lunes, 21 de diciembre de 2015

UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 9




Mientras la esperaba dentro del coche a que saliera de la cafetería Pedro seguía replanteándose si era o no buena idea citarse con Paula Chaves.


No hacía falta ser muy listo para saber lo que Paula había estado pensando antes o por qué lo había pensado. Su comportamiento no había sido muy profesional, y menos ese comentario sobre el hecho de que no llevara sujetador, ¡sobre todo teniendo en cuenta que estaba de rodillas frente a ella y mirándole los pechos cuando lo había dicho!


Razón de más para quedar con ella esa noche, aunque solo fuera para convencerla de que en el futuro los dos tendrían una relación profesional y nada más que eso.


Todos sus sentidos se pusieron en alerta, burlándose de ese último pensamiento, cuando miró por el cristal tintado de la ventanilla y vio a Paula saliendo, por fin, de la cafetería con una cazadora vaquera corta sobre esa blusa de gasa que había llevado por la mañana y con gesto serio mientras lo buscaba entre el gentío que abarrotaba la calle.


–Paula.


Ella se giró al oír la voz de Pedro y esbozó una mueca de pesar al verlo salir del deportivo negro aparcado, de forma ilegal, en la acera de la cafetería. Los cristales tintados habían impedido que lo viera sentado ahí dentro.


–Señor Alfonso –dijo mientras se dirigía hacia él–. Espero no haberle hecho esperar mucho –murmuró con educación.


–En absoluto –respondió abriéndole la puerta del copiloto y esperando a que subiera–. Y llámame «Pedro» –le recordó con delicadeza.


Paula ni se movió ni respondió al comentario.


–Eh… hay una pizzería a la vuelta de la esquina.


–Ya la he visto. Y, hazme caso, Paula, lo que sirven ahí no es auténtica pizza italiana.


–Pero…


–Me apellido Alfonso, Paula –dijo enarcando las cejas.


No había entrado en los planes de Paula ir a ningún sitio en su coche. Se había imaginado que se tomarían una porción de pizza y que estarían como una hora charlando amigablemente, o eso esperaba, antes de seguir cada uno por su camino. Pero teniendo en cuenta que se suponía que debía ser una reunión conciliadora, sería muy mezquino por su parte negarse a ir ahora. Además, con su apellido italiano, ¡seguro que sabía mucho más que ella sobre pizza!


–De acuerdo –sonrió al acomodarse en el asiento de piel negra decidida a que esa noche fuera mejor que sus dos encuentros previos y a comportarse como una artista novata que le estaba muy agradecida al propietario de la galería por darle esa oportunidad.


Tuvo que colocar en lo más hondo de su mente el hecho de que el deportivo y su lujoso interior de piel, junto con el aroma especiado del perfume de él, le recordaran a aquella noche en la que la había besado.


Pedro cerró la puerta del copiloto una vez Paula se hubo acomodado en el asiento antes de volver al otro lado del coche y sentarse detrás del volante.


–¿Has tenido algún problema después de que me marchara?


–No, no ha pasado nada –respondió; no había necesidad de decirle que Sally la había reprendido por haber estado hablando con un cliente, por muy guapo que fuera, y que había mucha gente que querría su puesto de trabajo si ella no lo quería–. ¿Adónde vamos exactamente? –preguntó con interés mientras Pedro conducía.


–Hay un pequeño restaurante familiar en una callecita del East End. Confía en mí, Paula –dijo al fijarse en que se había quedado sorprendida.


–Seguro que está muy bien. Es solo que… No me parece que sea el tipo de restaurante al que irías tú –dijo algo incómoda.


–¿Y cuál sería mi tipo de restaurante…?


Paula fue consciente de que volvía a estar en terreno peligroso al oír el tono desafiante de Pedro; la tensión no había tardado en volver a hacer presencia entre los dos, por mucho que se hubiera prometido mantener una charla agradable y desenfadada.


–No tengo ni idea –respondió con sinceridad.


–Buena respuesta, Paula –dijo Pedro riéndose secamente y con aspecto de estar completamente relajado mientras sus manos se movían ligeramente sobre el volante del deportivo.


Tenía unas manos bonitas, como pudo ver Paula. Largas, artísticas, y poderosas al mismo tiempo.


–¿Cómo te convertiste en un experto en arte? –preguntó con interés–. ¿Pintas? ¿O has heredado las galerías?


Pedro le quedó claro que Paula había decidido esforzarse por ser más educada y mantener una conversación que se alejara de lo personal dentro de lo posible. Por desgracia, si esa había sido su intención, había elegido el tema de conversación equivocado.


–Quise pintar –respondió con brusquedad–. Y hasta me licencié en Arte con esa intención, pero enseguida me di cuenta de que se me daba mejor valorar el arte que crearlo.


–Eso es… una pena.


–Sí, mucho –una de las mayores decepciones de su vida era que su verdadero talento artístico se basara en lo visual más que en el hecho de pintar en sí.


–Yo no puedo imaginarme sin expresarme a través de mis pinturas.


–El mundo del arte también lo lamentaría mucho –le aseguró. Y era verdad. En sus cuadros Paula mostraba una percepción, un sentido, un saber, incluso con una simple rosa marchita, que iba más allá de lo visible a simple vista. 


Eso era lo que hacía que sus pinturas fueran únicas.


–Pues hasta ahora el mundo del arte no me había dado ninguna oportunidad –dijo encogiéndose de hombros.


–Eso es probablemente porque las galerías a las que has mostrado tu trabajo estaban buscando cosas que puedan vender a los turistas para que lo cuelguen en sus salones y puedan recordar su visita a Londres al mirarlos. Tus cuadros son demasiado buenos para eso. Arcángel no tendría ningún interés en mostrarlos de no ser así.


–No recuerdo haberte dicho qué galerías he visitado en el pasado.


–No ha hecho falta que me lo dijeras –dijo Pedro sin más al no tener ninguna intención de encender la tensión entre ellos diciéndole que en Arcángel tenían varios archivos con información suya.


–Pero…


–Ya hemos llegado –anunció él al ver que habían llegado a Antonio’s–. No te dejes engañar por el exterior, ni tampoco por el interior –añadió secamente al aparcar delante del pequeño restaurante antes de salir y abrirle la puerta del coche–. Antonio hace la mejor comida italiana de todo Londres, y a ninguno de sus clientes les importa la decoración.


Paula se alegró de la advertencia al entrar en el interior tan bien iluminado. Había un fuerte olor a ajo en el aire, mesas abarrotadas cubiertas con manteles de cuadros blancos y rojos, plantas artificiales colgando de cada rincón y recoveco, y la voz de un extremadamente entusiasta tenor italiano sonando por los altavoces.


–Toni canta y graba sus propias canciones –le explicó Pedro al ver a Paula estremecerse en un momento de desafinación.


–¿En esto también tendré que fiarme de ti? –le dijo en broma antes de tensarse por lo que acababa de decir. Porque Pedro Alfonso era el último hombre en quien confiaría.


–¡Pedrooo! –un hombre corpulento y con la cara redonda cruzó la sala apresuradamente para saludarlos y estrecharle la mano con entusiasmo–. ¡Hace mucho que no te vemos por aquí!


–Eso es porque he estado en París…


–¡Ajá! Ya veo qué te ha tenido alejado de nosotros, Pedrooo –dijo mirando a Paula con calidez–. ¿Has traído a la joven dama para que nos conozca a la Mamma y a mí?


–No… –comenzó a decir Paula.


–Le he prometido a Paula una de vuestras famosas pizzas y una botella de vuestro mejor Chianti, Toni –interpuso Pedro interrumpiendo a Paula y agarrándola del codo.


–No hay problema –dijo el hombre sonriendo–. Tú elige una mesa para ti y tu dama y yo le diré a Mamma que os traiga el vino.


Encontrar una mesa para sentarse no resultó tan fácil como parecía. Pedro tenía razón, el lugar estaba abarrotado a pesar de la música y la decoración. Afortunadamente, una joven pareja con un bebé estaba a punto de marcharse y pudieron ocupar la mesa antes de que se los adelantara alguien.


–Esto es una especie de locura maravillosa –murmuró Paula unos minutos después sintiéndose ligeramente perpleja por todas las personas que tenían a su alrededor hablando a gritos, especialmente en italiano, y gesticulando profusamente con las manos.


Pedro sonrió.


–Mi madre siempre se refiere a Antonio’s como «pintoresco».


–¿Tu madre también viene aquí?


–Sí. Mi padre insiste en venir a comer aquí al menos una vez por semana siempre que están en Londres.


Tal vez no fuera buena idea hablar de los padres de Pedro, pero sin duda era un tema de conversación mucho más seguro que hablar de los suyos.


–¿Dónde viven tus padres?


–Se mudaron a Florida hace diez años cuando mi padre se jubiló y abandonó la gerencia de la Galería Arcángel original, que era la única que teníamos en aquel momento, para que la lleváramos mis hermanos y yo –respondió encogiéndose de hombros y sorprendiéndola al mostrarse absolutamente relajado en ese lugar.


Ella sonrió ligeramente.


–Rafael y Miguel.


–Los nombres los eligió mi madre movida por su vena romántica.


–Y desde entonces habéis abierto dos galerías más, una en Nueva York y otra en París. Pero ya que tenéis raíces italianas, ¿por qué no una en Roma?


–Los Alfonso siempre han visitado Italia por placer, no por trabajo –respondió lanzándole una de esas sonrisas absolutamente arrebatadoras que lo hacían parecer varios años más joven y que le dejó claro qué clase de placeres disfrutaban los tres hermanos en Italia.


–¡Pedrooo! –exclamó una mujer morena, alta y voluptuosa, sin duda la esposa de Toni, al acercarse a ellos, dejar una botella de vino y dos vasos sobre la mesa y abrazarlo contra su voluminoso pecho antes de comenzar a hablar en italiano.


–En inglés, por favor, Maria –dijo Pedro riéndose.


–¡Te veo tan guapo como siempre! ¡Ah, si tuviera veinte años menos! –añadió con melancolía.


–Aunque los tuvieras, jamás dejarías a Antonio –respondió él sonriéndole con calidez.


Paula se sintió algo desconcertada, tanto por la cercanía con que Toni y Maria lo habían saludado, como por la cálida respuesta que él les había dado. Le resultaba mucho más fácil guardar las distancias cuando podía seguir viéndolo como un hombre frío y despiadado que había marcado el destino de su padre. La calidez que le habían mostrado Maria y Toni y el obvio afecto que él sentía por ambos revelaban una faceta completamente distinta del despiadado y arrogante Pedro Alfonso. Era algo que Paula no se había esperado, y menos, después de ese momento de intimidad que habían vivido en su despacho.


–Toni me ha dicho que has traído a tu chica contigo –dijo Maria mirando a Paula.


–¡No avergüences a Paula, por favor, Maria! –la advirtió Pedro apresuradamente mientras se preguntaba si había sido buena idea llevarla a Antonio’s. La pareja italiana siempre le estaba preguntando cuándo iba a sentar la cabeza y tener bambinos, y Paula era la primera mujer que había llevado allí.


En su defensa había que decir que llevar a Paula al restaurante había sido una reacción instintiva al hecho de que ella creyera, obviamente, que era un hombre que se consideraba demasiado superior como para frecuentar cadenas de cafetería y pequeños restaurantes italianos en lugar de restaurantes y bares exclusivos. Pero había olvidado contar con las consecuencias que supondría llevar a una mujer a Antonio’s por primera vez; en el pasado solo había ido allí con miembros de su familia sabiendo que a las mujeres con las que solía salir no les importaría lo más mínimo lo buena que era la comida, ya que ese pequeño restaurante no era lo suficientemente estiloso ni exclusivo como para satisfacer sus «sofisticados» gustos.


Y no porque pensara que Paula no era sofisticada. La única razón para llevarla allí había sido mostrarle que no era un arrogante, como ella tan claramente consideraba.


Lo que no debía hacer ahora era ver el encuentro como una cita…


¡Al infierno! Fuera cual fuera la razón por la que la había llevado, ahora estaba ahí y era culpa suya si tenía que aguantar las bromas y las indirectas de Toni y Maria.


–Maria, Paula. Paula, Maria, la esposa de Toni –las presentó.








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