domingo, 8 de noviembre de 2015

EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 22





La segunda vez que la poseyó, Pedro se tomó su tiempo para saborear cada detalle y cada momento. Al verla tumbada desnuda sobre las sábanas de seda, se preguntó cómo podía haber encontrado hermosa a cualquier otra mujer. En todas sus conquistas, había faltado siempre el ingrediente esencial: la conexión especial que sentía con Paula. Con ella, su corazón se llenaba de felicidad y de esperanza.


–Dijiste que habías pensado en no tomar la píldora del día después. ¿Por qué? – le volvió a preguntar él, sumergiéndose en sus mágicos ojos violetas.


–No pude evitar preguntarme cómo sería un hijo nuestro – repuso ella, devolviéndole la mirada– . Y, por primera vez en la vida, me di cuenta de que quería tener hijos. Quiero tener una familia.


–¿De veras?


–Si apareciera el hombre adecuado, no me lo pensaría dos veces.


Intentando no delatarse con una sonrisa de alegría, Pedro suspiró.


–¿Y ha aparecido?


–¿Tú qué crees?


Como respuesta, Pedro depositó en su boca un beso lleno de fuego.


–Por curiosidad… ¿cómo sabías que estaría en la isla? – quiso saber él.


–Por intuición. Presentí que estarías aquí, esperándome. Ni siquiera perdí el tiempo en preparar una bolsa de viaje. Lo único que me preocupaba era que no quisieras perdonarme.


–¿Perdonarte por qué?


–Por haberme tomado la libertad de decirte dónde te estabas equivocando – contestó ella con una mueca– . Yo no soy quien para juzgarte. Ya cometo bastantes errores por mí misma.


–¿Ah, sí? – preguntó él con tono provocador– . ¿Qué errores?


–Para empezar, me esfuerzo demasiado en pensar qué es lo correcto. No me permito vivir ni confiar en mi corazón. Mi padre también tenía dificultades para confiar. Tenía tanto miedo de que yo fuera como mi madre que me educó con estrictas normas sobre cómo debía comportarme.


–¿Temía que un millonario sin escrúpulos te sedujera y te arrastrara a vivir una vida vacía, pero llena de lujo? – inquirió él, sin poder ocultar un tono de amargura.


–No me he enamorado de tu riqueza – repuso ella, acariciándole el hombro con ternura– . Me he enamorado del hombre que hay en tu interior. Te quiero a ti, Pedro, y a nadie más.


Pedro se le aceleró tanto el corazón que apenas pudo pensar. Estaba escuchando las palabras que nunca pensó escuchar.


–¿Me quieres?


–¿Acaso lo dudas?


–No dudo de ti, Paula. Lo que pasa es que me sorprende… y me encanta. La verdad es que no creo que sea una persona muy digna de amor. Mis propios padres me rechazan. No creas que me autocompadezco, solo quiero ser realista.


–No creo que tus padres te rechacen. Es imposible que no te quieran. El amor de un padre es incondicional, ¿no?


Él se encogió de hombros.


–Me dicen que se preocupan por mí, pero ellos a quien querían era a mi hermana.


–¿Tenías una hermana?


–Sí…


En vez de bloquear sus sentimientos de dolor, como solía hacer, Pedro los dejó fluir. Recordó la alegría que había sentido siempre junto a su hermana y su deseo de protegerla con su vida. Sin embargo, no había sido capaz de salvarla de la enfermedad.


–Se llamaba Francesca – continuó él con una sonrisa de amargura– . Murió con solo tres años, después de una corta enfermedad.


Paula se quedó petrificada.


Pedro, lo siento mucho. ¿Qué edad tenías tú?


–Nueve años.


–Tus pobres padres… Debisteis de quedaros todos hundidos.


–Sí. Todavía lo estamos. Por eso, yo decidí hacer todo lo posible para que a mis padres nunca les faltara dinero. Por desgracia, las cosas se me fueron de las manos. Me volví adicto a la ambición y al éxito. Pensé que eso me protegería del fantasma de la pérdida. Pero, como me dijiste en el restaurante, me volví incapaz de ver el límite.


–Oh, mi amor…


Ella lo besó con ternura y, al sentir la sinceridad de su cariño, a él le dio un vuelco el corazón.


–Yo también te amo, Paula. Es una tortura imaginarme la vida sin ti.


–Lo último que quiero es torturarte – repuso ella, y lo abrazó y lo besó de nuevo– . Quiero pasar el resto de mi vida haciéndote feliz. Y contarle a todo el mundo lo bueno y amable que eres. Estoy orgullosa de ti.


–Ya que lo dices, quiero que me acompañes cuando vaya a hablar con mis padres. Quiero compartir con ellos mis sentimientos y explicarles por qué me fui distanciando de ellos. También deseo contarles cómo me sentí cuando perdimos a Francesca. Y además…


–¿Sí?


–Quiero decirles que he conocido a la mujer de mis sueños.


–Me vas a hacer llorar… – susurró ella con emoción.


–Quiero pedirte algo más.


–¿Qué?


–Quiero que te quedes con el brazalete que te regalé. Si lo aceptas y aceptas la intención con que te lo di, sabré que amas al verdadero Pedro Alfonso. He cometido muchos errores, pero no pienso dejarte marchar. Eres más valiosa que cualquier logro material que pueda conseguir. Espero que algún día quieras ser mi mujer y la madre de mis hijos.


Paula estaba llorando.


Pedro la abrazó en silencio hasta que el llanto cesó, sin parar de decirle lo mucho que la amaba.


–¡Sí! ¡Me casaré contigo! – exclamó ella al fin con los ojos brillándole como diamantes.






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