sábado, 21 de noviembre de 2015

CULPABLE: CAPITULO 22





Paula se estaba probando el vestido de boda y Pedro tenía prohibido asistir. Eso significaba que él había decidido ir de todos modos. En ese momento, le habían prohibido entrar en la habitación hasta que la modista terminara de adaptarle el vestido a Paula.


Habían decidido que sería una boda pequeña. Pedro no tenía amigos a los que invitar, pero algunos de sus socios se ofenderían si no pudieran asistir al evento.


Los periodistas irían les gustara o no y hablarían de que Pedro Alfonso, el legendario playboy había sentado la cabeza. Inevitablemente, la verdad acerca del bebé también saldría a relucir. Sobre todo porque a Paula empezaba a notársele el embarazo y faltaban tres semanas para la boda.


Pedro no podía esperar para verla. Y era un hombre que nunca hacía lo que no quería hacer. Se volvió y regresó al dormitorio, abriendo la puerta sin llamar.


Paula lo miró asombrada. Igual que la mujer que estaba arrodillada a su lado poniendo alfileres en el vestido.


Paula llevaba la melena suelta y tenía un par de flores en el cabello. El vestido era sencillo, ajustado bajo los pechos y un poco más suelto a la altura del vientre, resaltando de ese modo los bonitos cambios que había sufrido su cuerpo durante las últimas semanas.


Al mirarla, Pedro notó que su cuerpo reaccionaba.


Su mujer, vestida de novia y llevando a su hijo en el vientre.


–Preciosa – dijo él.


–Se suponía que no ibas a entrar – dijo ella, claramente molesta con él.


–Todo lo que hemos hecho es irregular. ¿Por qué íbamos a volvernos tradicionales con esto? – preguntó él.


–¿Quizá porque te había pedido que no lo hicieras? – arqueó una ceja.


–No suelo acatar órdenes, Paula, algo que ya deberías saber. ¿Ha terminado? – se dirigió a la modista.


–Sí, pero tendré que llevarme el vestido para retocarlo.


–Yo la ayudaré a desvestirse. Puede marcharse – dijo él.


La mujer asintió y se puso en pie para salir rápidamente de la habitación.


–Bueno, veo que hoy estás de un humor un tanto déspota.


Él se encogió de hombros.


–¿Estoy diferente a otras veces?


–Supongo que no.


–No quería que estuviera delante mientras te daba esto. Y tampoco quería esperar para dártelo – metió la mano en la chaqueta y sacó una cajita– . Hablando de todo lo que hemos hecho de forma irregular… – la abrió y le enseñó el anillo que tenía dentro. Una esmeralda a juego con su collar.


Paula lo miró y pestañeó despacio.


–¿Se supone que tengo que sacarlo yo?


–¿Quieres que yo te lo ponga? – en realidad estaba deseando hacerlo.


–No es necesario – dijo ella, y agarró el anillo para ponérselo en el dedo anular– . Es precioso – dijo ella– . Tienes muy buen gusto para las joyas.


–Sí, bueno, soy experto en cosas buenas. Es un cumplido, por cierto.


–¿Ah, sí?


–No pareces contenta conmigo – dijo él.


–¿No? Estoy bien.


–No me mientas. Estoy cansado de las mentiras entre nosotros.


Ella suspiró.


–Está bien, estoy un poco aturdida. Todo está sucediendo demasiado deprisa.


–Tiene que ser así. Dijiste que querías casarte antes de que naciera el bebé.


–Nunca dije que quisiera casarme – dijo ella, y a Pedro le sentó como una bofetada.


–Yo no recuerdo habértelo preguntado – dijo él.


–No lo hiciste.


Él se volvió y comenzó a pasear de un lado a otro de la habitación.


–Pero quieres hacerlo.


–¿Importa?


–¿Qué otras opciones tienes? ¿Regresar a Brooklyn? ¿Ir a la cárcel?


–No tengo otras opciones – dijo ella.


–Todo va a salir bien – dijo él.


–Estoy segura – dijo ella.


–¿Qué te pasa? La última vez que hablamos de esto estabas contenta. Y esta mañana.


–Ahora parece muy real.


–Entonces, las semanas que has vivido conmigo, y compartido mi cama, ¿no te han parecido reales?


–Sabes a qué me refiero. Esto parece permanente – se le humedecieron los ojos– . En cierto modo no puedo creer todo lo que ha sucedido durante los cuatro últimos meses. Y tampoco… No importa.


–No, dime.


–¿O qué? ¿O me enviarás a la cárcel?


–Si yo fuera tú, estaría muy preocupado.


–No tengo que estarlo, porque hago lo que pides.


–Asegúrate de que sigues haciéndolo – se volvió y ella lo agarró del brazo– . ¿Qué?


–¿Quieres casarte conmigo? – él la miró– . Quiero decir, ¿quieres estar junto a mí? ¿O solo lo haces para mantener el control?


–Por supuesto, quiero el control.


–¿Vas a serme fiel?


Él no había vuelto a pensar en ello, pero la verdad era que no deseaba estar con nadie más.


–Sí, y tú me serás fiel a mí – dijo él.


–¿Otra condición?


–Lo es – dijo entre dientes.


–No has contestado a mi primera pregunta. ¿Me deseas?


Él levantó la mano y colocó la mano sobre su mejilla, acariciándole el labio inferior con el dedo pulgar. Era tan suave. No podía imaginar que algún día llegara a no desearla.


–Te deseo.


Y tras esas palabras, se volvió y salió de la habitación.











1 comentario:

  1. Ayyyyyyyyyyy, x avor, que deje de ser tan déspota Pedro. Me pone nerviosa cada vez que la amenaza con mandarla a la cárcel. Está re intrigante esta historia

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