domingo, 8 de noviembre de 2015

EL SABOR DEL AMOR: EPILOGO




Paula había decidido darle una sorpresa a su marido. 


Habían quedado para comer con los padres de él y la madre y el padrastro de ella, pero pensó que era mejor ir a buscarlo a la oficina e ir juntos.


Las cosas habían cambiado mucho en poco tiempo. Pedro se había reunido con su familia y ella estaba reconstruyendo la relación con su madre. Hacía pocas semanas, se habían casado en una preciosa iglesia gótica de Kensington. Ni siquiera la presencia de los paparazzi había estropeado el día.


Acercándose por el pasillo hacia su despacho, Paula sintió mariposas en el estómago. Todavía no podía evitar emocionarse ante la perspectiva de ver al hombre que amaba. Su apasionada relación había sido un sueño hecho realidad.


–Señora Alfonso, buenos días. ¿La espera el señor Alfonso?


Martina, la nueva secretaria, una amable mujer de mediana edad, se mostró sinceramente complacida de verla. No era ningún secreto que se alegraba de que su atractivo jefe hubiera encontrado, por fin, al amor de su vida.


–No, Martina. No me espera. Pero, si no está ocupado, me gustaría verlo – respondió ella, rezando por que Pedro no estuviera en ninguna reunión.


–Por supuesto.


Después de llamar con suavidad a la puerta, Paula entró en el espacioso y bonito despacho. Él se giró para recibirla.


–Sabía que tenías que ser tú, mi amor. Reconozco tu forma de llamar a la puerta con esa suavidad – dijo Pedro, y la abrazó.


–Ya sé que habíamos quedado en el restaurante, pero…


–¿Pasa algo?


–No pasa nada malo. Es que tenía muchas ganas de verte. ¿Te importa?


–Sabes que te necesito más que el aire que respiro. Además, te has puesto ese vestido rojo que me encanta.


Pedro le acarició el cuello, envolviéndola con su calor. Al instante, ella se derritió.


–¿Qué te parece si cierro la puerta con llave y corro las cortinas? Podemos dejar para otro día la cita para ir a comer…


–Pero hemos quedado con nuestros padres, ¿recuerdas? – replicó ella con una sonrisa– . Además, quiero decirte algo antes.


–Soy todo oídos – dijo él, y la besó con suavidad en los labios.


–Estoy embarazada. ¡Vamos a tener un bebé, Pedro!


–¿Estás segura? – preguntó él con los ojos radiantes de emoción.


–Me he hecho la prueba esta mañana y ha dado positivo – afirmó ella con el corazón a toda velocidad.


–Mon Dieu… ¡Voy a ser padre! Vamos a ser padres. Es lo más maravilloso que he oído nunca, mi amor.


Pedro la abrazó y la besó con pasión. Sin separarse de ella, apretó un botón en su escritorio para cerrar la puerta con cerrojo y otro para bajar las persianas. Despacio, le bajó a su esposa la cremallera del vestido.


–Creo que tenemos tiempo de hacer el amor antes de ir a comer. A nuestros padres no les importará que lleguemos tarde, sobre todo, cuando les digamos que van a ser abuelos.


–¿Tienes idea de cuánto te quiero, Pedro? – le dijo ella, mirándolo con los ojos llenos de lágrimas de felicidad.


Él esbozó un gesto serio.


–Si se parece en algo a lo que yo siento por ti, Paula, entonces soy el hombre más afortunado del mundo







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