martes, 22 de diciembre de 2015

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UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 12





–Es increíble, Eric –dijo Paula con el rostro iluminado mientras admiraba el marco bañado en plata que le habían colocado al cuadro al que en su cabeza siempre se refería como Muerte de una rosa y que simbolizaba la muerte de cualquier tipo: del amor, de la esperanza, de los sueños.


Paula había pasado gran parte de su tiempo libre en Arcángel durante los últimos cuatro días, segura ante el hecho de que Pedro seguía en Roma. Lo mejor de cada día habían sido las horas que había pasado en el sótano de la galería con Eric eligiendo los marcos que, según su criterio, mejor harían destacar los diez cuadros que expondría. Y esa noche no era una excepción.


Por lo que sabía, Pedro había pasado esos mismos cuatro días y noches en Roma, sin duda alimentado todos sus «placeres».


Ella se había mantenido ocupada a la vez que se había decidido a no pensar ni en él, ni en la noche que habían pasado juntos, ¡ni en cómo ahora estaría disfrutando en Roma!


–¡Es perfecto! –dijo entusiasmada sin dejar de mirar el cuadro enmarcado.


Pedro tendrá la última palabra, por supuesto, pero creo que le gustará lo que hemos hecho por ahora. Y si no, no hay duda de que lo cambiará –añadió con pesar.


La sonrisa de Paula se desvaneció ante la mención de Pedro.


–¿Eso hará?


–Tiene muy buen ojo para esto.


–¿Mejor que el tuyo?


–Mucho mejor –le confirmó Eric sin ningún atisbo de rencor–. Todos los hermanos Alfonso lo tienen. Son la razón por la que quería trabajar para las Galerías Arcángel.


Eric descolgó el cuadro de donde lo habían colocado para apreciar mejor el efecto del marco.


–¿Te apetece ir a tomar algo cuando terminemos aquí?


–Eh…


–Creo que acabarás dándote cuenta de que Paula no mezcla el trabajo con el placer.


El corazón se le paró ante el áspero sonido de la voz de Pedro tras ella. Se dio la vuelta rápidamente y se lo encontró en la puerta y…


Y mucho más atractivo de lo que había estado la última vez que lo había visto, si es que eso era posible, con su traje de diseño marrón oscuro, su camisa color crema y una corbata de seda, el pelo con un peinado desenfadado y el rostro bronceado con un tono dorado más intenso que hacía destacar el color de sus cálidos ojos chocolate.


Pero esa noche su mirada no era cálida. Era fría. Como un escalofrío gélido.


Un escalofrío que la recorrió según la frialdad de esa mirada iba recorriéndola de pies a cabeza. Él arrugó la boca en un gesto de desdén al ver su camiseta negra de manga corta, unos vaqueros de cadera baja y un rostro limpio de maquillaje. Comparada con la elegancia de Pedro, parecía la estudiante arruinada que había sido una vez… y que tal vez aún era.






UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 11





Paula se derritió cuando Pedro saboreó y devoró sus labios mientras ella entrelazaba los dedos en el cabello que le cubría la nuca. Sus pechos excitados descansaron sobre la dureza de su torso después de que él la llevara hacia sí sin dejar de besarla y con un deseo cada vez más intenso.


Un deseo que ella tampoco pudo evitar sentir al percibir el roce de la lengua de Pedro contra su labio inferior y adentrándose en su boca, saboreándola, aprendiendo cada rincón, cada curva, mientras las manos de él se deslizaban por su espalda.


Sin embargo, interrumpió el beso y arqueó su esbelto cuello al sentir la mano de Pedro alzándole la blusa y sus dedos acariciándole la espalda, el abdomen y, finalmente, posándose sobre la desnudez de su pecho.


La suave presión de su pulgar fue como una arrolladora tortura sobre su excitado pezón mientras él le besaba el cuello haciendo que la recorriera una oleada de placer que despertó un húmedo calor entre sus muslos. Podía sentir la respiración entrecortada de él contra su garganta mientras le desabrochaba los botones de la blusa y comenzaba a deslizar los labios sobre sus pechos antes de tomar el pezón en la ardiente humedad de su boca.


Paula echó la cabeza contra el asiento sin dejar de aferrarse a su cabello y sintiendo el intenso placer de la doble acometida de los labios y los dedos de Pedro contra sus pechos hasta un punto que se le hacía casi insoportable. 


Casi…


El placer era demasiado bueno, demasiado exquisito, según iba en aumento y el calor iba subiendo hasta hacerla sentir que iba a explotar en mil pedazos y que jamás volvería a recomponerse. Nunca.


–¡Pedro, tienes que parar!


Pedro estaba tan excitado por el sabor de Paula y el deseo que se había propagado tan intensa y descontroladamente entre ambos que tardó un momento en darse cuenta de que estaba apartándolo e intentando liberarse de sus brazos.


Se echó atrás en cuanto fue consciente de lo que Paula estaba haciendo; nunca había forzado a ninguna mujer y no estaba dispuesto a empezar a hacerlo ahora. Deseaba a Paula demasiado como para querer hacer algo que ella no quisiera ni deseara tanto como él.


–Vaya, me he olvidado por completo de dónde estábamos. Lo siento, Paula –nervioso, se pasó una mano por el pelo.


Ella evitó mirarlo mientras se colocaba la blusa con manos temblorosas; se la veía pálida bajo la luz de la luna.


–¿Paula?


–Ahora no, Pedro. Mejor dicho, ¡nunca! –insistió sin dejar de temblar–. Tengo que irme. Yo… gracias por la cena. Me ha gustado mucho ir a Antonio’s.


–¿Pero no te ha gustado lo que ha venido después? –murmuró Pedro.


–Seguro que estarás de acuerdo en que no ha sido lo más sensato que hemos hecho en nuestras vidas… –le respondió mirando por la ventanilla.


–Paula, ¿puedes mirarme, por favor? ¡Háblame, maldita sea!


Ella se giró lentamente con los ojos de par en par y las mejillas pálidas como el marfil.


–No sé qué quieres que diga.


–¿Ah, no?


–¿Qué tal algo como «esto no debería haber pasado nunca»? –sacudió la cabeza–. Bueno, eso ya lo sabemos los dos.


–¿Ah, sí?


–Sí –Paula lo miró–. A menos que… ¿Es este el procedimiento habitual? ¿Esperabas que fuera a estarte tan agradecida de que me incluyeras en la exposición como para…? –se detuvo bruscamente al ver que Pedro estaba apretando los dientes y captar el brillo de rabia en la oscuridad de su mirada.


–Estoy empezando a cansarme un poco de esa acusación, Paula –dijo con tono suave, aunque algo amenazante–. Y no, besarme no es el precio que tienes que pagar por entrar en la exposición!


–No he dicho eso exactamente…


–¡No te ha hecho falta hacerlo exactamente! –le contestó con dureza preguntándose si alguna vez en su vida se había mostrado tan furioso–. ¿Qué clase de hombre crees que soy? No me respondas a eso –se corrigió de inmediato. Ya sabía qué clase de hombre creía que era.


Pedro había creído que, tras un comienzo atropellado, habían logrado pasar una noche relajada, que Paula estaba empezando a ver más allá de lo sucedido en el pasado, que estaba empezando a verlo a él al margen de aquello, pero en cambio ahora lo veía capaz de aprovechar su posición de propietario de la galería para… ¡Qué idiota había sido al pensar que Paula pudiera llegar a verlo como algo más que el hombre que ayudó a meter a su padre en la cárcel!


–Tienes razón, Paula. Deberías entrar –dijo con frialdad– antes de que se te ocurra alguna otra cosa con la que insultarme.


–No ha sido mi intención insultarte…


–¡Pues que Dios me ayude si alguna vez te planteas hacerlo! –murmuró indignado.


Ella se humedeció los labios con la punta de la lengua.


–Yo solo… Haber salido a cenar, lo que acaba de pasar… todo ha sido un error.


–¿Mío o tuyo?


–¡De los dos! Y, por el bien de la exposición, creo que sería mejor que no volviera a pasar. Que desde ahora nuestra relación sea estrictamente profesional.


–¿Y crees que eso es posible después de lo que acaba de pasar?


Si en un principio Paula no estaba segura de haber podido mantener una relación profesional con Pedro, después de cómo había respondido hacía un momento, ya estaba completamente convencida. Él no había tenido más que besarla y acariciarla para que se olvidara de todo lo demás al instante. En ese momento no le había importado ninguna otra cosa. Nada.


Y eso no podía ser. Porque no estaba dispuesta a sufrir enamorándose de Pedro Alfonso.


¡Otra vez no!


Al ver el modo en que alzaba la barbilla y el brillo de decisión en su mirada, Pedro supo que estaba hablando en serio y que quería que tuvieran una relación exclusivamente profesional.


Si bien, no por la razón que ella había argumentado.


Tenía treinta y tres años de los cuales llevaba diecisiete siendo sexualmente activo, y poseía experiencia suficiente para saber cuándo una mujer lo deseaba. Y, le gustara o no, Paula se había pasado la noche mirándolo como si lo deseara tanto como él la deseaba, y lo que acababa de suceder había sido un resultado directo de deseo mutuo. Por mucho que Paula quisiera que no fuera así, por mucho que le pareciera una locura por su parte sentirse atraída por Pedro cuando aún arrastraba el dolor del pasado, nada de eso cambiaba el hecho de que lo deseara.


Que de verdad le gustara o no era otra cosa, y eso era algo que a Pedro le importaba.


Porque no solo deseaba a Paula, sino que también le gustaba. Le había gustado cinco años atrás, incluso antes de haber visto su inquebrantable lealtad hacia su padre y la discreta fortaleza que le había ofrecido a su madre mientras las dos se habían sentado juntas en la sala de tribunal día tras día.


Del mismo modo admiraba su determinación, esa tenacidad tan intensa como para haber estado dispuesta a relacionarse con la Galería Arcángel y toparse, al menos, con uno de los hermanos Alfonso que tanto odiaba para poder alcanzar el éxito que ambicionaba.


Besarla sabiendo que no era correspondido no era una opción para Pedro. No, con esa mujer en particular.


–De acuerdo, Paula, si eso es lo que quieres, entonces así será de ahora en adelante –dijo bruscamente.


–¿Estás diciendo que accedes a… a que entre nosotros solo exista una relación profesional?


–Creo que es lo que acabo de decir, sí. ¿Es que no me crees? –preguntó mirándola con recelo.


Por supuesto que Paula le creía; ¿por qué no iba a hacerlo cuando ni cinco años atrás ni ahora había hecho nada que le diera motivos para no creer que siempre hablaba en serio?


Pero lo cierto era… ¡que no le creía! ¡Maldita sea! Una parte de ella seguía furiosa y dolida por que Pedro hubiera accedido tan fácilmente a que los dos mantuvieran una relación estrictamente profesional por mucho que hubiera sido ella la que lo había propuesto.


Y eso era absolutamente ridículo. La exposición no se celebraría hasta el mes siguiente y, por lo que Pedro le había contado antes, sabía que tendría que ir a la galería durante las próximas semanas y mantener un mínimo de educación durante ese tiempo.


Eso Paula ya lo sabía. Y lo aceptaba si pensaba con sensatez. Dejándose llevar por la irracionalidad sabía que la atracción que había sentido hacia Pedro cinco años atrás, por muy enterrada y dormida que hubiera estado durante esos años, seguía mucho más viva en su interior y solo había hecho falta verlo y estar con él para que reavivara. 


¡Para que se descontrolara!


Al igual que se había descontrolado ella unos minutos antes, tanto que había estado al borde del orgasmo solo por el hecho de sentir los labios y las manos de Pedro sobre su cuerpo.


Lo que lo empeoraba todo, lo que hacía que fuera mucho más complicado luchar contra ese deseo por segunda vez, era saber que Pedro también sentía esa atracción. Una atracción y un deseo por Paula Chaves. ¡Porque a Sabrina Harper no la habría permitido acercarse a él!


Razón por la que los dos no podían repetir lo sucedido, por la que tenían que establecer de inmediato unas normas que rigieran sus futuros encuentros.


–Me parece bien –dijo al abrir la puerta.


–Espera –le dijo Pedro secamente antes de bajar del coche–. Mi madre me enseñó que es de buena educación, y mucho más seguro, acompañar siempre a una señorita hasta su puerta –le explicó cuando ella lo miró asombrada.


Una gentileza que Paula no estaba segura de merecer después de su falta de educación.


–De nuevo, gracias por la cena y por llevarme a Antonio’s. Sin duda, es el mejor sitio para comer pizza –murmuró mientras buscaba las llaves en el bolso ya junto a su puerta.


Él asintió.


–Me marcho de viaje de negocios unos días, así que lo más probable es que no te vea hasta el lunes, pero ya conoces a Eric.


–Sí –¿lo que estaba sintiendo ahora de pronto en el pecho era decepción por saber que no podría volver a verlo hasta el lunes? Si era así, entonces tenía más problemas de los que creía–. ¿Vas a algún sitio interesante? –le preguntó intentando sonar indiferente.


–A Roma.


Paula abrió los ojos de par en par al recordar que hacía un momento Pedro le había dicho que solo viajaba allí «por placer». Sin embargo, después de haber dicho que solo le interesaba tener una relación profesional con él, no tenía ningún derecho a mostrar la más mínima curiosidad por los motivos que lo llevaban hasta allí ni, mucho menos, a sentirse atacada por los celos.


–¿Paula?


Forzándose a mirarlo y a sonreír mientras abría la puerta, le dijo:
–Que disfrutes en Roma.


–Suelo hacerlo –respondió él mirándola durante unos segundos antes de aceptar que ya no tenían nada más que decirse. Se giró y volvió al coche preguntándose si se habría imaginado lo callada que se había quedado después de mencionarle lo del viaje y ese tono de crispación en su voz cuando finalmente le había hablado. Aunque, si no se lo había imaginado, ¿qué había significado todo eso?


No lo que él se esperaba, se dijo con sorna. No, lo único que indicaba todo eso era que Paula se sentía aliviada por el hecho de no tener que verlo el lunes. Si creía que se debía a cualquier otro motivo, no estaba haciendo más que engañarse a sí mismo. Paula había dejado más que claro lo que pensaba de él y la razón por la que consideraba que la había besado, cuando en realidad la razón había sido que no había sido capaz de resistirse más. Que no había podido luchar contra el hecho de que fuera la última mujer del mundo con la que debería tener algo porque el deseo que sentía por saborearla era demasiado grande. ¡Y qué bien le había sabido! Por mucho que Paula quisiera negárselo, había respondido a esos besos y no había protestado cuando le había acariciado los pechos.


Ahora necesitaba estar un tiempo alejado, poner algo de distancia… literalmente… entre los dos. Y con un poco de suerte, para cuando volviera a verla, ya tendría todo ese deseo bajo control.


Fue horas después, varias horas y media botella de whisky después, mientras revivía en su cabeza una y otra vez la noche que habían compartido, cuando recordó de pronto que le había mencionado que solo iba a Roma «por placer».


Se preguntó si esa sería la razón de su crispación… y esperó que así fuera…








UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 10






–¿A que no es lo que te esperabas?


Paula dio un sorbo del Chianti que Pedro había servido en los vasos después de que Maria se hubiera ido corriendo a la cocina tras las presentaciones para ver cómo marchaba su pizza. ¡Unas presentaciones en las que él no se había molestado en aclarar quién era o no era Paula!


Y no, ese restaurante ruidoso y desorganizado no era la clase de lugar en el que se habría imaginado al Pedro Alfonso que había visto esa mañana en Arcángel, un Alfonso arrogante con su traje de diseño, y su camisa y su corbata de seda.


–Tengo razones para esperar que la pizza esté tan deliciosa como este Chianti.


–Oh, lo estará –asintió Pedro mirándola fijamente desde el otro lado de la mesa–. Aunque probablemente debería haberte llevado a un sitio con un poco más de categoría para celebrar que formas parte de la Exposición de Nuevos Artistas.


–¿Entonces no habrías tenido que invitar también a los otros cinco finalistas y al reserva?


Él sonrió forzadamente.


–No.


–Oh –Paula pudo sentir el rubor en sus mejillas, pero fue sensata y no dijo nada; ya había sacado conclusiones erróneas sobre Pedro esa noche y no tenía ninguna intención de volver a sacar otra–. Bueno, a mí esto me parece perfecto –se apresuró a añadir–. De todos modos, seguro que en otro sitio demasiado sofisticado me habría sentido fuera de lugar. No es que haya salido mucho por ahí a cenar desde… Esto está muy bien –dijo bajando la mirada para evitar los penetrantes ojos de Pedro. Había estado a punto de decir «desde que mi padre entró en la cárcel», y un desliz como ese podría haberle costado la participación en la exposición.


No tenía ninguna duda de que, más que el hombre que tenía delante, era el ambiente informal que la rodeaba el responsable de que se sintiera tan relajada como para haber estado a punto de hablar sin pensar. No había nada en Pedro que la hiciera relajarse, ni su físico ni las reacciones que le provocaba.


–Por ti, Paula –Pedro alzó el vaso para brindar, al parecer ajeno a su agitación interior–. Esperemos que la exposición, además de un éxito, sea el primero de los muchos que tengas.


–¡Brindo por eso! –contestó antes de dar un sorbo de vino–. ¡Oh, vaya! –abrió los ojos de par en par al ver a Maria moviéndose con destreza entre la multitud de clientes en dirección a su mesa y cargando con la pizza más grande que Paula había visto en su vida. Dejó el plato en el centro y, sonriendo, les dijo «¡Disfrutad!» antes de marcharse corriendo otra vez.


A Paula se le hizo la boca agua al mirar la pizza cargada de pepperoni, champiñones, cebolla, espinacas, jamón y berenjenas.


–Espero que no te importe que no lleve anchoas. Toni sabe que no me gustan.


–¿Estás de broma? ¿Quién iba a echarlas de menos con todos los ingredientes que lleva? –respondió Paula riéndose encantada y sin dejar de mirar la pizza.


Pedro sintió cómo se le hacía la boca agua ante la imagen de una Paula tan relajada y sonriente; esos ojos grisáceos tan cálidos y resplandecientes, sus mejillas ligeramente sonrojadas, sus labios carnosos, sensuales y rosados que no requerían de ningún brillo labial de esos que tantas mujeres usaban y que tan poco le gustaban a él.


¡Ver esos tentadores labios mientras Paula comía la pizza sería una auténtica tortura física!


–¡Venga, a comer antes de que se enfríe! No hay ni cuchillos ni tenedores. El único modo de comer pizza es con los dedos.


–¿Eso es otro «Pedrismo»? –bromeó al servirse una porción.


–Confía en mí –murmuró él con tono suave.


–No dejas de decir eso…


Y así era. Porque después de volver a reunirse con Paula sabiendo que ella pensaba que no sabía quién era, y sabiendo lo mucho que aún la deseaba, Pedro quería que confiara en él.


–Esta noche lo he pasado genial, gracias –murmuró Paula cuando estaban sentados en la oscuridad del interior del deportivo. Él había aparcado fuera del viejo edificio victoriano donde vivía Paula y la luz de la luna era lo único que iluminaba la tranquila calle residencial.


De no ser porque no estaba lloviendo, habría sido un final igual que el de aquella noche de cinco años atrás.


En aquel momento ella había estado semanas fantaseando con Pedro, totalmente embobada con su impresionante físico y su aire de seguridad en sí mismo. Después de que él hubiera ido a su casa a hablar con su padre en un par de ocasiones, ella se había acostumbrado a pasar por la Galería Arcángel varias veces por semana con la esperanza de poder volver a verlo.


Aquella noche estaba por allí a la hora del cierre diciéndose que solo estaba esperando a que cesara la lluvia para salir corriendo hacia la parada de autobús cuando, en realidad, había estado esperando poder ver a Pedro cuando saliera de la galería.


Se había quedado sin aliento al verlo salir por la puerta y un intenso rubor le había cubierto las mejillas cuando él había alzado la vista y la había visto. Al cabo de unos segundos la había reconocido y sus ojos chocolate se habían abierto de par en par; después, se había acercado a hablar con ella. 


Había sido una conversación bastante forzada por parte de Paula, que se había quedado sin habla cuando Pedro le había preguntado si podía llevarla a casa.


Una vez dentro del deportivo, había sido más que consciente de la proximidad de Pedro y había temblado de nervios y expectación por lo que pudiera pasar durante el silencioso trayecto.


Lo había mirado con timidez bajo sus negras pestañas una vez él había parado en su puerta.


–Gracias por traerme –había dicho para, a continuación, lamentar su falta de sofisticación.


–De nada –había respondido él con voz ronca a la vez que se giraba para mirarla–. Sabrina, yo… Mañana va a haber… –se había detenido y fruncido el ceño con gesto adusto–. Oh, a la mierda, si me voy a quemar de todos modos, mejor lanzarme a las llamas directamente –había susurrado para sí antes de agachar la cabeza y besarla.


Había sido el beso más exquisito que Paula había recibido en su vida, lento e incisivo, pero al mismo tiempo tan cargado de erotismo que se había sentido como si se estuviera ahogando en los sentimientos y emociones que le recorrían el cuerpo.


Esas emociones la habían dejado completamente aturdida cuando Pedro, repentinamente, había apartado la boca para lanzarle una mirada ardiente y apasionada antes de girarse.


–Deberías entrar –murmuró con tono adusto–. E intenta no… No importa –había añadido al girarse para mirarla con unos ojos atormentados–. Lo siento, Sabrina.


–¿Por besarme? –le había preguntado ella atónita.


–No. Jamás lamentaré haberlo hecho. Solo… intenta no odiarme demasiado, ¿de acuerdo?


En aquel momento Paula había pensado que jamás podría odiarlo, que lo amaba demasiado como para hacerlo. Al día siguiente, ese «mañana» al que Pedro se había referido tan indirectamente, su mundo se había derrumbado cuando habían arrestado a su padre por falsificación con Pedro como principal testigo en su contra.


–Me alegro –murmuró Pedro ahora, en respuesta a su previo comentario.


Paula volvió al presente de golpe.


–Te diría que pasaras a tomar un café, pero…


Había sido una noche sorprendentemente agradable, admitió muy a su pesar dado que el pasado no debería haberle permitido disfrutar de una noche con el odioso Pedro Alfonso.


Pero lo había hecho…


La comida había sido excelente y el restaurante abarrotado y el vocerío habían formado parte del entretenimiento. ¡Dos vasos de vino y hasta había terminado apreciando las interpretaciones desafinadas de Toni de las clásicas arias italianas!


En cuanto a la compañía… Pedro había demostrado ser un compañero de cena ameno mientras había escuchado algunas de las anécdotas más divertidas que les habían sucedido a los hermanos Alfonso durante los años que llevaban regentando las galerías.


Para cuando salieron del restaurante se sentía absolutamente cómoda en su compañía, tanto que le había parecido algo de lo más natural aceptar que la llevara a casa. Sin embargo, por muy agradable que hubiera sido la noche, tenía que admitir que ahora encontraba a Pedro mucho más inquietante que cinco años atrás.


Como Pedro Alfonso, era inconfundiblemente inteligente y pecaminosamente guapo, además de rico y poderoso.


Como Pedro, era claramente inteligente y guapo, pero también se mostraba relajado y encantador, además de tener un pícaro sentido del humor y una calidez que le habían permitido aceptar, sin inmutarse lo más mínimo, el entusiasta beso que Maria le había plantado en los labios tras decirle «vuelve pronto a verme» antes de que hubieran salido del restaurante.


Todo ello, junto con ese físico oscuro y fascinante, había hecho que Paula fuera consciente de que corría el peligro de caer bajo el hechizo de ese hombre por segunda vez en su vida.


–¿Pero? –Pedro se giró en su asiento para sacar a Paula de su continuado silencio.


–¿Cómo dices?


–Te diría que pasaras a tomar un café, pero… –le recordó.


Ella sonrió con cierto pesar.


–Es el modo educado que tiene una mujer de dar las gracias por la noche, pero de decir que aquí termina.


–¿Es que no tienes café?


–Yo siempre tengo café.


–¿Entonces por qué no me invitas a pasar?


Ella batió sus largas pestañas.


–Yo… eh, bueno… es que es tarde.


–Solo son las once –no había creído que fuera posible, pero la atracción que sentía por ella se había intensificado en las últimas horas y ahora estaba desesperado por saborear y sentir esos carnosos labios que llevaban toda la noche atormentándolo.


Tan desesperado que se movió para cubrir la distancia que los separaba.


–Paula…


–¡Por favor, no!


–¿Por qué no?


Ella se humedeció los labios antes de responder.


–¿Por qué echar a perder una noche perfectamente buena?


–¿Que te bese echaría a perder la noche?


–Por favor, Pedro


–Pero eso es lo que quiero hacer, Paula… ¡Complacerte!


Terminó de acercarse y la llevó hacia sus brazos mirándola con deseo.


–¡No puedo! –ella tenía los ojos cubiertos de lágrimas y las manos paralizadas entre los dos, sin apartar a Pedro, pero intentando desesperadamente no tocarlo–. No puedo –repitió.


Fue la desesperación que captó en su voz, junto con esas lágrimas que resplandecían en sus ojos, lo que hicieron que lo recorriera un escalofrío.


–Habla conmigo, Paula. ¡Por el amor de Dios, habla conmigo!


–No puedo –dijo sacudiendo la cabeza con desesperación.


–Tengo que besarte, maldita sea –contestó deseándola, pero sobre todo deseando que confiara en él.


Que le confiara su cuerpo. Sus emociones. Su pasado…


Paula lo miró bajo la luz de la luna durante unos segundos de tensión que parecieron interminables antes de volver a sacudir la cabeza con determinación.


–De verdad que no puedo –repitió.


–¡No me vale, Paula! Dime que no quieres que te bese, que no lo deseas tanto como yo, que no llevas toda la noche deseándolo, y no te lo volveré a pedir.


–Eso tampoco puedo hacerlo –admitió con un sollozo de desesperación.


–¿Quieres que decida por los dos? ¿Es eso lo que quieres? –le preguntó con dureza.


¡Paula ya no estaba segura de qué quería!


Bueno… sí que lo estaba, pero lo que quería, besar a Pedro y que la besara, era lo que no debía desear. ¡Era un Alfonso, por el amor de Dios! Y por muy encantador y divertido que se hubiera mostrado esa noche, debajo de todo ese encanto seguía siendo el frío y despiadado Pedro de años atrás. Permitir… ¡querer!… besarlo y que la besara iba en contra de su instinto de protección y de su sentido de la lealtad.


Sin embargo, no podía obviar el hecho de que el hombre al que había visto ese día, con el que había pasado la noche, el mismo que hacía que se le acelerara el pulso y que su cuerpo reaccionara de ese modo, no era en absoluto ni frío ni despiadado, sino atractivo y seductor. Ese hombre era el hombre al que deseaba besar con desesperación. Lo cual era una auténtica locura cuando sabía exactamente cómo reaccionaría Pedro si supiera quién era ella en realidad.


–Por favor, déjame pasar, Paula.


No podía respirar mientras lo miraba y fue incapaz de detenerlo cuando le cubrió las mejillas con las manos y le alzó la cara para que lo mirara; se sintió absolutamente perdida en las oscuras y cálidas profundidades de sus penetrantes ojos marrones mientras su boca descendía lentamente hacia la suya.







lunes, 21 de diciembre de 2015

UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 9




Mientras la esperaba dentro del coche a que saliera de la cafetería Pedro seguía replanteándose si era o no buena idea citarse con Paula Chaves.


No hacía falta ser muy listo para saber lo que Paula había estado pensando antes o por qué lo había pensado. Su comportamiento no había sido muy profesional, y menos ese comentario sobre el hecho de que no llevara sujetador, ¡sobre todo teniendo en cuenta que estaba de rodillas frente a ella y mirándole los pechos cuando lo había dicho!


Razón de más para quedar con ella esa noche, aunque solo fuera para convencerla de que en el futuro los dos tendrían una relación profesional y nada más que eso.


Todos sus sentidos se pusieron en alerta, burlándose de ese último pensamiento, cuando miró por el cristal tintado de la ventanilla y vio a Paula saliendo, por fin, de la cafetería con una cazadora vaquera corta sobre esa blusa de gasa que había llevado por la mañana y con gesto serio mientras lo buscaba entre el gentío que abarrotaba la calle.


–Paula.


Ella se giró al oír la voz de Pedro y esbozó una mueca de pesar al verlo salir del deportivo negro aparcado, de forma ilegal, en la acera de la cafetería. Los cristales tintados habían impedido que lo viera sentado ahí dentro.


–Señor Alfonso –dijo mientras se dirigía hacia él–. Espero no haberle hecho esperar mucho –murmuró con educación.


–En absoluto –respondió abriéndole la puerta del copiloto y esperando a que subiera–. Y llámame «Pedro» –le recordó con delicadeza.


Paula ni se movió ni respondió al comentario.


–Eh… hay una pizzería a la vuelta de la esquina.


–Ya la he visto. Y, hazme caso, Paula, lo que sirven ahí no es auténtica pizza italiana.


–Pero…


–Me apellido Alfonso, Paula –dijo enarcando las cejas.


No había entrado en los planes de Paula ir a ningún sitio en su coche. Se había imaginado que se tomarían una porción de pizza y que estarían como una hora charlando amigablemente, o eso esperaba, antes de seguir cada uno por su camino. Pero teniendo en cuenta que se suponía que debía ser una reunión conciliadora, sería muy mezquino por su parte negarse a ir ahora. Además, con su apellido italiano, ¡seguro que sabía mucho más que ella sobre pizza!


–De acuerdo –sonrió al acomodarse en el asiento de piel negra decidida a que esa noche fuera mejor que sus dos encuentros previos y a comportarse como una artista novata que le estaba muy agradecida al propietario de la galería por darle esa oportunidad.


Tuvo que colocar en lo más hondo de su mente el hecho de que el deportivo y su lujoso interior de piel, junto con el aroma especiado del perfume de él, le recordaran a aquella noche en la que la había besado.


Pedro cerró la puerta del copiloto una vez Paula se hubo acomodado en el asiento antes de volver al otro lado del coche y sentarse detrás del volante.


–¿Has tenido algún problema después de que me marchara?


–No, no ha pasado nada –respondió; no había necesidad de decirle que Sally la había reprendido por haber estado hablando con un cliente, por muy guapo que fuera, y que había mucha gente que querría su puesto de trabajo si ella no lo quería–. ¿Adónde vamos exactamente? –preguntó con interés mientras Pedro conducía.


–Hay un pequeño restaurante familiar en una callecita del East End. Confía en mí, Paula –dijo al fijarse en que se había quedado sorprendida.


–Seguro que está muy bien. Es solo que… No me parece que sea el tipo de restaurante al que irías tú –dijo algo incómoda.


–¿Y cuál sería mi tipo de restaurante…?


Paula fue consciente de que volvía a estar en terreno peligroso al oír el tono desafiante de Pedro; la tensión no había tardado en volver a hacer presencia entre los dos, por mucho que se hubiera prometido mantener una charla agradable y desenfadada.


–No tengo ni idea –respondió con sinceridad.


–Buena respuesta, Paula –dijo Pedro riéndose secamente y con aspecto de estar completamente relajado mientras sus manos se movían ligeramente sobre el volante del deportivo.


Tenía unas manos bonitas, como pudo ver Paula. Largas, artísticas, y poderosas al mismo tiempo.


–¿Cómo te convertiste en un experto en arte? –preguntó con interés–. ¿Pintas? ¿O has heredado las galerías?


Pedro le quedó claro que Paula había decidido esforzarse por ser más educada y mantener una conversación que se alejara de lo personal dentro de lo posible. Por desgracia, si esa había sido su intención, había elegido el tema de conversación equivocado.


–Quise pintar –respondió con brusquedad–. Y hasta me licencié en Arte con esa intención, pero enseguida me di cuenta de que se me daba mejor valorar el arte que crearlo.


–Eso es… una pena.


–Sí, mucho –una de las mayores decepciones de su vida era que su verdadero talento artístico se basara en lo visual más que en el hecho de pintar en sí.


–Yo no puedo imaginarme sin expresarme a través de mis pinturas.


–El mundo del arte también lo lamentaría mucho –le aseguró. Y era verdad. En sus cuadros Paula mostraba una percepción, un sentido, un saber, incluso con una simple rosa marchita, que iba más allá de lo visible a simple vista. 


Eso era lo que hacía que sus pinturas fueran únicas.


–Pues hasta ahora el mundo del arte no me había dado ninguna oportunidad –dijo encogiéndose de hombros.


–Eso es probablemente porque las galerías a las que has mostrado tu trabajo estaban buscando cosas que puedan vender a los turistas para que lo cuelguen en sus salones y puedan recordar su visita a Londres al mirarlos. Tus cuadros son demasiado buenos para eso. Arcángel no tendría ningún interés en mostrarlos de no ser así.


–No recuerdo haberte dicho qué galerías he visitado en el pasado.


–No ha hecho falta que me lo dijeras –dijo Pedro sin más al no tener ninguna intención de encender la tensión entre ellos diciéndole que en Arcángel tenían varios archivos con información suya.


–Pero…


–Ya hemos llegado –anunció él al ver que habían llegado a Antonio’s–. No te dejes engañar por el exterior, ni tampoco por el interior –añadió secamente al aparcar delante del pequeño restaurante antes de salir y abrirle la puerta del coche–. Antonio hace la mejor comida italiana de todo Londres, y a ninguno de sus clientes les importa la decoración.


Paula se alegró de la advertencia al entrar en el interior tan bien iluminado. Había un fuerte olor a ajo en el aire, mesas abarrotadas cubiertas con manteles de cuadros blancos y rojos, plantas artificiales colgando de cada rincón y recoveco, y la voz de un extremadamente entusiasta tenor italiano sonando por los altavoces.


–Toni canta y graba sus propias canciones –le explicó Pedro al ver a Paula estremecerse en un momento de desafinación.


–¿En esto también tendré que fiarme de ti? –le dijo en broma antes de tensarse por lo que acababa de decir. Porque Pedro Alfonso era el último hombre en quien confiaría.


–¡Pedrooo! –un hombre corpulento y con la cara redonda cruzó la sala apresuradamente para saludarlos y estrecharle la mano con entusiasmo–. ¡Hace mucho que no te vemos por aquí!


–Eso es porque he estado en París…


–¡Ajá! Ya veo qué te ha tenido alejado de nosotros, Pedrooo –dijo mirando a Paula con calidez–. ¿Has traído a la joven dama para que nos conozca a la Mamma y a mí?


–No… –comenzó a decir Paula.


–Le he prometido a Paula una de vuestras famosas pizzas y una botella de vuestro mejor Chianti, Toni –interpuso Pedro interrumpiendo a Paula y agarrándola del codo.


–No hay problema –dijo el hombre sonriendo–. Tú elige una mesa para ti y tu dama y yo le diré a Mamma que os traiga el vino.


Encontrar una mesa para sentarse no resultó tan fácil como parecía. Pedro tenía razón, el lugar estaba abarrotado a pesar de la música y la decoración. Afortunadamente, una joven pareja con un bebé estaba a punto de marcharse y pudieron ocupar la mesa antes de que se los adelantara alguien.


–Esto es una especie de locura maravillosa –murmuró Paula unos minutos después sintiéndose ligeramente perpleja por todas las personas que tenían a su alrededor hablando a gritos, especialmente en italiano, y gesticulando profusamente con las manos.


Pedro sonrió.


–Mi madre siempre se refiere a Antonio’s como «pintoresco».


–¿Tu madre también viene aquí?


–Sí. Mi padre insiste en venir a comer aquí al menos una vez por semana siempre que están en Londres.


Tal vez no fuera buena idea hablar de los padres de Pedro, pero sin duda era un tema de conversación mucho más seguro que hablar de los suyos.


–¿Dónde viven tus padres?


–Se mudaron a Florida hace diez años cuando mi padre se jubiló y abandonó la gerencia de la Galería Arcángel original, que era la única que teníamos en aquel momento, para que la lleváramos mis hermanos y yo –respondió encogiéndose de hombros y sorprendiéndola al mostrarse absolutamente relajado en ese lugar.


Ella sonrió ligeramente.


–Rafael y Miguel.


–Los nombres los eligió mi madre movida por su vena romántica.


–Y desde entonces habéis abierto dos galerías más, una en Nueva York y otra en París. Pero ya que tenéis raíces italianas, ¿por qué no una en Roma?


–Los Alfonso siempre han visitado Italia por placer, no por trabajo –respondió lanzándole una de esas sonrisas absolutamente arrebatadoras que lo hacían parecer varios años más joven y que le dejó claro qué clase de placeres disfrutaban los tres hermanos en Italia.


–¡Pedrooo! –exclamó una mujer morena, alta y voluptuosa, sin duda la esposa de Toni, al acercarse a ellos, dejar una botella de vino y dos vasos sobre la mesa y abrazarlo contra su voluminoso pecho antes de comenzar a hablar en italiano.


–En inglés, por favor, Maria –dijo Pedro riéndose.


–¡Te veo tan guapo como siempre! ¡Ah, si tuviera veinte años menos! –añadió con melancolía.


–Aunque los tuvieras, jamás dejarías a Antonio –respondió él sonriéndole con calidez.


Paula se sintió algo desconcertada, tanto por la cercanía con que Toni y Maria lo habían saludado, como por la cálida respuesta que él les había dado. Le resultaba mucho más fácil guardar las distancias cuando podía seguir viéndolo como un hombre frío y despiadado que había marcado el destino de su padre. La calidez que le habían mostrado Maria y Toni y el obvio afecto que él sentía por ambos revelaban una faceta completamente distinta del despiadado y arrogante Pedro Alfonso. Era algo que Paula no se había esperado, y menos, después de ese momento de intimidad que habían vivido en su despacho.


–Toni me ha dicho que has traído a tu chica contigo –dijo Maria mirando a Paula.


–¡No avergüences a Paula, por favor, Maria! –la advirtió Pedro apresuradamente mientras se preguntaba si había sido buena idea llevarla a Antonio’s. La pareja italiana siempre le estaba preguntando cuándo iba a sentar la cabeza y tener bambinos, y Paula era la primera mujer que había llevado allí.


En su defensa había que decir que llevar a Paula al restaurante había sido una reacción instintiva al hecho de que ella creyera, obviamente, que era un hombre que se consideraba demasiado superior como para frecuentar cadenas de cafetería y pequeños restaurantes italianos en lugar de restaurantes y bares exclusivos. Pero había olvidado contar con las consecuencias que supondría llevar a una mujer a Antonio’s por primera vez; en el pasado solo había ido allí con miembros de su familia sabiendo que a las mujeres con las que solía salir no les importaría lo más mínimo lo buena que era la comida, ya que ese pequeño restaurante no era lo suficientemente estiloso ni exclusivo como para satisfacer sus «sofisticados» gustos.


Y no porque pensara que Paula no era sofisticada. La única razón para llevarla allí había sido mostrarle que no era un arrogante, como ella tan claramente consideraba.


Lo que no debía hacer ahora era ver el encuentro como una cita…


¡Al infierno! Fuera cual fuera la razón por la que la había llevado, ahora estaba ahí y era culpa suya si tenía que aguantar las bromas y las indirectas de Toni y Maria.


–Maria, Paula. Paula, Maria, la esposa de Toni –las presentó.