lunes, 2 de noviembre de 2015

EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 3




De regreso en su oficina, después de un montón de tediosas reuniones, Pedro le pidió café a su secretaria y se sentó en su sillón de cuero para reflexionar sobre lo que había pasado. Nunca se había sentido tan irritado y fuera de sí. Y todo porque su maldita oferta de compra había sido rechazada.


Durante años, había admirado la estructura de aquel viejo edificio situado junto al Támesis y había pensado que sería perfecto para un restaurante exclusivo, dirigido a la élite de la sociedad, igual que los dos que poseía en Nueva York y en París.


Recordando su reunión con Paula Chaves, le pareció sorprendente que aquella mujer no hubiera querido aprovechar la oportunidad de oro que le había brindado. Era obvio que, como ella misma le había dicho, no era una mujer de negocios. Su actitud le había resultado irritante. Sobre todo, cuando había comprendido que había sido imposible convencerla con sus encantos. Por otra parte, admiraba a la tozuda mujer por su determinación y por haberse mantenido firme, a pesar de que sabía que se equivocaba.


Además, había otra cosa que había llamado su atención. 


Paula tenía los ojos de color violeta más hermosos que había visto jamás. Su pelo azabache y su piel de color marfil la hacían todavía más atractiva. Para colmo, la pasión que había vislumbrado en su interior lo intrigaba y le producía deseos de conocerla mejor, incluso cuando ella se había negado a venderle el edificio. Aunque estaba seguro de que encontraría una manera de persuadirla.


Sí, aprovecharía cualquier oportunidad y haría que aquella propiedad fuera suya. No cejaría hasta lograrlo. Paula solo necesitaba un par de días para reflexionar y darse cuenta del error que había cometido al rechazarlo. Entonces, él volvería a la carga con otra oferta a la que no podría resistirse, planeó.


Debía hacerle ver que venderle el edificio era la única forma de que su jefe pudiera retirarse con comodidad y suficiente dinero para el resto de su vida.


Sin embargo, en el fondo de su corazón, Pedro se sentía culpable por haber pensado que el dinero iba a ser la respuesta a todos los problemas del señor Philip Houghton.


–Hijo, no siempre puedes arreglar el dolor de una persona 
con dinero. Ni toda la fortuna del mundo nos habría ayudado a nosotros a superar la muerte de tu hermana. No lo olvides nunca – le había aconsejado su padre en una ocasión.


Al recordar sus palabras, se sobresaltó y, durante unos segundos, se quedó paralizado, como si hubiera explotado una bomba en su interior. Pero no era el momento de pensar en lo mucho que lo había herido la muerte de su hermana.


Los padres de Pedro y él veían la vida de forma muy diferente. Él era experto en encontrar soluciones prácticas a la adversidad, mientras que ellos sucumbían a sus emociones y dejaban que los sentimientos dictaran sus reacciones. La idea de comportarse de la misma manera le parecía imposible. Había escuchado a sus padres contar historias sobre su infancia, que había sido muy pobre, sin apenas un bocado que llevarse a la boca, sin modo de calentarse en invierno ni electricidad. Desde pequeño, había aprendido que era esencial tener dinero y, según había ido creciendo, había demostrado tener talento para ganarlo con facilidad.


Satisfecho de su plan para hacerse con la vieja propiedad situada junto al río,Pedro se puso en pie, se ajustó la corbata y se dirigió a la puerta.


En la mesa de la secretaria, una rubia despampanante que era prima de un prometedor diseñador parisino, le dedicó una sonrisa más encantadora de lo normal.


–Olvida el café, ma chère, y resérvame una mesa para cenar en mi club a las ocho en punto.


–¿Irá acompañado, señor Alfonso?


–No, Simone. Hoy no.


–Entonces, llamaré al maître ahora mismo y le pediré que le reserve su mesa favorita.


–Gracias.


–Es un placer. Me encanta poder hacer cosas para hacerle la vida un poco más fácil – aseguró Simone con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas sobre lo que sentía por su jefe.


Al verla, de pronto, Pedro hizo una mueca.


–En ese caso, no te importa hacer unas horas extras esta noche, ¿verdad? He dejado una lista de cosas por hacer sobre mi mesa. Buenas noches, Simone. Te veré por la mañana.


Pedro estaba más irritado de lo habitual por la actitud obsequiosa de la rubia. No llevaba mucho tiempo trabajando para él, pero parecía muy segura de que, antes o después, se la llevaría a la cama. Sin ir más lejos, el día anterior, la había oído comentándole algo parecido a alguien por el móvil.


–¡Que Dios me proteja de las depredadoras! – murmuró él mientras esperaba con impaciencia al ascensor.







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