sábado, 19 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: EPILOGO





Querida Elizabeth:


Me complace anunciarte la próxima boda de mi nieto Pedro y Paula Chaves, una joven viuda que cuenta con mi más absoluta aprobación. Procede de una familia de gente honrada y trabajadora, y tiene un hijo de dos años, el niño más encantador que podrías imaginar. Su nombre es Marcos, y Pedro lo adoptará muy pronto, así que casi puedo decir ya que soy bisabuela. Al fin soy realmente feliz.


Debes estar preguntándote cómo puede ser, ya que Pedro iba a casarse como sabes con otra mujer cuando viniste a visitarnos. Pues bien, siguiendo tu sabio consejo, procedí a organizar un encuentro entre Paula y Pedro, procurando que les pareciera a ambos lo más fortuito posible.


Como muy bien dijiste, aparte de eso, las demás variables apenas si se podían controlar, así que me hice a un lado y esperé. ¡Qué extraño resulta sin embargo comprobar ahora, al verlos juntos, lo predestinados que parecen en efecto! ¡Me recuerdan tanto a Eduardo y a mí…! Ah, pero de eso hace ya muchos años. En fin, presiento que este será un matrimonio feliz, la clase de matrimonio que quería para Pedro.


Espero que puedas asistir a la boda. Os adjunto a Rafael y a ti una invitación, y mandaré también otras a tus tres hijos y sus esposas. Tal vez estos matrimonios dichosos harán que mis otros dos nietos, Antonio y Mateo, se decidan a sentar la cabeza junto a una esposa que lleve el don del amor a sus vidas.


Y es que, ahora más que nunca, me doy cuenta, querida Elizabeth, de que el amor es un don que nadie puede exigir ni comprar. Sencillamente surge entre dos personas cuando son las adecuadas. Sin embargo, no te quepa duda de que, en el futuro, estaré desde luego muy pendiente de la elección de mis otros dos nietos. Teniendo como prueba la felicidad de Paula y Pedro, creo que puedo decir que no se me da mal hacer de casamentera. Gracias una y otra vez por tu excelente consejo.


Tuya afectísima,
Isabella Valeri Alfonso






UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 20









Amor? Paula se esforzó por dejar a un lado los pensamientos que se agolpaban en su mente, atormentándola, desde que Pedro le entregara el ramo de rosas rojas. ¿Era posible?, ¿eran entonces rosas rojas de amor? Aquella esperanza descabellada de pronto pareció empezar a tomar cuerpo. ¿Podría ser que…?


Su alma se negó a seguir luchando contra sí misma y, como atraída por un imán, alzó la mirada hacia el hombre cuyo amor ansiaba su corazón más que ninguna otra cosa en el mundo.


Los ojos azules de él reflejaban un afecto tan intenso, que la arrolló con la fuerza de una ola, atravesando el muro creado por la aprensión y la incertidumbre, desnudando ante ella una verdad que había estado ahí todo el tiempo.


–¿Qué quieres decir, Pedro? –le preguntó sin saber aún si debía dar crédito a sus oídos o a sus ojos.


–Lo que quiero decir, Paula Chaves, es que te amo, y que eso lo cambia todo, porque eso destruye todos los motivos ridículos por los que dices que nuestros mundos no pueden acercarse.


Paula sintió que se estremecía de pies a cabeza. Aquella afirmación, y la fuerza que llevaba impresa, sanó las heridas de su alma, cerró las brechas abiertas, derrumbó las barreras, no dejando siquiera la sombra de ellas.


–Siento… Siento haber creído a Marcela –balbució avergonzada.


–Más siento yo haber estado ciego tanto tiempo. Nunca…, nunca sentí por ella lo que siento por ti –le susurró acariciándole la mejilla con suavidad.


–Pero… –lo interrumpió Paula insegura–, ¿cómo sabes que esta vez las cosas saldrán bien?


–Lo supe en el instante en que te vi, y esa certeza ha ido aumentando más y más con el tiempo. Nunca había sentido nada semejante por nadie antes. Y no se trata solo de atracción, física –dijo anticipándose a sus pensamientos–. Es algo mucho más profundo, Paula, es como si fueras una canción que llevaba dentro de mí y nunca había escuchado.


Sí, pensó Paula, el amor podía ser como la música, abrumador en ocasiones, dulce y suave en otras, pero siempre visceral, a la vez que podía ser apasionado, tierno, triste, dichoso…


–Pero hay algo de lo que estoy muy seguro: esto que siento por ti no va a extinguirse jamás. Lo que hay entre nosotros no es algo voluble y pasajero, es algo así como el fuego de la vida, y no pienso renunciar a él ahora que lo he encontrado.


«El fuego de la vida»… Ciertamente era una buena definición del amor, pensó Paula, la mágica chispa que unía a un hombre y una mujer, la chispa que hacía que mereciera la pena vivir. El día anterior se había sentido como si en su corazón solo hubiera cenizas, y le había parecido que ni siquiera la música que tanto amaba podría reemplazar ese fuego. En aquel momento en cambio…


–Yo tampoco quiero que ese fuego se extinga, Pedro… Yo, yo… en cierto modo acepté la oferta de Patricio porque me asustaba el vacío que quedaría en mi vida sin ti.


–Pero estoy aquí, Paula, no me voy a ir a ningún sitio. Me has abierto los ojos y al fin sé las cosas que de verdad cuentan para mí. Tú eres todo lo que quiero, Paula, lo único que cuenta para mí al cien por cien. No dejes que nadie te convenza jamás de lo contrario.


Ella asintió, quedándose sin habla unos momentos. Tal era la dicha que la embargaba.


–En cuanto a tu trato con Patricio Owen…


–Yo…, no estoy segura de querer seguir con ello… –se apresuró a decir ella. No quería que nada estropease aquel instante tan perfecto–. La verdad es que lo que más me gustaría cantar sería canciones de cuna a mis hijos. Angelo y yo habíamos planeado tener una gran familia –explicó. 


Pedro rodeó su cintura con los brazos, atrayéndola hacia sí.


–Tendremos tantos niños como quieras. Y, si me lo permites, adoptaré a Marcos. Quiero hacerlo. Puede que no sea tan buen padre para él como lo hubiera sido Angelo, pero trataré de hacerlo lo mejor posible. Marcos es un chico estupendo. Me hace desear que fuera mío –confesó con una sonrisa enigmática.


El corazón de Paula dio un vuelco.


–¿Quieres…, quieres casarte conmigo?


–Quiero que seas mi esposa y la madre de mis hijos, Paula. Si tú quieres serlo…


Paula no cabía en sí de felicidad.


–Pero eso no significa que tengas que dejar de cantar –prosiguió él con seriedad–. Es verdad que tu voz es un don, y Patricio Owen tiene razón en que debes dejar que otros la escuchen. Estaba equivocado con él. Estoy seguro de que solo quiere lo mejor para ti.


–Yo no quería que mi carrera interfiriera en nuestra relación.


–No tiene por qué interferir, Paula, encontraremos la manera de amoldarnos a ella.


La confianza que Pedro parecía tener en que todo saldría bien volvió a dejarla sin palabras. ¿Podía ser que algo tan maravilloso le estuviera ocurriendo a ella? En un impulso, se puso de puntillas y le echó los brazos al cuello.


–Te quiero, Pedro, te quiero tanto…


Los ojos azules de él brillaron más que nunca.


–Yo también a ti –respondió–. Como dijo Patricio esta noche, hay un lugar en el que incluso los sueños imposibles se convierten en realidad. Nosotros lo buscaremos juntos.


Y, en ese instante, aquel lugar se materializó de repente, al fundirse sus labios en un beso, imprimiendo en él el fuego que había en sus corazones, decididos a mantener viva la llama de su amor en los años venideros.











UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 19




Por qué no lo miraba Paula? Pedro le presentó a sus dos hermanos y su abuela la felicitó con entusiasmo. Pedro quería que supiera que no pretendía ocultar lo que sentía, tenía que saberlo, pero ella se negaba a mirarlo. Paula dejó las rosas sobre la mesa. Las manos le temblaban, prueba de la agitación interior que debía sentir en esos momentos. Se dirigió a su abuela:
–¿Podrá disculparme, señora Alfonso?, mi familia está aquí y…

Iba a marcharse… Sus rosas no habían significado nada para ella… Ni siquiera iba a quedárselas… Solo había ido allí por consideración hacia su abuela. Pedro sintió que el temor se apoderaba de él. Estaba a punto de hacer algo desesperado, como agarrarla por el brazo y llevarla a un lugar privado donde lo escuchara, pero su abuela se adelantó:
–¿Tu familia está aquí? Oh, por favor, me encantaría conocerlos. Pedro, ¿quieres ir a pedirles que se unan a nosotros?


–Por supuesto –contestó él agradecido por la intervención de su abuela. Presentar a las dos familias era una idea excelente. Aquello demostraría a Paula la seriedad de sus intenciones.


–Se lo agradezco mucho, pero no estoy segura de que… –balbució Paula.


Pero Pedro no iba a permitir que se le escapase tan fácilmente.


–Preguntémosles –dijo ofreciéndole el brazo. Paula se quedó dudando un instante, pero finalmente lo tomó con una expresión de desafío, como si estuviera pensando que sería interesante ver cómo se comportaría con su familia. Lejos de arredrarse, Pedro la condujo con paso decidido hacia la mesa que ella le indicó. La familia de Paula parecía no saber cómo reaccionar ante aquel honor, y se quedaron ciertamente anonadados cuando él los invitó a tomar una copa con ellos para brindar por el éxito del debut de Paula. 


Para alivio de Pedro, finalmente el señor Chaves, el padre de Paula, aceptó en nombre de todos. Así Paula no tendría excusa para evitar su compañía.


Sin embargo, era consciente de que las barreras emocionales que ella había levantado en torno a su corazón permanecían. Eran barreras silenciosas pero infranqueables, las heridas del orgullo, de la humillación, heridas que necesitaban ser atendidas urgentemente.


Mientras se hacían las correspondientes presentaciones, Pedro se dijo que era el momento de esa charla en privado con Paula. Podía contar con su abuela y sus hermanos para hacer que los Chaves se sintieran cómodos, e incluso estaba Patricio Owen para entretenerlos. 


Su sentido del civismo le decía que tal vez debería esperar un poco, pero sintió que era imposible sentarse allí y poner cara de fiesta en semejante situación. Todavía de pie con Paula agarrada a su brazo anunció:
–Si nos disculpan, les robaré a Paula un momento.


Ella lo miró estupefacta, pero no pudo resistirse, ya que él ya había comenzado a alejarse de la mesa y la llevaba a la terraza del local.


Desde allí podía verse el puerto, con sus luces y sus barcos. 


El aire fresco contribuyó a enfriarle la cabeza. Tenía que utilizar la razón y no dejarse llevar por la pasión si quería convencer a Paula de sus intenciones. Sin embargo, los dictados de su mente se vieron nublados sin remedio cuando la hizo girarse hacia él y la atrajo hacia sí. Ansiaba tanto abrazarla…



–¡Por amor de Dios, Paula, mírame! No sé qué más hacer para probarte que lo que te dijo Marcela era mentira.


Y por fin ella alzó los ojos hacia él. Sus ojos ambarinos parecían más sombríos que nunca, debatiéndose en una angustia que se clavó en el ánimo de Pedro como un puñal.


–¿De verdad importa eso, Pedro?


–¡Sí, claro que importa!


–¿Por qué?, ¿por qué todavía quieres acostarte conmigo? –dijo empujando las manos contra su tórax, tratando de apartarse de él–. Tenías razón en aquello que me dijiste después de besarme por primera vez. Esto no es justo.


–No voy a dejarte marchar, Paula.


–Lo harás…, al final lo harás –le dijo ella con dolorosa certeza–. Lo que Patricio decía era cierto. Esta noche… Tu familia, las rosas… Solo piensas en ganar, no te resignas a perder, ¿verdad?


–¡Owen otra vez! –exclamó él furioso–. ¿Vas a hacer caso de un tipo que solo se preocupa de sí mismo, igual que Marcela?


–Al menos con él sé cuál es mi lugar –dijo ella torciendo la boca con ironía–. Dime, ¿dónde encajaría yo en tu mundo?


–A mi lado.


–¿Qué? ¿Junto al magnate de las plantaciones de la caña de azúcar?, ¿junto a un hombre cuya riqueza iguala la de los fondos del banco más importante?, ¿junto al heredero de los Alfonso?


–¡No!, ¡junto a un hombre que tiene las mismas necesidades que cualquier otro!


–Más necesidades que cualquier otro –corrigió ella–. Tú no eres un hombre común, Pedro. Puede que no te dieras cuenta hace un rato, cuando abordaste a mi familia, pero se sienten verdaderamente impresionados por la gente como tú. ¿Cómo podían rechazar una invitación de los Alfonso? Tu familia representa un poder que ellos jamás han conocido. Los has metido en una situación en la que no sabrán cómo actuar, y cuando vuelva, querrán que les dé una explicación. ¿Puedes acaso tú decirme qué les voy a responder?


–Yo diría que los hechos hablan por sí mismos, Paula: pretendo tener una relación seria con su hija y hermana, ¡contigo!


–¿Con la vulgar hija de un pobre agricultor?


–¡Tú no eres vulgar, Paula!


–¿Con la vulgar viuda de un pescador que tiene la carga de un niño, un niño que no es tuyo?


–Me enorgullecería ser el padre de Marcos, es un chico maravilloso.


–¡Sí, lo es!, ¡pero no es tu hijo! –exclamó ella. Sus ojos destellaban con furia ante el continuo rechazo de sus objeciones–. Lo que tú quieres no implica a Marcos, tú querrás tus propios hijos.


¿Le habría metido Marcela aquellas ideas en la cabeza? ¿O tal vez habría sido Patricio Owen? A ninguno parecía preocuparle lo que destruía, si esa destrucción servía a sus propósitos. Pedro notó de pronto que Paula lo golpeaba con furia en el pecho.


–¡Marcos y yo no somos juguetes que puedas tomar y dejar cuando encuentres otros más atractivos!


–¡Yo jamás haría eso, Paula! –replicó él fuera de sí. Le sujeto las manos, en un intento de contener las violentas emociones que parecían sacudirla–. ¿Por qué no me
escuchas a mí en vez de a la gente que me difama? Marcela solo quería deshacerse de ti, y Owen pretende usarte para tener más éxito. Y tú estás permitiendo que nos separen.


En ese momento, oyeron cerrarse la puerta de la terraza.


–El villano entra en escena –era Patricio Owen. Debía haber escuchado las últimas frases de su conversación.


Paula y Pedro se volvieron sobresaltados. Patricio dirigió a la joven una sonrisa de disculpa mientras avanzaba hacia ellos.


–Discúlpame, Paula, sé que te prometí no interferir, pero se me estaba ocurriendo que Pedro podría ponerme verde, y es un color que no me favorece.


–¿Qué quieres decir, Patricio? –inquirió ella sin comprender.


Patricio encendió un cigarrillo con tal calma, que Pedro se sintió tentado de asestarle un puñetazo en la cara. Al fin, tras soltar el humo, Owen ladeó la cabeza, como pensativo, y le dijo a Paula:
–El hombre con el que Pedro vio a Marcela en los jardines el sábado por la noche era yo.


Paula gimió atónita llevándose la mano a la boca. Patricio se encogió de hombros.


–No te preocupes, Paula, él ya lo sabe. Y probablemente te diría ahora que yo estaba confabulado con Marcela para destruir vuestra relación porque así verías mi oferta como una alternativa.


–¡Oh, Patricio…! –la mirada de Paula estaba cargada de dolor y decepción, pero Patricio se apresuró a sacudir la cabeza.


–Esa parte no es cierta, Paula. Puede que no tenga escrúpulos, pero sé diferenciar muy bien entre una mujer como Marcela y una mujer como tú. Hablaba en serio cuando te dije que te trataría con el mayor respeto si aceptabas mi oferta y, ahora te digo con la misma honestidad que nunca he tenido nada que ver con las maquinaciones de Marcela.


–¿Pero tú sabías que ella iba a hacerlo? –preguntó ella sabiendo la respuesta.


Patricio asintió con la cabeza.


–No tenía forma de detenerla. A Marcela no le importa nadie excepto sí misma.


–Exactamente igual que a ti, Owen –intervino Pedro con aspereza. Patricio sonrió con tristeza.


–Tiene gracia que digas eso, porque hasta la semana pasada yo opinaba lo mismo de mí. Ahora, sin embargo, me he dado cuenta de que me preocupa que alguien pueda hacerle daño a Paula. Tú, o cualquier otra persona. Paula tiene una voz increíble, una voz que el mundo debería escuchar, y eso es algo que puedo hacer por ella. Por favor, no utilices la opinión que tienes de mí para ningunear mi oferta, porque con ello estarás insultando a Paula. Su forma de cantar es la expresión de todo lo que ella es.


Pedro jamás hubiera esperado aquello de Owen, ni mucho menos aquella repentina sinceridad. ¿Sería posible que Paula le hubiera llegado al corazón, o tal vez incluso al alma? Sí, se respondió en silencio, claro que era posible. 


Paula era maravillosa. ¿Qué no podría conseguir? Y, de pronto, su desprecio hacia Patricio Owen se tornó en respeto.


Owen dio otra calada a su cigarrillo y lo arrojó a un cenicero sobre una de las mesas de la terraza. Miró un instante a Paula a los ojos antes de dirigirse a Pedro con una sonrisa burlona.


–Lo cierto es… –le dijo–, que mi oferta es sincera, y sería buena para ella. ¿Puedes decir tú lo mismo de la tuya?


Entonces de veras sentía aprecio por Paula… Pedro aún estaba tratando de digerir aquel hecho increíble cuando Patricio levantó la mano para despedirse de la joven.


–Bueno, sale de escena el hermano mayor –bromeó irónico–. Te llamaré el lunes, ¿de acuerdo?


Paula asintió con la cabeza.


–Gracias, Patricio.


Se quedaron los dos observando cómo regresaba al club. El desafío que Patricio le había lanzado a Pedro parecía haberse quedado flotando en el aire dando lugar a un incómodo silencio. Pedro sabía que no había mayor enemigo en una discusión. Sin embargo, las palabras de Owen le habían otorgado un arma que podía desbaratar las defensas de Paula, abrir su mente y su corazón a la verdad que lo había llevado allí aquella noche: «Su forma de cantar es la expresión de todo lo que ella es».


–Paula, esta noche, en una de las canciones que interpretasteis, decías que el amor lo cambia todo –le dijo haciéndola girarse hacia él–. Tenías que creer en esas palabras para poder cantarlas con la pasión con que lo hiciste –insistió en un ruego desesperado–. ¿Querrías creerlo ahora, Paula, querrías creer que el amor puede cambiarlo todo?










viernes, 18 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 18




Para la satisfacción de Patricio Owen, el club nocturno de Coral Reef estaba a rebosar. Los viernes por la noche siempre solía haber bastante público, pero aunque habían anunciado aquella actuación especial en la radio local por la mañana y el dueño del local había puesto un llamativo cartel en la puerta para atraer la atención de los viandantes, la respuesta había sido mucho mejor de lo que había esperado. Seguramente el repertorio de canciones, extraídas de los musicales más exitosos, además del relieve que había dado al debut de Paula, había despertado el interés de la gente.


Esperaba que Paula no estuviera teniendo un ataque de nervios en su camerino. Habían estado ensayando toda la tarde, y había estado increíble. Si lo hacía igual de bien, dejaría a todos clavados en sus asientos con la fuerza de su voz. Además, iba a ponerse el mismo vestido que había lucido en la fiesta de la boda. Parecería toda una estrella de la canción.


La única duda que rondaba la mente de Patricio era si debía o no decirle que entre el público se encontraba la familia Alfonso al completo: Isabella y sus tres nietos. Pedro tenía una expresión decididamente malhumorada. Patricio se preguntó si el verlo allí haría que Paula se derrumbara o por el contrario le daría fuerzas.


Con suerte, cuando hubiera salido al escenario, iluminada por la luz de los focos, no lo vería. Tenía que lograr que se concentrara en las canciones. Aunque, por otra parte, si supiera que él estaba allí, tal vez se vería empujada a demostrarle que tenía mayores aspiraciones que estar a su sombra, y aquello podría hacer que su actuación fuera aún mejor. ¿Qué debía hacer?



****

Pedro Alfonso volvió a mirar su reloj de pulsera. El tiempo parecía estar pasando más lentamente que nunca. El debut de Paula estaba previsto para las nueve de la noche, pero todavía faltaban seis minutos. Patricio Owen estaba tocando unas piezas al piano para ir animando a la audiencia, pero Pedro no tenía el humor como para apreciar su talento como pianista en aquel momento. Solo podía pensar en Paula. Quería demostrarle que estaba allí por ella.


Por eso había llevado allí a toda su familia, para hacerlo público, para que supieran quién era la persona que ocupaba su corazón. Por lo que a él concernía, Marcela Banks había dejado de existir, y así se lo había dicho con la mayor claridad posible la noche anterior. Después de la conversación telefónica con Paula, había ido a su apartamento y la había amenazado con acciones legales si volvía a usar la sortija para difundir más mentiras. En aquel instante, mientras esperaba la aparición de Paula en escena, sintió que sus músculos se tensaban aún más al recordar aquello.


Tenía que conseguir demostrar a Paula que para él no era una diversión pasajera. Le presentaría a sus hermanos y le daría a entender que su abuela sabía de su relación y la aprobaba. Hacerlo allí ante toda aquella gente tenía por fuerza que desbaratar las mentiras escupidas por la lengua venenosa de Marcela.



****


Isabella Valeri Alfonso estaba sentada cómodamente, escuchando la virtuosa interpretación al piano de Patricio Owen. Verdaderamente era un pianista magnífico, pero estaba ansiosa por escucharlo cantar con Paula Chaves de nuevo. Claro que el momento estelar de la noche vendría después…


La tensión de Pedro era palpable, al igual que la curiosidad de sus otros dos nietos. Y desde luego, el ramo de rosas rojas que había llevado consigo, les había hecho enarcar las cejas estupefactos. Y es que, aunque tanto Antonio como Mateo habían escuchado cantar a Paula la semana anterior, ninguno de los dos sabía que hubiera ninguna clase de afecto entre la cantante y su hermano mayor. La noticia de su ruptura con Marcela Banks los había pillado totalmente por sorpresa, ¡y qué decir de la actitud de Pedro aquella noche! Parecía que les resultaba cuando menos extraño que los hubiera hecho asistir a ambos y a ella para impresionar a una mujer a la que ni siquiera habían sido presentados. Iba a ser una noche interesante para los tres, se dijo Isabella con una sonrisa divertida en los labios.


Nada le había dado mayor satisfacción en su vida que el saber que Pedro había expulsado para siempre de su vida a aquella falsa de Marcela Banks.


Isabella ya no podía hacer nada más. Tenía que cruzar los dedos y esperar que todo saliera bien.


¿Y si Paula decidía que quería seguir con su carrera como cantante? ¿Seguiría siendo entonces una esposa apropiada para el heredero de los Alfonso? La descendencia seguía siendo una gran preocupación para Isabella, pero no un quebradero de cabeza como había sido la primera elección de su nieto. Aquella noche la anciana mujer sentía que la atracción de Pedro por Paula era una bendición.



***


Paula estaba entre bambalinas, esperando la señal de Patricio para hacer su entrada mientras hacía ejercicios de respiración para controlar los nervios que la estaban devorando. Sus padres debían de estar ahí fuera, entre el público, y también su hermano mayor y su cuñada. Toda la familia estaba muy emocionada por ella y estaba decidida a cantar mejor que nunca. Quería que se sintieran orgullosos de ella. No podía permitirse ningún fallo, ni olvidarse de la letra. Iba a hacerlo lo mejor posible.


Entusiastas aplausos siguieron a los últimos acordes de Patricio al piano, y este se puso de pie, hizo una teatral reverencia y fue hasta el borde del escenario con el micrófono. Tras anunciar a Paula con tal bombo y platillo que todo el mundo parecía verdaderamente expectante, se volvió hacia las bambalinas en medio de los aplausos y extendió la mano hacia ella con una sonrisa animosa para que fuera a su lado.


A Paula le parecía que fuera a salírsele el corazón del pecho, pero logró llegar junto a él sin dar un mal paso. Patricio le apretó la mano mientras esperaban a que los aplausos se extinguieran.


–Isabella Alfonso está aquí con sus tres nietos –le susurró Patricio al oído. Paula se estremeció por dentro. ¿Pedro… con su familia?–. No puedes quejarte del apoyo que te dan, ¿eh? Vamos, Paula, ¡suerte!


Tan atónita estaba la joven, que apenas escuchó una palabra. Jamás hubiera esperado que fuera a hacer algo así. 


Estaba allí, en público, en su debut, con toda su familia… 


¿Qué podía significar? No, no podía ser que él… 


Probablemente Isabella Alfonso había tenido la amabilidad de ir a apoyarla y había obligado a ir a sus nietos con ella. Y aun así…


–Damas y caballeros –dijo Patricio prosiguiendo con el espectáculo–, como saben, uno de los más grandes musicales de los últimos tiempos es West side story. ¿Qué mejor canción para comenzar esta noche que el dúo de los protagonistas, Tony y María? Para todos ustedes… ¡Tonight!


No había tiempo para resolver el caos en que se hallaba sumido su corazón. Tenía que sobreponerse. Patricio le había entregado el micrófono y había vuelto a sentarse frente al piano. Había llegado el momento de la verdad, el momento que separaba a los aficionados de los profesionales. ¡El espectáculo debía continuar! «Olvídate de Pedro y de los Alfonso, Paula», se dijo con severidad.


 «Tu familia está aquí y no vas a defraudarlos».


Estaba sobre un escenario, debía meterse en el papel de la cantante, dejar a un lado a la Paula dolida y apenada. ¿Por qué no imaginarse que ella era en realidad María y que Pedro era Tony, que acababan de conocerse, y que todo era maravilloso?


Cuando Patricio tocó las notas introductorias, Paula sintió que era más fácil de lo que había imaginado, porque solo tenía que recordar cómo se había sentido antes de que aquel sueño hecho realidad se truncara. Paula desplegó toda la potencia de su voz, llenándola con aquellos sentimientos, planeando por aquella felicidad perfecta que había atesorado en su corazón…, y funcionó. Se sentía mejor, liberada, y el público parecía encandilado por las notas que salían de su garganta.


A continuación, cantaron All I ask of you del musical El fantasma de la ópera y después dos de las canciones más conmovedoras de Les miserables: On my own y A little fall of rain. El silencio en la sala mientras las interpretaban era absoluto.


Tal vez fuera porque él estaba allí escuchándola, o por la necesidad de probarse a sí misma que la fe de Patricio en su talento estaba justificada, lo cierto era que la propia Paula pensó que nunca había cantado con tanta fuerza como lo estaba haciendo aquella noche. La última canción del programa, el solo de Gina Love changes everything del musical Aspects of love resultó tan exitoso que, al finalizar, muchos de los presentes se levantaron y la vitorearon con repetidos «¡Bravo!».


Patricio dirigió a la joven una enorme sonrisa y le hizo una señal con los pulgares hacia arriba mientras esperaban a que los estruendosos aplausos se acallaran. Estaba exultante por la increíble acogida que habían obtenido.


–Gracias, muchísimas gracias, damas y caballeros –dijo–. La pieza que completa nuestro programa de esta noche es otra canción del musical West side story, una canción que trata de todo aquello que la mayoría de nosotros ansiamos encontrar en la vida. Se titula En algún lugar, ese lugar mítico en el que incluso los sueños imposibles se convierten en realidad. Me gustaría que se nos unieran a Paula Chaves y a mí en este maravilloso viaje a… ese lugar.


Fue sorprendente lo rápidamente que el público se calló para escucharlos. Patricio comenzó a cantar sin acompañamiento musical, en un tono tan suave y con tal emoción, que Paula se notó un nudo en la garganta y tuvo que tragar saliva antes de unirse a él, haciendo eco con su voz del anhelo en la voz de él. Y entonces entró el piano, añadiendo el fondo perfecto, con notas que le cosquilleaban a uno a lo largo de toda la espalda. Y juntos, en una armonía perfecta, llevaron la canción a su clímax, conmoviendo el alma de cuantos escuchaban.


Todavía se mantuvo el silencio unos instantes cuando terminaron, como si el público en el club nocturno hubiera quedado atrapado en la magia de la canción y no quisieran volver al mundo real. Pero la canción había terminado, y también el espectáculo.


Se escucharon primero los aplausos de una única persona, la primera en despertar del trance, y se vieron ahogados al momento por el rugido ensordecedor de más aplausos y silbidos. Patricio se levantó del piano y se unió a Paula en el centro del escenario. Para la joven fue como sentirse bañada por olas de placer. La gente pedía otra canción, pero Patricio le dijo al oído que no iban a hacerlo:
–Es mejor dejarlos con la miel en los labios. Así volverán –le aseguró–. Tú limítate a sonreír.


–¿Es siempre así, Patricio? –le preguntó ella entusiasmada.


–No, es que tú has estado increíble. Y me da la impresión de que Pedro Alfonso opina lo mismo por el regalo que te trae… Acéptalo, Paula, te lo mereces.


¿Pedro Alfonso? ¿Un regalo? Paula había estado escudriñando el resto de la sala con la mirada buscando a su familia y evitando la mesa de los Alfonso. No quería que pareciera que esperaba recibir su aprobación. Por eso mismo, las palabras de Patricio la sobresaltaron y la hicieron temblar por dentro. Antes de que tuviera siquiera tiempo para pensar qué cara poner, sus ojos se fijaron en Pedro Alfonso, que se acercaba a ella en aquel momento. ¿Qué quería decir todo aquello?


Llevaba puesto un esmoquin negro; estaba tan guapo y elegante como siempre. Al igual que aquella noche en la fiesta, la gente se hizo a un lado para dejarlo pasar hasta el escenario. A la pobre Paula las piernas le temblaban y sentía como si una mano invisible le estuviera estrujando el corazón y cien mil mariposas revolotearan dentro de su estómago.


Demasiado asustada como para permitirse pensar que las cosas pudieran cambiar de repente entre ellos, Paula no se atrevió siquiera a mirarlo a los ojos. Su mirada fue a recaer sobre el ramo de flores que llevaba en los brazos. Aquel regalo era la clase de tributo que se solía ofrecer a los cantantes al final de un espectáculo, pero, de algún modo, a ella le daba la sensación de que era algo más. ¿Pretendería tal vez aprovechar aquella oportunidad para pedirle perdón?


Al acercarse más al escenario, Paula pudo ver que eran rosas, ¡montones de rosas rojas! Tal vez simplemente había pensado que las rosas rojas serían la elección más oportuna ya que las canciones que ella y Patricio habían interpretado eran canciones de amor. ¿O quizá representaran en efecto una declaración de sus sentimientos hacia ella? Sintió que se mareaba.


No quería dejarse confundir por descabelladas esperanzas. 


Lo imposible casi nunca se convertía en realidad. Lo mejor sería aceptar el presente con una sonrisa educada y nada más. Una sonrisa, una inclinación de cabeza y un «gracias». 


Sobre el escenario no era Paula, la chica de Cairns, era la estrella del espectáculo, y allí no contaba para nada lo que había sentido por él. No iba a mirarlo, porque sus ojos podrían traicionarla, porque él podría leer en ellos que aún lo quería.


–Para ti, Paula –le dijo Pedro con voz ronca, tendiéndole las rosas.


Paula sonrió y le hizo una ligera inclinación de cabeza.


–Son preciosas, gracias –murmuró con la vista fija en los perfectos capullos, docenas de ellos…


–¿Puedo invitaros a nuestra mesa? –les dijo a ella y a Patricio–. A mi abuela le gustaría daros la enhorabuena personalmente por vuestra maravillosa actuación.


–Lo que sea por Isabella –asintió Patricio–. Siempre he admirado su juicio y le estaré eternamente agradecido por haber descubierto a Paula. Disculpadme un momento, voy a despedirme del público –les dijo retomando el micrófono–. Damas y caballeros, gracias por hacernos acompañado esta noche. Esperamos verlos aquí de nuevo el próximo viernes… para los bises –bromeó.


La gente se rio y volvió a aplaudir. Patricio enlazó el brazo de Paula con el suyo y le rogó a Pedro que los condujera hasta su mesa.


–¿Necesita mi hermanita pequeña protección del lobo feroz? –murmuró al oído de Paula.


Ella lo miró sorprendida, y los labios de Patricio se curvaron en una sonrisa irónica.


–Los dos sabemos que Pedro Alfonso no ha venido para elogiarte, querida mía.


–¿Y entonces para qué…?


–Para ganar tu corazón –respondió Patricio enarcando una ceja como si fuera obvio–. ¿Te vas a dejar ganar?


–No lo sé, depende…


–«¿Debería hacerme un lado y dejarle tener su oportunidad con ella?» –canturreó remedando una canción de My fair lady–. ¿Es eso lo que quieres?


–Sí –asintió Paula sonriendo ligeramente–, supongo que sí.


–Como quieras –concedió él poniéndose serio–. Pero hazme un favor, recuerda que tú vales mucho, Paula Chaves, no te vendas por menos de lo que vales –le dijo. Paula casi se rio al oír la advertencia de Pedro de labios de Patricio.


La joven alzó la vista hacia Pedro, delante de ellos. ¿Qué buscaba con todo aquello? ¿Querría efectivamente algo más que otra noche con ella? Su corazón ansiaba que así fuera, y así parecían confirmarlo las rosas. «Por favor, Dios mío, haz que sea así…».