sábado, 19 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 20









Amor? Paula se esforzó por dejar a un lado los pensamientos que se agolpaban en su mente, atormentándola, desde que Pedro le entregara el ramo de rosas rojas. ¿Era posible?, ¿eran entonces rosas rojas de amor? Aquella esperanza descabellada de pronto pareció empezar a tomar cuerpo. ¿Podría ser que…?


Su alma se negó a seguir luchando contra sí misma y, como atraída por un imán, alzó la mirada hacia el hombre cuyo amor ansiaba su corazón más que ninguna otra cosa en el mundo.


Los ojos azules de él reflejaban un afecto tan intenso, que la arrolló con la fuerza de una ola, atravesando el muro creado por la aprensión y la incertidumbre, desnudando ante ella una verdad que había estado ahí todo el tiempo.


–¿Qué quieres decir, Pedro? –le preguntó sin saber aún si debía dar crédito a sus oídos o a sus ojos.


–Lo que quiero decir, Paula Chaves, es que te amo, y que eso lo cambia todo, porque eso destruye todos los motivos ridículos por los que dices que nuestros mundos no pueden acercarse.


Paula sintió que se estremecía de pies a cabeza. Aquella afirmación, y la fuerza que llevaba impresa, sanó las heridas de su alma, cerró las brechas abiertas, derrumbó las barreras, no dejando siquiera la sombra de ellas.


–Siento… Siento haber creído a Marcela –balbució avergonzada.


–Más siento yo haber estado ciego tanto tiempo. Nunca…, nunca sentí por ella lo que siento por ti –le susurró acariciándole la mejilla con suavidad.


–Pero… –lo interrumpió Paula insegura–, ¿cómo sabes que esta vez las cosas saldrán bien?


–Lo supe en el instante en que te vi, y esa certeza ha ido aumentando más y más con el tiempo. Nunca había sentido nada semejante por nadie antes. Y no se trata solo de atracción, física –dijo anticipándose a sus pensamientos–. Es algo mucho más profundo, Paula, es como si fueras una canción que llevaba dentro de mí y nunca había escuchado.


Sí, pensó Paula, el amor podía ser como la música, abrumador en ocasiones, dulce y suave en otras, pero siempre visceral, a la vez que podía ser apasionado, tierno, triste, dichoso…


–Pero hay algo de lo que estoy muy seguro: esto que siento por ti no va a extinguirse jamás. Lo que hay entre nosotros no es algo voluble y pasajero, es algo así como el fuego de la vida, y no pienso renunciar a él ahora que lo he encontrado.


«El fuego de la vida»… Ciertamente era una buena definición del amor, pensó Paula, la mágica chispa que unía a un hombre y una mujer, la chispa que hacía que mereciera la pena vivir. El día anterior se había sentido como si en su corazón solo hubiera cenizas, y le había parecido que ni siquiera la música que tanto amaba podría reemplazar ese fuego. En aquel momento en cambio…


–Yo tampoco quiero que ese fuego se extinga, Pedro… Yo, yo… en cierto modo acepté la oferta de Patricio porque me asustaba el vacío que quedaría en mi vida sin ti.


–Pero estoy aquí, Paula, no me voy a ir a ningún sitio. Me has abierto los ojos y al fin sé las cosas que de verdad cuentan para mí. Tú eres todo lo que quiero, Paula, lo único que cuenta para mí al cien por cien. No dejes que nadie te convenza jamás de lo contrario.


Ella asintió, quedándose sin habla unos momentos. Tal era la dicha que la embargaba.


–En cuanto a tu trato con Patricio Owen…


–Yo…, no estoy segura de querer seguir con ello… –se apresuró a decir ella. No quería que nada estropease aquel instante tan perfecto–. La verdad es que lo que más me gustaría cantar sería canciones de cuna a mis hijos. Angelo y yo habíamos planeado tener una gran familia –explicó. 


Pedro rodeó su cintura con los brazos, atrayéndola hacia sí.


–Tendremos tantos niños como quieras. Y, si me lo permites, adoptaré a Marcos. Quiero hacerlo. Puede que no sea tan buen padre para él como lo hubiera sido Angelo, pero trataré de hacerlo lo mejor posible. Marcos es un chico estupendo. Me hace desear que fuera mío –confesó con una sonrisa enigmática.


El corazón de Paula dio un vuelco.


–¿Quieres…, quieres casarte conmigo?


–Quiero que seas mi esposa y la madre de mis hijos, Paula. Si tú quieres serlo…


Paula no cabía en sí de felicidad.


–Pero eso no significa que tengas que dejar de cantar –prosiguió él con seriedad–. Es verdad que tu voz es un don, y Patricio Owen tiene razón en que debes dejar que otros la escuchen. Estaba equivocado con él. Estoy seguro de que solo quiere lo mejor para ti.


–Yo no quería que mi carrera interfiriera en nuestra relación.


–No tiene por qué interferir, Paula, encontraremos la manera de amoldarnos a ella.


La confianza que Pedro parecía tener en que todo saldría bien volvió a dejarla sin palabras. ¿Podía ser que algo tan maravilloso le estuviera ocurriendo a ella? En un impulso, se puso de puntillas y le echó los brazos al cuello.


–Te quiero, Pedro, te quiero tanto…


Los ojos azules de él brillaron más que nunca.


–Yo también a ti –respondió–. Como dijo Patricio esta noche, hay un lugar en el que incluso los sueños imposibles se convierten en realidad. Nosotros lo buscaremos juntos.


Y, en ese instante, aquel lugar se materializó de repente, al fundirse sus labios en un beso, imprimiendo en él el fuego que había en sus corazones, decididos a mantener viva la llama de su amor en los años venideros.











No hay comentarios.:

Publicar un comentario