sábado, 7 de noviembre de 2015
EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 21
Paula había retrasado su llamada a Pedro hasta terminar el trabajo. Aunque no había sido más que una excusa, porque lo cierto era que le asustaba que él no quisiera hablar con ella, después de cómo le había hablado en el restaurante.
Tal vez, él había decidido que no necesitaba soportar a una mujer que dijera lo que pensaba.
Cuando, por fin, tomó el teléfono y lo llamó, estaba tan nerviosa que sentía náuseas.
–El señor Alfonso no ha venido hoy a la oficina – le informó su antipática secretaria.
–Bueno, si no está en la oficina, ¿puede decirme dónde encontrarlo? No responde al móvil.
–No, me temo que no.
–¡Pero es importante!
–Si el señor Alfonso hubiera querido que usted lo contactara, me habría dejado instrucciones, señorita Chaves. Solo puedo decirle que no quiere que nadie lo moleste hoy.
–Pero…
–Adiós, señorita Chaves.
Paula empezó a preocuparse. Solo de pensar que no iba a tener la oportunidad de arreglar las cosas con Pedro se le encogía el estómago. ¿Por qué había esperado tanto para llamarlo? ¿Y si él estaba de viaje de negocios y no volvía hasta días o semanas después?
Incapaz de sentarse, se fue a preparar té, tratando de pensar qué hacer. Justo cuando iba a darle un sorbo, se le ocurrió la respuesta. Sabía exactamente qué hacer.
Llena de determinación, se bebió el resto de la taza de té, agarró el abrigo y el bolso y apagó las luces. Después de cerrar la puerta de la tienda con llave, tomó un taxi y le pidió que la llevara a la estación
Mojada y salpicada por las olas en el turbulento viaje en barco, Paula se atusó el pelo y se subió las solapas del impermeable con dedos helados. Era imposible hablar con Ramon con el ruido del viento y el barco sobre las olas.
–Hoy el mar está embravecido, Paula. ¿Seguro que quieres cruzar? – le había advertido el barquero antes de partir.
–Si tú estás dispuesto a arriesgarte, yo también – había respondido ella– . Pero no quiero que lo hagas si de veras crees que es peligroso
–He surcado mares peores y vivo para contarlo – había respondido el muchacho con una sonrisa– . Pero lo que quieres decirle al señor Alfonso debe de ser muy importante si estás dispuesta a arriesgar la vida para hacerlo. ¿Sabe él que llegas?
Así que había acertado cuando su intuición le había dicho que Pedro estaría en la isla, se dijo Paula con un suspiro de alivio.
–No. Digamos que quiero darle una sorpresa.
–No creo que sea la clase de hombre al que le gusten las sorpresas, pero seguro que hará una excepción contigo. Es un hombre, a pesar de las mentiras que cuenta la prensa.
Tal y como había prometido, el barquero llevó a Paula a la isla sana y salva. Incluso esperó a que subiera el primer tramo más escarpado de la colina y se ofreció a volver a pasarse por allí esa tarde, «por si acaso».
Aunque estaba helada y calada hasta los huesos, Paula no se paró ni siquiera a pensar. Estaba demasiado nerviosa.
Al acercarse al singular edificio de cristal, una extraña sensación de bienvenida la invadió.
Mirándose a sí misma, deseó tener mejor aspecto. Pero eso poco importaba, siempre que Pedro se alegrara de verla.
Porque, si no le gustaba la sorpresa…
Paula no quería ni pensarlo.
Al llegar a la entrada, llevó la mano al sensor y, para su alivio, la puerta se abrió. Cuando entró en el vestíbulo, la puerta automática volvió a cerrarse. ¿Cómo podía avisar a Pedro de que había llegado? ¿Debería llamarlo? ¿O entrar y buscarlo sin más?
Insegura, se quitó los zapatos y se dirigió hacia el salón. Al acercarse, la envolvió el tentador aroma del francés.
–Vaya, vaya, vaya. Mira lo que nos ha traído la marea.
Pedro estaba parado ante los ventanales. Despacio, se giró hacia ella. Sus ojos azules no mostraban ni un ápice de sorpresa, como si la hubiera estado esperando.
A Paula se le cayó el bolso del hombro, pero no se molestó en recogerlo.
–Es la segunda vez que me dices eso – observó ella, tiritando de frío.
–¿Ah, sí? – dijo él, acercándose con una sonrisa– . Tendré que buscarme nuevas frases.
–No pareces sorprendido. ¿Cómo sabías que iba a venir a buscarte?
–Algunas cosas son difíciles de explicar, pero dejemos eso para después. Ahora necesitas quitarte la ropa mojada y darte una ducha caliente.
–Sí… – admitió ella– . Pero ¿y tú, Pedro? ¿Qué necesitas tú?
–Lo que yo necesito es acompañarte – repuso él, gratamente sorprendido por su pregunta– . Si te parece bien.
En silencio, Paula asintió.
Cuando Pedro la rodeó con un brazo con gesto protector por la cintura, ella se dejó llevar al dormitorio, sintiéndose como en una nube.
El baño del dormitorio principal tenía el suelo de baldosas azules y espejos de cuerpo entero en todas las paredes. Pedro abrió el grifo del agua caliente y, al momento, todo se empañó de vapor perfumado.
Sin tener tiempo para pensar, Paula se entregó a lo que su cuerpo sentía y no opuso resistencia alguna cuando él se acercó para quitarle el impermeable.
Después, prenda por prenda, la fue desnudando, observándola con intensa concentración. Ella todavía temblaba, pero no era de frío.
Después de quitarle la ropa interior, la atrajo contra su cuerpo.
–Bésame – ordenó él.
Paula obedeció sin dudar. Sus bocas se unieron con pasión, convirtiéndose al instante en un fuego de urgencia y deseo.
Mientras él la devoraba, ella le quitaba la ropa con ansiedad.
Cuando estuvo desnudo, Paula se paró un momento a contemplar su masculina belleza. Su poderosa erección delataba su estado de excitación. Apenas podía esperar para poseerla… y ella, tampoco.
–Hazme el amor en la ducha, por favor – susurró ella, lanzándole los brazos al cuello.
Pedro tomó un paquete de preservativos de los pantalones que estaban en el suelo y la levantó en el aire, haciendo que lo rodeara con los muslos por la cintura.
–No quiero que vuelvas a preocuparte por quedarte embarazada.
–¿Te sorprendería saber que consideré la posibilidad de no tomar la píldora del día después? – reconoció ella en voz baja.
–¿Por qué?
–Es mejor que lo hablemos después.
–Bien – susurró él– . Ahora solo quiero que pienses en el placer que voy a darte, cariño.
Pedro la derritió con otro beso incendiario y la llevó a la ducha caliente.
La primera vez, la penetró con fuerza y ella gritó de placer mientras el agua caía a raudales por su pelo y sus pechos.
Enseguida, ella fue incapaz de contenerse y llegó al clímax entre sus brazos. Abrumada por la sensual marea que poseía su cuerpo, sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas de alegría. Acto seguido, con un gemido gutural, su amante se quedó paralizado con el orgasmo.
Durante un rato, ambos se quedaron sin palabras. Luego, él la miró a los ojos y la colocó con cuidado sobre sus pies. Incluso en el vaho que los envolvía, Paula vio que sus ojos brillaban como nunca los había visto brillar antes.
–Llevamos media hora juntos, ángel mío, y todavía no te he dicho lo hermosa que eres.
Suspirando de satisfacción, Pedro la abrazó con fuerza y la besó en los labios con infinita ternura.
–Te prometo que voy a compensarte por eso, cariño. Para empezar, quiero que sepas que eres una mujer sexy y preciosa. No sé qué te ha traído a mí, pero estoy muy agradecido por ello.
Con una cálida sonrisa, ella le quitó un mechón mojado de pelo de la frente.
–No podría haberme mantenido apartada, Pedro. ¿Acaso no lo sabes?
Moviendo la cabeza, él la besó en la mano.
–Cuando me dejaste en el restaurante, después de decirme esas cosas, me quedé hundido – reconoció él– . Pero estaba furioso solo porque eras la única persona que se había atrevido a decirme la verdad.
–No era mi intención herirte.
–Lo sé. Pero tenías que hacerlo, Paula. Estaba viviendo un infierno y tú has venido a liberarme. Quizá, ahora tenga la oportunidad de redimirme.
–Sequémonos y vamos a la cama – propuso ella– . Cuando te tenga entre mis brazos, te diré lo que siento por ti, Pedro Alfonso – añadió con una seductora sonrisa.
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Ayyyyyyyyyyy, adoré estos 5 caps. Ya quiero que lleguen los caps finales de mañana jajajaja.
ResponderBorrarHermoso capítulos! se me hace re cortita esta historia cuando la leo!
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