domingo, 3 de enero de 2016
MISTERIO: CAPITULO 1
—Date prisa en lo que te bajes Paula, no quiero que pierdas el vuelo —dijo impaciente mi padre al estacionar frente a una de las entradas del aeropuerto.
Aquella última semana de otoño papá me llevó al aeropuerto
La Guardia, de la ciudad de Nueva York, después de viajar de nuestro departamento en el Upper East Side, en Manhattan, cerca de Central Park. Debía abordar un vuelo con destino a Dallas, donde se celebraría El II Congreso Nacional de Medicina Moderna, en el que me había inscrito hacía pocas semanas.
—Tranquilo, no voy a perderlo —le aseguré dándole un ligero apretón en la rodilla, enseguida él se bajó para sacar mi equipaje del maletero. Tomé el bolso del asiento de atrás y me cercioré de no dejar nada antes de salir del auto.
—Nos vemos en unos días. Llámame para saber que llegaste bien. —Pidió y me dio un abrazo depositando un beso en mi mejilla.
Roberto Chaves, mi padre, a sus cuarenta y seis años, era apuesto. Con una altura de un metro ochenta y siete, piel bronceada y cabellos castaños, aún atraía miradas. Su excelente condición física se debía a su fanatismo por salir a correr a diario y a mantener una buena alimentación. Poseía un corazón de oro, era paciente, cariñoso y muy trabajador.
Era médico, al igual que mi abuelo Tomas. Ambos provenían de una familia de cirujanos y por lo tanto, yo no podía ser menos. Decidí seguir los pasos de los dos hombres que más quería y admiraba en el mundo.
Un mes atrás me gradué de médico cirujano, con una especialización en pediatría en la Universidad de Columbia.
Estaba tratando de conseguir trabajo en el Hospital de la ciudad, sabía que no me iba a ser fácil si no contaba con la ayuda de mi padre. Debía ampliar mis conocimientos y aumentar el valor a mi título. Por eso asistía al congreso.
Papá me entregó el asa de la maleta de ruedas, y nos despedimos para luego encaminarme a paso ligero, al interior del aeropuerto. Antes que las puertas mecánicas se cerraran tras de mí, me giré hacia él. Estaba recostado del coche viendo como me alejaba. Lo saludé con la mano y seguí mi camino hacia el mostrador de la aerolínea, para deshacerme del equipaje.
Cuando salimos juntos, muchas veces me daba cuenta como las mujeres lo observaban, pero muy dentro de mí, no conseguía entender como ninguna lo terminaba de atrapar.
Yo era lo que llaman «un error de juventud», papá apenas contaba con veinte años cuando tuvo que ocuparse de mí.
¿Y mi madre?, ella sencillamente se había esfumado. Pero eso no evitó que Roberto fuera un padre maravilloso.
La historia de mi madre para mí era un misterio. Un tema Tabú en la familia. Los abuelos no la nombraban y la eterna respuesta de papá a mis preguntas era: «no quiero hablar de eso ahora».
Esa actitud siempre me molestó. Por años insistí para que me concedieran algo de información, fracasando en cada uno de mis intentos.
Por eso había tomado la decisión de buscarla por mi cuenta, y descubrir que había sido de ella, si estaba viva o muerta, y los motivos que tuvo para dejarnos y desaparecer sin mirar atrás. Para mí ella era una incógnita, un enigma que deseaba resolver.
Oscar, mi actual novio, se había ofrecido a ayudarme. Él y yo llevábamos saliendo un par de meses, y desde que le había contado lo poco que sabía sobre mi madre, se había convertido en mi cómplice y soporte en esta investigación.
Con su ayuda contraté los servicios de un investigador privado, para poder pasar esa página, y saciar de una vez por todas, mi curiosidad. Tenía derecho de conocer la verdad.
Desde siempre había tenido problemas para asumir compromisos y, responsabilidades, y de un tiempo para acá, mi inclinación por la bebida se había acentuado. Intuía que su abandono tenía mucho que ver con eso.
Necesitaba cerrar ese ciclo, seguir adelante y no dejarme arrastrar por la depresión.
En lo personal, me consideraba una romántica empedernida.
Esperaba que algún día apareciera mi príncipe azul. Fiel creyente del matrimonio. Quizás eso se debiera a la unión tan hermosa que había visto por parte de mis abuelos y de cómo ellos se complementaban. Sin embargo y aunque sonará contradictorio, tenía serios problemas para mantener una relación romántica por más de tres meses.
Después de pasar los molestos chequeos de seguridad, me dirigí al área especial para las personas que viajaban en primera clase.
Los vuelos me ponían un poco nerviosa. Como me quedaba algo de tiempo decidí tomarme una copa y comerme un bocadillo, me moría de hambre. Caminé rápido hasta llegar a la sala VIP de la aerolínea con la que viajaba. Al entrar una mesa larga, adornada con un mantel blanco y un par de ramos de flores de diferentes colores colocados en el centro, llamó mi atención. Sobre ella se encontraban bandejas con distintos tipos de comida, desde pastas frías, hasta estofados de carne. Me acerqué y examiné cada una de ellas, tratando de elegir que servirme.
—Se ve buena la comida. —Me comunicó una voz masculina a mi lado, mientras yo, sin remordimientos, llenaba un plato con una de las ensaladas frías. Por el apuro del viaje no había almorzado y ahora mi estómago gruñía tan fuerte, que estaba segura que lo podían oír.
—Sí, todo luce delicioso —respondí sin mirarlo, por un momento su voz me había sonado ligeramente familiar, pero decidí no darle importancia.
Al terminar de servirme un poco del estofado de carne, levanté el rostro buscando al dueño de aquella voz dulce y profunda, pero era demasiado tarde. Se había ido.
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