domingo, 8 de noviembre de 2015

UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 1




–Es usted, ¿verdad?


El guapísimo espécimen de hombre con oscuras gafas de sol señalado por una puntiaguda uña pintada de rosa se quedó paralizado. A la ecléctica multitud que pasaba por la acera de la cafetería de la calle Brunswick a última hora de la tarde le habría parecido simplemente un hombre frío y tranquilo detrás de una media sonrisa tan naturalmente sexy que podía detener el tráfico. Literalmente.


Pero Paula sabía muy bien cómo eran las cosas.


aula, que trabajaba más duro y más horas que nadie que conociera, se habría apostado los preciados ahorros de toda su vida a que, detrás de esas oscuras gafas de sol, él estaba esperando desesperadamente que la mujer que estaba señalándolo con el dedo se diera cuenta enseguida de que lo había confundido con otra persona.


Sin embargo, no tuvo tanta suerte.


–¡Sí que lo es! –Continuó la mujer, plantada en firme sobre el suelo adoquinado–. ¡Sé que lo es! Es el tipo que hace el programa de televisión Viajeros. Le he visto en las revistas y en la tele. A mi hija le encanta. Incluso a veces se ha planteado ponerse a entrenar para poder ser una de esas personas que usted manda a las montañas con nada más que un cepillo de dientes y un paquete de galletas de chocolate. ¡Y eso es decir mucho tratándose de mi hija porque es imposible levantar a esa cría del sillón! ¿Sabe qué? Debería darle su número. Es bastante guapa a su modo y está solterísima…


Sentada, con una aparentemente invisibilidad propia de un Ninja, en el otro extremo de la mesa que hacía las funciones de despacho de Producciones Alfonso siempre que el jefe sentía la necesidad de salir de los confines de su frenético cuartel general, Paula tuvo que taparse la boca para controlar la carcajada que amenazó con escapársele.


En cualquier momento del día su jefe solía ser como las montañas que había conquistado antes de centrar su atención en animar a otros a hacerlo en televisión; era colosal, duro, inquebrantable, indómito y enigmático. Razón por la que verlo ruborizándose y, prácticamente, perdiendo la capacidad de habla bajo las atenciones de una fan excesivamente cariñosa siempre era motivo de regocijo para ella.


Paula había necesitado solo medio día del año que llevaba trabajando para Pedro Alfonso para darse cuenta de que un exceso de adoración era su talón de Aquiles. Premios, elogios de la industria, compañeros excesivamente lisonjeros, subordinados excesivamente atentos… todo ello lo convertía en un ser de piedra.


Y después estaban las fans. Las muchas, muchas, muchas fans que distinguían algo bueno cuando lo veían. Y no había duda de que Pedro Alfonso era un metro ochenta y cinco de algo muy bueno.


Y así, la carcajada que estaba cosquilleando la garganta de Paula se convirtió en un pequeño e incómodo nudo.


Se puso seria, carraspeó y se movió sobre su silla de hierro forjado mientras se ponía más cómoda y, lo más importante, mientras pensaba qué decir.


Lo último que necesitaba su jefe era el más mínimo indicio de que en momentos de agotamiento extremo y exceso de trabajo él le había provocado cosquilleos en el estómago, además de manos sudorosas, rubores y fantasías que no se atrevería a compartir ni con su mejor amiga.


El claxon de un coche rasgó el aire y Paula salió bruscamente de su ensoñación para verse respirando entrecortadamente y mirando a su jefe embobada. Se forzó a ponerse tan seria que le dio un tirón en el cuello.


Se había dejado el alma por llegar hasta donde había llegado, había aceptado todos los trabajos que le habían ofrecido para acumular experiencia antes de encontrar el trabajo que amaba de verdad; ese en el que era realmente buena, el trabajo que estaba hecho para ella. Y ahora no estaba dispuesta a echar su carrera por la borda.


Y por si eso no era razón suficiente, no podía olvidar que ir detrás de ese tipo era una absoluta pérdida de tiempo. Pedro era una roca que jamás le había permitido acercarse, que jamás dejaba a nadie acercarse. Y en lo que concernía a las relaciones sentimentales, Paula no estaba dispuesta a conformarse con algo inferior a maravilloso.


«No. Jamás te conformes. No lo olvides».


Miró el reloj; eran casi las cuatro. ¡Uf! Los cuatro días de fiesta que tenía por delante, y durante los que podría estar alejada de su absorbente trabajo y de su absorbente jefe, no podían haberle llegado en mejor momento.


Aún pendiente de la hora, volvió a centrar su atención en la mujer que, a juzgar por lo quieto que estaba su jefe en la silla, más que señalándolo parecía que estuviera amenazándolo a punta de cuchillo. Decidió levantarse e intervenir antes de que Pedro llevara a cabo el primer caso jamás conocido de ósmosis humana al desaparecer por los agujeros de la silla de hierro forjado. La mujer, por su parte, se percató de la existencia de Paula solo cuando ella le echó un brazo por los hombros y, con un gesto no demasiado delicado, la llevó hacia el bordillo.


–¿Lo conoce? –preguntó la mujer casi sin aliento.


Mientras miraba a Pedro, Paula sintió a su diablillo interno tomar el control de la situación y, acercándose a la mujer, le susurró:
–He visto su nevera por dentro y está tan limpia que da miedo.


La mujer abrió los ojos como platos y la miró; parecía que estaba fijándose minuciosamente en los caracolillos que solían salirle a Paula en su pelo alisado a esa hora de la tarde, en las incontables arrugas de su vestido de diseño, en el masculino reloj de buceador que colgaba de su fina muñeca, y en las botas de vaquero que le asomaban por debajo.


Y entonces, la mujer sonrió, y Paula supo que estaba comparándola con esa hija suya que nunca se levantaba del sofá. Su diablillo interior prefirió salir corriendo y esconderse.


Encogiéndose de hombros admitió:
–Soy la asistente personal del señor Alfonso.


–Oh –respondió la mujer como si eso tuviera mucho más sentido que el hecho de que él hubiera elegido pasar algo de tiempo con ella como pareja.


Tras un poco más de charla, Paula giró a la mujer en la dirección contraria, le dio un empujoncito y se despidió; como un zombie, la señora fue alejándose por la calle.


Se sacudió las manos. Un trabajo más hecho. A continuación, se giró con las manos en las caderas y vio a Pedro con las gafas de sol subidas lo suficiente para que ella pudiera ver un atisbo de esos arrebatadores ojos plateados. Tiempo era lo que necesitaba. Tiempo y espacio, para que los límites de su vida no quedaran definidos por el monstruoso número de horas que pasaba metida dentro de la abrumadora visión creativa de Pedro. ¡Gracias a Dios que tenía cuatro días de fiesta!


En realidad, tiempo, espacio… y conocer a un chico sería lo ideal, sin duda. Porque no pensaba conformarse con menos que todo. Ya había visto de primera mano lo que era «conformarse» en el primero de los tres matrimonios al que se había lanzado su madre tras la muerte de su padre. Y no fue agradable. Es más, fue sórdido. Eso jamás formaría parte de su vida.


Se quedó sin aliento cuando el hermosamente esculpido rostro de su jefe quedó en primer plano ante sus ojos. ¡Era impresionante! Sin embargo, cualquier mujer que quisiera estar al lado de Pedro Alfonso estaba pidiendo directamente que le rompieran el corazón. Muchas lo habían intentado, y muchas más lo harían, pero nadie en el mundo conquistaría esa montaña.


Se echó un mechón de pelo detrás de la oreja, se plantó una gran sonrisa en la cara y volvió a la mesa. Pedro no alzó la mirada. Ni siquiera pestañeó. Seguro que ni se había dado cuenta de que Paula se había levantado de la mesa.


–¿No te ha parecido una señora encantadora? –Preguntó Paula–. Vamos a enviarle a su hija una copia firmada del Viajeros de la última temporada.


–¿Por qué yo? –preguntó Pedro aun mirando a lo lejos.


Ella sabía que no estaba hablando de enviar el DVD.


–Simplemente naciste con suerte –contestó ella.


–¿Crees que tengo suerte?


–Oooh, sí. Unas hadas espolvorearon polvo de la fortuna sobre tu cuna mientras dormías. ¿Por qué, si no, crees que has tenido tanto éxito en todo lo que te has propuesto siempre?


Él se giró hacia ella y el corazón de Paula se aceleró. Su voz fue algo más intensa al decir:
–Entonces, según tú, mi vida no tiene nada que ver con el trabajo duro y con la persistencia, ni con saber lo suficiente sobre la necesidad primaria de un hombre como para demostrarse a sí mismo que lo es.


Paula se dio unos golpecitos con el dedo en la barbilla y se tomó unos segundos para calmar sus propias necesidades mientras miraba al cielo. Finalmente dijo:
–¡Qué va!





UNA CITA,UNA BODA: SINOPSIS





¡De boda… con su jefe!


Paula estaba deseando volver a casa para la boda de su hermana, pero apenas podía considerarlo unas vacaciones porque para investigar un nuevo programa de televisión… 


¡su jefe había decidido ir con ella!


Paula no quería que el pícaro Pedro Alfonso fuera su acompañante en la boda. Llevaba enamorada secretamente de Pedro desde que había empezado a trabajar para él, y por eso pasar el fin de semana a su lado era algo demasiado íntimo como para hacerla sentirse cómoda. Y más aún cuando descubrió que él había reservado la suite del ático para que la compartieran…







EL SABOR DEL AMOR: EPILOGO




Paula había decidido darle una sorpresa a su marido. 


Habían quedado para comer con los padres de él y la madre y el padrastro de ella, pero pensó que era mejor ir a buscarlo a la oficina e ir juntos.


Las cosas habían cambiado mucho en poco tiempo. Pedro se había reunido con su familia y ella estaba reconstruyendo la relación con su madre. Hacía pocas semanas, se habían casado en una preciosa iglesia gótica de Kensington. Ni siquiera la presencia de los paparazzi había estropeado el día.


Acercándose por el pasillo hacia su despacho, Paula sintió mariposas en el estómago. Todavía no podía evitar emocionarse ante la perspectiva de ver al hombre que amaba. Su apasionada relación había sido un sueño hecho realidad.


–Señora Alfonso, buenos días. ¿La espera el señor Alfonso?


Martina, la nueva secretaria, una amable mujer de mediana edad, se mostró sinceramente complacida de verla. No era ningún secreto que se alegraba de que su atractivo jefe hubiera encontrado, por fin, al amor de su vida.


–No, Martina. No me espera. Pero, si no está ocupado, me gustaría verlo – respondió ella, rezando por que Pedro no estuviera en ninguna reunión.


–Por supuesto.


Después de llamar con suavidad a la puerta, Paula entró en el espacioso y bonito despacho. Él se giró para recibirla.


–Sabía que tenías que ser tú, mi amor. Reconozco tu forma de llamar a la puerta con esa suavidad – dijo Pedro, y la abrazó.


–Ya sé que habíamos quedado en el restaurante, pero…


–¿Pasa algo?


–No pasa nada malo. Es que tenía muchas ganas de verte. ¿Te importa?


–Sabes que te necesito más que el aire que respiro. Además, te has puesto ese vestido rojo que me encanta.


Pedro le acarició el cuello, envolviéndola con su calor. Al instante, ella se derritió.


–¿Qué te parece si cierro la puerta con llave y corro las cortinas? Podemos dejar para otro día la cita para ir a comer…


–Pero hemos quedado con nuestros padres, ¿recuerdas? – replicó ella con una sonrisa– . Además, quiero decirte algo antes.


–Soy todo oídos – dijo él, y la besó con suavidad en los labios.


–Estoy embarazada. ¡Vamos a tener un bebé, Pedro!


–¿Estás segura? – preguntó él con los ojos radiantes de emoción.


–Me he hecho la prueba esta mañana y ha dado positivo – afirmó ella con el corazón a toda velocidad.


–Mon Dieu… ¡Voy a ser padre! Vamos a ser padres. Es lo más maravilloso que he oído nunca, mi amor.


Pedro la abrazó y la besó con pasión. Sin separarse de ella, apretó un botón en su escritorio para cerrar la puerta con cerrojo y otro para bajar las persianas. Despacio, le bajó a su esposa la cremallera del vestido.


–Creo que tenemos tiempo de hacer el amor antes de ir a comer. A nuestros padres no les importará que lleguemos tarde, sobre todo, cuando les digamos que van a ser abuelos.


–¿Tienes idea de cuánto te quiero, Pedro? – le dijo ella, mirándolo con los ojos llenos de lágrimas de felicidad.


Él esbozó un gesto serio.


–Si se parece en algo a lo que yo siento por ti, Paula, entonces soy el hombre más afortunado del mundo







EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 22





La segunda vez que la poseyó, Pedro se tomó su tiempo para saborear cada detalle y cada momento. Al verla tumbada desnuda sobre las sábanas de seda, se preguntó cómo podía haber encontrado hermosa a cualquier otra mujer. En todas sus conquistas, había faltado siempre el ingrediente esencial: la conexión especial que sentía con Paula. Con ella, su corazón se llenaba de felicidad y de esperanza.


–Dijiste que habías pensado en no tomar la píldora del día después. ¿Por qué? – le volvió a preguntar él, sumergiéndose en sus mágicos ojos violetas.


–No pude evitar preguntarme cómo sería un hijo nuestro – repuso ella, devolviéndole la mirada– . Y, por primera vez en la vida, me di cuenta de que quería tener hijos. Quiero tener una familia.


–¿De veras?


–Si apareciera el hombre adecuado, no me lo pensaría dos veces.


Intentando no delatarse con una sonrisa de alegría, Pedro suspiró.


–¿Y ha aparecido?


–¿Tú qué crees?


Como respuesta, Pedro depositó en su boca un beso lleno de fuego.


–Por curiosidad… ¿cómo sabías que estaría en la isla? – quiso saber él.


–Por intuición. Presentí que estarías aquí, esperándome. Ni siquiera perdí el tiempo en preparar una bolsa de viaje. Lo único que me preocupaba era que no quisieras perdonarme.


–¿Perdonarte por qué?


–Por haberme tomado la libertad de decirte dónde te estabas equivocando – contestó ella con una mueca– . Yo no soy quien para juzgarte. Ya cometo bastantes errores por mí misma.


–¿Ah, sí? – preguntó él con tono provocador– . ¿Qué errores?


–Para empezar, me esfuerzo demasiado en pensar qué es lo correcto. No me permito vivir ni confiar en mi corazón. Mi padre también tenía dificultades para confiar. Tenía tanto miedo de que yo fuera como mi madre que me educó con estrictas normas sobre cómo debía comportarme.


–¿Temía que un millonario sin escrúpulos te sedujera y te arrastrara a vivir una vida vacía, pero llena de lujo? – inquirió él, sin poder ocultar un tono de amargura.


–No me he enamorado de tu riqueza – repuso ella, acariciándole el hombro con ternura– . Me he enamorado del hombre que hay en tu interior. Te quiero a ti, Pedro, y a nadie más.


Pedro se le aceleró tanto el corazón que apenas pudo pensar. Estaba escuchando las palabras que nunca pensó escuchar.


–¿Me quieres?


–¿Acaso lo dudas?


–No dudo de ti, Paula. Lo que pasa es que me sorprende… y me encanta. La verdad es que no creo que sea una persona muy digna de amor. Mis propios padres me rechazan. No creas que me autocompadezco, solo quiero ser realista.


–No creo que tus padres te rechacen. Es imposible que no te quieran. El amor de un padre es incondicional, ¿no?


Él se encogió de hombros.


–Me dicen que se preocupan por mí, pero ellos a quien querían era a mi hermana.


–¿Tenías una hermana?


–Sí…


En vez de bloquear sus sentimientos de dolor, como solía hacer, Pedro los dejó fluir. Recordó la alegría que había sentido siempre junto a su hermana y su deseo de protegerla con su vida. Sin embargo, no había sido capaz de salvarla de la enfermedad.


–Se llamaba Francesca – continuó él con una sonrisa de amargura– . Murió con solo tres años, después de una corta enfermedad.


Paula se quedó petrificada.


Pedro, lo siento mucho. ¿Qué edad tenías tú?


–Nueve años.


–Tus pobres padres… Debisteis de quedaros todos hundidos.


–Sí. Todavía lo estamos. Por eso, yo decidí hacer todo lo posible para que a mis padres nunca les faltara dinero. Por desgracia, las cosas se me fueron de las manos. Me volví adicto a la ambición y al éxito. Pensé que eso me protegería del fantasma de la pérdida. Pero, como me dijiste en el restaurante, me volví incapaz de ver el límite.


–Oh, mi amor…


Ella lo besó con ternura y, al sentir la sinceridad de su cariño, a él le dio un vuelco el corazón.


–Yo también te amo, Paula. Es una tortura imaginarme la vida sin ti.


–Lo último que quiero es torturarte – repuso ella, y lo abrazó y lo besó de nuevo– . Quiero pasar el resto de mi vida haciéndote feliz. Y contarle a todo el mundo lo bueno y amable que eres. Estoy orgullosa de ti.


–Ya que lo dices, quiero que me acompañes cuando vaya a hablar con mis padres. Quiero compartir con ellos mis sentimientos y explicarles por qué me fui distanciando de ellos. También deseo contarles cómo me sentí cuando perdimos a Francesca. Y además…


–¿Sí?


–Quiero decirles que he conocido a la mujer de mis sueños.


–Me vas a hacer llorar… – susurró ella con emoción.


–Quiero pedirte algo más.


–¿Qué?


–Quiero que te quedes con el brazalete que te regalé. Si lo aceptas y aceptas la intención con que te lo di, sabré que amas al verdadero Pedro Alfonso. He cometido muchos errores, pero no pienso dejarte marchar. Eres más valiosa que cualquier logro material que pueda conseguir. Espero que algún día quieras ser mi mujer y la madre de mis hijos.


Paula estaba llorando.


Pedro la abrazó en silencio hasta que el llanto cesó, sin parar de decirle lo mucho que la amaba.


–¡Sí! ¡Me casaré contigo! – exclamó ella al fin con los ojos brillándole como diamantes.






sábado, 7 de noviembre de 2015

EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 21




Paula había retrasado su llamada a Pedro hasta terminar el trabajo. Aunque no había sido más que una excusa, porque lo cierto era que le asustaba que él no quisiera hablar con ella, después de cómo le había hablado en el restaurante.


Tal vez, él había decidido que no necesitaba soportar a una mujer que dijera lo que pensaba.


Cuando, por fin, tomó el teléfono y lo llamó, estaba tan nerviosa que sentía náuseas.


–El señor Alfonso no ha venido hoy a la oficina – le informó su antipática secretaria.


–Bueno, si no está en la oficina, ¿puede decirme dónde encontrarlo? No responde al móvil.


–No, me temo que no.


–¡Pero es importante!


–Si el señor Alfonso hubiera querido que usted lo contactara, me habría dejado instrucciones, señorita Chaves. Solo puedo decirle que no quiere que nadie lo moleste hoy.


–Pero…


–Adiós, señorita Chaves.


Paula empezó a preocuparse. Solo de pensar que no iba a tener la oportunidad de arreglar las cosas con Pedro se le encogía el estómago. ¿Por qué había esperado tanto para llamarlo? ¿Y si él estaba de viaje de negocios y no volvía hasta días o semanas después?


Incapaz de sentarse, se fue a preparar té, tratando de pensar qué hacer. Justo cuando iba a darle un sorbo, se le ocurrió la respuesta. Sabía exactamente qué hacer.


Llena de determinación, se bebió el resto de la taza de té, agarró el abrigo y el bolso y apagó las luces. Después de cerrar la puerta de la tienda con llave, tomó un taxi y le pidió que la llevara a la estación


Mojada y salpicada por las olas en el turbulento viaje en barco, Paula se atusó el pelo y se subió las solapas del impermeable con dedos helados. Era imposible hablar con Ramon con el ruido del viento y el barco sobre las olas.


–Hoy el mar está embravecido, Paula. ¿Seguro que quieres cruzar? – le había advertido el barquero antes de partir.


–Si tú estás dispuesto a arriesgarte, yo también – había respondido ella– . Pero no quiero que lo hagas si de veras crees que es peligroso


–He surcado mares peores y vivo para contarlo – había respondido el muchacho con una sonrisa– . Pero lo que quieres decirle al señor Alfonso debe de ser muy importante si estás dispuesta a arriesgar la vida para hacerlo. ¿Sabe él que llegas?


Así que había acertado cuando su intuición le había dicho que Pedro estaría en la isla, se dijo Paula con un suspiro de alivio.


–No. Digamos que quiero darle una sorpresa.


–No creo que sea la clase de hombre al que le gusten las sorpresas, pero seguro que hará una excepción contigo. Es un hombre, a pesar de las mentiras que cuenta la prensa.


Tal y como había prometido, el barquero llevó a Paula a la isla sana y salva. Incluso esperó a que subiera el primer tramo más escarpado de la colina y se ofreció a volver a pasarse por allí esa tarde, «por si acaso».


Aunque estaba helada y calada hasta los huesos, Paula no se paró ni siquiera a pensar. Estaba demasiado nerviosa.


Al acercarse al singular edificio de cristal, una extraña sensación de bienvenida la invadió.


Mirándose a sí misma, deseó tener mejor aspecto. Pero eso poco importaba, siempre que Pedro se alegrara de verla. 


Porque, si no le gustaba la sorpresa…


Paula no quería ni pensarlo.


Al llegar a la entrada, llevó la mano al sensor y, para su alivio, la puerta se abrió. Cuando entró en el vestíbulo, la puerta automática volvió a cerrarse. ¿Cómo podía avisar a Pedro de que había llegado? ¿Debería llamarlo? ¿O entrar y buscarlo sin más?


Insegura, se quitó los zapatos y se dirigió hacia el salón. Al acercarse, la envolvió el tentador aroma del francés.


–Vaya, vaya, vaya. Mira lo que nos ha traído la marea.


Pedro estaba parado ante los ventanales. Despacio, se giró hacia ella. Sus ojos azules no mostraban ni un ápice de sorpresa, como si la hubiera estado esperando.


A Paula se le cayó el bolso del hombro, pero no se molestó en recogerlo.


–Es la segunda vez que me dices eso – observó ella, tiritando de frío.


–¿Ah, sí? – dijo él, acercándose con una sonrisa– . Tendré que buscarme nuevas frases.


–No pareces sorprendido. ¿Cómo sabías que iba a venir a buscarte?


–Algunas cosas son difíciles de explicar, pero dejemos eso para después. Ahora necesitas quitarte la ropa mojada y darte una ducha caliente.


–Sí… – admitió ella– . Pero ¿y tú, Pedro? ¿Qué necesitas tú?


–Lo que yo necesito es acompañarte – repuso él, gratamente sorprendido por su pregunta– . Si te parece bien.


En silencio, Paula asintió.


Cuando Pedro la rodeó con un brazo con gesto protector por la cintura, ella se dejó llevar al dormitorio, sintiéndose como en una nube.


El baño del dormitorio principal tenía el suelo de baldosas azules y espejos de cuerpo entero en todas las paredes. Pedro abrió el grifo del agua caliente y, al momento, todo se empañó de vapor perfumado.


Sin tener tiempo para pensar, Paula se entregó a lo que su cuerpo sentía y no opuso resistencia alguna cuando él se acercó para quitarle el impermeable.


Después, prenda por prenda, la fue desnudando, observándola con intensa concentración. Ella todavía temblaba, pero no era de frío.


Después de quitarle la ropa interior, la atrajo contra su cuerpo.


–Bésame – ordenó él.


Paula obedeció sin dudar. Sus bocas se unieron con pasión, convirtiéndose al instante en un fuego de urgencia y deseo. 


Mientras él la devoraba, ella le quitaba la ropa con ansiedad.


Cuando estuvo desnudo, Paula se paró un momento a contemplar su masculina belleza. Su poderosa erección delataba su estado de excitación. Apenas podía esperar para poseerla… y ella, tampoco.


–Hazme el amor en la ducha, por favor – susurró ella, lanzándole los brazos al cuello.


Pedro tomó un paquete de preservativos de los pantalones que estaban en el suelo y la levantó en el aire, haciendo que lo rodeara con los muslos por la cintura.


–No quiero que vuelvas a preocuparte por quedarte embarazada.


–¿Te sorprendería saber que consideré la posibilidad de no tomar la píldora del día después? – reconoció ella en voz baja.


–¿Por qué?


–Es mejor que lo hablemos después.


–Bien – susurró él– . Ahora solo quiero que pienses en el placer que voy a darte, cariño.


Pedro la derritió con otro beso incendiario y la llevó a la ducha caliente.


La primera vez, la penetró con fuerza y ella gritó de placer mientras el agua caía a raudales por su pelo y sus pechos. 


Enseguida, ella fue incapaz de contenerse y llegó al clímax entre sus brazos. Abrumada por la sensual marea que poseía su cuerpo, sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas de alegría. Acto seguido, con un gemido gutural, su amante se quedó paralizado con el orgasmo.


Durante un rato, ambos se quedaron sin palabras. Luego, él la miró a los ojos y la colocó con cuidado sobre sus pies. Incluso en el vaho que los envolvía, Paula vio que sus ojos brillaban como nunca los había visto brillar antes.


–Llevamos media hora juntos, ángel mío, y todavía no te he dicho lo hermosa que eres.


Suspirando de satisfacción, Pedro la abrazó con fuerza y la besó en los labios con infinita ternura.


–Te prometo que voy a compensarte por eso, cariño. Para empezar, quiero que sepas que eres una mujer sexy y preciosa. No sé qué te ha traído a mí, pero estoy muy agradecido por ello.


Con una cálida sonrisa, ella le quitó un mechón mojado de pelo de la frente.


–No podría haberme mantenido apartada, Pedro. ¿Acaso no lo sabes?


Moviendo la cabeza, él la besó en la mano.


–Cuando me dejaste en el restaurante, después de decirme esas cosas, me quedé hundido – reconoció él– . Pero estaba furioso solo porque eras la única persona que se había atrevido a decirme la verdad.


–No era mi intención herirte.


–Lo sé. Pero tenías que hacerlo, Paula. Estaba viviendo un infierno y tú has venido a liberarme. Quizá, ahora tenga la oportunidad de redimirme.


–Sequémonos y vamos a la cama – propuso ella– . Cuando te tenga entre mis brazos, te diré lo que siento por ti, Pedro Alfonso – añadió con una seductora sonrisa.