sábado, 19 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 19




Por qué no lo miraba Paula? Pedro le presentó a sus dos hermanos y su abuela la felicitó con entusiasmo. Pedro quería que supiera que no pretendía ocultar lo que sentía, tenía que saberlo, pero ella se negaba a mirarlo. Paula dejó las rosas sobre la mesa. Las manos le temblaban, prueba de la agitación interior que debía sentir en esos momentos. Se dirigió a su abuela:
–¿Podrá disculparme, señora Alfonso?, mi familia está aquí y…

Iba a marcharse… Sus rosas no habían significado nada para ella… Ni siquiera iba a quedárselas… Solo había ido allí por consideración hacia su abuela. Pedro sintió que el temor se apoderaba de él. Estaba a punto de hacer algo desesperado, como agarrarla por el brazo y llevarla a un lugar privado donde lo escuchara, pero su abuela se adelantó:
–¿Tu familia está aquí? Oh, por favor, me encantaría conocerlos. Pedro, ¿quieres ir a pedirles que se unan a nosotros?


–Por supuesto –contestó él agradecido por la intervención de su abuela. Presentar a las dos familias era una idea excelente. Aquello demostraría a Paula la seriedad de sus intenciones.


–Se lo agradezco mucho, pero no estoy segura de que… –balbució Paula.


Pero Pedro no iba a permitir que se le escapase tan fácilmente.


–Preguntémosles –dijo ofreciéndole el brazo. Paula se quedó dudando un instante, pero finalmente lo tomó con una expresión de desafío, como si estuviera pensando que sería interesante ver cómo se comportaría con su familia. Lejos de arredrarse, Pedro la condujo con paso decidido hacia la mesa que ella le indicó. La familia de Paula parecía no saber cómo reaccionar ante aquel honor, y se quedaron ciertamente anonadados cuando él los invitó a tomar una copa con ellos para brindar por el éxito del debut de Paula. 


Para alivio de Pedro, finalmente el señor Chaves, el padre de Paula, aceptó en nombre de todos. Así Paula no tendría excusa para evitar su compañía.


Sin embargo, era consciente de que las barreras emocionales que ella había levantado en torno a su corazón permanecían. Eran barreras silenciosas pero infranqueables, las heridas del orgullo, de la humillación, heridas que necesitaban ser atendidas urgentemente.


Mientras se hacían las correspondientes presentaciones, Pedro se dijo que era el momento de esa charla en privado con Paula. Podía contar con su abuela y sus hermanos para hacer que los Chaves se sintieran cómodos, e incluso estaba Patricio Owen para entretenerlos. 


Su sentido del civismo le decía que tal vez debería esperar un poco, pero sintió que era imposible sentarse allí y poner cara de fiesta en semejante situación. Todavía de pie con Paula agarrada a su brazo anunció:
–Si nos disculpan, les robaré a Paula un momento.


Ella lo miró estupefacta, pero no pudo resistirse, ya que él ya había comenzado a alejarse de la mesa y la llevaba a la terraza del local.


Desde allí podía verse el puerto, con sus luces y sus barcos. 


El aire fresco contribuyó a enfriarle la cabeza. Tenía que utilizar la razón y no dejarse llevar por la pasión si quería convencer a Paula de sus intenciones. Sin embargo, los dictados de su mente se vieron nublados sin remedio cuando la hizo girarse hacia él y la atrajo hacia sí. Ansiaba tanto abrazarla…



–¡Por amor de Dios, Paula, mírame! No sé qué más hacer para probarte que lo que te dijo Marcela era mentira.


Y por fin ella alzó los ojos hacia él. Sus ojos ambarinos parecían más sombríos que nunca, debatiéndose en una angustia que se clavó en el ánimo de Pedro como un puñal.


–¿De verdad importa eso, Pedro?


–¡Sí, claro que importa!


–¿Por qué?, ¿por qué todavía quieres acostarte conmigo? –dijo empujando las manos contra su tórax, tratando de apartarse de él–. Tenías razón en aquello que me dijiste después de besarme por primera vez. Esto no es justo.


–No voy a dejarte marchar, Paula.


–Lo harás…, al final lo harás –le dijo ella con dolorosa certeza–. Lo que Patricio decía era cierto. Esta noche… Tu familia, las rosas… Solo piensas en ganar, no te resignas a perder, ¿verdad?


–¡Owen otra vez! –exclamó él furioso–. ¿Vas a hacer caso de un tipo que solo se preocupa de sí mismo, igual que Marcela?


–Al menos con él sé cuál es mi lugar –dijo ella torciendo la boca con ironía–. Dime, ¿dónde encajaría yo en tu mundo?


–A mi lado.


–¿Qué? ¿Junto al magnate de las plantaciones de la caña de azúcar?, ¿junto a un hombre cuya riqueza iguala la de los fondos del banco más importante?, ¿junto al heredero de los Alfonso?


–¡No!, ¡junto a un hombre que tiene las mismas necesidades que cualquier otro!


–Más necesidades que cualquier otro –corrigió ella–. Tú no eres un hombre común, Pedro. Puede que no te dieras cuenta hace un rato, cuando abordaste a mi familia, pero se sienten verdaderamente impresionados por la gente como tú. ¿Cómo podían rechazar una invitación de los Alfonso? Tu familia representa un poder que ellos jamás han conocido. Los has metido en una situación en la que no sabrán cómo actuar, y cuando vuelva, querrán que les dé una explicación. ¿Puedes acaso tú decirme qué les voy a responder?


–Yo diría que los hechos hablan por sí mismos, Paula: pretendo tener una relación seria con su hija y hermana, ¡contigo!


–¿Con la vulgar hija de un pobre agricultor?


–¡Tú no eres vulgar, Paula!


–¿Con la vulgar viuda de un pescador que tiene la carga de un niño, un niño que no es tuyo?


–Me enorgullecería ser el padre de Marcos, es un chico maravilloso.


–¡Sí, lo es!, ¡pero no es tu hijo! –exclamó ella. Sus ojos destellaban con furia ante el continuo rechazo de sus objeciones–. Lo que tú quieres no implica a Marcos, tú querrás tus propios hijos.


¿Le habría metido Marcela aquellas ideas en la cabeza? ¿O tal vez habría sido Patricio Owen? A ninguno parecía preocuparle lo que destruía, si esa destrucción servía a sus propósitos. Pedro notó de pronto que Paula lo golpeaba con furia en el pecho.


–¡Marcos y yo no somos juguetes que puedas tomar y dejar cuando encuentres otros más atractivos!


–¡Yo jamás haría eso, Paula! –replicó él fuera de sí. Le sujeto las manos, en un intento de contener las violentas emociones que parecían sacudirla–. ¿Por qué no me
escuchas a mí en vez de a la gente que me difama? Marcela solo quería deshacerse de ti, y Owen pretende usarte para tener más éxito. Y tú estás permitiendo que nos separen.


En ese momento, oyeron cerrarse la puerta de la terraza.


–El villano entra en escena –era Patricio Owen. Debía haber escuchado las últimas frases de su conversación.


Paula y Pedro se volvieron sobresaltados. Patricio dirigió a la joven una sonrisa de disculpa mientras avanzaba hacia ellos.


–Discúlpame, Paula, sé que te prometí no interferir, pero se me estaba ocurriendo que Pedro podría ponerme verde, y es un color que no me favorece.


–¿Qué quieres decir, Patricio? –inquirió ella sin comprender.


Patricio encendió un cigarrillo con tal calma, que Pedro se sintió tentado de asestarle un puñetazo en la cara. Al fin, tras soltar el humo, Owen ladeó la cabeza, como pensativo, y le dijo a Paula:
–El hombre con el que Pedro vio a Marcela en los jardines el sábado por la noche era yo.


Paula gimió atónita llevándose la mano a la boca. Patricio se encogió de hombros.


–No te preocupes, Paula, él ya lo sabe. Y probablemente te diría ahora que yo estaba confabulado con Marcela para destruir vuestra relación porque así verías mi oferta como una alternativa.


–¡Oh, Patricio…! –la mirada de Paula estaba cargada de dolor y decepción, pero Patricio se apresuró a sacudir la cabeza.


–Esa parte no es cierta, Paula. Puede que no tenga escrúpulos, pero sé diferenciar muy bien entre una mujer como Marcela y una mujer como tú. Hablaba en serio cuando te dije que te trataría con el mayor respeto si aceptabas mi oferta y, ahora te digo con la misma honestidad que nunca he tenido nada que ver con las maquinaciones de Marcela.


–¿Pero tú sabías que ella iba a hacerlo? –preguntó ella sabiendo la respuesta.


Patricio asintió con la cabeza.


–No tenía forma de detenerla. A Marcela no le importa nadie excepto sí misma.


–Exactamente igual que a ti, Owen –intervino Pedro con aspereza. Patricio sonrió con tristeza.


–Tiene gracia que digas eso, porque hasta la semana pasada yo opinaba lo mismo de mí. Ahora, sin embargo, me he dado cuenta de que me preocupa que alguien pueda hacerle daño a Paula. Tú, o cualquier otra persona. Paula tiene una voz increíble, una voz que el mundo debería escuchar, y eso es algo que puedo hacer por ella. Por favor, no utilices la opinión que tienes de mí para ningunear mi oferta, porque con ello estarás insultando a Paula. Su forma de cantar es la expresión de todo lo que ella es.


Pedro jamás hubiera esperado aquello de Owen, ni mucho menos aquella repentina sinceridad. ¿Sería posible que Paula le hubiera llegado al corazón, o tal vez incluso al alma? Sí, se respondió en silencio, claro que era posible. 


Paula era maravillosa. ¿Qué no podría conseguir? Y, de pronto, su desprecio hacia Patricio Owen se tornó en respeto.


Owen dio otra calada a su cigarrillo y lo arrojó a un cenicero sobre una de las mesas de la terraza. Miró un instante a Paula a los ojos antes de dirigirse a Pedro con una sonrisa burlona.


–Lo cierto es… –le dijo–, que mi oferta es sincera, y sería buena para ella. ¿Puedes decir tú lo mismo de la tuya?


Entonces de veras sentía aprecio por Paula… Pedro aún estaba tratando de digerir aquel hecho increíble cuando Patricio levantó la mano para despedirse de la joven.


–Bueno, sale de escena el hermano mayor –bromeó irónico–. Te llamaré el lunes, ¿de acuerdo?


Paula asintió con la cabeza.


–Gracias, Patricio.


Se quedaron los dos observando cómo regresaba al club. El desafío que Patricio le había lanzado a Pedro parecía haberse quedado flotando en el aire dando lugar a un incómodo silencio. Pedro sabía que no había mayor enemigo en una discusión. Sin embargo, las palabras de Owen le habían otorgado un arma que podía desbaratar las defensas de Paula, abrir su mente y su corazón a la verdad que lo había llevado allí aquella noche: «Su forma de cantar es la expresión de todo lo que ella es».


–Paula, esta noche, en una de las canciones que interpretasteis, decías que el amor lo cambia todo –le dijo haciéndola girarse hacia él–. Tenías que creer en esas palabras para poder cantarlas con la pasión con que lo hiciste –insistió en un ruego desesperado–. ¿Querrías creerlo ahora, Paula, querrías creer que el amor puede cambiarlo todo?










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