domingo, 22 de noviembre de 2015

CULPABLE: CAPITULO 23





Paula lo observó marchar y se quedó de pie, con una sensación de vacío en el estómago. De pronto, empezaron a temblarle las piernas y se cayó al suelo, con el vestido arrugado a su alrededor.


Miró el anillo que Pedro le había dado. Él no se lo había puesto en el dedo. Por supuesto, ella no se lo había permitido. ¿De qué servía que un hombre le pusiera el anillo en el dedo cuando había tenido que pedírselo? En un mundo ideal, él habría querido ponérselo.


Claro que no vivía en un mundo ideal. Y su relación no era real. Al menos, para él.


No podía olvidar que su relación con él había comenzado con una amenaza y una bolsa de lencería, pero era difícil recordarlo, ya que se sentía muy unida a él.


En un principio, le había parecido agradable que él dijera que era suya, pero empezaba a darse cuenta de que lo que quería era su amor. Que la amara.


Deseaba que la amara durante toda la vida, y no quería pasarse los años deseando lo mismo y no obteniendo nada a cambio.


Sin embargo, estaba atrapada.


A menos que consiguiera cambiar algo.


Y eso no sucedería si permanecía arrodillada como si estuviera indefensa. Era inaceptable.


Se puso en pie y se ajustó la falda, saliendo de la habitación y mirando a ambos lados del pasillo, buscando a Pedro. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que se había marchado a su dormitorio. Él nunca la había invitado allí. Era uno de sus espacios sagrados y ella había descubierto que tenía alguno más.


Otra muestra de que él no la amaba. Había muchas partes de su vida que él mantenía en secreto, sin compartirlas con ella.


Otra cosa que estaba a punto de terminar.


Avanzó hacia su habitación y abrió la puerta sin llamar. 


Pedro estaba de pie junto a la cama, desabrochándose los puños de la camisa. Él levantó la cabeza y preguntó:
–¿Qué estás haciendo aquí?


–Desde luego, no he venido a tomar el aire – dijo ella, con tono neutral.


Él se cruzó de brazos.


–Habla.


–¿Y si te dijera que no quería casarme?


–Te diría que es una pena. ¿Eso es todo?


–No quiero casarme – dijo ella.


–¿Y por qué me lo dices ahora? ¿Con el vestido puesto? Parece un poco tarde para quejarte, ¿no crees?


Paula estaba confusa. Deseaba casarse con él, y pasar la vida a su lado, pero no en esas circunstancias. No como parte de su plan de venganza, o recompensa. Ella quería que se casara con ella porque la amaba. Porque deseaba compartir la vida con ella.


–No creo que sea demasiado tarde hasta que hayamos pronunciado los votos – respiró hondo– . Tal y como están las cosas, no quiero casarme contigo.


–No tienes elección, cara mia – dijo él, y se arremangó la camisa– . La decisión está tomada. Y a menos que quieras que presente cargos contra ti…


–Seguimos con amenazas, ¿no?


–Si es lo que hace falta.


–Soy tu prisionera, no tu prometida. Necesito que lo comprendas.


Él la agarró por la muñeca y le levantó la mano, de forma que la luz incidió sobre su anillo resaltando su brillo.


–Esto sugiere algo distinto.


–Una prometida puede marcharse cuando lo desee, sin sentirse amenazada por ir a la cárcel. Una prisionera no. No te mientas a ti mismo, Pedro. No finjas que esto es algo que no es. Nada ha cambiado. Todo es como al principio. Tú exiges, y me amenazas si no obedezco. Y aunque te deseo, siempre estaré condicionada por ello. Y por no tener otra elección. Así que, ahora te digo que no quiero ser tu esposa.


Él estiró de ella y la besó de forma apasionada. Ella lo besó también, poniendo todos sus sentimientos en aquel beso. La rabia y el amor.


Cuando se separaron, ambos estaban jadeando.


–No importa lo que tú quieras. Serás mi esposa. Eso es definitivo. Ahora, sal de mi habitación y no vuelvas hasta que no te haya invitado.


Paula tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.


Asintió y se marchó de la habitación. Una ola de tristeza la invadió por dentro. Empezaba a pensar que si vivía con Pedro, y sin que él compartiera sus sentimientos con ella, se sentiría mucho más sola que si no viviera con él.


Nunca lo descubriría, porque no tenía elección. O sí. Podía marcharse y ponerlo a prueba para ver si de verdad la mandaba a prisión, pero, por mucho que creyera que no iba a hacerlo, no podía arriesgarse. Sabía muy bien que era culpable.


No podía marcharse, pero quería que él estuviera seguro de lo que estaba haciendo.


Lo que le había dicho a Pedro era verdad. Él no quería una esposa. Quería una prisionera.


Y parecía dispuesto a que ella cumpliera cadena perpetua.









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