domingo, 3 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 2






Ya sentada en la aeronave, y después de tener treinta minutos en el aire, le di las gracias al cielo por no tener a nadie sentado a mi lado, aunque en general el vuelo estaba un poco vacío. Tomé el material del congreso para darle una ojeada, no quería que se notara el hecho de que me acababa de graduar.


Una hora más tarde escuché una carcajada de mujer y la voz de un hombre susurrándole algo. Desde mi asiento no podía entender que decían, pero si percibí la voz masculina se parecía mucho a la del hombre que me había hablado en la sala VIP.


«Mmm, que casualidad». La pareja se encontraba sentada justo detrás de mí. La curiosidad por saber quién era me estaba matando.


Uno de los dos pulsó el botón para llamar a la azafata, la cual no tardó ni un minuto en aparecer. La chica pidió un par de mantas, alegando que tenía frio. Al cabo de un rato les
fueron entregadas, y ellos, entre risas, agradecieron el gesto.


Por un instante reinó el silencio, Imaginé que miraban la película que se transmitía en ese momento. Sin poder soportar la intriga, me giré para intentar ver entre los dos asientos a la pareja. Lo que capté me dejó con la boca abierta.


Lo primero que llamó mi atención, fue la pulsera tejida de colores brillantes que rodeaba la muñeca del hombre. La mano de él estaba metida por debajo de la falda de la chica. 


Entraba y salía con agilidad. Mis ojos no pudieron dejar de mirar. La escena además de erótica, era muy sexy, y aunque me molestara admitirlo, sentía como se humedecía mi intimidad.


Cerré los ojos y me incorporé en el asiento apretando los labios. Los abrí casi de inmediato para asegurarme que nadie me había visto espiando.


—Puedes seguir mirando no me molesta… ahora viene la mejor parte —escuché que él me decía por la rendija entre los asientos, usando un tono de voz bajo y estremecedor.


Casi morí por la vergüenza en el acto. Ese hombre sexy y terriblemente descarado había despertado en mí las ganas de entrar en su juego. Él quería que lo siguiera mirando como hacía disfrutar a la chica con su tacto. Lo peor era que yo quería ver e imaginar que me lo hacía a mí.


Comencé a dudar, pero al escuchar el sonido de la cremallera de su pantalón, no pude resistirme. La ansiedad por ver lo que pasaría a continuación me aceleraba el pulso.


Me giré con cuidado para no llamar la atención. Mi mirada se clavó en un miembro, grande, grueso y tenso. Una mano delicada, de uñas largas y pintadas de color rojo lo envolvía con firmeza. Subía y bajaba despacio, sin apuro.


Alcé la mirada hasta toparme con los ojos del hombre. Eran azules, de un tono claro y cristalino. Me resultaron hermosos, sobre todo, la intensidad con la que me observaba.


La rendija entre los asientos era estrecha y no me permitía ver con claridad su rostro. Además, la chica se había atravesado para besarlo con desesperación, bloqueándome por completo.


Me senté recta en mi asiento, me sentí apenada por haber sido descubierta, y molesta por haber caído en su trampa. 


Ese hombre era peligroso, un exhibicionista atrevido, que le gustaba llamar la atención.


«Te voy a ignorar, nada de esto está pasando», me repetí mentalmente. Tomé mucho aire y lo retuve por unos segundos en mis pulmones, para luego soltarlo poco a poco, concentrándome en mis respiraciones. Necesitaba poner en orden mis pensamientos. Si era posible después de haber sido testigo de una escena como aquella.


Dejé pasar unos diez minutos y, me levanté con cuidado de no mirarlos. Caminé hasta el diminuto baño del avión y aseguré la puerta. Miré mi reflejo en el espejo, estaba sonrojada, excitada y, sofocada.


«Esto no está bien» pensé, negando con la cabeza.


Abrí el grifo y arrojé agua sobre mi rostro. Lo sequé con cuidado con una toalla de papel, sintiéndome más tranquila. 


«Seguro son una pareja de recién casados», dije en voz baja para justificar el hecho. Pero no podía borrarme de la mente esa mirada azul.


Al volver a mi asiento, noté que la mujer sentada detrás de mí no seguía acompañada. Por alguna extraña razón, que no sé explicar, eso me hizo sentir mejor.


Me dispuse a sentarme cuando encontré un papel sobre el cojín de mi butaca. Lo tomé para examinarlo con detenimiento. Era una tarjeta personal, con la firma: Sandra Lagunes, Esteticista.


Entrecerré los ojos y miré a mi alrededor. No hallé rastros del hombre de los ojos azules. Volví a revisar la tarjeta y al voltearla, encontré del otro lado un mensaje escrito en bolígrafo.


«Espero te haya gustado lo que viste, llámame…». Junto se hallaba el número de un teléfono móvil.


—El hombre que estaba conmigo te la dejó —me dijo la mujer—Es mi tarjeta, se la di porque él no tenía donde anotar. Llámalo, no te vas a arrepentir. —Me soltó con frescura—También pueden llamarme, haríamos un trio estupendo —aseguró guiñándome un ojo y sonriéndome con malicia.


Me sonrojé hasta las orejas, y me senté sin decir nada, porque me había quedado sin palabras. Era la primera vez que vivía una situación de ese tipo.


Agarré mi bolso y lance en su interior la tarjeta. Saqué mi iPod y me coloqué los audífonos, queriendo eludir todo lo que me rodeaba. Busqué entre las canciones hasta dar con el álbum de Coldplay.


Cerré los ojos al escuchar las notas del primer tema y solté un bufido de frustración. La situación se me había escapado de las manos. Ese hombre… ¿qué se creía? Se notaba muy seguro de sí mismo, pero conmigo se había equivocado. Eso tenía que demostrárselo si volvía a toparme con él.











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