lunes, 2 de noviembre de 2015

EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 4





Mucho después de su reunión, Paula seguía sintiendo un extraño cosquilleo por haberse encontrado con Pedro Alfonso. Sentía curiosidad por saber qué le había impulsado a ser como era. Estaba claro que no le había gustado su decisión de no venderle la tienda. Su negativa lo había irritado porque no debía de estar acostumbrado a recibir un «no» por respuesta.


En su casa, esa noche, hizo algunas investigaciones en Internet. Descubrió que Pedro era uno de los hombres más ricos de Europa y que había hecho su fortuna al convertir un pequeño restaurante francés de Londres, llamado Mangez Bien, en una famosa cadena que se había extendido por todo el mundo. El local original había pertenecido a los padres de Pedro. Los dos eran inmigrantes franceses que se habían establecido en Londres de jóvenes. Habían sabido invertir su pasión por la cocina en un pequeño restaurante que se había granjeado una devota clientela.


Cuando su hijo había cumplido diecisiete años, se había convertido en un excelente chef, cuya ambición había superado a la de sus padres. Había llegado a trabajar en los mejores hoteles de Londres y, gracias a su ingenio para los negocios, había fundado sus propios restaurantes. Mientras había construido su imperio de la restauración, se había labrado la fama de ser bastante frío y agresivo en sus negocios.


Recostándose en el respaldo del asiento, Paula contempló la foto que tenía en la pantalla del ordenador. Había sido tomada en una prestigiosa ceremonia de entrega de premios en Los Ángeles. Aunque Pedro estaba imponente en la imagen, su rostro no delataba ninguna emoción por recibir el premio. Más bien, parecía molesto.


El hombre que lo tiene todo gana, una vez más, el oro, rezaba el pie de foto.


–Vaya – murmuró Paula para sus adentros– . Eso no significa que nada de lo que tiene sirva para hacerle feliz. 


Algo debe de preocuparle… algo de lo que no le gusta hablar.


¿Tendría que ver con el hecho de que su padre no había podido permitirse comprar un anillo de compromiso de diamantes auténticos a su madre?, se preguntó ella. 


Recordó la expresión de dolor que había acompañado el relato de aquella anécdota, cuando había estado visitando la tienda de antigüedades. Aunque era poco probable que todavía le molestara aquel recuerdo. ¿Le entristecería que, en el pasado, sus padres hubieran pasado penalidades, que la vida no hubiera sido tan fácil para ellos como lo era para él?


Paula suspiró. ¿Por qué estaba pensando tanto en Pedro Alfonso? Todavía tenía que hablar con su jefe y confesarle que había rechazado la oferta de compra del francés.


Sin duda, la noticia sería fuente de ansiedad para Philip. 


Solo esperaba que comprendiera cuáles habían sido sus motivos y que estuviera de acuerdo con ella. Después de todo, Philip había sido su punto de apoyo cuando su padre había muerto, quedándose a su lado hasta el último momento en su lecho de muerte. Lo último que necesitaba en ese momento, cuando estaba tan enfermo, era verse en la tesitura de vender su tienda de antigüedades a una persona que no tenía ningún interés en su contenido.


Paula apagó el ordenador y se puso en pie, molesta consigo misma por haberse pasado más tiempo del planeado buscando información sobre Pedro Alfonso. En el salón, tomó el libro que había estado leyendo. Era sobre los aztecas, con un fascinante capítulo sobre las joyas que llevaban los emperadores. Hacía poco, habían tenido lugar unos importantes hallazgos en el norte de México que habían despertado su interés. Le habría encantado viajar hasta allí y haber visto con sus propios ojos el tesoro que los arqueólogos habían descubierto. Sin embargo, iba a tener que esperar a que la colección se abriera al público en algún museo.


Después de irse a la cama, se quedó dormida con el libro sobre el pecho y soñó con un emperador azteca que tenía un irritante parecido con Pedro Alfonso.







EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 3




De regreso en su oficina, después de un montón de tediosas reuniones, Pedro le pidió café a su secretaria y se sentó en su sillón de cuero para reflexionar sobre lo que había pasado. Nunca se había sentido tan irritado y fuera de sí. Y todo porque su maldita oferta de compra había sido rechazada.


Durante años, había admirado la estructura de aquel viejo edificio situado junto al Támesis y había pensado que sería perfecto para un restaurante exclusivo, dirigido a la élite de la sociedad, igual que los dos que poseía en Nueva York y en París.


Recordando su reunión con Paula Chaves, le pareció sorprendente que aquella mujer no hubiera querido aprovechar la oportunidad de oro que le había brindado. Era obvio que, como ella misma le había dicho, no era una mujer de negocios. Su actitud le había resultado irritante. Sobre todo, cuando había comprendido que había sido imposible convencerla con sus encantos. Por otra parte, admiraba a la tozuda mujer por su determinación y por haberse mantenido firme, a pesar de que sabía que se equivocaba.


Además, había otra cosa que había llamado su atención. 


Paula tenía los ojos de color violeta más hermosos que había visto jamás. Su pelo azabache y su piel de color marfil la hacían todavía más atractiva. Para colmo, la pasión que había vislumbrado en su interior lo intrigaba y le producía deseos de conocerla mejor, incluso cuando ella se había negado a venderle el edificio. Aunque estaba seguro de que encontraría una manera de persuadirla.


Sí, aprovecharía cualquier oportunidad y haría que aquella propiedad fuera suya. No cejaría hasta lograrlo. Paula solo necesitaba un par de días para reflexionar y darse cuenta del error que había cometido al rechazarlo. Entonces, él volvería a la carga con otra oferta a la que no podría resistirse, planeó.


Debía hacerle ver que venderle el edificio era la única forma de que su jefe pudiera retirarse con comodidad y suficiente dinero para el resto de su vida.


Sin embargo, en el fondo de su corazón, Pedro se sentía culpable por haber pensado que el dinero iba a ser la respuesta a todos los problemas del señor Philip Houghton.


–Hijo, no siempre puedes arreglar el dolor de una persona 
con dinero. Ni toda la fortuna del mundo nos habría ayudado a nosotros a superar la muerte de tu hermana. No lo olvides nunca – le había aconsejado su padre en una ocasión.


Al recordar sus palabras, se sobresaltó y, durante unos segundos, se quedó paralizado, como si hubiera explotado una bomba en su interior. Pero no era el momento de pensar en lo mucho que lo había herido la muerte de su hermana.


Los padres de Pedro y él veían la vida de forma muy diferente. Él era experto en encontrar soluciones prácticas a la adversidad, mientras que ellos sucumbían a sus emociones y dejaban que los sentimientos dictaran sus reacciones. La idea de comportarse de la misma manera le parecía imposible. Había escuchado a sus padres contar historias sobre su infancia, que había sido muy pobre, sin apenas un bocado que llevarse a la boca, sin modo de calentarse en invierno ni electricidad. Desde pequeño, había aprendido que era esencial tener dinero y, según había ido creciendo, había demostrado tener talento para ganarlo con facilidad.


Satisfecho de su plan para hacerse con la vieja propiedad situada junto al río,Pedro se puso en pie, se ajustó la corbata y se dirigió a la puerta.


En la mesa de la secretaria, una rubia despampanante que era prima de un prometedor diseñador parisino, le dedicó una sonrisa más encantadora de lo normal.


–Olvida el café, ma chère, y resérvame una mesa para cenar en mi club a las ocho en punto.


–¿Irá acompañado, señor Alfonso?


–No, Simone. Hoy no.


–Entonces, llamaré al maître ahora mismo y le pediré que le reserve su mesa favorita.


–Gracias.


–Es un placer. Me encanta poder hacer cosas para hacerle la vida un poco más fácil – aseguró Simone con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas sobre lo que sentía por su jefe.


Al verla, de pronto, Pedro hizo una mueca.


–En ese caso, no te importa hacer unas horas extras esta noche, ¿verdad? He dejado una lista de cosas por hacer sobre mi mesa. Buenas noches, Simone. Te veré por la mañana.


Pedro estaba más irritado de lo habitual por la actitud obsequiosa de la rubia. No llevaba mucho tiempo trabajando para él, pero parecía muy segura de que, antes o después, se la llevaría a la cama. Sin ir más lejos, el día anterior, la había oído comentándole algo parecido a alguien por el móvil.


–¡Que Dios me proteja de las depredadoras! – murmuró él mientras esperaba con impaciencia al ascensor.







EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 2





Cuando Paula volvió al despacho con el café, Pedro estaba sentado de espaldas a ella. Aprovechó para fijarse en su ancha espalda. También se dio cuenta de que tenía el pelo castaño oscuro con reflejos dorados.


Como si no hubiera sido bastante para captar su atención, un aroma a elegante colonia masculina impregnaba el ambiente. Tras humedecerse los labios con la lengua, Paula dejó la bandeja sobre el escritorio victoriano de madera. 


Luego, se sentó en una bonita silla tallada que solía ocupar Philip.


Estar cara a cara delante de Pedro Alfonso no era algo que el pulso de una mujer pudiera resistir. Su rostro era bello y fuerte como el de una escultura de Miguel Ángel. Sin embargo, sus ojos azules no parecían tan cálidos como cuando, en la planta de arriba, le había contado la enternecedora historia del anillo que su padre le había regalado a su madre.


De hecho, mientras la recorría con la mirada, a Paula le recordaron al océano helado de los polos. Un poco alarmada, se sonrojó, preguntándose por qué la observaba así.


Ella nunca se había considerado a sí misma hermosa, por eso, le desconcertaba e inquietaba la penetrante mirada de aquel hombre.


Entonces, Pedro le dedicó otra irresistible sonrisa.


–¿Te importa servir el café? Así podremos comenzar. Tengo una agenda muy ocupada hoy y me gustaría cerrar nuestro trato lo antes posible.


–Lo dice como si hubiera tomado una decisión.


–Así es. Después de haber visto el edificio por dentro, estoy preparado para hacer una oferta.


De inmediato, Paula se percató alarmada de que, de nuevo, él se había referido al edificio, no al negocio de antigüedades. Sintió un nudo en el estómago.


–Me gustaría llegar a un acuerdo hoy – continuó él con tono suave.


Al parecer, Pedro daba por hecho que ella estaría de acuerdo con la venta. ¿No la creía capaz de negarse? ¿Quizá pensaba que podía intimidarla con su riqueza y su estatus?


Mordiéndose la lengua, Paula decidió que era mejor dejar su respuesta para el final. Era mejor escuchar y ordenar sus pensamientos primero.


–Con dos cucharaditas de azúcar, ¿verdad? – preguntó ella, mientras servía el café, consciente de que él observaba todos sus movimientos con atención.


–Eso es.


Evitando su mirada, ella le tendió la taza y se sirvió la suya.


–¿Puede aclararme algo? Se ha referido a la venta del edificio, si no he entendido mal.


–Exacto.


–Discúlpeme, pero creo que mi jefe le ha dejado claro que lo que vende es su negocio de antigüedades, junto con el edificio. Ambas cosas no pueden separarse. ¿Usted no está interesado en la tienda?


–Eso es, Paula. Pero, por favor, puedes llamarme Pedro. No sé si lo sabes, pero dirijo una importante cadena de restaurantes y me gustaría instalar aquí uno de ellos. Es una localización perfecta. Además, debo confesar que las antigüedades no me interesan en absoluto. Hoy en día, no dan muchos beneficios. ¿No es esa la razón por la que tu jefe quiere venderla?


Paula se quedó petrificada un momento. Estaba furiosa y avergonzada al mismo tiempo.


–No es necesario ser tan brutal.


–Los negocios son brutales, ma chère… no te equivoques.


–Bueno, pues Philip quiere vender porque está enfermo y ya no tiene energías para dirigir su negocio. La tienda de antigüedades siempre ha sido su mayor orgullo y le aseguro que, si se encontrara bien, no la vendería por nada del mundo.


Pedro suspiró.


–Ya. Pero supongo que, como resulta que está enfermo, quiere aprovechar la oportunidad para conseguir todo el dinero que pueda con la venta, mientras sea posible. ¿No es así?


Paula volvió a sonrojarse. Le temblaban las manos. No podía tomar ninguna decisión importante en ese estado. Sin embargo, Pedro había acertado. Philip necesitaba vender. 


Aunque también esperaba que el negocio perviviera y, si ella no lograba conseguirlo, le habría fallado a su jefe y mentor, al mejor amigo de su padre. Solo podía hacer una cosa.


Recuperando la calma, miró al francés a los ojos.


–Es verdad que el señor Houghton necesita vender, pero como me ha confesado que no le interesa lo más mínimo el negocio de antigüedades y solo quiere el edificio, me temo que no puedo vendérselo a usted. No sería correcto. Siento que no sea lo que tenía planeado y espero que lo entienda.


–No. No lo entiendo. Me interesa el edificio, sí, y estoy dispuesto a pagar por él. ¿Cuántos posibles compradores han llamado desde que tu jefe sacó la tienda a la venta? – preguntó él con mirada heladora– . Adivino que, dada la situación de crisis que vivimos, no muchos. ¿Tal vez yo sea el único? Si fuera tú, Paula, aceptaría mi oferta por el bien de tu jefe. Créeme, él solo te echará en cara haberte atrevido a rechazarla. ¿De verdad quieres perder la fe y confianza que el pobre hombre ha puesto en ti?


Inundada por una oleada de rabia, Paula clavó los ojos en aquel tipo, que ya no le parecía encantador. Al parecer, estaba decidido a hacerse con aquel local situado junto al Támesis a toda costa.


–Creo que ya es suficiente. Le he dado mi última palabra y va a tener que aceptarla – le espetó ella.


–¿De verdad? ¿Y crees que puedes decirle a un hombre de negocios que se rinda tan fácilmente solo porque tú lo digas? – replicó él con tono burlón.


Intentando controlar lo furiosa que le ponía su insolencia, ella se cruzó de brazos.


–No soy quien para decirle a nadie lo que tiene que hacer. Pero conozco a mi jefe y sé lo mucho que la tienda de antigüedades significa para él. Muchas veces me ha dejado claro que quiere traspasarla junto con el edificio y le fallaría si no cumpliera sus deseos. En su nombre, le agradezco su interés, pero nuestra reunión ha terminado. Lo acompañaré a la puerta.


–No tan rápido.


Cuando Pedro se levantó, Paula adivinó que su negativa a vender le había tomado del todo por sorpresa y estaba haciendo un esfuerzo para controlar su enfado. Él no había esperado tener que enfrentarse a una discusión. De todas maneras, ella no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.


–Mira, no he venido a perder el tiempo – continuó él– . He venido por una única razón, para comprar un edificio que está en venta. ¿Es posible que reconsideres tu decisión si acepto comprar las antigüedades también? No dudo que algunas de ellas puedan ser de interés para algún que otro coleccionista.


Su comentario no sirvió para arreglar las cosas. Pedro no quería las antigüedades por su belleza o significado histórico, ni siquiera para continuar con el negocio, sino solo porque estaba pensando en su valor económico, comprendió Paula.


–Algunas son muy valiosas – confirmó ella– . Pero, por desgracia, su propuesta no hace más que demostrar que no tiene interés en las antigüedades. Por eso, no pienso considerar su oferta, señor Alfonso.


El hombre de negocios se sacó una cartera de cuero de un bolsillo interior de su impecable chaqueta, extrajo una tarjeta de visita y la lanzó al escritorio.


–Cuando hayas tenido tiempo de pensar las cosas sin dejar que tus emociones interfieran, Paula, seguro que quieres llamarme para cerrar un trato. Adiós – dijo él con una gélida mirada.


Ella dio las gracias al Cielo al ver que se iba. Sin embargo, no pudo evitar preguntarse si había tomado la decisión correcta.



domingo, 1 de noviembre de 2015

EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 1





Paula estaba parada ante la ventana, hipnotizada por la lluvia que no había parado en toda la mañana, cuando un reluciente Mercedes negro se detuvo delante de la tienda de antigüedades.


Parecía una escena de una película, se dijo con el corazón acelerado, mientras esperaba que bajara del vehículo el visitante que había estado esperando… Pedro Alfonso.


Hasta su nombre le daba escalofríos. Era uno de los empresarios más ricos del país y le precedía su fama de hombre sin escrúpulos. Cuando el jefe de Paula, Philip, había sacado a la venta la preciosa tienda de antigüedades situada enfrente del Támesis, el señor Alfonso había demostrado su interés al instante.


De nuevo, Paula deseó que su jefe estuviera allí, pero, por desgracia, Philip estaba ingresado en el hospital. En su ausencia, le había pedido a ella que se ocupara de la venta en su nombre.


Era un momento agridulce para Paula. Después de haberse pasado años trabajando para Philip, había llegado a albergar la esperanza de poder dirigir su negocio algún día. Además, estaba enamorada de aquel lugar. Por eso, su predisposición hacia el potencial comprador no era demasiado positiva.


Por la ventana, vio cómo el chófer abría la puerta del pasajero y bajaba del coche un hombre con un impecable traje de corte italiano. En cuanto posó la vista en su fuerte mandíbula y sus ojos de color azul cristalino, contuvo el aliento. De forma inexplicable, tuvo la sensación de que estaba a punto de enfrentarse a su mayor miedo y, al mismo tiempo, su mayor deseo.


Obligándose a salir del trance en que había caído contemplando al recién llegado a través del cristal, se alisó el vestido y se acercó a la puerta. Cuando abrió, se dio cuenta de que la altura de su visitante la hacía parecer casi diminuta.


–¿Pedro Alfonso? – dijo ella, levantando la vista hacia él– . Adelante. Soy la ayudante del señor Houghton, Paula Chaves. Me ha pedido que lo reciba en su nombre.


El atractivo francés entró. Estrechó la mano de Rose con una elegante inclinación de cabeza.


–Encantado de conocerla, señorita Chaves. Aunque siento que su jefe esté enfermo. ¿Puedo preguntar cómo se encuentra? – inquirió el recién llegado con cortesía.


Antes de responder, Paula cerró la puerta y colocó el cartel de Cerrado fuera para que no los molestaran. Mientras, aprovechó para intentar recuperar la calma.


El contacto de su mano y el sonido grave y aterciopelado de su voz le habían puesto la piel de gallina. Esperaba no haberse sonrojado demasiado o, al menos, que él no se hubiera dado cuenta.


–Me gustaría poder decir que está mejor, pero el médico me ha comunicado que todavía se encuentra en estado crítico.


–C´est la vie. Así son las cosas. Pero deseo que se mejore.


–Gracias. Se lo diré de su parte. Bueno, ¿ahora quiere acompañarme a la oficina para comenzar la reunión?


–Antes de hablar de nada, me gustaría que me mostrara el edificio, señorita Chaves. Después de todo, he venido por eso.


Aunque había acompañado sus palabras con una encantadora sonrisa, era obvio que estaba ante un hombre que no se dejaba distraer de su objetivo, por muy educado que fuera, se dijo ella. Y su objetivo en ese momento era decidir si quería comprar la tienda de antigüedades o no.


–Claro. Será un placer.


Paula lo guio a la planta alta, hacia tres grandes salas que estaban abarrotadas de obras de arte y antigüedades. Hacía un poco más de frío allí arriba. Frotándose los brazos que el vestido sin mangas dejaba al descubierto, se arrepintió de no haber tomado su chaqueta de la oficina.


–Son habitaciones muy espaciosas, teniendo en cuenta lo viejo que es el edificio – señaló ella– . Espero que le guste lo que ve, señor Alfonso.


Con una ligera sonrisa, su interlocutor levantó la vista hacia ella.


Entonces, cuando sus miradas se encontraron, Paula pasó los segundos más excitantes de su vida. Deseó haber hecho una elección más afortunada de palabras. Por nada del mundo había querido invitar a un hombre como aquel a mirarla. ¿Acaso él pensaba que lo había dicho con segundas intenciones? Según la prensa del corazón, Pedro Alfonso tenía debilidad por las mujeres extremadamente bellas y ella sabía que no se encontraba, ni de lejos, dentro de esa categoría.


–Por ahora, me gusta mucho lo que veo, señorita Chaves – contestó él, sin apartar la vista.


–Me alegro – repuso ella, mientras su temperatura subía al instante– . Puede tomarse el tiempo que quiera para observarlo todo.


–Eso haré, se lo aseguro.


–Bien.


Bajando la mirada, Paula se cruzó de brazos, tratando de pasar lo más inadvertida posible. Minutos después, se sorprendió a sí misma contemplándolo de reojo mientras él examinaba la sala con detenimiento. De vez en cuando, él se ponía en cuclillas para comprobar en qué estado estaban las paredes o tocaba las vigas de madera de la habitación. 


Era fascinante ver cómo pasaba sus fuertes y grandes manos por la madera y daba golpecitos ocasionales en la pared con los nudillos.


Por una parte, ella comprendía que quisiera comprobar en qué estado se encontraba el edificio en el que quería invertir. 


Sin embargo, le resultaba preocupante que no mostrara interés alguno por el contenido de la sala. Philip le había dicho que tenía urgencia por vender su empresa, pues su débil salud le iba a obligar a retirarse y pagar interminables facturas médicas. Aunque su jefe también contaba con traspasar el negocio de las antigüedades al mismo comprador.


Sumida en aquellas reflexiones, el peso de la responsabilidad que había asumido al aceptar ocuparse de la venta le resultó todavía mayor.


–Discúlpeme, pero la he visto tiritar un par de veces – comentó de pronto el visitante– . ¿Tiene frío? Quizá quiera ir abajo a por su chaqueta, Paula…


Cuando la recorrió otro escalofrío, no fue por la temperatura de la sala, sino por lo íntimo que había sonado su nombre en los labios de Pedro Alfonso.


La noche anterior, para prepararse para la entrevista, había buscado información sobre él en Internet. Al parecer, era un hombre implacable y con un insaciable apetito de éxito. Se decía que iba siempre tras lo mejor de lo mejor, sin importarle cuánto costara. Además, tenía fama de mujeriego y era conocido por salir con las mujeres más impresionantes.


No podía bajar la guardia ni un momento, se dijo Paula. De ninguna manera iba a dejar que el encanto de aquel hombre la influyera a la hora de cerrar ningún trato de negocios.


–Creo que eso voy a hacer – contestó ella sin titubear– . Si quiere ver las otras salas que hay en esta planta, puede hacerlo Volveré enseguida.


Con una cortés inclinación de cabeza, Pedro Alfonso asintió y, luego, volvió su atención al edificio.


Poco después, cuando Paula regresó, él estaba en la habitación más alejada, donde se guardaban los artículos de más valor. Le sorprendió encontrarlo admirando una de las vitrinas de cristal donde se guardaban las joyas y se preguntó si lo habría juzgado mal. Quizá, además de en el edificio, él estuviera interesado en continuar con el negocio de antigüedades.


Sin poder evitar sonreír, ella se acercó con curiosidad por saber qué era lo que había despertado su interés. Se trataba de un exquisito anillo de perlas y diamantes del siglo XIX, la pieza más valiosa de la colección.


–Es bonito, ¿verdad?


–Sí, lo es. Se parece mucho al anillo que mi padre le regaló a mi madre cuando su negocio comenzó a despegar – comentó él con aire ausente, y suspiró– . Pero las perlas y los diamantes no eran auténticos, no podría habérselo permitido en aquellos tiempos.


Paula se sintió enternecida por su tono nostálgico. De pronto, le pareció un hombre triste y vulnerable.


–Estoy segura de que a su madre le gustó el anillo tanto como si hubiera sido este mismo. Lo importante era lo que representaba, no lo que costaba – señaló ella y, ante el silencio de él, que seguía absorto contemplando la joya, añadió– : Puede que le interese saber que este anillo se lo regaló la familia de un soldado a una enfermera que asistió a los heridos de la guerra de Crimea.


Pedro posó los ojos en ella, lleno de interés. A Paula se le quedó la boca seca y se estremeció sin poder evitarlo.


–Dicen que cada foto tiene su historia – comentó él– . Sin duda, pasa lo mismo con las joyas. Pero deje que le pregunte algo. ¿Cree que la enfermera en cuestión era muy hermosa y que el soldado herido era un apuesto oficial?


Su pregunta, acompañada por un pícaro brillo en los ojos, tomó a Paula por sorpresa. Inundada de calor, respiró hondo para recuperar la calma y no sonrojarse, mientras le sostenía la mirada.


–Fuera atractivo o no, poco después de que se hubieran conocido, el soldado murió a causa de las heridas. Es una historia muy triste, ¿no le parece? No sabemos si llegaron a quererse, pero la entrega del anillo a la enfermera está documentada en los archivos históricos de la familia.


–Adivino que a usted le gusta pensar que el soldado y la enfermera se amaban, Paula – indicó él, recorriéndola con su intensa mirada.


Sintiéndose en tela de juicio, ella se encogió de hombros.


–¿Por qué no? ¿Quién podría negarles los pequeños momentos de felicidad que podían haber compartido en medio de su terrible situación? Pero la verdad es que nunca sabremos lo que pasó en realidad.


Lo que Paula sí sabía era que tenía que apartarse un poco más de Pedro. Le había subido tanto la temperatura que estaba empezando a sudar.


–Si ya ha terminado de echar un vistazo, podemos ir al despacho para hablar, ¿le parece bien?


–Por supuesto. ¿Puede preparar café?


–Claro. ¿Cómo lo toma?


–¿Cómo cree que me gusta, Paula? A ver si lo adivina.


Si Pedro se había propuesto desarmarla con su tono juguetón, era una buena táctica para hacerla sucumbir, caviló Paula. Después de todo, ¿qué mujer no se sentiría halagada por sus atenciones? Sin embargo, ella no estaba de humor para dejarse seducir con tanta facilidad. Tenía que llevar a cabo una tarea importante. Debía vender la tienda de antigüedades en nombre de su jefe y lograr el mejor trato posible. Nada podía distraerla de su objetivo.


Sin dedicarle ni una mirada más, se giró y se dirigió a las escaleras.


–De acuerdo. Lo más probable es que le guste solo y bien cargado, pero tal vez también quiera un par de cucharaditas de azúcar para endulzarlo. ¿He acertado?


–Estoy impresionado. Pero no vayas a pensar que sabes lo que me gusta en otros aspectos, Paula.


Aunque lo había dicho con tono festivo, a ella no le pasó desapercibido que había empezado a hablarle de tú. 


Además, intuyó que era una especie de advertencia. Para haber llegado a la cima, Pedro Alfonso debía de ser experto en conocer las debilidades de las personas que podían suponerle posibles obstáculos para lograr sus objetivos







EL SABOR DEL AMOR: SINOPSIS





¡Seducir a aquella belleza distante iba a ser el mayor reto de su vida!


La reputación del seductor e implacable empresario Pedro Alfonso lo precedía. Pero Paula ya había conocido a tipos como él y estaba decidida a no dejarse embaucar de ninguna manera.


Sin embargo, el carismático Pedro siempre conseguía lo que quería y, en ese momento, su propósito era comprar la tienda de Paula para poner uno de sus restaurantes de lujo… y llevársela a la cama. Paula no podía negarse a su generosa oferta de compra…









MI FANTASIA: EPILOGO






Dos años después.


Maison du Soleil. La Casa del Sol. La recién restaurada plantación de Luisiana resultó ser el primer paso de Paula Chaves Alfonso hacia la libertad, y una vida llena de
bendiciones.


La fachada fue pintada de blanco y amarillo y no tenía ni una gota de negro. Dentro, las habitaciones de la primera planta se habían restaurado siguiendo los planos originales, y el cuarto de niños de la primera planta era la sala de estar, mientras que la habitación que en el pasado fue un lugar lleno de tristeza se convirtió en el santuario de Paula, el
despacho desde donde dirigía su empresa de asesoramiento y diseño.


Sin embargo, su mayor logro estaba saliendo por la puerta principal de la mano de Pedro. Cuando padre e hija caminaron hacia la mesa preparada en el jardín, Paula
dejó de recoger los restos de la fiesta de cumpleaños para mirarlos. La niña, con el pelo moreno y rizado y los ojos azules como el cielo de verano, era idéntica a su padre, y
nació casi un año después de que Paula y Pedro intercambiaran sus votos matrimoniales en una remota playa de Barbados.


-Ven aquí, Celeste -dijo Paula, poniéndose de rodillas.


La niña echó a correr con pasos inciertos hacia su madre, y ésta la tomó en brazos.


-¿Ya te has bañado? Hueles muy bien.


-Entre mantenerla dentro de la bañera y sacarle los restos de tarta del pelo y las orejas, el baño ha sido toda una aventura -dijo Pedro, sonriendo.


Celeste bostezó y apoyó la cabeza en el hombro de su madre.


-Está muy cansada -dijo Paula-, pero así dormirá todo el trayecto hasta Shreveport y Eloisa podra conducir mas tranquila


Eloisa se había ofrecido a llevarse a la niña de vacaciones con ella durante una semana, que Paula y Pedro iban a aprovechar para estar unos días solos.


-Creo que ya se ha ido todo el mundo excepto...


-Ven a darle un beso de despedida al tío Jaime.


En cuanto oyó la voz del anciano, Celeste se zafó de los brazos de su madre y salió corriendo hacia el todoterreno de Eloisa.


Pedro se acercó a Paula y le pasó un brazo por la cintura.


Juntos vieron cómo su hija se subía a la silla de ruedas del anciano, algo que había aprendido a hacer recientemente
y le encantaba.


-Sin duda Jaime se ha convertido en el abuelo adoptivo perfecto para ella -comentó Pedro.


-Lo único que siento es que cuando él muera quizá no lo recuerde.


Pedro le apretó ligeramente la cadera.


-Tranquila, si ha llegado hasta aquí, seguro que todavía vivirá unos cuantos años más.


A Paula le hubiera gustado verlo, pero tenía la sensación de que el tiempo de Jaime en la tierra estaba llegando a su fin, aunque logró seguir con vida incluso después de finalizados los trabajos de restauración de la plantación. Y durante su embarazo. Y después del nacimiento de Celeste.


Poco antes de subir al coche de Eloisa que iba a llevarlo de vuelta a la residencia donde vivía, Jaime quiso hablar unos momento en privado con Paula. Paula empujó la silla de
ruedas del anciano hacia la hilera de pacanas y se detuvo debajo de la cabaña en el árbol donde el anciano había jugado en su infancia.


-¿De qué querías hablarme, Jaime?


-Hoy he hablado con la señorita Celeste -dijo el hombre tras dejar escapar un suspiro.


-Lo sé. Cada día sabe más palabras.


-No la niña. La hermana del señor Pedro.


Paula mantuvo la calma, a pesar de su sorpresa.


-¿Dónde la ha visto?


-En la rotonda, mientras contemplaba su retrato junto al de la señorita Laura. Me ha pedido que le dé un mensaje.


Algunos asegurarían que eran los desvaríos de un anciano, pero Paula sabía que no era así.


-¿Qué le ha dicho?


-Que le dé las gracias por devolver a su hermano a la vida y por amarlo. Después me ha dicho que ahora se iría a descansar.


En muchos sentidos, Pedro también le había devuelto la vida a ella y le había ofrecido una vida mucho mejor.


-Gracias por decírmelo. El anciano suspiró.


-Estoy cansado, señorita Paula. Yo también estoy preparado para reunirme con mi familia.


Paula apoyó la mano en la mejilla del hombre con los ojos empañados.


-Lo entiendo, pero le echaremos de menos.


-No llore por mí, señorita Paula. He tenido una buena vida, y usted la tendrá también. Cuide de la niña y de su hombre. Él depende de usted.


-Y yo de él.


—Por supuesto que sí, porque su destino era comprenderla. Y el suyo amarla.


Paula le dio un largo abrazo.


-Y no lo ignoré -dijo, recordando su consejo.


Paula se tomó su tiempo para empujar de nuevo al anciano hasta el vehículo que lo esperaba. Jaime se había convertido en una parte tan importante de sus vidas que cada
despedida era más difícil por temor a que fuera la última.


Mientras Pedro ayudaba a Jaime a subir al coche y Eloisa metía la silla de ruedas en el maletero, Paula se inclinó por la puerta abierta para despedirse de su hija. Comprobó los cinturones y después le dio un beso en la mejilla.


-Pórtate bien con Eloisa, cariño. Nos veremos dentro de unos días.


Celeste respondió metiéndose el dedo en la boca. Eloisa se montó detrás del volante.


-Lo pasará estupendamente jugando con mi sobrina, ya lo verás.


-Lo sé, pero llámanos si se pone muy difícil e iremos a recogerla. Y no se te olvide llamar cuando llegues.


Eloisa le ofreció una picara sonrisa.


-Llamaré y dejaré que el teléfono suene dos veces antes de colgar. Así sabréis que he llegado bien, por si estáis ocupados con otra cosa.


Paula fue a preguntarle a qué se refería, pero ya lo sabía. Y lo cierto era que pensaba estar muy ocupada con su marido durante muchas horas.


Por fin el coche se alejó y Paula sintió las manos de Pedro en la cintura, apretándola contra él. Se volvió hacia él y lo vio con la mirada perdida en el horizonte y una
expresión sombría en el rostro.


-¿Qué pasa, Pedro?


-Nada -respondió él, y suspiró-. Estaba pensando lo mucho que te hubiera querido. Y lo mucho que tú la hubieras querido a ella.


Paula no tenía que preguntar a quién se refería.


-Si se parecía a su hermano, seguro que sí -se puso de puntillas y le dio un beso en los labios-. Y ahora que tenemos una semana entera para nosotros, ¿dónde propones que la pasemos?


-En la cama.


-Bueno, teniendo en cuenta que tu hija ha heredado tu insomnio, no nos vendrá mal una buena cura de sueño.


Pedro le apretó contra él masajeándole las nalgas.


-No me refería a eso, y lo sabes.


-No lo sé, porque para lo único que utilizamos la cama es para dormir.


Pedro le pasó la lengua por el lóbulo de la oreja


-Bien, entonces vamos al salón azul.


Paula se estremeció.


-Ya hemos estado allí. De hecho, creo que hemos estado en todas las habitaciones al menos una vez, si no dos desde que terminaron las obras.


-¿Has hecho alguna vez el amor contra el tronco de un árbol, señora Alfonso?


-No, señor Alfonso, pero prefiero el salón rojo a tener el trasero lleno de arañazos.


-Entonces al salón rojo -dijo él-. Pero antes tienes que acceder a una cosa.


-Ya sabes que siempre estoy abierta a todas las posibilidades.


-¿También a tener otro hijo?


Dado que no habían hablado de tener más hijos, Paula estaba más que dispuesta a hablar de ello.


-No me negaría a tener un hijo, sobre todo si se parece a mí, ya que mi hija ha salido a su padre.


Pedro sacudió la cabeza.


-Yo prefiero las chicas. Son mucho más interesantes y complejas que los hombres.


-Pedro, tú no tienes nada de simple ni aburrido -le aseguró ella, que tenía experiencia de primera mano.


Después de un apasionado beso y unas excitantes caricias, Pedro dijo:
-¿Por qué no vamos dentro y empezamos con ese niño?


Paula le apretó las nalgas.


-Es la mejor idea que has tenido en todo el día.


Mientras se dirigían a la casa agarrados por la cintura, Paula pensó lo mucho que habían recorrido juntos, desde la inmensa tristeza del principio a las risas más espontáneas y sinceras de ahora. Desde las sombras a la luz. Y como él prometió, Pedro le había llevado a lugares muy especiales, tanto dentro como fuera de su mundo privado. Pero principalmente le había mostrado su corazón, que por fin había empezado a cicatrizar, y también el poder absoluto del amor.






Fin