martes, 22 de diciembre de 2015

UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 11





Paula se derritió cuando Pedro saboreó y devoró sus labios mientras ella entrelazaba los dedos en el cabello que le cubría la nuca. Sus pechos excitados descansaron sobre la dureza de su torso después de que él la llevara hacia sí sin dejar de besarla y con un deseo cada vez más intenso.


Un deseo que ella tampoco pudo evitar sentir al percibir el roce de la lengua de Pedro contra su labio inferior y adentrándose en su boca, saboreándola, aprendiendo cada rincón, cada curva, mientras las manos de él se deslizaban por su espalda.


Sin embargo, interrumpió el beso y arqueó su esbelto cuello al sentir la mano de Pedro alzándole la blusa y sus dedos acariciándole la espalda, el abdomen y, finalmente, posándose sobre la desnudez de su pecho.


La suave presión de su pulgar fue como una arrolladora tortura sobre su excitado pezón mientras él le besaba el cuello haciendo que la recorriera una oleada de placer que despertó un húmedo calor entre sus muslos. Podía sentir la respiración entrecortada de él contra su garganta mientras le desabrochaba los botones de la blusa y comenzaba a deslizar los labios sobre sus pechos antes de tomar el pezón en la ardiente humedad de su boca.


Paula echó la cabeza contra el asiento sin dejar de aferrarse a su cabello y sintiendo el intenso placer de la doble acometida de los labios y los dedos de Pedro contra sus pechos hasta un punto que se le hacía casi insoportable. 


Casi…


El placer era demasiado bueno, demasiado exquisito, según iba en aumento y el calor iba subiendo hasta hacerla sentir que iba a explotar en mil pedazos y que jamás volvería a recomponerse. Nunca.


–¡Pedro, tienes que parar!


Pedro estaba tan excitado por el sabor de Paula y el deseo que se había propagado tan intensa y descontroladamente entre ambos que tardó un momento en darse cuenta de que estaba apartándolo e intentando liberarse de sus brazos.


Se echó atrás en cuanto fue consciente de lo que Paula estaba haciendo; nunca había forzado a ninguna mujer y no estaba dispuesto a empezar a hacerlo ahora. Deseaba a Paula demasiado como para querer hacer algo que ella no quisiera ni deseara tanto como él.


–Vaya, me he olvidado por completo de dónde estábamos. Lo siento, Paula –nervioso, se pasó una mano por el pelo.


Ella evitó mirarlo mientras se colocaba la blusa con manos temblorosas; se la veía pálida bajo la luz de la luna.


–¿Paula?


–Ahora no, Pedro. Mejor dicho, ¡nunca! –insistió sin dejar de temblar–. Tengo que irme. Yo… gracias por la cena. Me ha gustado mucho ir a Antonio’s.


–¿Pero no te ha gustado lo que ha venido después? –murmuró Pedro.


–Seguro que estarás de acuerdo en que no ha sido lo más sensato que hemos hecho en nuestras vidas… –le respondió mirando por la ventanilla.


–Paula, ¿puedes mirarme, por favor? ¡Háblame, maldita sea!


Ella se giró lentamente con los ojos de par en par y las mejillas pálidas como el marfil.


–No sé qué quieres que diga.


–¿Ah, no?


–¿Qué tal algo como «esto no debería haber pasado nunca»? –sacudió la cabeza–. Bueno, eso ya lo sabemos los dos.


–¿Ah, sí?


–Sí –Paula lo miró–. A menos que… ¿Es este el procedimiento habitual? ¿Esperabas que fuera a estarte tan agradecida de que me incluyeras en la exposición como para…? –se detuvo bruscamente al ver que Pedro estaba apretando los dientes y captar el brillo de rabia en la oscuridad de su mirada.


–Estoy empezando a cansarme un poco de esa acusación, Paula –dijo con tono suave, aunque algo amenazante–. Y no, besarme no es el precio que tienes que pagar por entrar en la exposición!


–No he dicho eso exactamente…


–¡No te ha hecho falta hacerlo exactamente! –le contestó con dureza preguntándose si alguna vez en su vida se había mostrado tan furioso–. ¿Qué clase de hombre crees que soy? No me respondas a eso –se corrigió de inmediato. Ya sabía qué clase de hombre creía que era.


Pedro había creído que, tras un comienzo atropellado, habían logrado pasar una noche relajada, que Paula estaba empezando a ver más allá de lo sucedido en el pasado, que estaba empezando a verlo a él al margen de aquello, pero en cambio ahora lo veía capaz de aprovechar su posición de propietario de la galería para… ¡Qué idiota había sido al pensar que Paula pudiera llegar a verlo como algo más que el hombre que ayudó a meter a su padre en la cárcel!


–Tienes razón, Paula. Deberías entrar –dijo con frialdad– antes de que se te ocurra alguna otra cosa con la que insultarme.


–No ha sido mi intención insultarte…


–¡Pues que Dios me ayude si alguna vez te planteas hacerlo! –murmuró indignado.


Ella se humedeció los labios con la punta de la lengua.


–Yo solo… Haber salido a cenar, lo que acaba de pasar… todo ha sido un error.


–¿Mío o tuyo?


–¡De los dos! Y, por el bien de la exposición, creo que sería mejor que no volviera a pasar. Que desde ahora nuestra relación sea estrictamente profesional.


–¿Y crees que eso es posible después de lo que acaba de pasar?


Si en un principio Paula no estaba segura de haber podido mantener una relación profesional con Pedro, después de cómo había respondido hacía un momento, ya estaba completamente convencida. Él no había tenido más que besarla y acariciarla para que se olvidara de todo lo demás al instante. En ese momento no le había importado ninguna otra cosa. Nada.


Y eso no podía ser. Porque no estaba dispuesta a sufrir enamorándose de Pedro Alfonso.


¡Otra vez no!


Al ver el modo en que alzaba la barbilla y el brillo de decisión en su mirada, Pedro supo que estaba hablando en serio y que quería que tuvieran una relación exclusivamente profesional.


Si bien, no por la razón que ella había argumentado.


Tenía treinta y tres años de los cuales llevaba diecisiete siendo sexualmente activo, y poseía experiencia suficiente para saber cuándo una mujer lo deseaba. Y, le gustara o no, Paula se había pasado la noche mirándolo como si lo deseara tanto como él la deseaba, y lo que acababa de suceder había sido un resultado directo de deseo mutuo. Por mucho que Paula quisiera que no fuera así, por mucho que le pareciera una locura por su parte sentirse atraída por Pedro cuando aún arrastraba el dolor del pasado, nada de eso cambiaba el hecho de que lo deseara.


Que de verdad le gustara o no era otra cosa, y eso era algo que a Pedro le importaba.


Porque no solo deseaba a Paula, sino que también le gustaba. Le había gustado cinco años atrás, incluso antes de haber visto su inquebrantable lealtad hacia su padre y la discreta fortaleza que le había ofrecido a su madre mientras las dos se habían sentado juntas en la sala de tribunal día tras día.


Del mismo modo admiraba su determinación, esa tenacidad tan intensa como para haber estado dispuesta a relacionarse con la Galería Arcángel y toparse, al menos, con uno de los hermanos Alfonso que tanto odiaba para poder alcanzar el éxito que ambicionaba.


Besarla sabiendo que no era correspondido no era una opción para Pedro. No, con esa mujer en particular.


–De acuerdo, Paula, si eso es lo que quieres, entonces así será de ahora en adelante –dijo bruscamente.


–¿Estás diciendo que accedes a… a que entre nosotros solo exista una relación profesional?


–Creo que es lo que acabo de decir, sí. ¿Es que no me crees? –preguntó mirándola con recelo.


Por supuesto que Paula le creía; ¿por qué no iba a hacerlo cuando ni cinco años atrás ni ahora había hecho nada que le diera motivos para no creer que siempre hablaba en serio?


Pero lo cierto era… ¡que no le creía! ¡Maldita sea! Una parte de ella seguía furiosa y dolida por que Pedro hubiera accedido tan fácilmente a que los dos mantuvieran una relación estrictamente profesional por mucho que hubiera sido ella la que lo había propuesto.


Y eso era absolutamente ridículo. La exposición no se celebraría hasta el mes siguiente y, por lo que Pedro le había contado antes, sabía que tendría que ir a la galería durante las próximas semanas y mantener un mínimo de educación durante ese tiempo.


Eso Paula ya lo sabía. Y lo aceptaba si pensaba con sensatez. Dejándose llevar por la irracionalidad sabía que la atracción que había sentido hacia Pedro cinco años atrás, por muy enterrada y dormida que hubiera estado durante esos años, seguía mucho más viva en su interior y solo había hecho falta verlo y estar con él para que reavivara. 


¡Para que se descontrolara!


Al igual que se había descontrolado ella unos minutos antes, tanto que había estado al borde del orgasmo solo por el hecho de sentir los labios y las manos de Pedro sobre su cuerpo.


Lo que lo empeoraba todo, lo que hacía que fuera mucho más complicado luchar contra ese deseo por segunda vez, era saber que Pedro también sentía esa atracción. Una atracción y un deseo por Paula Chaves. ¡Porque a Sabrina Harper no la habría permitido acercarse a él!


Razón por la que los dos no podían repetir lo sucedido, por la que tenían que establecer de inmediato unas normas que rigieran sus futuros encuentros.


–Me parece bien –dijo al abrir la puerta.


–Espera –le dijo Pedro secamente antes de bajar del coche–. Mi madre me enseñó que es de buena educación, y mucho más seguro, acompañar siempre a una señorita hasta su puerta –le explicó cuando ella lo miró asombrada.


Una gentileza que Paula no estaba segura de merecer después de su falta de educación.


–De nuevo, gracias por la cena y por llevarme a Antonio’s. Sin duda, es el mejor sitio para comer pizza –murmuró mientras buscaba las llaves en el bolso ya junto a su puerta.


Él asintió.


–Me marcho de viaje de negocios unos días, así que lo más probable es que no te vea hasta el lunes, pero ya conoces a Eric.


–Sí –¿lo que estaba sintiendo ahora de pronto en el pecho era decepción por saber que no podría volver a verlo hasta el lunes? Si era así, entonces tenía más problemas de los que creía–. ¿Vas a algún sitio interesante? –le preguntó intentando sonar indiferente.


–A Roma.


Paula abrió los ojos de par en par al recordar que hacía un momento Pedro le había dicho que solo viajaba allí «por placer». Sin embargo, después de haber dicho que solo le interesaba tener una relación profesional con él, no tenía ningún derecho a mostrar la más mínima curiosidad por los motivos que lo llevaban hasta allí ni, mucho menos, a sentirse atacada por los celos.


–¿Paula?


Forzándose a mirarlo y a sonreír mientras abría la puerta, le dijo:
–Que disfrutes en Roma.


–Suelo hacerlo –respondió él mirándola durante unos segundos antes de aceptar que ya no tenían nada más que decirse. Se giró y volvió al coche preguntándose si se habría imaginado lo callada que se había quedado después de mencionarle lo del viaje y ese tono de crispación en su voz cuando finalmente le había hablado. Aunque, si no se lo había imaginado, ¿qué había significado todo eso?


No lo que él se esperaba, se dijo con sorna. No, lo único que indicaba todo eso era que Paula se sentía aliviada por el hecho de no tener que verlo el lunes. Si creía que se debía a cualquier otro motivo, no estaba haciendo más que engañarse a sí mismo. Paula había dejado más que claro lo que pensaba de él y la razón por la que consideraba que la había besado, cuando en realidad la razón había sido que no había sido capaz de resistirse más. Que no había podido luchar contra el hecho de que fuera la última mujer del mundo con la que debería tener algo porque el deseo que sentía por saborearla era demasiado grande. ¡Y qué bien le había sabido! Por mucho que Paula quisiera negárselo, había respondido a esos besos y no había protestado cuando le había acariciado los pechos.


Ahora necesitaba estar un tiempo alejado, poner algo de distancia… literalmente… entre los dos. Y con un poco de suerte, para cuando volviera a verla, ya tendría todo ese deseo bajo control.


Fue horas después, varias horas y media botella de whisky después, mientras revivía en su cabeza una y otra vez la noche que habían compartido, cuando recordó de pronto que le había mencionado que solo iba a Roma «por placer».


Se preguntó si esa sería la razón de su crispación… y esperó que así fuera…








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