domingo, 22 de noviembre de 2015

CULPABLE: CAPITULO 23





Paula lo observó marchar y se quedó de pie, con una sensación de vacío en el estómago. De pronto, empezaron a temblarle las piernas y se cayó al suelo, con el vestido arrugado a su alrededor.


Miró el anillo que Pedro le había dado. Él no se lo había puesto en el dedo. Por supuesto, ella no se lo había permitido. ¿De qué servía que un hombre le pusiera el anillo en el dedo cuando había tenido que pedírselo? En un mundo ideal, él habría querido ponérselo.


Claro que no vivía en un mundo ideal. Y su relación no era real. Al menos, para él.


No podía olvidar que su relación con él había comenzado con una amenaza y una bolsa de lencería, pero era difícil recordarlo, ya que se sentía muy unida a él.


En un principio, le había parecido agradable que él dijera que era suya, pero empezaba a darse cuenta de que lo que quería era su amor. Que la amara.


Deseaba que la amara durante toda la vida, y no quería pasarse los años deseando lo mismo y no obteniendo nada a cambio.


Sin embargo, estaba atrapada.


A menos que consiguiera cambiar algo.


Y eso no sucedería si permanecía arrodillada como si estuviera indefensa. Era inaceptable.


Se puso en pie y se ajustó la falda, saliendo de la habitación y mirando a ambos lados del pasillo, buscando a Pedro. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que se había marchado a su dormitorio. Él nunca la había invitado allí. Era uno de sus espacios sagrados y ella había descubierto que tenía alguno más.


Otra muestra de que él no la amaba. Había muchas partes de su vida que él mantenía en secreto, sin compartirlas con ella.


Otra cosa que estaba a punto de terminar.


Avanzó hacia su habitación y abrió la puerta sin llamar. 


Pedro estaba de pie junto a la cama, desabrochándose los puños de la camisa. Él levantó la cabeza y preguntó:
–¿Qué estás haciendo aquí?


–Desde luego, no he venido a tomar el aire – dijo ella, con tono neutral.


Él se cruzó de brazos.


–Habla.


–¿Y si te dijera que no quería casarme?


–Te diría que es una pena. ¿Eso es todo?


–No quiero casarme – dijo ella.


–¿Y por qué me lo dices ahora? ¿Con el vestido puesto? Parece un poco tarde para quejarte, ¿no crees?


Paula estaba confusa. Deseaba casarse con él, y pasar la vida a su lado, pero no en esas circunstancias. No como parte de su plan de venganza, o recompensa. Ella quería que se casara con ella porque la amaba. Porque deseaba compartir la vida con ella.


–No creo que sea demasiado tarde hasta que hayamos pronunciado los votos – respiró hondo– . Tal y como están las cosas, no quiero casarme contigo.


–No tienes elección, cara mia – dijo él, y se arremangó la camisa– . La decisión está tomada. Y a menos que quieras que presente cargos contra ti…


–Seguimos con amenazas, ¿no?


–Si es lo que hace falta.


–Soy tu prisionera, no tu prometida. Necesito que lo comprendas.


Él la agarró por la muñeca y le levantó la mano, de forma que la luz incidió sobre su anillo resaltando su brillo.


–Esto sugiere algo distinto.


–Una prometida puede marcharse cuando lo desee, sin sentirse amenazada por ir a la cárcel. Una prisionera no. No te mientas a ti mismo, Pedro. No finjas que esto es algo que no es. Nada ha cambiado. Todo es como al principio. Tú exiges, y me amenazas si no obedezco. Y aunque te deseo, siempre estaré condicionada por ello. Y por no tener otra elección. Así que, ahora te digo que no quiero ser tu esposa.


Él estiró de ella y la besó de forma apasionada. Ella lo besó también, poniendo todos sus sentimientos en aquel beso. La rabia y el amor.


Cuando se separaron, ambos estaban jadeando.


–No importa lo que tú quieras. Serás mi esposa. Eso es definitivo. Ahora, sal de mi habitación y no vuelvas hasta que no te haya invitado.


Paula tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.


Asintió y se marchó de la habitación. Una ola de tristeza la invadió por dentro. Empezaba a pensar que si vivía con Pedro, y sin que él compartiera sus sentimientos con ella, se sentiría mucho más sola que si no viviera con él.


Nunca lo descubriría, porque no tenía elección. O sí. Podía marcharse y ponerlo a prueba para ver si de verdad la mandaba a prisión, pero, por mucho que creyera que no iba a hacerlo, no podía arriesgarse. Sabía muy bien que era culpable.


No podía marcharse, pero quería que él estuviera seguro de lo que estaba haciendo.


Lo que le había dicho a Pedro era verdad. Él no quería una esposa. Quería una prisionera.


Y parecía dispuesto a que ella cumpliera cadena perpetua.









sábado, 21 de noviembre de 2015

CULPABLE: CAPITULO 22





Paula se estaba probando el vestido de boda y Pedro tenía prohibido asistir. Eso significaba que él había decidido ir de todos modos. En ese momento, le habían prohibido entrar en la habitación hasta que la modista terminara de adaptarle el vestido a Paula.


Habían decidido que sería una boda pequeña. Pedro no tenía amigos a los que invitar, pero algunos de sus socios se ofenderían si no pudieran asistir al evento.


Los periodistas irían les gustara o no y hablarían de que Pedro Alfonso, el legendario playboy había sentado la cabeza. Inevitablemente, la verdad acerca del bebé también saldría a relucir. Sobre todo porque a Paula empezaba a notársele el embarazo y faltaban tres semanas para la boda.


Pedro no podía esperar para verla. Y era un hombre que nunca hacía lo que no quería hacer. Se volvió y regresó al dormitorio, abriendo la puerta sin llamar.


Paula lo miró asombrada. Igual que la mujer que estaba arrodillada a su lado poniendo alfileres en el vestido.


Paula llevaba la melena suelta y tenía un par de flores en el cabello. El vestido era sencillo, ajustado bajo los pechos y un poco más suelto a la altura del vientre, resaltando de ese modo los bonitos cambios que había sufrido su cuerpo durante las últimas semanas.


Al mirarla, Pedro notó que su cuerpo reaccionaba.


Su mujer, vestida de novia y llevando a su hijo en el vientre.


–Preciosa – dijo él.


–Se suponía que no ibas a entrar – dijo ella, claramente molesta con él.


–Todo lo que hemos hecho es irregular. ¿Por qué íbamos a volvernos tradicionales con esto? – preguntó él.


–¿Quizá porque te había pedido que no lo hicieras? – arqueó una ceja.


–No suelo acatar órdenes, Paula, algo que ya deberías saber. ¿Ha terminado? – se dirigió a la modista.


–Sí, pero tendré que llevarme el vestido para retocarlo.


–Yo la ayudaré a desvestirse. Puede marcharse – dijo él.


La mujer asintió y se puso en pie para salir rápidamente de la habitación.


–Bueno, veo que hoy estás de un humor un tanto déspota.


Él se encogió de hombros.


–¿Estoy diferente a otras veces?


–Supongo que no.


–No quería que estuviera delante mientras te daba esto. Y tampoco quería esperar para dártelo – metió la mano en la chaqueta y sacó una cajita– . Hablando de todo lo que hemos hecho de forma irregular… – la abrió y le enseñó el anillo que tenía dentro. Una esmeralda a juego con su collar.


Paula lo miró y pestañeó despacio.


–¿Se supone que tengo que sacarlo yo?


–¿Quieres que yo te lo ponga? – en realidad estaba deseando hacerlo.


–No es necesario – dijo ella, y agarró el anillo para ponérselo en el dedo anular– . Es precioso – dijo ella– . Tienes muy buen gusto para las joyas.


–Sí, bueno, soy experto en cosas buenas. Es un cumplido, por cierto.


–¿Ah, sí?


–No pareces contenta conmigo – dijo él.


–¿No? Estoy bien.


–No me mientas. Estoy cansado de las mentiras entre nosotros.


Ella suspiró.


–Está bien, estoy un poco aturdida. Todo está sucediendo demasiado deprisa.


–Tiene que ser así. Dijiste que querías casarte antes de que naciera el bebé.


–Nunca dije que quisiera casarme – dijo ella, y a Pedro le sentó como una bofetada.


–Yo no recuerdo habértelo preguntado – dijo él.


–No lo hiciste.


Él se volvió y comenzó a pasear de un lado a otro de la habitación.


–Pero quieres hacerlo.


–¿Importa?


–¿Qué otras opciones tienes? ¿Regresar a Brooklyn? ¿Ir a la cárcel?


–No tengo otras opciones – dijo ella.


–Todo va a salir bien – dijo él.


–Estoy segura – dijo ella.


–¿Qué te pasa? La última vez que hablamos de esto estabas contenta. Y esta mañana.


–Ahora parece muy real.


–Entonces, las semanas que has vivido conmigo, y compartido mi cama, ¿no te han parecido reales?


–Sabes a qué me refiero. Esto parece permanente – se le humedecieron los ojos– . En cierto modo no puedo creer todo lo que ha sucedido durante los cuatro últimos meses. Y tampoco… No importa.


–No, dime.


–¿O qué? ¿O me enviarás a la cárcel?


–Si yo fuera tú, estaría muy preocupado.


–No tengo que estarlo, porque hago lo que pides.


–Asegúrate de que sigues haciéndolo – se volvió y ella lo agarró del brazo– . ¿Qué?


–¿Quieres casarte conmigo? – él la miró– . Quiero decir, ¿quieres estar junto a mí? ¿O solo lo haces para mantener el control?


–Por supuesto, quiero el control.


–¿Vas a serme fiel?


Él no había vuelto a pensar en ello, pero la verdad era que no deseaba estar con nadie más.


–Sí, y tú me serás fiel a mí – dijo él.


–¿Otra condición?


–Lo es – dijo entre dientes.


–No has contestado a mi primera pregunta. ¿Me deseas?


Él levantó la mano y colocó la mano sobre su mejilla, acariciándole el labio inferior con el dedo pulgar. Era tan suave. No podía imaginar que algún día llegara a no desearla.


–Te deseo.


Y tras esas palabras, se volvió y salió de la habitación.











CULPABLE: CAPITULO 21




El teléfono de Paula sonó sobre las tres de la madrugada. 


Pedro abrió los ojos y permaneció mirando al techo en la oscuridad. A su lado, ella se movió para incorporarse.


–¿Diga? – preguntó medio dormida– . ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué me llamas? – Paula se levantó de la cama y Pedro permaneció inmóvil.


–Podría estar en la cárcel por tu culpa – dijo ella– . Y ni siquiera te has molestado en comprobarlo.


El padre de Paula. Tenía que ser él. Pedro no se movió. 


Quería que ella permaneciera en la habitación, que continuara hablando, pero sobre todo deseaba arrancarle el teléfono de la mano y gritar al hombre que estaba al otro lado.


Y no para que le devolviera su dinero.


Por algún motivo, en ese momento, Pedro estaba enfadado porque ese hombre había permitido que su hija cargara con las consecuencias de lo que él había hecho.


–¿Que te habrías enterado por las noticias? Mira qué bien.
Paula abrió la puerta de la habitación y salió.


Pedro se puso en pie y se acercó a la puerta entreabierta para escuchar el resto de la conversación.


–Tienes que devolver el dinero – decía ella.


Él sintió cierta presión en el pecho. Si su padre devolvía el dinero, él ya no llevaría ventaja en aquella situación.


Sabía que nunca la habría enviado a la cárcel. Y menos después de lo que había compartido con ella. La protegería siempre, pero, si ella se enteraba, podía marcharse. Y eso era inaceptable.


–Él sabe quién soy – hizo una pausa– . Ahora estoy con él. No es asunto tuyo qué estoy haciendo con él.


Pedro supuso que el padre estaba hablando.


–Sí, de hecho me estoy acostando con él, pero no es asunto tuyo – paseó de un lado a otro– . ¿Una zorra? Ya ves. Tú eres un ladrón. Devuelve el dinero, porque si hay algo que yo no puedo hacer es protegerte de él. Hará lo que quiera. No tengo ningún control sobre ello.


Paula debió de colgar, porque momentos más tarde ella bajó la mano a un lado del cuerpo y Pedro oyó que blasfemaba en voz baja.


Pedro regresó a la cama y esperó a que volviera.


–¿Quién era? – preguntó él.


–Nadie – dijo ella, y se metió de nuevo en la cama.


Pedro se sintió un poco decepcionado, pero no sabía por qué.


Quizá porque pensaba que el hecho de que ella hubiese mantenido la llamada en secreto era porque no confiaba en él.


–¿Se han equivocado?


–Sí – dijo ella– . No – dijo después– . Era mi padre. Lo siento, me parecía más fácil mentirte.


Él se sintió aliviado.


–Lo sé. Te estaba escuchando. Ya que has sido sincera supongo que yo también debo serlo.


–Ah. ¿Ibas a permitir que me escaqueara con una mentira?


–Sí.


–No me ha dicho nada. Solo quería saber si tú lo habías descubierto. Y le he dicho que sí. Dice que ya no tiene el dinero. Y, como habrás podido deducir por mi tono, no se arrepiente de haberme dejado en la estacada. De hecho, me ha llamado varias cosas.


–Tú no eres una zorra – dijo él, enfadado– . Y siento haber empleado esa palabra contigo. Estaba enfadado y trataba de herirte. Y sabía que eso te resultaría doloroso. Sobre todo después de lo que había hecho – hizo una pausa– . Sé lo que es tener desventaja en la vida. El hecho de haberte puesto en la posición de tener que entregar tu cuerpo a cambio de la libertad… Ha sido desmesurado. Aunque ya sabes que soy un hombre que durante muchos años no ha tenido ningún tipo de conciencia. Sin embargo, nunca había imaginado que me convertiría en un hombre de los que se aprovechan de las mujeres de esa manera.


–Gracias – dijo ella, apoyando el rostro contra su hombro– . Gracias.


–No estoy seguro de que merezca que me des las gracias.


–Pues te equivocas. Y te comportaste como una bestia. Claro que yo tampoco fui un ángel. Te robé. Y te mentí. Y traté de aparentar que era una chica inocente para que sintieras lástima de mí. Y después, cuando fuimos a la habitación del hotel, me olvidé de todo. Sé que todo empezó como empezó, pero cuando me besaste, me olvidé de todo excepto de que te deseaba. Tú no me forzaste. Eso lo sabes.


–Nunca me cansaré de oírlo – se rio, sin humor en la voz– . Así que el hecho de que tengas que decírmelo dice mucho sobre mi persona.


–Ya hemos hablado de esto. Ninguno de los dos éramos estupendos cuando nos conocimos.


–No estoy de acuerdo – dijo él– . Eres una mujer muy fuerte. Has tomado algunas decisiones equivocadas, pero creo que siempre has sido fuerte. Sobreviviste a una infancia difícil…


–Admito que no todo eran rosas y flores, pero mucha gente lo pasa mal y nunca se vuelven delincuentes.


–Y muchas personas recuperan el dinero que les han robado sin chantajear al ladrón para que se acueste con ellas.


–Yo no puedo devolverte el dinero – dijo ella– . Ni siquiera sé dónde está mi padre.


–Entonces tendrás que quedarte conmigo. Casarte conmigo – no era su intención proponérselo, pero nada más pronunciar las palabras se percató de lo mucho que deseaba que dijera que sí, así que decidió no darle elección– . Has de hacerlo. Es la única manera de que puedas compensarme por lo que te llevaste.


–¿Es una propuesta o más chantaje? Es difícil saberlo, contigo.


–Un poco de ambos.


–No parecía una pregunta.


Él la abrazó.


–No lo era.


–¿Y en qué nos beneficia el matrimonio?


–Ya te lo he dicho, Paula. Ahora eres mía – cerró los ojos y apretó los dientes para afrontar los intensos sentimientos que lo invadían. No estaba acostumbrado a aquello– . El matrimonio es una buena manera de que esto sea permanente.


–De acuerdo – dijo ella.


–¿Esa es tu respuesta?


–No era una pregunta. Tú lo has dicho.


–No – dijo él– . No lo era – contestó, pensando en que le habría gustado más oír un sí de sus labios que hubiera aceptado obligada.


Aunque, si le formulaba la pregunta, tenía que aceptar que a lo mejor la respuesta era no.


No estaba preparado para correr el riesgo.


–Entonces, ¿cuándo quieres casarte?


–Antes de que nazca el bebé – dijo él.


Cuanto antes lo hicieran oficial, mejor. Quizá así conseguía aplacar el pánico que se había apoderado de él.


–Imagino que necesitaré un vestido.


–Yo sé dónde podemos conseguir uno.


Cerró los ojos y disfrutó del calor de la mano de Paula sobre su pecho.


Pronto tendría un anillo que conjuntara con el collar. Y todo el mundo sabría que ella le pertenecía.












CULPABLE: CAPITULO 20




Paula no estaba segura de qué había pasado entre Pedro y ella en la gala. Sí, se habían peleado, pero en cierto modo se sentía más unida a él de lo que se sentía antes de salir de casa. Él le había dado un regalo. La había ofendido. La había hecho sentir. La había enfadado, la había hecho sentirse feliz, y triste. Todo ello en el salón de un hotel.


Ya estaban de regreso en la villa y ella no estaba segura de qué iba a suceder después. Además, cuando él le dijo que había algo que quería mostrarle, ella había percibido un tono extraño.


–¿Qué es lo que querías enseñarme? – preguntó ella, deteniéndose en la entrada.


–Mis cosas – dijo él.


–¿Qué cosas?


–Todas. Ya sé que has vivido en mi casa una semana, así que has visto algunas, pero… Ven conmigo.


Él se adelantó y la llevó por un pasillo por el que Paula nunca había pasado antes. Ella se abrazó, de pronto se sentía helada.


Pedro se detuvo frente a una puerta y se volvió para mirarla. 


Después, marcó una clave numérica en un panel y la puerta se abrió.


–¿Seguridad interna?


–Sí – dijo él– . Ya te lo he dicho, nadie me roba.


Ella recordó lo que él le había contado acerca de cuando murió su madre. Cuando se llevaron todas las cosas de su casa, él incluido. Lo miró un instante y, cuando Pedro vio la expresión de su rostro, miró a otro lado y abrió las puertas.


Ella se aceró a él y lo abrazó por la cintura desde atrás. Ella estaba temblando, y ni siquiera había visto lo que él quería mostrarle.


–No tienes que hacerlo – dijo ella, con el corazón acelerado.


–Quiero enseñártelo – dijo él.


Él se liberó de su abrazo y entró en la habitación.


Había cuadros en todas las paredes, figuritas en cajas de cristal, colecciones de monedas, espadas. Básicamente todo lo que podía coleccionarse, excepto coches.


–Colecciono cosas. Cosas caras. En realidad, cualquier cosa cara. Ya te lo conté, cuando mi madre murió, lo perdí todo. Pasé la mayor parte de mi vida sin nada que me perteneciera. Compartía habitaciones con otros niños. Las casas eran temporales. No tenía familia. No tenía nada. Me sentía indefenso. A medida que fui teniendo más éxito, me percaté de que eso lo podía solucionar. Me compré una casa. Ahora tengo cuatro. Y mi propia habitación en todas ellas. Nadie duerme allí, excepto yo.


Paula se percató de que nunca había pasado tiempo en su habitación. Cuando habían dormido juntos, había sido en la suya.


–Y empecé a coleccionar cosas para reemplazar lo que había perdido – la miró a los ojos– . Protejo lo que me pertenece.


Ella recordó lo que él le había dicho en la gala. Que ella era suya. Que le pertenecía. En esos momentos, se había ofendido, pero había descubierto que sus palabras tenían un significado más profundo de lo que pensaba.


Dio una vuelta sobre sí misma para observar su colección.


–Es impresionante – dijo ella.


–¿Lo es? – preguntó él– . Confieso que no disfruto de lo que tengo aquí muy a menudo, aunque frecuentemente vengo a comprobar que todo está aquí.


Sus palabras provocaron que a Paula se le encogiera el corazón. Apenas podía respirar. Miró hacia una esquina de la habitación y vio un pedestal con una vitrina, pero no conseguía ver lo que había dentro.


Dio un paso adelante y se sorprendió al ver el contenido.


Eran soldaditos de plástico verde que no tenían ningún valor.


 Al menos, no valor económico.


Pedro


Él se sonrojó una pizca y miró a otro lado.


–Eran mis favoritos. Es lo que más echaba de menos. Aparte de a mi madre, pero era lo que más echaba de menos que podía reemplazar – la miró y ella percibió vacío en su mirada– . Ahora, ya lo sabes.


–Sí – dijo ella.


Y estaba segura de que no solo estaban hablando de la colección.


Pedro.


Él se acercó a ella, y la estrechó contra su cuerpo.


–No – le acarició la mejilla.


–No, ¿qué?


–No, a lo que fueras a hacer. Bésame en lugar de eso.


Paula se puso de puntillas y lo besó. Él le acarició el cabello y la besó de manera apasionada. Estaba temblando, y ella lo notó. Pedro le acarició el cuello y apoyó la mano sobre la piedra de su collar.


–Perfecta – dijo él– . Y mía – ella se percató de que no se refería a la piedra– . Si pudiera guardarte aquí, como al resto de cosas que poseo.


A Paula se le aceleró el corazón. Le daba la sensación de que él estaba siendo sincero y que, si pudiera, la encerraría en una vitrina de cristal. No obstante, ella no quería escapar de su lado, porque eso significaba estar sin él. Y no quería.


De pronto, descubrió qué era lo que sentía. Lo amaba, y deseaba que él la amara también.


Era estúpida. Había querido que su padre la amara, y que su madre también. Una madre que ni siquiera había estado a su lado. Durante toda la vida había anhelado el amor de gente que no estaba dispuesta a dárselo. Y lo mismo le sucedía con Pedro.


El padre de su hijo. Su amante. El único hombre que la conocía.


De pronto, sintió que el corazón no le cabía en el pecho, los ojos se le llenaron de lágrimas y le dolía todo el cuerpo.


«A lo mejor nadie te quiere porque no mereces que te quieran».


Apretó los dientes y cerró los ojos para no oír la voz que gritaba en su interior, poniendo en palabras lo que siempre había creído de corazón.


Si hubiese merecido ser amada, alguien la habría amado.


Era una ladrona. Era culpable. Había robado a un hombre que valoraba sus posesiones por encima de todo lo demás. 


Un hombre que ya había perdido bastante.


Él nunca podría sentir por ella lo mismo que ella sentía por él, pero no era el momento de pensar en eso.


–Lo siento – dijo ella– . Siento haberte robado. No tenía derecho a llevarme nada tuyo. Y no tengo excusa. No puedo excusarme culpando a mi padre. Ni a mi infancia. Yo sabía que estaba mal y lo hice de todos modos. Lo siento – dijo, repitiendo sus palabras una y otra vez– . Sé que estuvo mal, y no volveré a hacerlo nunca más. He cambiado. De veras.


–Sé que tú robaste el dinero – dijo él, mirándola a los ojos– . No importa.


–Sí.


Pedro la interrumpió con un beso, sin soltar la piedra del collar.


–No – dijo él, apoyando la frente sobre la de ella– . No eres una estafadora. Has cometido alguna estafa. Creo que has engañado a gente. Y a mí, pero esas estafas solo son cosas que has hecho. Nada más.


Ella tragó saliva. Tenía un nudo en la garganta y apenas podía respirar.


–No merezco esto.


–La vida no es más que una serie de cosas que no merecemos. Buenas y malas. Siempre digo que aprovechemos lo bueno cuando llega, porque lo malo nunca tarda mucho en llegar.


–Yo no…


–Acéptalo. Acepta esto – dijo él, besándola de nuevo.


Paula cerró los ojos y lo besó. Tenía razón. La vida no era justa. Ella lo había aceptado en relación a lo malo, pero eso era bueno. Así que debía aceptarlo. Mientras durara.


Pedro se aflojó la corbata y ella lo ayudó a quitársela. 


Después, comenzó a desabrocharle la camisa. Estaba temblando.


No sabía qué le depararía el futuro, pero sabía que deseaba aquello. Y que lo amaba. Más allá, no le importaba.


Él la tumbó sobre la alfombra sin dejar de besarla y se colocó sobre ella. Le acarició el muslo a través de la abertura del vestido.


–Tengo una fantasía. Quiero verte desnuda, pero con el collar puesto.


Al oír sus palabras, ella se excitó aún más. Ella era su fantasía.


–Es una fantasía fácil de cumplir – repuso ella, besándolo en el mentón.


Pedro le desabrochó el vestido y se lo quitó. Después, metió los dedos bajo la cinturilla de su ropa interior y la desnudó.


–Sí – dijo él– . Es exactamente lo que deseaba – levantó la mano y tocó el collar, sosteniendo la piedra en su mano– . Así es como imaginé que quedaría – lo dejó caer entre sus pechos– . Me gusta tenerte aquí, con mi colección. Eres mía, Paula.


Ella apoyó la mano sobre su torso y, a través de la camisa, notó el latido acelerado de su corazón.


–Mío – dijo ella– . Si crees que puedes poseerme, yo también te poseeré a ti.


–Todo tuyo – dijo él– . Aunque no estoy seguro de para qué me quieres – la besó entre los senos.


Pedro se enderezó y se quitó la camisa. Después, se quitó los pantalones, los zapatos y la ropa interior.


–Todo esto es tuyo, si lo quieres.


Ella contempló su cuerpo musculoso.


–Dime que me deseas – dijo él, con tono de desesperación.


–Sabes que lo hago – dijo ella.


–Necesito que me lo digas, porque la primera vez sentiste que estabas obligada a desnudarte para mí. Ahora quiero que estés aquí, desnuda, a mi lado, porque lo deseas.


–Así es. Te deseo.


Era todo el permiso que él necesitaba. La besó, se colocó sobre su cuerpo le separó los muslos para acomodarse entre ellos. Le acarició un pecho y le pellizcó el pezón con delicadeza. Ella se estremeció de placer. Un placer que siempre asociaría con Pedro, y con el amor que sentía por él.


El amor que quería recibir de él.


Pedro inclinó la cabeza y cubrió su pezón con la boca.


–Eres mía – le dijo, jugueteando con la lengua. Después, se deslizó hasta el ombligo, y más abajo, hasta que sus labios cubrieron la parte más sensible de su cuerpo– . Eres mía – repitió.


Agachó de nuevo la cabeza y saboreó su esencia, jugueteando con la lengua sobre el centro de su feminidad, antes de penetrarla con ella. Paula arqueó el cuerpo y comenzó a moverse al ritmo de él.


Pedro levantó la cabeza y le mordisqueó la parte interna del muslo. La sensación de dolor la llevó cerca del clímax.


–Eres mía – dijo él– . Toda tú. Toda para mí.


Se acercó a su boca y la besó de nuevo.


La penetró y ella gimió de placer, acercándose cada vez más al orgasmo.


Él la miró fijamente a los ojos mientras buscaba su propio placer. Le agarró el cabello con una mano y, con la otra, la sujetó con fuerza por la cadera.


–Mía, Paula. Eres mía – repitió, gimiendo al mismo tiempo que llegaba al éxtasis. Cerró los ojos y perdió completamente el control.


Paula lo rodeó por el cuello y lo abrazó. La alfombra empezaba a clavársele en la espalda, y él pesaba bastante, pero no quería que se moviera. Deseaba conservar ese momento para siempre.


Era el momento más feliz de su vida. Veía todo un futuro por delante y, en él, no estaba sola. Tenía a Pedro y al bebé. Seguridad y pasión.


Al cabo de un largo rato, él se cambió de postura. La rodeó por la cintura y apoyó la barbilla en su hombro. Ella podía haberse quedado así para siempre.


No se durmió. Simplemente permaneció entre los brazos de Pedro, deseando que no amaneciera.


Sabía que era inevitable que pasara el tiempo. Y que ese momento terminara. Entonces, todas las posibilidades maravillosas desaparecerían, porque el futuro se convertiría en presente.


Sin embargo, todavía estaba entre los brazos de Pedro.


Y no tenía sentido pensar en otra cosa.