linda con una sonrisa irónica.
Mis mejillas se calentaron como brasas. Había sido una tonta. Si esta mujer pudo darse cuenta del efecto que Pedro ejercía sobre mí, no quería imaginarme lo que él estaría pensando. Debía alejarme de allí antes que él regresara.
—Nos estamos viendo, Linda. Voy a seguir saludando —me despedí de la mujer antes de estrecharle la mano de nuevo.
—Seguro que sí, doctora Chaves. Nos estamos viendo —alegó ella haciendo una mueca extraña.
Ignoré su gesto y me marché, dispuesta a disfrutar de la velada que nos ofrecían. Tenía que distraerme y olvidarme de ese encuentro, para no revelarle a Pedro ni a nadie más mis debilidades.
Caminé hacia el buffet de la comida, tomé un plato y me serví un poco de todo. La coordinación me fallaba, todavía seguía nerviosa. Busqué una mesa donde sentarme, topándome con unos amigos de mi padre. Una pareja de médicos, muy agradables.
Dos horas y cuatro copas de vino más tarde, el cansancio comenzó a tomar control de mi cuerpo. Por fortuna, pude pasar una divertida velada sin más contratiempos. No había vuelto a ver a Pedro y eso me tranquilizó.
Salí al pasillo en busca del elevador. Me sentía acalorada, o más bien acelerada. Mis pasos eran rápidos, deseaba llegar cuanto antes a la habitación, para quitarme el vestido, los zapatos y descansar. Lo único que se escuchaba a esa hora, era el sonido de mis tacones contra el piso de mármol.
Antes de alcanzar el elevador, vi a Pedro recostado de la pared hablando por el móvil. Tenía el ceño fruncido, parecía molesto, pero hasta con esa cara seguía luciendo apuesto.
—¿Te retiras tan pronto? —me dijo al divisarme, cortando la llamada y cambiando las facciones. Recorrió mi cuerpo con sus ojos de fuego, tomándose todo su tiempo—Iba a regresar al salón para invitarte una copa —argumentó sonriendo de medio lado.
—Disculpa, pero estoy cansada. Además, creo que tomé una copa de más.
—En ese caso, lo más conveniente es que te acompañarte a tu habitación.
«¡QUE! ¡No!», eso no podía permitirlo.
—Estoy bien, Pedro. No hay necesidad que me acompañes. —Traté de sonar convincente, él cambió, me observó con mayor interés—De verdad —le aseguré, pero una risa nerviosa me delató.
—Aja, te creo —dijo y negó con la cabeza tomándome de la mano.
Me dejé llevar. Además de estar algo mareada, el calor de su tacto me encantó. Deseaba sentirlo un poco más. Eso no era un delito ¿cierto?
Caminamos en silencio hasta el elevador, él pulsó el botón y enseguida las puertas se abrieron. Al entrar, me solté de su agarre, necesitaba espacio. Por un momento sentí que me falta el aire. Me apoyé de la pared y cerré los ojos, Debía controlar mis emociones.
—¿En qué piso estas? —preguntó él con suavidad.
—El siete, digo… el séptimo piso —tartamudeé.
«¡Hay Pedro, ¿qué me haces?!».
Segundos después, sonó la campanita que avisaba que habíamos llegado a mi destino. Apenas se abrieron las puertas, salí tan rápido y sin mirar, que casi choqué contra un señor mayor que esperaba el elevador. Pedro volvió tomarme de la mano y me sacó de allí con cuidado. Le señalé mi habitación y él me guió.
Con delicadeza lo solté para sacar la tarjeta y abrir la puerta del dormitorio. Él se ubicó tan cerca de mí, que podía oler el perfume de su piel. Era embriagador, como su presencia.
Quería abrazarlo, besarlo y colgarme de su cuello hasta perder la conciencia, pero eso nunca iba a pasar. Pedro lo había dejado muy claro en el pasado.
«Enfócate Paula, abre la puerta y despídete», pensé.
Introduje la tarjeta en la ranura, y en cuanto parpadeó la luz verde que indicaba que se había pasado la cerradura, bajé la perilla.
—Te veo mañana. —dijo tomando mi mano derecha y llevándosela a los labios. Depositó un casto beso sobre los nudillos. Ese leve contacto me estremeció de pies a
cabeza—Buenas noches Paula, que descanses.
Pedro se aproximó tanto a mí, que podía ser capaz de escuchar los latidos de su corazón. Me tomó de la barbilla y la levantó, antes de acercar su rostro. Mis pulsaciones aumentaron cuando él apoyó su frente en la mía.
Suspiré y cerré los ojos satisfecha. Era evidente que él también se sentía atraído por mí. La paz que nos rodeaba era reveladora, así como la forma tierna en que Pedro acariciaba mi mejilla. La suavidad de su mano arrancó otro suspiro…
Saqué fuerzas de la parte más recóndita de mi interior y me separé enseguida de él.
—Buenas noches, Pedro —me despedí mientras entraba en la habitación, sonriéndole antes de cerrar la puerta con cuidado.
Él quedó afuera, mirándome contrariado, con cierto brillo de desconcierto en sus hipnóticos ojos azules.
MISTERIO: CAPITULO 2
Ya sentada en la aeronave, y después de tener treinta minutos en el aire, le di las gracias al cielo por no tener a nadie sentado a mi lado, aunque en general el vuelo estaba un poco vacío. Tomé el material del congreso para darle una ojeada, no quería que se notara el hecho de que me acababa de graduar.
Una hora más tarde escuché una carcajada de mujer y la voz de un hombre susurrándole algo. Desde mi asiento no podía entender que decían, pero si percibí la voz masculina se parecía mucho a la del hombre que me había hablado en la sala VIP.
«Mmm, que casualidad». La pareja se encontraba sentada justo detrás de mí. La curiosidad por saber quién era me estaba matando.
Uno de los dos pulsó el botón para llamar a la azafata, la cual no tardó ni un minuto en aparecer. La chica pidió un par de mantas, alegando que tenía frio. Al cabo de un rato les
fueron entregadas, y ellos, entre risas, agradecieron el gesto.
Por un instante reinó el silencio, Imaginé que miraban la película que se transmitía en ese momento. Sin poder soportar la intriga, me giré para intentar ver entre los dos asientos a la pareja. Lo que capté me dejó con la boca abierta.
Lo primero que llamó mi atención, fue la pulsera tejida de colores brillantes que rodeaba la muñeca del hombre. La mano de él estaba metida por debajo de la falda de la chica.
Entraba y salía con agilidad. Mis ojos no pudieron dejar de mirar. La escena además de erótica, era muy sexy, y aunque me molestara admitirlo, sentía como se humedecía mi intimidad.
Cerré los ojos y me incorporé en el asiento apretando los labios. Los abrí casi de inmediato para asegurarme que nadie me había visto espiando.
—Puedes seguir mirando no me molesta… ahora viene la mejor parte —escuché que él me decía por la rendija entre los asientos, usando un tono de voz bajo y estremecedor.
Casi morí por la vergüenza en el acto. Ese hombre sexy y terriblemente descarado había despertado en mí las ganas de entrar en su juego. Él quería que lo siguiera mirando como hacía disfrutar a la chica con su tacto. Lo peor era que yo quería ver e imaginar que me lo hacía a mí.
Comencé a dudar, pero al escuchar el sonido de la cremallera de su pantalón, no pude resistirme. La ansiedad por ver lo que pasaría a continuación me aceleraba el pulso.
Me giré con cuidado para no llamar la atención. Mi mirada se clavó en un miembro, grande, grueso y tenso. Una mano delicada, de uñas largas y pintadas de color rojo lo envolvía con firmeza. Subía y bajaba despacio, sin apuro.
Alcé la mirada hasta toparme con los ojos del hombre. Eran azules, de un tono claro y cristalino. Me resultaron hermosos, sobre todo, la intensidad con la que me observaba.
La rendija entre los asientos era estrecha y no me permitía ver con claridad su rostro. Además, la chica se había atravesado para besarlo con desesperación, bloqueándome por completo.
Me senté recta en mi asiento, me sentí apenada por haber sido descubierta, y molesta por haber caído en su trampa.
Ese hombre era peligroso, un exhibicionista atrevido, que le gustaba llamar la atención.
«Te voy a ignorar, nada de esto está pasando», me repetí mentalmente. Tomé mucho aire y lo retuve por unos segundos en mis pulmones, para luego soltarlo poco a poco, concentrándome en mis respiraciones. Necesitaba poner en orden mis pensamientos. Si era posible después de haber sido testigo de una escena como aquella.
Dejé pasar unos diez minutos y, me levanté con cuidado de no mirarlos. Caminé hasta el diminuto baño del avión y aseguré la puerta. Miré mi reflejo en el espejo, estaba sonrojada, excitada y, sofocada.
«Esto no está bien» pensé, negando con la cabeza.
Abrí el grifo y arrojé agua sobre mi rostro. Lo sequé con cuidado con una toalla de papel, sintiéndome más tranquila.
«Seguro son una pareja de recién casados», dije en voz baja para justificar el hecho. Pero no podía borrarme de la mente esa mirada azul.
Al volver a mi asiento, noté que la mujer sentada detrás de mí no seguía acompañada. Por alguna extraña razón, que no sé explicar, eso me hizo sentir mejor.
Me dispuse a sentarme cuando encontré un papel sobre el cojín de mi butaca. Lo tomé para examinarlo con detenimiento. Era una tarjeta personal, con la firma: Sandra Lagunes, Esteticista.
Entrecerré los ojos y miré a mi alrededor. No hallé rastros del hombre de los ojos azules. Volví a revisar la tarjeta y al voltearla, encontré del otro lado un mensaje escrito en bolígrafo.
«Espero te haya gustado lo que viste, llámame…». Junto se hallaba el número de un teléfono móvil.
—El hombre que estaba conmigo te la dejó —me dijo la mujer—Es mi tarjeta, se la di porque él no tenía donde anotar. Llámalo, no te vas a arrepentir. —Me soltó con frescura—También pueden llamarme, haríamos un trio estupendo —aseguró guiñándome un ojo y sonriéndome con malicia.
Me sonrojé hasta las orejas, y me senté sin decir nada, porque me había quedado sin palabras. Era la primera vez que vivía una situación de ese tipo.
Agarré mi bolso y lance en su interior la tarjeta. Saqué mi iPod y me coloqué los audífonos, queriendo eludir todo lo que me rodeaba. Busqué entre las canciones hasta dar con el álbum de Coldplay.
Cerré los ojos al escuchar las notas del primer tema y solté un bufido de frustración. La situación se me había escapado de las manos. Ese hombre… ¿qué se creía? Se notaba muy seguro de sí mismo, pero conmigo se había equivocado. Eso tenía que demostrárselo si volvía a toparme con él.
MISTERIO: CAPITULO 1
—Date prisa en lo que te bajes Paula, no quiero que pierdas el vuelo —dijo impaciente mi padre al estacionar frente a una de las entradas del aeropuerto.
Aquella última semana de otoño papá me llevó al aeropuerto
La Guardia, de la ciudad de Nueva York, después de viajar de nuestro departamento en el Upper East Side, en Manhattan, cerca de Central Park. Debía abordar un vuelo con destino a Dallas, donde se celebraría El II Congreso Nacional de Medicina Moderna, en el que me había inscrito hacía pocas semanas.
—Tranquilo, no voy a perderlo —le aseguré dándole un ligero apretón en la rodilla, enseguida él se bajó para sacar mi equipaje del maletero. Tomé el bolso del asiento de atrás y me cercioré de no dejar nada antes de salir del auto.
—Nos vemos en unos días. Llámame para saber que llegaste bien. —Pidió y me dio un abrazo depositando un beso en mi mejilla.
Roberto Chaves, mi padre, a sus cuarenta y seis años, era apuesto. Con una altura de un metro ochenta y siete, piel bronceada y cabellos castaños, aún atraía miradas. Su excelente condición física se debía a su fanatismo por salir a correr a diario y a mantener una buena alimentación. Poseía un corazón de oro, era paciente, cariñoso y muy trabajador.
Era médico, al igual que mi abuelo Tomas. Ambos provenían de una familia de cirujanos y por lo tanto, yo no podía ser menos. Decidí seguir los pasos de los dos hombres que más quería y admiraba en el mundo.
Un mes atrás me gradué de médico cirujano, con una especialización en pediatría en la Universidad de Columbia.
Estaba tratando de conseguir trabajo en el Hospital de la ciudad, sabía que no me iba a ser fácil si no contaba con la ayuda de mi padre. Debía ampliar mis conocimientos y aumentar el valor a mi título. Por eso asistía al congreso.
Papá me entregó el asa de la maleta de ruedas, y nos despedimos para luego encaminarme a paso ligero, al interior del aeropuerto. Antes que las puertas mecánicas se cerraran tras de mí, me giré hacia él. Estaba recostado del coche viendo como me alejaba. Lo saludé con la mano y seguí mi camino hacia el mostrador de la aerolínea, para deshacerme del equipaje.
Cuando salimos juntos, muchas veces me daba cuenta como las mujeres lo observaban, pero muy dentro de mí, no conseguía entender como ninguna lo terminaba de atrapar.
Yo era lo que llaman «un error de juventud», papá apenas contaba con veinte años cuando tuvo que ocuparse de mí.
¿Y mi madre?, ella sencillamente se había esfumado. Pero eso no evitó que Roberto fuera un padre maravilloso.
La historia de mi madre para mí era un misterio. Un tema Tabú en la familia. Los abuelos no la nombraban y la eterna respuesta de papá a mis preguntas era: «no quiero hablar de eso ahora».
Esa actitud siempre me molestó. Por años insistí para que me concedieran algo de información, fracasando en cada uno de mis intentos.
Por eso había tomado la decisión de buscarla por mi cuenta, y descubrir que había sido de ella, si estaba viva o muerta, y los motivos que tuvo para dejarnos y desaparecer sin mirar atrás. Para mí ella era una incógnita, un enigma que deseaba resolver.
Oscar, mi actual novio, se había ofrecido a ayudarme. Él y yo llevábamos saliendo un par de meses, y desde que le había contado lo poco que sabía sobre mi madre, se había convertido en mi cómplice y soporte en esta investigación.
Con su ayuda contraté los servicios de un investigador privado, para poder pasar esa página, y saciar de una vez por todas, mi curiosidad. Tenía derecho de conocer la verdad.
Desde siempre había tenido problemas para asumir compromisos y, responsabilidades, y de un tiempo para acá, mi inclinación por la bebida se había acentuado. Intuía que su abandono tenía mucho que ver con eso.
Necesitaba cerrar ese ciclo, seguir adelante y no dejarme arrastrar por la depresión.
En lo personal, me consideraba una romántica empedernida.
Esperaba que algún día apareciera mi príncipe azul. Fiel creyente del matrimonio. Quizás eso se debiera a la unión tan hermosa que había visto por parte de mis abuelos y de cómo ellos se complementaban. Sin embargo y aunque sonará contradictorio, tenía serios problemas para mantener una relación romántica por más de tres meses.
Después de pasar los molestos chequeos de seguridad, me dirigí al área especial para las personas que viajaban en primera clase.
Los vuelos me ponían un poco nerviosa. Como me quedaba algo de tiempo decidí tomarme una copa y comerme un bocadillo, me moría de hambre. Caminé rápido hasta llegar a la sala VIP de la aerolínea con la que viajaba. Al entrar una mesa larga, adornada con un mantel blanco y un par de ramos de flores de diferentes colores colocados en el centro, llamó mi atención. Sobre ella se encontraban bandejas con distintos tipos de comida, desde pastas frías, hasta estofados de carne. Me acerqué y examiné cada una de ellas, tratando de elegir que servirme.
—Se ve buena la comida. —Me comunicó una voz masculina a mi lado, mientras yo, sin remordimientos, llenaba un plato con una de las ensaladas frías. Por el apuro del viaje no había almorzado y ahora mi estómago gruñía tan fuerte, que estaba segura que lo podían oír.
—Sí, todo luce delicioso —respondí sin mirarlo, por un momento su voz me había sonado ligeramente familiar, pero decidí no darle importancia.
Al terminar de servirme un poco del estofado de carne, levanté el rostro buscando al dueño de aquella voz dulce y profunda, pero era demasiado tarde. Se había ido.
MISTERIO: SINOPSIS
Paula es una chica normal, alegre, romántica y soñadora.
Tenía dieciocho años cuando fue rechazada por Pedro, su amor platónico de la adolescencia, «¡Eres una niña para mí!», fue lo último que le dijo antes de desaparecer.
Han pasado 8 años, Paula se acaba de graduar de médico, sigue viviendo con su padre, tiene su mejor amiga Alicia y un novio que la adora. Su vida es tranquila y rutinaria, pero no todo es perfecto para Paula como todos creen, ella está obsesionada por descubrir los motivos que tuvo su madre para abandonarla. Un secreto de familia del que nadie es capaz de hablar.
Pedro Alfonso es un exitoso médico cirujano, un hombre seguro de sí mismo, ambicioso, prepotente y apuesto a rabiar. Un terrible accidente cambió su vida, e hizo que se convirtiera en un hombre incapaz de mantener una relación con una mujer por más de una noche.
Un encuentro inesperado con el pasado, los hará vivir situaciones que los pondrán a prueba, y aunque compartan la misma carrera, ambos tienen estilos de vida muy diferentes, demostrándoles que no todo se basa en emociones fuertes y misterios por resolver. Paula se verá en una encrucijada, donde elegir con quién quedarse será una decisión complicada.
sábado, 2 de enero de 2016
PERFECTA PARA MI: CAPITULO FINAL
Durante las horas siguientes, sus cuerpos se entregaron a un profundo e inevitable letargo. Desnudos y abrazados bajo la manta, dejaron pasar el tiempo mientras contemplaban el fuego en un relajante estado de duermevela.
Paula entreabrió los párpados y se sorprendió al contemplar a una figura sentada en el sofá frente a ella. Al principio creyó que era Pedro, pero en aquel momento lo sintió revolverse a su lado y abrazarla por la cintura. Abrió los ojos alarmada, y a punto estuvo de soltar un grito por la sorpresa.
—Hola —dijo la figura de Samuel mientras apoyaba el codo con desenfado en el brazo del sofá.
Parpadeando varias veces, Paula trató de verificar aquello que estaba viendo.
—¿Samuel? —farfulló.
—Sí, nena —respondió aburrido—. ¿Es que tan mal me ha sentado morirme?
Completamente anonadada, ella negó sacudiendo la cabeza.
Samuel estiró el cuello para mirar a Pedro, que dormía con placidez detrás de ella.
—¡Menudo revolcón acabas de darle a mi hijo!
Paula jadeó.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —Resopló abochornada.
Sus ojos de truhán brillaron divertidos.
—El suficiente como para darme cuenta de que eres lo mejor que le ha pasado a ese memo.
—Shhhh —Paula le hizo callar mientras se sentaba, sujetándose la manta sobre el pecho—, ¿qué estás haciendo aquí?
—¿Es que no me echabas ni un poco de menos?
—Claro que te echo de menos —respondió—. ¿Pero tenías que presentarte aquí, y ahora? —susurró, y al instante notó incendiarse sus mejillas.
Una carcajada enorme resonó en la garganta de Samuel.
—No se me ocurría un momento mejor.
—¡Ya basta!
—Bueno, no te enfades —murmuró conciliador—. Solo he venido a ver la casa de la que tanto hablabas —explicó, mirando a su alrededor.
Paula suspiró al recordar aquellos días en los que él la dejaba parlotear sobre sus planes de futuro mientras la observaba con aquella intensidad tan suya.
—¿Y qué piensas?
Los ojos de Samuel volaron de nuevo hasta ella.
—Será un éxito, igual que todo aquello que decidas emprender —aseveró, estirando otra vez el cuello para mirar a su hijo.
Al comprender que se refería a lo que ellos acababan de iniciar, el corazón de Paula dio un pequeño brinco. Observó a Pedro, que descansaba junto a ella con el fuego bañando de luces y sombras su plácido rostro.
—No sé cuánto tiempo vamos a estar juntos ni si conseguiremos hacerlo funcionar, pero le amo —susurró, volviendo a mirar a Samuel.
Él sonrió como nunca le había visto hacerlo; con una sonrisa amplia y sincera que afectó a sus ojos.
—«¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches. Toda la vida.»
Paula le escuchó recitar de memoria las últimas frases de «El amor en los tiempos del cólera», y al momento sintió cómo las lágrimas empañaban su mirada. ¿Sería posible para ellos encontrar un río Magdalena por el cual navegar toda la vida juntos, ajenos a la fealdad del mundo y a la muerte? ¿Sería posible que al fin hubiera encontrado a su Florentino Ariza?
—Ay, Samuel —susurró emocionada—, tengo mucho miedo a lo que pueda pasar si no funciona. Pero siento auténtico pánico a vivir sin intentarlo.
Los oscuros ojos de Samuel resplandecieron ante aquellas palabras.
—Importa la calidad del tiempo que paséis juntos, no la cantidad.
Paula sonrió con ternura.
—¿Toda la vida? —dijo, transformando en una pregunta la respuesta de Florentino Ariza.
—Toda la vida —convino Samuel con otra brillante sonrisa—. Pero tendrás que ser un poco paciente con él —continuó, señalando a su hijo—, porque el pobre es igual que yo: un cenutrio total para las emociones.
Ella negó con la cabeza.
—Nada de eso es verdad.
—Sí lo es, y por eso su madre me dejó y terminé solo.
Paula lo miró sorprendida; era la primera vez que se refería a su esposa, y la aflicción en su voz indicaba cuánto la había amado, y cuánto la amaba todavía.
—No estabas solo —respondió.
Samuel la miró intensamente.
—No, tú estabas conmigo...
****
Con un codo apoyado en el suelo y la cabeza en la mano, él le sonreía con ternura mientras le acariciaba el hombro con los dedos.
—¿Sabías que también te sonrojas cuando duermes?
Aturdida por el cansancio, tardó unos segundos en ubicarse y comprender lo que decía.
—Si tú supieras… —ronroneó, después de volver la cabeza hacia el sillón vacío y comprobar que la visión de Samuel no había sido más que un sueño.
—¿Qué?
—¿No tienes hambre? —preguntó Paula cambiando de tema, pues no tenía intención de hablar de su sueño con Samuel, ni de contarle por qué se había sonrojado mientras dormía.
Pedro la tomó del brazo y apartó la cabeza hacia atrás.
—Tengo un hambre canina.
Remoloneando como una niña pequeña, Paula se levantó y se puso su camisa, que ya se había secado. Fue a la cocina y dispuso una bandeja con las sobras de la cena de
Nochebuena antes de regresar a la sala.
—¿Sabes en lo que he estado pensando? —dijo, tras dejar la bandeja en el suelo y sentarse junto a él.
Pedro negó distraído con la cabeza, observando con apetencia el contenido de los platos.
—¿Crees que tu padre lo sabía?
Los ojos de él se fijaron otra vez en su cara.
—¿Qué?
—Esto —respondió, señalándoles a ambos con el dedo—. Eso explicaría que me dejara el oro y que dispusiera que tenía que entregártelo en persona, además de su deseo porque lo gestionáramos juntos.
Pedro tomó un trocito de pan tostado con los dedos y se lo metió en la boca. Masticó en silencio durante unos segundos, meditando en aquella idea.
—Creo que se enamoró de ti, de eso estoy seguro, y puede que pensara que si yo te conocía me pasaría lo mismo —se calló y la observó con intensidad—. Bien por él.
Paula sonrió al advertir la misma ternura en su voz al referirse a su padre que la de Samuel al hablar de él durante el sueño.
—Pero no creo que fuera tan previsor como para saber que yo me empecinaría tanto en que renunciaras como para venir hasta aquí —continuó él—; ni que iba a llover hasta el punto de quedarme atrapado; o que tenía un hijo tan estúpido como para intentar sacar del lodo un coche con unos tablones…
Inspirando con fuerza, Paula lo observó parlotear enumerando los motivos lógicos por los que su padre no había intercedido para unirles. Infinitamente guapo con el pelo revuelto y la piel sonrojada, sintió que le amaba porque le era imposible no hacerlo. Cerró los ojos durante un instante al sentir que el recuerdo de Samuel le embargaba el corazón. «Muchas gracias», pensó emocionada.
Terminaron de cenar y volvieron a dormirse abrazados frente a la chimenea encendida. Afuera, la noche era clara y las estrellas brillaban con una intensidad casi irreal. Las nubes habían desaparecido del cielo y la lluvia iba a tardar días en regresar.
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