sábado, 21 de noviembre de 2015

CULPABLE: CAPITULO 21




El teléfono de Paula sonó sobre las tres de la madrugada. 


Pedro abrió los ojos y permaneció mirando al techo en la oscuridad. A su lado, ella se movió para incorporarse.


–¿Diga? – preguntó medio dormida– . ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué me llamas? – Paula se levantó de la cama y Pedro permaneció inmóvil.


–Podría estar en la cárcel por tu culpa – dijo ella– . Y ni siquiera te has molestado en comprobarlo.


El padre de Paula. Tenía que ser él. Pedro no se movió. 


Quería que ella permaneciera en la habitación, que continuara hablando, pero sobre todo deseaba arrancarle el teléfono de la mano y gritar al hombre que estaba al otro lado.


Y no para que le devolviera su dinero.


Por algún motivo, en ese momento, Pedro estaba enfadado porque ese hombre había permitido que su hija cargara con las consecuencias de lo que él había hecho.


–¿Que te habrías enterado por las noticias? Mira qué bien.
Paula abrió la puerta de la habitación y salió.


Pedro se puso en pie y se acercó a la puerta entreabierta para escuchar el resto de la conversación.


–Tienes que devolver el dinero – decía ella.


Él sintió cierta presión en el pecho. Si su padre devolvía el dinero, él ya no llevaría ventaja en aquella situación.


Sabía que nunca la habría enviado a la cárcel. Y menos después de lo que había compartido con ella. La protegería siempre, pero, si ella se enteraba, podía marcharse. Y eso era inaceptable.


–Él sabe quién soy – hizo una pausa– . Ahora estoy con él. No es asunto tuyo qué estoy haciendo con él.


Pedro supuso que el padre estaba hablando.


–Sí, de hecho me estoy acostando con él, pero no es asunto tuyo – paseó de un lado a otro– . ¿Una zorra? Ya ves. Tú eres un ladrón. Devuelve el dinero, porque si hay algo que yo no puedo hacer es protegerte de él. Hará lo que quiera. No tengo ningún control sobre ello.


Paula debió de colgar, porque momentos más tarde ella bajó la mano a un lado del cuerpo y Pedro oyó que blasfemaba en voz baja.


Pedro regresó a la cama y esperó a que volviera.


–¿Quién era? – preguntó él.


–Nadie – dijo ella, y se metió de nuevo en la cama.


Pedro se sintió un poco decepcionado, pero no sabía por qué.


Quizá porque pensaba que el hecho de que ella hubiese mantenido la llamada en secreto era porque no confiaba en él.


–¿Se han equivocado?


–Sí – dijo ella– . No – dijo después– . Era mi padre. Lo siento, me parecía más fácil mentirte.


Él se sintió aliviado.


–Lo sé. Te estaba escuchando. Ya que has sido sincera supongo que yo también debo serlo.


–Ah. ¿Ibas a permitir que me escaqueara con una mentira?


–Sí.


–No me ha dicho nada. Solo quería saber si tú lo habías descubierto. Y le he dicho que sí. Dice que ya no tiene el dinero. Y, como habrás podido deducir por mi tono, no se arrepiente de haberme dejado en la estacada. De hecho, me ha llamado varias cosas.


–Tú no eres una zorra – dijo él, enfadado– . Y siento haber empleado esa palabra contigo. Estaba enfadado y trataba de herirte. Y sabía que eso te resultaría doloroso. Sobre todo después de lo que había hecho – hizo una pausa– . Sé lo que es tener desventaja en la vida. El hecho de haberte puesto en la posición de tener que entregar tu cuerpo a cambio de la libertad… Ha sido desmesurado. Aunque ya sabes que soy un hombre que durante muchos años no ha tenido ningún tipo de conciencia. Sin embargo, nunca había imaginado que me convertiría en un hombre de los que se aprovechan de las mujeres de esa manera.


–Gracias – dijo ella, apoyando el rostro contra su hombro– . Gracias.


–No estoy seguro de que merezca que me des las gracias.


–Pues te equivocas. Y te comportaste como una bestia. Claro que yo tampoco fui un ángel. Te robé. Y te mentí. Y traté de aparentar que era una chica inocente para que sintieras lástima de mí. Y después, cuando fuimos a la habitación del hotel, me olvidé de todo. Sé que todo empezó como empezó, pero cuando me besaste, me olvidé de todo excepto de que te deseaba. Tú no me forzaste. Eso lo sabes.


–Nunca me cansaré de oírlo – se rio, sin humor en la voz– . Así que el hecho de que tengas que decírmelo dice mucho sobre mi persona.


–Ya hemos hablado de esto. Ninguno de los dos éramos estupendos cuando nos conocimos.


–No estoy de acuerdo – dijo él– . Eres una mujer muy fuerte. Has tomado algunas decisiones equivocadas, pero creo que siempre has sido fuerte. Sobreviviste a una infancia difícil…


–Admito que no todo eran rosas y flores, pero mucha gente lo pasa mal y nunca se vuelven delincuentes.


–Y muchas personas recuperan el dinero que les han robado sin chantajear al ladrón para que se acueste con ellas.


–Yo no puedo devolverte el dinero – dijo ella– . Ni siquiera sé dónde está mi padre.


–Entonces tendrás que quedarte conmigo. Casarte conmigo – no era su intención proponérselo, pero nada más pronunciar las palabras se percató de lo mucho que deseaba que dijera que sí, así que decidió no darle elección– . Has de hacerlo. Es la única manera de que puedas compensarme por lo que te llevaste.


–¿Es una propuesta o más chantaje? Es difícil saberlo, contigo.


–Un poco de ambos.


–No parecía una pregunta.


Él la abrazó.


–No lo era.


–¿Y en qué nos beneficia el matrimonio?


–Ya te lo he dicho, Paula. Ahora eres mía – cerró los ojos y apretó los dientes para afrontar los intensos sentimientos que lo invadían. No estaba acostumbrado a aquello– . El matrimonio es una buena manera de que esto sea permanente.


–De acuerdo – dijo ella.


–¿Esa es tu respuesta?


–No era una pregunta. Tú lo has dicho.


–No – dijo él– . No lo era – contestó, pensando en que le habría gustado más oír un sí de sus labios que hubiera aceptado obligada.


Aunque, si le formulaba la pregunta, tenía que aceptar que a lo mejor la respuesta era no.


No estaba preparado para correr el riesgo.


–Entonces, ¿cuándo quieres casarte?


–Antes de que nazca el bebé – dijo él.


Cuanto antes lo hicieran oficial, mejor. Quizá así conseguía aplacar el pánico que se había apoderado de él.


–Imagino que necesitaré un vestido.


–Yo sé dónde podemos conseguir uno.


Cerró los ojos y disfrutó del calor de la mano de Paula sobre su pecho.


Pronto tendría un anillo que conjuntara con el collar. Y todo el mundo sabría que ella le pertenecía.












No hay comentarios.:

Publicar un comentario